Entrevista realizada por Germán Carlos Zafaroni el 19 de enero de 1972 en el semanario oriental “Azul y Blanco”.
Hace
calor en Buenos Aires, la gente va y viene, se entrechoca y vuelve sobre sus
pasos, cada cual por su camino, en su mundo, con su alma. Abordamos un taxi y
cruzamos la majestuosa Avenida 9 de Julio.
Mucho
humo, muchos automóviles en una ciudad convulsionada que mezcla la
espiritualidad de viejas casonas coloniales –símbolo y estandarte de una época
que aparenta tocar a su fin- y gigantescos rascacielos que parecen desafiar a
Dios en una pretendida imposición del hombre sobre Su espíritu.
Nos
acomodamos en el asiento y pensamos. Buenos Aires… Capital de una nación en
continuo estado de gravidez libertaria y espiritual que, como nuestra Patria,
no ha podido llegar a la cumbre de la independencia y de la soberanía.
¿Cuántos
son los personajes, héroes, sabios, etc., que conviven con los casi diez
millones de habitantes metropolitanos?
Las
luces del anochecer iluminan melenas y barbas que se entremezclan grotescamente
con recortadas cabelleras masculinas. Es el producto de una civilización
demente y controvertida, de una sociedad perdida en una constante evolución -¿o
involución?- hacia lo desconocido, lo cambiante. Es la demostración urbana del
cambio por el cambio.
Un
tórrido calor acecha al peatón. Evidentemente el verano ayuda a que los gritos
estentóreos y las impaciencias se agudicen.
De
pronto… un frenazo. Hemos llegado. Estamos en la esquina de las calles
Independencia y Salta.
Pagamos
el viaje y descendemos. El calor es más agobiante aún. Caminamos por
Independencia hasta el 1194.
Antes
de llamar miramos el antiguo edificio. Hay muchos años y muchos recuerdos sobre
sus viejas paredes.
Un
minuto después golpeamos sobre la añeja puerta siempre entreabierta. Nos
atiende un hombre alto, de contextura fuerte, entrado en años. Cabeza redonda y
casi totalmente calva. Ojos de mirar fuerte claro que traslucen pureza de
corazón y humildad espiritual.
Viste
una larga y negra sotana. Su sonrisa deja entrever una actitud hospitalaria. Nos
extiende su diestra al tiempo que nos invita a pasar. Es el Padre Julio
Meinvielle.
Pasamos
a un recinto humilde y limpio. El ambiente es monacal y acogedor a la vez. Nuestra
vista recorre las paredes cubiertas de libros. Sobre la mesa más libros,
acompañados de papeles y anotaciones.
Allí
está el fruto de cuarenta años de trabajo, estudio y meditación. La soledad del
Padre Meinvielle, que por cierto es mucha, subsiste muy acompañada. El ambiente
desborda espiritualidad. Intelectualidad. Compañía.
A
una invitación suya tomamos asiento y comenzamos la charla.
- Padre, ¿considera el
momento actual de la Iglesia más crítico que en el siglo del Protestantismo?
- El momento actual es
para la Iglesia mucho más crítico que el del protestantismo, y ello por
diversas y fáciles razones. El protestantismo fue un movimiento localizado y
por lo mismo no tan extendido ni tan profundo. En cambio, el progresismo actual
es un movimiento universal, al menos para todo el Occidente y de mayor
profundidad en cuanto a su penetración. Ya no hay verdad que se mantenga
incólume. Incluso la existencia de Cristo y de Dios es cuestionada. En
realidad, el progresismo, en su variante liberal burguesa o en la proletaria
comunista, termina con toda expresión religiosa. Se marcha hacia una
secularización o ateización de la existencia humana.
- ¿Cuál es para Ud. la
raíz del actual caos en el catolicismo?
- Esta pregunta
merecería ser descompuesta en distintos niveles. Pero le podemos dar una
respuesta global. Hasta hace unos años, aproximadamente unos treinta, el
Catolicismo de la Iglesia tenía enemigos y por de pronto el enemigo natural de
que habla el apóstol San Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses (2,14),
“los judíos, que dieron muerte al Señor Jesús, a nosotros nos persiguen, no
agradan a Dios y están contra todos los hombres”. Los judíos fabrican, de vez
en cuando, a los otros enemigos de la Iglesia, a los masones y a los
comunistas, a quienes seleccionan de entre los “goim” o gentiles. Pero hoy la
Iglesia no tiene enemigos visibles porque éstos han sabido infiltrarse dentro
de sus filas y han llegado a “copar” posiciones claves y a manejar las palancas
de mando de la Iglesia misma. De aquí que el proceso de la Iglesia no se
realice desde fuera sino de adentro mismo. Es un proceso de autodestrucción.
