A finales de los años
30, Europa estaba en ebullición. Alemania realizaba todos los intentos
diplomáticos posibles para tener buenas relaciones con Francia e Inglaterra,
buscando la neutralidad de estos países para poder atacar a la Unión Soviética,
país al que, con razón, los alemanes consideraban una amenaza para toda Europa.
Inglaterra y Francia se negaron a llegar a un acuerdo con Alemania. El pacto de
Munich fue sólo un espejismo, ya que tras el mismo, dichos países volvieron a
la beligerancia contra Alemania, sobre todos los ingleses, tras la llegada de
Churchill al poder.
Tras esta
decepción, los alemanes intentaron negociar con Polonia, para recuperar los
territorios que le habían sido robados a Alemania en el Tratado de Versalles,
en especial el corredor de Dantzig, que separaba a Prusia Oriental del resto de
Alemania. Los polacos podrían haber llegado a un acuerdo con los alemanes, de
no haber sido incitados por Francia, Inglaterra y Estados Unidos para que no lo
hicieran. Contando con el apoyo de estos países, el gobierno polaco pactó con
la URSS y empezó a hostigar a la minoría alemana que vivía en Polonia, que
culminó en la masacre de Bromberg, en la que los polacos mataron a miles de
alemanes que vivían en ese país (otra matanza olvidada por todo el mundo) A Alemania
no le quedó otra que pactar a su vez con la URSS y poco después se inició la
Segunda Guerra Mundial (los nazis y los comunistas fueron aliados desde el
verano del 39 hasta la primavera del 41, es un pequeño detalle que suelen
olvidar los comunistas y “antifascistas” de hoy).
Alemania invadió Polonia y, acto seguido, Inglaterra y
Francia le declararon la guerra. Pero tres semanas después, la URSS también
invadió Polonia ¡pero nadie declaró la guerra a la URSS! Durante esa invasión,
los soviéticos capturaron a miles de polacos llevándolos a varios campos de
concentración.
Los comunistas no
se fiaban de ellos, ya que muchos formaban parte de lo mejor de Polonia, no
sólo del ejército, sino también de la política y de la intelectualidad
nacionalista. Descabezar naciones y masacrar a la élite de cada país siempre ha
sido una práctica habitual en las dictaduras de izquierdas para “igualar” a la
población. En consecuencia e inspirados en lo que sus camaradas españoles
habían hecho menos de cuatro años antes en Paracuellos, los soviéticos
decidieron masacrar a los prisioneros polacos. En abril-mayo de 1940, fueron
sacándolos de los campos, llevándolos al bosque de Katyn, disparándoles un tiro
en la nuca a cada uno y enterrándolos en fosas comunes. Cifras iniciales
hablaron de 15.000 asesinados, aunque cifras posteriores llegan a los 22.000.
Cuando los alemanes llegaron en 1943 a aquella zona,
lugareños del lugar les hablaron de la matanza, por lo que comenzaron a
investigar, encontrando los cuerpos de 4.000 personas. Como no tenían tiempo de
investigar, al estar en plena guerra, llamaron a la Cruz Roja internacional
para que estudiara el asunto. Sus conclusiones fueron claras: los soviéticos
habían sido los responsables, e informaron del suceso a los gobiernos aliados.
¿Pero cuál fue la reacción de éstos? No sólo ocultaron la masacre sino que su
prensa culpó a los alemanes de haberla cometido, algo que no era cierto (si
bien los alemanes cometieron graves crímenes durante la guerra, también
condenables, por supuesto) El gobierno polaco en el exilio de Londres sabía
también lo que había pasado, pero los británicos le obligaron a cerrar la boca.
De esta forma, ingleses y americanos ocultaron el suceso, para que sus
ciudadanos no se preguntaran por qué sus gobiernos estaban dando armas, dinero
y apoyo a los autores de la masacre de Katyn, de la masacre de Vinnitsa
(Ucrania) donde mataron a 9.500 personas y otras matanzas masivas ocurridas en
los años 20 y 30.
No sólo eso, la
guerra acabó en 1945 y los ingleses y americanos no tuvieron problema alguno en
darle media Europa a Stalin en las conferencias de Yalta, Teherán y Postdam. En
esa media Europa, en una de las mayores traiciones de la historia, estaba
incluida Polonia, esa Polonia por cuya independencia empezó la guerra, pero al
acabar la misma, cincuenta millones de muertos después, perdió su independencia
siendo entregada a la URSS durante 45 años.
A partir de ese
momento Europa no levantó cabeza, pocos años después de la guerra desparecieron
los imperios británico y francés y dichos países empezaron a sufrir la
inmigración masiva del tercer mundo (curiosa “victoria”). Media Europa se
convirtió en un satélite de Estados Unidos y la otra media de la URSS. Nadie
quiso saber nunca nada de lo que había pasado en Katyn, ninguna Amnistía
Internacional y ningún juez Garzón se preocupó nunca del asunto, hasta que la
URSS se hundió y en los años 90 Rusia reconoció la autoría, cuando ya no le
interesaba a nadie, y hasta que llegaron los hermanos Kaczynski al poder en Polonia
y, aún así, parece que aquel suceso sigue siendo muy molesto de recordar para
muchos, ya que trastoca la versión idílica de la Segunda Guerra Mundial que
tiene la mayoría de la gente, de una guerra de “buenos contra malos” que acabó
con la victoria de “la libertad y de la democracia” cuando cualquiera que vea
un mapa de Europa y del mundo de antes y de después de la guerra comprende que
los vencedores de aquella guerra fueron los autores de la masacre de Katyn:
Stalin, el comunismo y, en menor medida, Estados Unidos.
La gran derrotada fue Europa, esa Europa que hoy en día
vuelve a enfrentarse a una situación crítica, (crisis económica, inmigración
masiva, islamización, hundimiento demográfico…) de la que sólo el ascenso de
las fuerzas identitarias nacionales logrará sacarla. De lo contrario, estamos
condenados a desaparecer como cultura y como civilización.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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