He
aquí un libro francés y definidamente europeo, como tiene que ser toda
expresión cabal de un nacionalismo en Occidente.
Una
individualidad nacional es tanto más ella misma y es tanto más consciente de su
distinción cuanto más se compenetra en la universalidad de la idea de Europa.
Todo lo que se requiere para una buena vida humana, nos ha venido de Europa y
todas nuestras coincidencias fundamentales están en Europa.
Son
europeos todos los que reconocen en Roma, el centro espiritual del mundo; todos
los que tienen una Patria y una familia y no aceptan que la Patria y la familia
sean de esas cosas que se eligen o se cambian; todos los que respetan las jerarquías
naturales y sostienen que la libertad es una dura disciplina; todos, en fin,
los que para razonar se someten al principio de identidad y saben distinguir
entre una fidelidad y una traición.
Tan
solo encuadrada en estas necesidades que son las de su naturaleza
inmutable, la criatura humana puede existir en la plenitud de su
responsabilidad y de su honor.
Todo
lo que se separa de estas exigencias y en la medida en que lo hace, está fuera
de Europa; y todo lo que se le opone o resiste activamente está en contra de
Europa, lo mismo si procede desde dentro que desde fuera de sus fronteras.
Aparte
de los renovados y siempre temibles sitios que ha debido afrontar la fortaleza
europea, sacudida por gigantescas avalanchas venidas desde el Oriente, una
revolución interna está carcomiendo sus fundamentos desde hace cuatro siglos y parecería
haber llegado al término de su obra destructora. Esa revolución permanente y
progresiva que ha ido resquebrajando la unidad de Europa y alejando a las naciones
occidentales de la idea de Europa, es el liberalismo moderno. Y hoy, en
la etapa de sus últimas consecuencias y de las osadías extremas, se llama bolchevismo
y su consigna de lucha, es la que dejó F. Engels: “Todo lo que existe merece
perecer”.
He
aquí un libro que esperábamos tanto como esperamos ver disipada la cortina
de humo que la propaganda democrática lia extendido sobre las nacioues de
Occidente, permitiendo que el bolchevismo completara su predominio en las almas
y en la plaza pública.
Una
propaganda abrumadora o irresistible, sostenida durante años y dueña de todos
los medios de influencia ideológica y de presión moral, ha conseguido sus
objetivos de guerra y de post-guerra!
En
la guerra: logró que conductores ciegos desoyeran las insistentes
propuestas de paz que hizo llitler antes de ordenar el ataque decisivo a Rusia
—empresa donde se arriesgaba no sólo el destino de Alemania sino el do Europa
entera—; y los hizo colaborar estúpidamente en la destrucción del primer Ejército
del mundo y de la obra que venían realizando los regímenes nacionalistas,
a pesar de sus errores doctrinarios y de algunos excesos prácticos. Se
abatieron así las únicas fuerzas temporales, las únicas posibles en ese
terreno, que constituían una reacción efectiva y total frente a la plutocracia
burguesa y el comunismo proletario; esto es, frente a las dos fuerzas nihilistas
que trabajan en la disolución de nuestro mundo occidental y cuya suma de
efectos disgregadores es lo que se llama con propiedad, bolchevismo.
El
Ejército Alemán era una expresión de real aristocracia surgida de la verdadera
democracia que abre paso a los mejores y eleva a la multitud por la atracción
irresistible de sus legítimas superioridades. El Nacionalismo —en sus diversas manifestaciones
europeas—. era una acción restauradora de la jerarquía y una vuelta del hombre
a su naturaleza política que restablece su dignidad civil en los deberes
antes que en los derechos: y en un sentido de la vida como servicio
antes que como provecho.
