El
optimista no tiene ninguna motivación objetiva para serlo: no responde ni a
circunstancias favorables ni a ningún factor extramundano que pueda alejar las amenazas.
El optimismo es, eminentemente, una especie de dinamismo interior, una fuerza
propulsora que nos mantiene en marcha, pero, al mismo tiempo, está unido a una
especie de ceguera: no deja a la persona ver el carácter objetivo de una
situación, por lo que responde con optimismo, pero es optimista por principio,
y es precisamente esa disposición interior la que le impide ver el carácter objetivo
de una situación.
El
optimismo está tan arraigado en la inmanencia que es perfectamente posible imaginar
que una persona caracterizada por un optimismo innato caiga, de repente, en el
pozo oscuro de la desesperación en el mismo momento en que su reserva de optimismo
se le acaba, sufre un parón repentino e imprevisto.
Debemos
distinguir con claridad la esperanza y los buenos deseos, porque es muy fácil confundir
estas experiencias porque parecen muy similares. Obviamente, la gente te dirá:
esperar que tu amigo se recuperará de su enfermedad es equivalente a creer que
así sucederá, porque tú lo deseas, y este deseo cobra tanta fuerza que te lleva
a la convicción interior de que será así.
Por
supuesto un acto de esperanza que un acto de esperanza implica un deseo (si yo
tengo la esperanza de algo, necesariamente deseo que se realice); por supuesto que
la esperanza y los buenos deseos están caracterizados por un profundo
convencimiento de que algo sucederá, o de que una amenaza será rechazada, pero
estas semejanzas no deberían hacernos perder de vista las diferencias
esenciales que hay entre los dos tipos de experiencia.
En
el caso de los buenos deseos, su propio dinamismo me impide ver la realidad de
algunos hechos: realmente no los veo porque rehúso verlos, o imagino que algo existe porque quiero que
exista. En la esperanza, por el contrario, parece que se me concede una
especial claridad de visión respecto al dramatismo de una situación, y no me
hago ilusiones: veo con abrumadora claridad que, humanamente hablando, una
situación es desesperada y experimento toda la angustia inherente a ella; pero
me apoyo en un factor extramundano y así
rehúso ver la tragedia como la última palabra. Atravieso el círculo vicioso de
las causalidades inmanentes y doy el salto hasta un espacio en el que la
inmanencia queda superada.
Ahora
llegamos a un factor decisivo: metafísicamente hablando, todo acto de esperanza
está fundado en Dios. La verdadera esencia de la esperanza es “esperar en
alguien”. Cuando sufro por la vida de una persona amada, no solo me trasciendo
a mí mismo, sino a toda la realidad terrenal hasta llegar a Dios, infinitamente
misericordioso y omnipotente. Estoy convencido de que el bienestar de la
persona amada no me concierne solo a mí, sino que Dios cuida de ella, la ama
incluso más que yo. En realidad, tales momentos yo experimento mi amor como
participación en el infinito amor de Dios. A pesar de la desesperada oscuridad
que me circunda, me resisto a quedar encerrado en ella, a considerarla como la
realidad última. Precisamente, el hecho de que yo me encuentre en una situación
desesperada, de que debo esperar contra toda esperanza, lejos de convertirlo en
algo irracional, me obliga a trascender lo racional y abandonarme en la luz
cegadora de una realidad suprarracional en la que está fundada mi esperanza.
Así
pues, debería quedar claro que todo acto de esperanza es primordialmente una
respuesta a Dios, a su bondad infinita, a su omnipotencia, al hecho de que Dios
nos ama infinitamente. Todo “esperar que” algo ocurrirá presupone un “esperar
en alguien”.
…un
creyente pone el fundamento de su esperanza en Dios, y confiado en su bondad
absoluta, “espera que” la última palabra de la existencia humana sea la
alegría. El salmista lo expresa:”Domine
in te speravi; non confundar in aeternum” (Señor, esperé en ti, no sea yo confundido para siempre).
…Nuestro
esperar está fundado en el Dios vivo… Lejos de toda ilusión, el verdadero
cristiano mantiene sus ojos fijos en la realidad última, sobrenatural, que da a
todo el universo si sentido propio.
San
Pablo dice: “Sé en quién he creído”.
Nosotros podemos añadir: “Sé en quién espero”. Esperamos en Cristo, de quién
dice el prefacio de la Misa de difuntos: “En
Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección y así, aunque la certeza
de morir nos entristece, nos reconforta la promesa de la futura inmortalidad”
Actitudes
Morales Fundamentales – Ediciones Palabra 2003, Pags. 129 y siguientes.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Les han publicado esto en http://info-caotica.blogspot.com.ar/
ResponderBorrarMe alegra, Infocaótica es un blog al que sigo y respeto y el artículo de los Hildebrand es excelente. Mañana voy a publicar algo más de Dietrich Von Hildebrand.
BorrarSaludos en Cristo y María.