El día
de la fecha, debería ser memoria
obligatoria para todo católico, y sobre todo para los católicos tucumanos, el
recordar y venerar la vida y obra de un hombre de Dios como pocos: Fray Mario
Petit de Murat, hombre completo y eminente, al decir del P. Castellani al
referirse a su persona.
Por esos
designios de la Providencia, hoy 8 de marzo podemos celebrar al P. Petit y su
obra, que es su legado espiritual. Y
podemos iluminar y disipar con la luz que resplandece de ellas, la obscuridad
de este mundo mundano, que precisamente
hoy nos impone celebrar la destrucción de la mujer y su dignidad, que
irónicamente se presenta como “conquista”, como “reivindicación de sus derechos”,
Un modelo de mujer emancipada de Dios, que se baja del pedestal que Dios le dio
en la creación, y desciende hasta los abismos de las bestias.
El P.
Petit en dos de sus muchos escritos: “El amanecer de los niños” y “El buen
amor” nos muestra la verdad sobre el hombre y la mujer: ni machismo ni
feminismo logran dar con la realidad, ofreciendo solo una imagen distorsionada
de nefastas consecuencias. El misterio
del hombre y la mujer debe ser visto desde el
Plan del Creador: ambos, complementarios el uno del otro, constituyen la
naturaleza humana. Así lo quiso Dios al principio, cuando “los hizo varón y
mujer”y les dio una misión “creced y multiplicaos”… ”(Gn 1,27-28),
No es mi
intención detenerme en este asunto, sino y sobre todo poner a disposición de
camaradas y amigos una breve semblanza de Fray Petit. Esta breve reseña es obra
de un discípulo suyo el Dr. Pascual Viejobueno, y está copiada de manera casi
textual a como aparece en una de las obras del Padre.
Espero
que este pequeño aporte sirva como un estímulo a algunos para conocer un poco
más acerca de este gigante hombre de Dios, que este suelo tuvo lo gracia de
acoger en su seno. Y al que lamentablemente muchos no recibieron, cumpliéndose
un poco la Escritura cuando dice: “Nadie es profeta en su tierra”(Mc 6,4).
Leonardo,
AMDG
Fray
Mario José Petit de Murat OP
Nació en 1908 en Buenos Aires, en el seno de
una familia que se caracterizó por el profundo sentido de la belleza y por la
estrecha y alegre convivencia del clan alrededor; principalmente de una madre
que tuvo como desvelada misión educar de manera interna las pasiones y el
espíritu de sus hijos.
Mario recibiría a fuego esa impronta, que
luego sería perfeccionada por la labor profunda, persistente y humilde de su
inteligencia.
En 1930, en la austera provincia de La Rioja,
donde fue a recuperarse de una enfermedad, Jesús, el Cristo, le atrajo para Si
con el Sermón de la Montaña. “Mi entrada a la Iglesia fue por las Sagradas
Escrituras”, confiesa.
A partir de allí, se planteó forjar su vida
como el artista una obra. Conocedor de que no nacemos hechos, configurados,
sino que la naturaleza humana es la más plástica del universo, acometió
pujantemente la talla de su propia personalidad, de terminar de darse forma
humana a sí mismo, en cuya tarea mostró un marcado espíritu de conquista de la
sabiduría.
A los 30 años de edad, después de madurar
serena y reflexivamente su vocación, ingresó en la Orden de los Predicadores,
realizando estudios en los conventos de San Maximino (Francia) y Salamanca
(España). Fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1946 en San Miguel de
Tucumán, donde se quedaría para siempre.
Por esa época escribe: “Señor, mándame la
muerte el día que me veas caer en la rutina, en desprecio de lo que me confías.
Sobre todo: el día que sea ladrón de almas. Si viniéndote a buscar las
aficionara a mí. Si hago mi mansión en la tierra”.
A partir de su ordenación comienza años de
intenso ministerio sacerdotal y arduos trabajos con la única finalidad de ganar
almas para Cristo. La predicación, la dirección espiritual, las horas largas en
el confesionario-porque sabía dar a cada penitente el tiempo que necesitaba-no
impide que se dedique con el mismo celo apostólico, al gobierno como subprior y
prior de los P.P dominicos en Tucumán en diversos periodos y a la docencia. En
este campo enseñó Teología, Metafísica, Psicología, Filosofía del Arte e
Historia del Arte, y fue uno de los principales propulsores de los “Cursos de
Filosofía Tomista”, y que fueron el antecedente académico del “Instituto
Universitario Santo Tomás de Aquino”, o sea, de lo que en la actualidad es la
“Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino”.
En los años 1959 y 1960 es enviado a Buenos
Aires como maestro de novicios y estudiantes de la Orden. Allá, en contacto
directo con hermanos y con religiosos del país y extranjeros de distintas ordenes e incluso del
clero secular, llega a palpar la disgregación y el individualismo de la vida
religiosa contemporánea (fruto amargo del veneno de la secularización de la
vida religiosa).
Vuelto a Tucumán y tras esa amarga
comprobación, decide profundizar en su vocación monástica inicial. Con esta
convicción dice: “Di lo que llevaba en el alma: el santo Evangelio y la
búsqueda de la perfección. El fruto que recogí fue que, cuando las aguas del
entusiasmo se asentaban, la gran mayoría de los que se habían acercado,
mostraban un fondo de piedras que no permitía crecer la semilla. La ciudad
impone muchos cuidados (vanidades); los cristianos inconscientemente se
contaminan y aficionan por cosas adversas a Cristo, las cuales impiden que la
gracia realice toda su obra de regeneración. Comprendí que esos obstáculos no
se quitan sólo con las palabras, sino con el ayuno y la oración. Y reapareció
aguda, la necesidad de equilibrar a Marta con María”.
Dotado de una notable capacidad intelectual
que supo desplegar en los ámbitos universitarios, fue sin embargo su desvelada
tarea sacerdotal, ya en la encendida predicación desde el pulpito, ya en la
paciencia misericordiosa del confesionario, la que haría de él una figura
imborrable para quienes lo conocieron.
Murió el 8 de marzo de 1972 a los sesenta y cuatro años cumplidos, atendiendo una capilla en el campo tucumano.
Así lo recordaba el P. Leonardo Castellani:
“Mucho siento la desaparición del P. Petit de Murat. Sus ensayos no me
consuelan, antes me desconsuelan al ver
lo que hemos perdido. En fin, él nos ayudará desde donde está. Tengo grandísimo
aprecio de ese hombre completo y eminente”.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
No puedo evitar las lágrimas leer la muerte de estos Santos. Si Dios quisiera mandarnos un Fray Petit, un Cura de Ars en cada diocesis, recemos por ello.
ResponderBorrarAnonimo, Dios nos manda a ser santos a nosotros. No esperemos de los demás lo que podemos dar nosotros.
ResponderBorrarHacerle honor a la muerte de Fray Petit es empezar a desarmar nuestra cultura burguesa, en la que vos y yo vivimos inmersos.
Disculpe, pero no me cuadran las matemática, si nació en 1908 y murió en 1972, debió morir a los 64 y no a los 62; por favor aclarar o corregir
ResponderBorrarEs como usted dice. Gracias por la observación.
BorrarCorregido.
Saludos en Cristo y María
Era hermano de Ulyses Petit de Murat, y ambos amigos de Jorge Luis Borges, con el que solia discutir amablemente sobre temas elevados.
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