A
raíz de nuestro artículo en donde transcribimos las enseñanzas de la Biblia en Eclesiástico sobre la educación de los hijos (ver
aquí), se me ocurrió hacer unos pequeños y
prácticos comentarios al respecto.
Me motivó publicar la sugerencia bíblica, el ver a la casi totalidad de los matrimonios católicos amigos, con
una impotencia casi absoluta para poner límites a sus hijos.
En
mis años de escuela primaria, difícilmente se veían faltas de respeto como las
que hoy se ven, y estoy hablando de los '80 y no de los años '30.
La
sola mirada amenazadora de una docente, nos hacía bajar la cabeza y los más
rebeldes se hacían acreedores de un tirón de oreja que la dejaba encendida por
el resto de la tarde, con el agravante de tener después que dar explicaciones
en la casa, y de contar lo sucedido, debíamos preparar la otra oreja para
emparejar el color de ambas y darle simetría estética a nuestra cabeza. Siempre
nuestros padres apoyando la pedagogía de nuestros maestros, situación que mucho
dista de la que hoy vivimos.
Los
niños son naturalmente desobedientes, porque es la manera en la que van
descubriendo los límites. Hoy se enseña en forma siempre “positiva” la
educación de los niños, esto es por ejemplo, en vez de decir: “NO arrojes el zapato contra los adornos”,
la psicología moderna aconseja decir: “si
lanzas tus zapatos hacía el aparador puedes romper los adornos que con tanto
sacrificio, tus padres que tanto te aman compraron”; si son cristianos
reemplazan lo último diciendo una estupidez mayor, esto es: “Diosito se pone triste”.
Explican
los solterones pedagogos que los niños tienen que escuchar durante su
crecimiento más síes (sí) que noes (no).
Empíricamente
se puede comprobar que ante estas medidas preventivas, los niños, primero miran
en forma maliciosa y acto seguido revolean el calzado mientras lanzan una feroz
carcajada, y al romperse la cristalería de la bisabuela del siglo XIX, los
padres se lamentan de la incapacidad intelectual del niño de 6 años para
entender la psicología moderna.
Ahora
me gustaría graficar un método mucho más efectivo, pero a la vez sujeto a las
más feroces y modernas críticas.
Una
mujer del campo viene trayendo una olla caliente con comida y su hija está
atravesada en la puerta por donde esta debe pasar. La señora le dice a su niña:
¿mabé?, (regionalismo utilizado para
significar, "¿haber?" o "permiso"); y ante la indiferencia de
la niña, la madre increpa nuevamente, esta vez en tono más alto: ¡MABÉ!, ante lo cual la niña continúa
impertérrita en sus actividades. Esta
madre campesina que nada sabe de Froid, Lacan o
del accionar de UNICEF, o de la UNESCO, con mucha calma, deja la olla en el suelo, y mientras
levanta a su hija de la prolija trenza que forma su cuidado peinado, le sacude
la cabeza con un chirlo (cachetada) a la voz de: “ti dicho que mabé, ¿entendí ahora lo que e' mabé” que sería algo así como: "te dije permiso, ¿comprendes ahora el significado de permiso?", acto seguido, su hija
sin llorar, aunque todavía sobándose la nuca, asiente con su cabeza, tratando
de acomodarse un poco el peinado que ahora parece el de Don King.
En
otra situación similar pero esta vez, en un hogar de clase media alta, para no
juzgar el ejemplo anterior como consecuencia de la escasez de cultura; un amigo
mío le advirtió a su hijo que no jugara a la pelota en el living-comedor. Se dio vuelta y seguimos conversando cuando sentimos el ruido de unas botellas de vino
de su bodeguita destrozarse contra el suelo. Con toda naturalidad y sin mostrar
enojo alguno, este padre pidió permiso, se levantó y acercándose a su hijo que
ya empezaba a cerrar los ojos encogiendo los hombros a modo de amortiguación, le
propinó tal cachetada, que bien pudo haber servido para tratamiento para la
pediculosis, porque no le debe haber quedado un solo piojo en su cabeza. Hasta me
pareció sentir el ruidito en su cabeza: "iiiiiiiiiii" de lo aturdido
que quedó. Volviendo en sí, el niño ante el requerimiento de su padre: “que se dice”, respondió: “perdón papá”, y recobrando el sentido
del equilibrio, volvió a jugar con mi hijo, no sin antes ayudar a levantar los
vidrios. Cuando regresó mi amigo, comentó: “así
hay que tratarlos a estos bichitos o se vuelven tiranos manipuladores”.
Me
quedé reflexionando sobre la elocuencia correctiva, y terminé concluyendo que
como decía mi abuela: "un cinturón te
puede ahorrar mucho dinero en psicólogos y da mejores resultados".
A esta verídica historia, le puedo agregar como corolario, que este niño hoy
tiene 18 años, juega la basquet en 2 divisiones, es un excelente estudiante y
al igual que mi hijo, es un adolescente muy sano a los que nunca se los sintió
decir una mala palabra (al menos delante nuestro)
Podrán
alegar brutalidad en los ejemplos puestos; podrán esgrimir en el primer caso
por tratarse de una mujer que es "violencia de género", sin embrago
las cosas cuando más simples y sencillas, MEJOR. Y a las pruebas nos remitimos.
Los
límites en los niños le dan seguridad, ya que al carecer de ellos son como un
rió sin cauce, se desbordan y se vuelven inseguros. El moderno masónico
eufemismo del espíritu libre, hace hombres viciosos, incapaces de dominarse a
sí mismos y hoy lamentablemente asistimos a una generación educada en el
desorden y la falta de límites.
Al
mundo no podemos cambiarlo, ni nos corresponde hacerlo, pero podemos y debemos
mejorar nuestro entorno, empezando por nuestros hijos.
Dios
nos concedió la tutela de los mismos y debemos esmerarnos para hacer de ellos buenos
cristianos y podamos finalmente compartir con ellos la vida eterna.
Cierto es que junto al castigo debemos siempre considerar, ser prudencialmente flexibles, demostrarles afecto y hacerles sentir nuestro orgullo por sus buenas obras, más cuidando siempre el equilibrio necesario para que entiendan que nuestro inmenso amor por ellos no nos hace amigos. Podemos ser compañeros de nuestros hijos pero siempre haciéndoles entender el concepto de autoridad, que va a hacer de ellos el día de mañana, hombres de bien, buenos padres de familia, grandes patriotas y celosos soldados de Cristo.
Cierto es que junto al castigo debemos siempre considerar, ser prudencialmente flexibles, demostrarles afecto y hacerles sentir nuestro orgullo por sus buenas obras, más cuidando siempre el equilibrio necesario para que entiendan que nuestro inmenso amor por ellos no nos hace amigos. Podemos ser compañeros de nuestros hijos pero siempre haciéndoles entender el concepto de autoridad, que va a hacer de ellos el día de mañana, hombres de bien, buenos padres de familia, grandes patriotas y celosos soldados de Cristo.
Trabajando
para que Cristo Reine.
Augusto
TorchSon
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San Juan Bautista
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