En
la post-guerra: ha producido el Juicio de Nuremberg: esto es, el
proceso de la iniquidad consumado desde el sitial de los jueces, por un
Tribunal que después de llenar las formalidades con corrección típicamente
sajona, ha condenado a morir en la horca a un grupo de patriotas alemanes,
abnegados y fieles, en nombre de un Código nuevo y extraño: la iniquidad
erigida en justicia a través de la consagración del principio de la imputabilidad
retroactiva. Se juzga a los dirigentes de la nación vencida por actos
cometidos antes de que fueran clasificados como criminales en el nuevo
Código; y por actos que siempre han sido considerados como los más dignos de
alabanza en un ciudadano: participar en un movimiento nacional que aspira a
realizar una patria fuerte y grande robedocor bis órdenes del superior cuando
se está en filas o en función de .servicio del Estado. Así son criminales los
alemanes que pertenecieron al partido nacional-socialista; son criminales los
soldados alemanes que obedecían las órdenes de sus jefes y los jefes que
obedecían las órdenes de su Führer.
Hay
todavía más en la aplicación retroactiva de la nueva ley: todos los patriotas
alemanes son criminales en el grado monstruoso; el pueblo alemán es un pueblo
de monstruos que no deben volver jamás a estar en condiciones de hacer daño a las
inocentes ovejas que constituyen la población restante del mundo. Todo está
permitido cuando se trata de aplastar al monstruo o de reducirlo a la
impotencia para siempre; todas las trasgresiones están justificadas; todos los
medios, aún los más inhumanos, pueden ser empleados en nombre de la humanidad y
de los inviolables derechos de la persona.
Todo
está permitido con el vencido: esto significa la
nueva ley, el nuevo código, el tribunal de Nuremberg instituido por las
paladines de la Democracia, de la Libertad y de la Humanidad. He aquí la
tierra prometida.
Maurice
Bardeche a través de un análisis de las Actas de acusación, conducido
níagistralmente con la más depurada ironía socrática, demuestra que la obra
consumada en Nuremberg es infinitamente más destructora que la guerra más despiadada,
porque Nuremberg es la abolición de todo el orden existente; es la
consumación del bolchevismo por los mismos occidentales, devoradores de sí
mismos “como la serpiente que se muerde a la cola”.
Nuestro
antiguo mundo europeo se ha estructurado en un espacio de tres dimensiones: la
sabiduría humana de los griegos, la organización política de los romanos y la
Caridad divina de Cristo. En principio ese mundo ya no existe. Sobre sus ruinas
se levanta aparentemente Nuremberg o la tierra prometida. Pero es nada
más que una apariencia sin ser, un edificio en las nubes y todo hecho de nubes como
una horrible pesadilla.
Aquí
no se piensa ni se obra más que por medio de abstracciones vacías y ligeras
como nubes. Aquí reina la más absoluta igualdad, la más perfecta nivelación
democrática; todas las odiosas jerarquías han sido suprimidas: un hombre ya no
se distingue de otro hombre por la fe, ni por la patria, ni por la estirpe, ni
por la profesión, ni por la familia, ni por la inteligencia, ni por el
carácter.
La
idea de Patria y el “todo por la Patria” de los cuarteles, han sido sacrificados
a la diosa Democracia en las dos formas visibles que se veneran en el
mundo moderno: La Democracia de la Humanidad made in U. S. A. y la
Democracia del Proletariado made in U. R. S. S.
Bardeche
pone en evidencia que el espíritu de Nuremberg y el espíritu de Moscú son uno y
otro el mismo espíritu, cuya fórmula se puede expresar lacónicamente así: La
Democracia es antes que la Patria.
Si
llega el caso de tener que elegir no se puede dudar que primero eg la fidelidad
a la Humanidad en general o al Proletariado universal. Por esto
os que el Mariscal Petaiu que lo dio todo en servicio de su Patria y mucho más
que la vida, hasta la gloria de su nombre y la fama de sus grandes hechos, agoniza
en una prisión como traidor a la Patria; mientras que los desertores de ayer y
que hoy anticipan cínicamente que no tomarán las armas si estalla la guerra con
Rusia y que estarán en contra de su propia Patria, ocupan el sitial de los
optimates en el parlamento de Francia y lucen condecoraciones en calidad de
beneméritos de la Patria.
Es
desconcertante, pero es así; y no es cuestión de volver el rostro a la verdad
que se descubre en todo su horror, apenas «e diflipa la cortina de humo que la
propaganda ha extendido sobre Occidente, envolviendo a los pueblos en la nube
de los sueños, con la repetición maquinal, monótona, incesante, de su gastada
cantilena sobre los derechos de la persona humana, sobre la causa de la libertad
y sobre la paz idílica y perpetua entre Oriente y Occidente, ahora que el
espíritu cesáreo y el militarismo alemán han sido aniquilados.
