También se pregona con gran ardor la llamada libertad de
conciencia, que, tomada en sentido de ser lícito a cada uno, según le agrade,
dar o no dar culto a Dios, … Pero puede también tomarse en sentido de ser
lícito al hombre, según su conciencia, seguir en la sociedad la voluntad de
Dios y cumplir sus mandatos sin el menor impedimento. Esta libertad verdadera,
digna de los hijos de Dios, y que ampara con el mayor decoro a la dignidad de
la persona humana, está por encima de toda injusticia y violencia, y fue
deseada siempre y singularmente amada por la Iglesia. Este género de libertad
lo reivindicaron constantemente para sí los Apóstoles, lo confirmaron con sus
escritos los apologistas, lo consagraron con su sangre los mártires en número
crecidísimo.
Y con razón, porque esta libertad cristiana atestigua al
mismo tiempo el supremo y justísimo señorío de Dios sobre los hombres, y el
supremo y principal deber de los hombres hacia Dios. Nada tiene de común esta
libertad con el ánimo sedicioso y desobediente, y en nada deroga al respeto que
se debe a la autoridad pública: en tanto tiene ésta el derecho de mandar y
exigir obediencia en cuanto no disienta en cosa alguna de la potestad divina, y
se mantenga dentro del orden por ésta determinado; pero cuando se manda algo
que claramente discrepa de la voluntad divina, se sale ya de aquel orden, y se
va contra la voluntad divina: y entonces ya no es justo el obedecer.
Encíclica “Libertas” Sobre la libertad humana
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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