Primeramente he visto levantarse delante de mi
vista un espacio inmenso lleno de luz dentro de ese espacio de luz, muy arriba,
como un globo resplandeciente cual una sola, y en él sentí que estaba la unidad
de la Trinidad. Yo la llamo, en mí misma, la Armonía la Concordancia. Y vi
salir de allí virtud y poder, y de pronto aparecieron debajo del globo resplandeciente
coros luminosos, anillos círculos trabados entre sí, de espíritus
maravillosamente esplendorosos, fuertes, de admirable hermosura. Este Nuevo
mundo de resplandores se levantó y quedó como un sol de luz debajo de aquel otro
sol más levantado y primero.
Al principio estos coros de espíritus se movían
como impulsados por la fuerza del amor que provenía del sol más elevado.
De pronto he visto una parte de todos estos
coros permanecer inmóviles, mirándose a sí mismos, contemplando su propia
belleza. Concibieron contento propio; miraron toda la belleza en sí mismos; se
contemplaron a sí mismos; estaban en sí mismos.
Al principio estaban todos en más altas
esferas, moviéndose como fuera de sí mismos. Ahora, en una parte de ellos, permanecía
quieta, mirándose a sí misma. En el mismo momento he visto a toda esta parte de
los espíritus luminosos precipitarse y oscurecerse, y a los demás coros de
ángeles arremeter contra ellos y llenar sus claros. Los círculos quedaron entonces más reducidos. No he visto,
sin embargo que estos espíritus buenos salieron del circulo de cuadro general
para perseguirlos. Aquellos (los rebeldes) que quedaron silenciosos, abismados
en sí mismos, se precipitaron; y los que no se habían detenido en sí mismos
llenaron los vacíos de los caídos. Todo esto sucedió en un breve momento.
Cuando
estos espíritus cayeron he visto aparecer debajo un globo de tinieblas
cual si fuese el lugar de su nueva morada y supe que habían caído allí en forma
involuntaria e impaciente. El espacio que ahora encerraba, allí abajo, era mucho
más pequeño del que habían tenido arriba, de modo que me pareció que estaban
estrechados y angustiados, y no libres como antes.
Desde que siendo niña hube visto esta caída,
estaba yo temerosa día y noche de su acción maléfica y siempre pensé que debían
ellos dañar mucho en la tierra. Están siempre en torno a ella, bien que ellos
no tienen cuerpo. Ellos oscurecerían hasta la luz del sol, y los veríamos
siempre como sombras vagando delante de la luz. Esto sería insoportable para
nosotros.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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