Ensalzar sus privilegios, como lo hace la Iglesia en su
liturgia
Para
agradecer bien el puesto único que Jesús quiso ocupar a su Madre en sus
misterios, y el amor que María nos tiene, hemos de tributarle el honor, el amor
y la confianza a que tiene derecho como Madre de Jesús y Madre nuestra.
¿Cómo
no amarla, si amamos a Nuestro Señor? -Si Cristo Jesús quiere, como ya os he
dicho, que amemos a todos los miembros de su cuerpo místico, ¿cómo no habríamos
de amar en primer lugar a la que le dio esa naturaleza humana, mediante la cual
llegó a ser nuestra cabeza, esa humanidad que le sirve de instrumento para
comunicarnos la gracia? No podemos poner en tela de juicio que el amor que
mostramos a María sea muy grato a Jesús. Si queremos de veras amar a Cristo, si
queremos que sea Él todo para nosotros, hemos de tener especialísimo amor a su
Madre.
Más,
¿cómo hemos de manifestarle ese nuestro amor? Jesús amó a su Madre, colmándola,
como Dios que es, de privilegios sublimes; nosotros mostramos nuestro amor
ensalzando esos privilegios.
Si
queremos ser gratos a Dios Nuestro Señor, admiremos las maravillas con que
amorosamente adornó el alma de su Madre; quiere Él que nos unamos a Ella para
rendir incesantemente gracias a la Santísima Trinidad, que glorifiquemos a la
Virgen por haber sido escogida entre todas las mujeres para dar al mundo un
Salvador. Así compartiremos los sentimientos que Jesús tuvo para con Aquella
a quien debe el ser Hijo del hombre. «Sí, la cantaremos con la Iglesia: tú
sola, sin igual, agradaste al Señor». [Sola sine exemplo placuisti Domino.
Antíf. del Benedictus del Oficio de la Santísima Virgen in Sabbato]; bendita
seas entre todas las criaturas; bendita porque creíste en la palabra divina y
porque en ti se han cumplido las promesas eternas.
Para
alentarnos en esta devoción, no tenemos más que mirar la conducta que sigue la
Iglesia. Ved cómo la Esposa de Cristo ha multiplicado aquí en la tierra sus
testimonios de honor a María, y cómo practica ese culto, especial por su
trascendencia sobre el de los demás Santos, que se llama hiperdulía [A todos
los santos les debemos homenaje de dulía, palabra griega que significa
servicio; la Madre del Verbo encarnado merece, a causa de su dignidad eminente,
homenajes enteramente particulares, lo que se expresa con la palabra
hyper-dulía].
La
Iglesia ha consagrado numerosas fiestas en honra de la Madre de Dios; durante
el ciclo litúrgico celebra su Inmaculada Concepción, su Natividad, su
Presentación en el Templo, la Anunciación, la Visitación, la Purificación, la
Asunción.
Mirad
también como, en cada uno de los principales tiempos del ciclo litúrgico,
dedica a la Virgen una «Antífona» especial, cuyo rezo impone a sus ministros al
fin de las horas canónicas. Habréis observado que en cada una de esas antífonas
la Iglesia se complace en recordar el privilegio de la maternidad divina,
fundamento de las de mas grandezas de María.-«Madre augusta del Redentor, cantamos
en Adviento y Navidad, engendraste, con asombro de la naturaleza, a tu mismo
Creador, Virgen al concebir, permaneces Virgen después del parto; Madre de
Dios, intercede por nosotros».
-Durante
la Cuaresma la saludamos como «la raíz de la que ha salido la flor, que es
Cristo, y como la puerta por donde la luz ha entrado en el mundo». En tiempo
Pascual brota de nuestros labios un himno de alegría, en el que felicitamos a
María por el triunfo de su Hijo, y renovamos otra vez el gozo que inundó a su
alma en la aurora de esa gloria: «Alégrate, Reina del cielo, porque ha resucitado
Aquel que llevaste en tus entrañas: sí, alégrate, ¡oh Virgen!, y llénate de
júbilo, porque Cristo, el Señor, ha salido en verdad triunfante y glorioso del
sepulcro». -Luego, de Pentecostés a Adviento, tiempo que simboliza el de
nuestra peregrinación en este mundo, la Salve Regina llena de confianza: «Madre
de misericordia, vida, esperanza nuestra, a ti suspiramos en este valle de lágrimas...
Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre...
Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las
promesas de Jesucristo». No hay, pues, día en que la voz de la Iglesia no
resuene alabando a María, ensalzando sus gracias y recordándole que, si es
Madre de Dios, nosotros somos también sus hijos.
Más
no es esto todo, no. Todos los días la Iglesia canta en Vísperas el Magníficat;
únese a la misma Santísima Virgen para alabar a Dios por sus bondades para con
la Madre de su Hijo.- Repitamos, pues, a menudo con ella y con la Iglesia: «Mi
alma, glorifica al Señor y mi espíritu estalla de gozo en el Dios Salvador mío,
porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava... En adelante, todos los
pueblos me llamarán bienaventurada, porque el Todopoderoso ha realizado en mí
cosas maravillosas». Al cantar esas palabras, ofrecemos a la beatísima Trinidad
un cántico de reconocimiento por los privilegios de María, como si esos
privilegios fuesen nuestros.
Tenemos
además el «Oficio Parvo» de la Santísima Virgen; tenemos el Rosario, tan grato
a María, porque la ensalzamos unida siempre a su Divino Hijo, repitiendo sin
cesar, con amor y cariño, el saludo del celestial mensajero el día de la
Encarnación: Ave, María, gratia plena. Es práctica excelente rezar cada día
devotamente el rosario, contemplando así a Cristo en sus misterios para unirnos
a Él, felicitando a la Santísima Virgen por haber sido tan íntimamente asociada
a ellos, y dando gracias a la Santísima Trinidad por los privilegios de María.
Y si cada día hemos dicho muchas veces a la Virgen: «Madre de Dios, ruega por
nosotros... ahora y en la hora de nuestra muerte», cuando llegue el instante en
que el “nunc” y el “hora mortis nostræ” sean un solo y el mismo momento,
estemos ciertos de que la Virgen no nos abandonará.- Tenemos además las
Letanías; tenemos el Angelus, mediante el cual renovamos en el corazón de María
el inefable gozo que hubo de experimentar en el momento de la Encarnación; hay,
por fin, otras muchas formas de devoción a María.
No
es menester cargarse con muchas «prácticas», hay que escoger algunas, y una vez
hecha la elección, ser fieles a ellas, ese obsequio diario tributado a su Madre
será también, no cabe duda, muy grato a Nuestro Señor.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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