“Li diritti occhi torse allora in biechi...
cadde con
essa a par de li altri ciechi”
Dante,
Infierno, VI, 93.
El pasado Miércoles de Ceniza, el Obispo de San
Isidro (provincia de Buenos Aires), Monseñor Oscar Ojea, pronunció una Homilía
dedicada a los educadores, con motivo del inicio de la XII Jornada de
Capacitación Docente 2021. La noticia dice expresamente que la tal homilía fue
comunicada “virtualmente” y que “la Eucaristía fue transmitida a través de las
redes sociales”. O sea que, lo que tuvo realmente lugar, fue una de esas
tantísimas y prolongas parodias litúrgicas que, por una mezcla de cobardía,
indoctez y ausencia de Fe, los pastores vienen ejecutando en complicidad con
los poderes políticos, para aplicar la horribilísima “neonormalidad” impuesta
por el Nuevo Orden Mundial.
Ojea,
invocando a Bergoglio, pide “un pacto educativo global”, aclarando que “para
educar a una persona se necesita una aldea”. Está claro que la idea aldeana a
la que aquí se remite, no es la noble comarca rural de los siglos medievales y
aún de los tiempos actuales que han sabido conservar aquél espíritu. No es la
recuperación católica de ese vivir a escala humana, que pedía el Magisterio en
mejores tiempos, rehabilitando los lazos religiosos y jerárquicos que se dan
naturalmente en las aldehuelas, regiones o caseríos tradicionales. No es “la
opción benedictina” de Rod Dreher (aunque la sabemos pasible de distintas
objeciones válidas). Es la opción masónica de Mac Luhan. Su significado no ha
de buscarse en la bucólicas virgilianas ni en los horizontes monásticos, sino
en el planetarismo gnóstico de la Unesco.
En esa aldea
mundialista, “el pacto” al que se someten sus protagonistas es al del
relativismo, el irenismo, el sincretismo y el ecumenismo más disgregador y
disolvente. Lo que “pactan”, en suma, es dejar de creer y de afirmar que la
Verdad es una sola. Porque la democracia a la que idolatran les impide superar
la perversión de que todas las creencias valen lo mismo y que deben ser
homogeneamente respetadas.
Da vergüenza
ajena escucharlo a Ojea repetir con Bergoglio las muletillas gastadas de
oponernos a la “cultura del descarte” y de convertirnos en “agentes
contraculturales”. Los cuales deberían ser los mismos docentes que, según se afirma,
tendrían que tener en cuenta, críticamente, que “hay
una cantidad de elementos de pensamiento, de sentimientos que respiramos en el
mundo en que vivimos, que no son ya cristianos”.
¿Sabe
el obispo que en la iglesia bergogliana, la primera “descartada” es la Verdad?
¿Que esa cantidad de elementos no cristianos que respiramos proceden
principalmente de la Roma apóstata que preside el porteño? ¿Es consciente de la
cantidad de heterodoxias gravísimas, y aún de sacrilegios, blasfemias, actos de
idolatría y vulgares disparates que se han consumado bajo este singular
pontificado? ¿Está interiorizado Ojea de los programas de estudio de la Fundación
Pontificia Scholas Occurrentes? ¿Conoce que en esos ámbitos, supuestamente
nacidos desde la cumbre de la autoridad eclesiástica, se enseña a mansalva el
error, la confusión, la ignorancia y la mentira?
Otros
interrogantes nos asaltan, aunque (no teman) sólo exteriorizaremos unos pocos: ¿Los
agentes contraculturales que deberían combatir este mundo descristianizado son
los que ya se han hecho legumbres?, ¿los que aprobaron el examen de concubinato
propuesto en <Amoris laetitia>?; ¿o acaso los que han entronizado en sus
templos una imagen del santón marxista Angelelli, del heresiarca Lutero y de la
ridícula Pachamama?
Pero
seamos equitativos. El obispo también tiene sus preguntas; o al menos una, que
parece central. Se formula entonces este crucial interrogante: ¿Cómo sembrar
esperanza? ¿Cómo hacer una auténtica siembra de esperanza?”. La respuesta que
se le ocurre emparda al “De Magistro” del Aquinate y empaña sin duda el “De
catechizandis rudibus” de San Agustín. El educador, dice el bergóglico prete,
debe “desarrollar la paciencia, el respeto, la escucha, el diálogo”. O sea;
debe ser un católico aflanado, amerengado y mistongo, como decía Castellani. Un
malabarista del opinionismo, un pusilánime incapaz de cortar el nudo gordiano
con un tajo viril. Un imbécil más, atestado de respetos humanos, de prudencias
carnales y de diálogos inconducentes, por ausencia de logos.
