Si hubiera de elegirse una característica del pueblo judío que pinte a éste de un solo trazo, esa tendría que ser -a nuestro juicio- su temporalismo; es decir, su tendencia a rebajar permanentemente lo eterno al nivel de lo temporal, espiritual al de lo material o sobrenatural al de lo natural, y lo religioso al del rito vaciado de sentido y al campo puramente social o político. Es por ello que esto pueblo, que llegó a hacer cosas extraordinarias por medio de la Fe, se transformó -a partir de la pérdida culpable de esta Virtud- en un pueblo materialista. El pasaje vétero-testamentario del becerro de oro (Ex. 32; 1-6) nos ofrece la imagen real de quienes, abandonando su Fe en el Único Dios Verdadero, depositaron todas sus esperanzas en el brillo deslumbrante del poder material. Esta exterioridad, unida a la soberbia, hizo de los judíos un pueblo inconverso (salvo en una pequeña minoría que abrió su corazón a la Gracia) lo que les valió los severos juicios y advertencias de Nuestro Señor Jesucristo y los Profetas:
"Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me
rinden culto, ya que enseñan doctrinas que sólo son preceptos de hombres".(Mt.
15;8-9 / ls.29; 13)
"¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros
blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundicia"(Mt. 23; 27)
"¡Ay
de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que
se os salude en las plazas". (Le. 11; 43)
"Vosotros
juzgáis según la carne
"Vosotros
sois de abajo.
Yo soy
de arriba.
Vosotros
sois de este mundo
Yo no
soy de este mundo.
Ya
os he dicho que moriréis en
Vuestros
pecados' (Jn. 8; 23*24)
El Antiguo y Nuevo
testamento están colmados de advertencias que, como las transcriptas, revelan
la resistencia del pueblo judío a pasar del mero hecho social, político o
ritual, a la realidad trascendente del Espíritu y del Mensaje Divino.
Los Evangelios muestran
a cada paso el rechazo de Jesús a las tentaciones del desierto en las que el
demonio pretende reducir la Potestad Divina de Cristo a un mero poder temporal;
tentaciones —todas ellas— de materialismo y soberbia, sobre las que Nuestro Señor
nos advierte: "No sólo de pan vive
el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". (Mt. 4;
4/Dt. 8; 3)
"Mi Reino no es
de este mundo..."(Jn. 18; 36)
El pueblo no quiso entender a Jesús. Sólo esperaba
la simple restauración temporal del reino de Israel y la liberación de los
romanos. No pasó del hambre de pan de trigo al hambre de pan de Vida. No vio a
la Tierra prometida más allá del suelo que pisaba. En una democrática elección
ante Pilatos, liberó a Barrabás y condenó a Jesucristo, y luego injurió al
Salvador camino del Calvario.
Desde entonces, más que
nunca, el judaísmo acentuó su exterioridad y su carácter de doctrina política
por la que se instruye a los hijos de Sión para conquistar el poder y construir
-como en la pretensión de la Torre de Babel— un paraíso en la Tierra. El
capitalismo y el marxismo muestran el rostro vivo y feroz de dos intentos de
instaurar la tierra prometida en este mundo, al margen de Dios.
Hoy, el demonio – a
través del progresismo- hostiga a la Iglesia con las tentaciones del desierto
que Cristo rechazó y el judaísmo aceptó.
No faltan en el seno de
nuestra Santa Madre Iglesia quienes pretenden convertir al cristianismo en una
simple doctrina político-social. Las llamadas "Teologías de la Liberación"
y su sostenedor: el "tercermundísmo", son la versión
"cristianizada" de la exterioridad judaica.
Los progresistas -
consciente o inconscientemente— libran una batalla sin tregua para conseguir la
secularización de la Doctrina, de los Sacramentos y de la Liturgia.
Del mismo modo como el demonio pretendió reducir la
Gloria de Cristo a vanagloria mundana y los judíos esperan del Mesías la
hegemonía política, así el progresismo lucha por transformar, frente a
los ojos de los fieles, la liberación de la muerte, del pecado y de la carne,
en liberación política; la Caridad en amor natural; la igualdad cristiana en
igualitarismo; la Paz de Cristo en la paz del mundo; la alabanza a Dios en
veneración del hombre; el Santo Sacrificio de la Misa en
asamblea del pueblo; la pobreza de espíritu en pobreza material, y la
Universalidad trascendente del Cristianismo
en universalismo absurdo, temporal y apátrida.
Culpablemente destacan
la Naturaleza Humana de Cristo omitiendo hablar de su Naturaleza Divina;
sobrevaloran la vida terrenal en desmedro de la Vida Eterna, el pan de trigo
con menoscabo de la Sagrada Eucaristía y los llamados "derechos del
hombre" en detrimento de los Derechos de Dios.
De mala fe tergiversan
los Evangelios para convertirlos —si fuera posible— en un manifiesto
político-social, y reducen la realidad trascendente de las profecías a su
sentido puramente histórico.
Hablan mucho de amor a
los pobres aunque los ayudan poco, pero sí inculcan el odio a los ricos porque
eso les vale ser saludados en las plazas públicas.
En definitiva, el
progresismo lleva el estigma del temporalismo judaico y masónico que pretende
proclamar la “religión del hombre” en contra de la Religión de Cristo.
Al igual que la
tentación del desierto, viene disfrazado de una falsa religiosidad, frente a la
cual conocemos ya la mejor respuesta: “Al Señor tu Dios adorarás, solo a Él
darás culto”.
REVISTA CABILDO 2da. Epoca – Año VIII – 1983 - N° 70 - Págs. 29-30.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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