Pero
las nubes de los sueños se desvanecen finalmente y este Nuremberg de iniquidad
y de muerte, no será más que una horrible pesadilla. Y todas las gentes
honestas del mundo sabrán que la tierra prometida no tenía más consistencia que
una nube.
Este
libro de Bardeche, valiente, osado, ecuánime, profundamente generoso y lleno de
esperanza, nos sugiere la evocación del otro Nuremberg, el verdadero, la
antigua ciudad alemana edificada sobre la tierra firme e indestructible de la historia,
toda hecha con el espíritu y la sangre de generaciones :
¡Viejos
relojes de Nuremberg detenidos en la hora en que los mártires mueren!
El
tiempo de los hombres que fluye y pasa, inmóvil, se hace eterno.
Todo
alemán está mirando desde entonces el implacable horario fijo. Ciudad antigua
es Nuremberg: piedra y silencio, voz grave de campanas, bajo losas gastadas
viejos muertos; y
por
lo mismo, una pasión de ser y seguir siendo: identidad esencial.
En
Nuremberg, las horcas de los mártires. El futuro de Alemania está aquí:
presentimiento y certidumbre en cada corazón germano que Vivos en su muerte, los
jerarcas nazis de la infamante muerte, no murieron.
Y
sólo se oyen en medio del tráfico mercantil y del frívolo bullicio que
aparentemente llena las calles, loe pasos lentos, seguros y marciales de Jodl.
Las
fuerzas de ocupación traen modas nuevas de jóvenes pueblos ya seniles.
Y
en el viejo Nuremberg las voces de los muertos que no han muerto, con ardor de
juventud inextinguible, repiten su mensaje.
En
vano en las ciudades alemanas, discos rayados dejan oír una música epiléptica y
bárbara. En vano la neutra coca cola, el vodka ardiente y el whisky escocés
quieren desnazificar hasta los paladares. En vano los “Readers” llenan los “kioscos”.
Cada ciudadano lee nuevamente los “Discursos a la Nación Alemana”. Y no circula
el “Times” londinense porque el tiempo de este pueblo capaz de “una tácita
obstinación”, de una invencible obstinación, no es oro de esterlinas, sino
heroísmo, sabiduría y arte. En vano el ruso repite el A B C de Bujarín y el
yanqui los mandamientos burgueses de Franklin y el inglés la última humorada de
Churchill. Todo alemán está de pie escuchando las viriles palabras de los ahorcados
y en su corazón resuena como un salmo: “¡Ay, Alemania mía!”. Y se hunden como
una estocada en el corazón de los ocupantes occidentales la terrible profecía
de Streicher.
Sólo
la sangre redime y salva; la tierra de Alemania está regada por la sangre de
sus mártires que hará fructificar de nuevo la noble semilla de la vocación
cesárea y del sentido militar de la existencia que va a salvar a Europa desde
las horcas de la prisión de Nuremberg.
Y
ha de llegar un día en que se vaya a Nuremberg en busca de las horcas, desde la
hora inmóvil, pende de una lección de vida, nuble y alia; y se honre a los
héroes, salvadores de sus propios verdugos, “que en su morir consintieron” para
que Occidente pudiera vivir. ()
Jordán B. Genta.
Buenos Aires, enero de 1950.
Año del Libertador General San Martín.
EPIGRAFE
“Salomón contó a todos los extranjeros
que había en el país de Israel y cuyo
empadronamiento había sido hecho por David, su
padre. Encontró ciento cincuenta y tres mil
seiscientos. Y tomó setenta mil pura llevar
los fardos, ochenta mil para tallar las
piedras en la montaña y tres mil seiscientos
para vigilar y hacer trabajar al pueblo.”
SEGUNDO LIBRO DE LAS
Crónicas 2, 17—18.
N.
de la R.: Agradecemos a Daniel González Cespedes el habernos acercado este
trabajo.