- ¿Teniendo en cuenta
la reiterada prescindencia por parte de algunos obispos y jerarquías
eclesiásticas de las enseñanzas papales se puede prever un cisma en los
próximos años?
-Yo no creo que pueda
haber cisma en la Iglesia. Porque no nos iremos de la Iglesia por mucho que
esto pretendan los enemigos que se han adueñado de la Iglesia misma; y ellos
–los enemigos infiltrados- tampoco se han de ir, pues quieren destruirla desde
dentro.
Tendremos que soportar
este tiempo de autodestrucción hasta que Dios intervenga y ponga las cosas en
su debido lugar.
- ¿En qué estado
considera usted, se encuentra la Revolución Mundial, que tiende a destruir
nuestros valores esenciales?
- La Revolución
Mundial, que está trabajando desde hace siglos en esta lucha contra la Iglesia
y contra las nacionalidades, está a punto de lograr su objetivo, que es el de
la implantación de la tiranía universal del Anticristo. Pero antes de que logre
ese objetivo, me inclino a creer que veremos el Reino Universal de la Virgen.
María reducirá a polvo, y bien pronto, a todos los enemigos y sólo después
logrará el Anticristo su breve reinado universal.
- Respecto del
Nacionalismo, Padre, ¿considera usted que se reincorporará finalmente para
restaurar los esquemas Naturales sobre los que se debe regir la vida de todo
hombre?
- El Nacionalismo es
una expresión temporal que quiere la implantación de los valores naturales del
hombre en la Cultura, en la Economía y en la Política. Un Nacionalismo sano no
ha de mirar esos valores como bienes en sí y de una estima absoluta, sino que
ha de integrarlos en un contexto histórico de validez universal que se llama la
Cristiandad. Creo que, a corto plazo, caminamos hacia la restauración de la
Cristiandad. A plazo corto digo, porque la historia se mueve hoy a un ritmo
aceleradísimo. Pero la Cristiandad no ha de ser posible si, previamente, no se
cumple la purificación universal de que hablan todos los mensajes marianos.
- Finalmente, Padre
Meinvielle, quisiéramos que dirigiera un mensaje para el pueblo uruguayo en
este difícil momento por el que atraviesa frente a la subversión
político-religiosa.
- Aquí está la clave
del momento actual para nuestros hermanos, los uruguayos, y para nosotros, los
argentinos. Es un momento de conversión interior, individual y colectiva, en el
sentido de encontrarnos con los valores (...)[[1]]
la supervivencia y grandeza de nuestros pueblos y cuyo olvido ha determinado
sus ruinas.
Frente al liberalismo y
al marxismo disgregador que nos convierte en polvo, profesamos nuestra creencia
en que la Virgen Madre ha de brindarnos una vez más nuestra salvación
individual y colectiva, aún en estas nuestras Patrias terrenas.
Hace
una pausa y nos invita con un refresco. Habla del calor y del Uruguay. Manifiesta
un vivo interés por nuestros problemas. Le pedimos algunas fotos para publicar
junto con el reportaje. Nos acerca tres fotos que guardamos, y dos de sus obras
que nos obsequia. Se tratan de “Política Argentina 1940-1956” –en la que sitúa
al lector frente al discutido y siempre vigente problema del peronismo- y “De
la Cábala al Progresismo” en la que fundamenta su posición frente a la actual
subversión espiritual y moral. Miramos el reloj. Es tarde, en el Aeroparque
nuestro avión debe estar calentando sus motores. El Padre Meinvielle se despide
amablemente acompañándonos hasta la puerta de la vieja casona.
Nos
retiramos dejando atrás un semblante lleno de vida –y cuarenta años de
sacrificio, meditación, estudio y trabajo por la Verdad-. La calle nos recibe
con su calor pegajoso. Por un momento habíamos olvidado que estábamos en Buenos
Aires.
[1] El
original está borrado en las tres o cuatro palabras que siguen.
Fuente: Revista Verdad
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Existen sospechas de que la muerte del Padre Meinvielle no fue un accidente.
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