jueves, 18 de julio de 2013

La traición del mason Roosvelt a su patria en Pearl Harbour - Por Walter Graziano

  La Segunda Guerra Mundial parecía haber llegado a su final en 1941, cuando Hitler obtuvo la rendición francesa, y, transitoriamente, Gran Bretaña se quedó como su única enemiga. Churchill y Roosevelt deseaban el ingreso de los Estados Unidos en la guerra, pero no poseían justificativo alguno. Además, la población norteamericana estaba en contra y ya desde 1936 Roosevelt exhibía como estandarte de campaña electoral su total oposición al ingreso norteamericano en la Segunda Guerra Mundial. Se necesitaba declarar la guerra al eje Berlín-Roma-Tokyo, que por un tratado tripartito se comprometía a considerar enemigo común a cualquier nación que atacara al menos una de las tres.

  Hitler no cayó en la trampa que hábilmente había tejido Roosevelt para que la Armada alemana hundiera un buque estadounidense cerca de las aguas de Islandia, pero los máximos esfuerzos del presidente norteamericano para que el Eje atacara a los Estados Unidos y matara unos cuantos miles de ciudadanos inocentes rindió frutos con Japón. El gobierno de ese país toleraba la ayuda norteamericana al general chino nacionalista Chiang Kaishek, quien estaba en guerra contra Japón, dado que sabían de la peligrosidad del ingreso de los norteamericanos en la  guerra, pues podrían dar vuelta la relación de fuerzas, y asegurar, tal como ocurrió, el triunfo aliado.

  Roosevelt tuvo entonces que redoblar esfuerzos: trasladó parte de la flota del Pacífico, que estaba segura en la costa oeste norteamericana, a la bahía de Pearl Harbour en Hawai, mucho más cerca de Japón. Los nipones soportaron la provocación, por lo que los esfuerzos de Roosevelt por lograr que lo atacaran tuvieron que redoblarse aún más. El presidente norteamericano ordenó entonces que algunas naves de guerra estadounidenses ingresaran en aguas muy próximas al Mar del Japón, lo que constituía un incuestionable acto de provocación. Sin embargo, tampoco esa vez los japoneses cambiaron su actitud. Si bien las relaciones entre los dos países eran muy tensas, no había motivo para el ingreso de los Estados Unidos en la guerra. Ya antes Roosevelt había sugerido a la Armada realizar un bloqueo comercial al Japón, cosa que en un principio no logró por la resistencia del almirantazgo. ¿Qué hizo entonces? Algo sencillo: ordenar la aplicación de un embargo petrolero y luego uno comercial total contra Japón.

  Como ese país no producía petróleo, rápidamente la situación se tornó insostenible. Ocurre que la economía moderna no funciona sin petróleo, y mucho menos en tiempos de guerra: ni los ejércitos ni las naves pueden moverse sin petróleo. El estrangulamiento energético al que había sido sometido Japón no tenía, en el mediano plazo, otra solución que la declaración de guerra, que llegó a Washington muchas horas antes del ataque a Pearl Harbour, del cual Roosevelt estaba también al tanto por fuentes diplomáticas.

  Nada hizo el presidente para evitar o al menos demorar el ataque japonés. Todo lo contrario, su intención había sido provocarlo. De esta manera, los buques estadounidenses más modernos fueron retirados de Hawai, y sólo se dejó una treintena de naves muy antiguas o averiadas y sus respectivas tripulaciones. En otro oscuro acto de traición a su propio país por parte del gobierno norteamericano, el comandante de la flota estadounidense en Pearl Harbour ni siquiera fue notificado por Roosevelt de que en solo cuestión de horas sería atacado por la aviación nipona, por lo que nada pudo prepararse adecuadamente y las bajas fueron muy fuertes cuando finalmente se produjo el ataque el 7 de diciembre de 1941: más de 2.000 norteamericanos murieron. En cuestión de días Roosevelt obtuvo el consenso interno que necesitaba para entrar en la guerra, y tras unas pocas semanas hubo acuerdo del Congreso para el inicio de las operaciones bélicas contra el eje Berlín-Roma-Tokyo.

  A la población norteamericana se le ocultó prolijamente toda esta información. Los medios de prensa, que ya desde mucho tiempo atrás eran los más importantes del mundo, nada dijeron al respecto. Sólo en los años cincuenta y sesenta comenzó a salir a flote la información, en forma fragmentada. La historia solamente fue contada tal como fue en libros alternativos o minoritarios de historia.

  Cada acto de traición del propio Roosevelt que se descubría seguía siendo minimizado u ocultado por la propia prensa, que intentaba seguir manteniendo la verdad amordazada.


  Como se ve, los ataques "terroristas" actuales tienen precedentes en actitudes mucho más antiguas de los propios gobiernos norteamericanos, que buscaban que su país fuera atacado a fin de encontrar un justificativo interno para emprender campañas bélicas con objetivos económicos favorables a su elite empresarial. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que hay una variante en los grandes ataques terroristas de este nuevo milenio con respecto a los hechos relacionados con Pearl Harbour. En la actualidad se ha dejado de guardar las mínimas apariencias, y da toda la impresión de que ya ni siquiera se busca un ataque enemigo para justificar la guerra. Ahora, directamente se manufactura, se crea de la nada al enemigo, como casi seguro ocurrió con Al Qaeda. Se trata de un enemigo "sintético", artificial, fabricado internamente.

Graziano, Walter Gustavo - Nadie vio Matrix.- 6º ed. - Buenos Aires: Planeta, 2010

Nacionalismo Católico San Juan Bautista

1 comentario:

  1. Si, es cierto, me entere de cierta especulación política, y pensé que fue muy posible dicha especulación, al igual que la famosa "revolución Francesa" fue orquestada por Inglaterra que odiaba a Francia desde tiempos inmemorables, al igual que el fracaso de la banca en USA fue manipulada por W.Churchill, y todo sigue igual, no cambios en el frente, ahora menos que nunca se sabe mas que nunca mas rápido todo....

    ResponderBorrar