“Sin
miedo”; eso sí, agrega Ojea, masculinamente parapetado al frente de su “zoom”,
mouse en ristre y password afilado y enhiesto. Aunque haya “espacios que sean
conflictivos y difíciles”, agrega. Y teniendo muy en cuenta el mal enorme que
se cierne sobre nosotros. Ese mal es que “hoy ya no hay debates, hay guerra,
guerra para aniquilar al otro. Lo vemos todos los días. Lo importante es ganar,
terminar y aniquilar”.
Vea
Monseñor; no queremos ser muy cruel con usted, porque al fin de cuentas sus
sandeces son módicas, mediocres y acotadas a una diócesis, cuyos habitantes
tienen la sana costumbre de que aquello que les digan sus obispos dura menos
que un suspiro. Pero el principal “espacio conflictivo y difícil” hoy, para un
docente católico, es la “iglesia de la publicidad” que ustedes conforman y
pregonan. Contraria, opuesta y ruinosamente distinta a la Iglesia Católica. En
ese “espacio”, el docente católico genuino y auténtico es un paria, un leproso,
un desterrado.
Y
lamentamos desilusionarlo. Pero las cosas son exactamente al revés de cómo
usted las plantea. El problema grave que nos está matando, es que en los días
que corren, los debates interminables, absurdos y sofísticos han abolido a la
noción de guerra justa, barrida de un plumazo insensatamente por el
pseudomagisterio de Bergoglio, en la “Fratelli tutti”, verbigracia. Ya no hay
causas que ameriten una conducta gallarda, limpiamente épica, decentemente
castrense, prudencialmente belicosa y punitiva. Nada de eso. Todo se resuelve
con una mesa de diálogo, en la cual, la primera premisa es que todos los
pareceres tienen el mismo valor. Respetando los protocolos, eso sí. El
taparrabos naso-bucal y la distancia social. Los únicos que están dispuestos a
guerrear son nuestros enemigos milenarios; mientras nosotros, ya ni siquiera le
ponemos la otra mejilla, por temor a contagiarnos el covid.
Mire
Monseñor. Usted Ojea mucho, pero no ve
nada. Y no hay cosa peor que un ciego guiando a otro ciego. Nuestro Señor
nos pide, en esos casos, que nos apartemos de ellos (Mt. 15, 14), pues nos
llevarán al pozo siniestro de las tinieblas. Y nosotros, anhelamos la Luz, cuyo
nombre eterno, innegociable e invicto es Jesucristo. Divino Maestro, cuya
invocación usted salteó por completo en una homilía dedicada a los maestros.
Antonio Caponnetto
El problema (Para los Ojea y los Bergoglio.), es que somos católicos que trabajan de docentes. Traicionar a nustro Señor no es una opciòn. Fin del debate.
ResponderBorrarPues en España la cosa está tan mal como en la Iglesia católica que peregrina por la Argentina (o hasta peor, si cabe estyarlo, en esta amarga hora de tribulación eclesial).
ResponderBorrarSí: ahora que la esposa del Esposo que es la Iglesia esté inmersa en la Gran Tribulación o Apostasía, me consta que algunos obispos en España llaman la atención a algunos de sus curas cuando se salen del guion buenista, globalista, anticatólico y bergogliano que sigue cacareando el suicida e insensato WELCOME REFUGIEES.
Creo conocer esto de buena fuente, de buenos informantes. De manera que hoy por hoy la Iglesia por boca de sus pastores, salvo honrosas excepciones no está evangelizando: ni en Argentina, ni en España, ni en Perú, ni casi en parte alguna del orbe, honrosas excepciones de rigor aparte. Y desde luego, donde menos evangeliza o ejemplo apostólico da es en el mismísimo Vaticano, que es la Sede de Pedro.
O lo que es lo mismo: los sarracenos, que odian a Cristo y a su Iglesia (seguidores de una religión falsa que persigue a los cristianos desde su hora fundacional), nos invaden impunemente (se están adueñando de Canarias, nos están arruinando para años el turismo, que es nuestro principal monocultivo junto con el plátano), viven de nuestros impuestos a menudo sin dar palo al agua y…
Y así las cosas, cuando sucede el milagro de que algún cura que otro, muy excepcionalmente, desde luego, protesta, pone el grito en el cielo, predica a Cristo… Cuando esto sucede resulta que su obispo diocesano lo llama a capítulo; vamos, que lo manda a cerrar la boca: «Calladito estás más guapo», le dirá.
Y a obedecer toca al superior, que es "sucesor de los Apóstoles" aunque de hecho sea un traidor a la doctrina de Cristo.
Qué inconsolable tristeza. Esto es el fin ya que se acerca. Señor nuestro, ven pronto, date prisa en socorrernos.
Saludos, buenas noches, Dios nos asista y guarde.