En el pasado el hombre hablaba menos de vivir
su vida, y más acerca de salvar su alma. Pero en nuestra era el énfasis ha
variado de lo religioso y lo moral, a lo político y lo económico. La atracción
hacia el cielo ha decrecido. La única pesquisa de Dios ha sido substituida por
la doble pesquisa por el poder y la riqueza. El hombre moderno, aislado de Dios
y desarraigado del gran patrimonio espiritual de las edades, anhela satisfacer
el egoísmo de su mente mandando, y el erotismo de su cuerpo, gozando. De aquí
que el hombre de éxito en nuestros días es el hombre que tiene poder y el
hombre que tiene riqueza.
Pero marchando en sentido contrario a estos
ideales modernos hay una doble fuerza que busca destruirles: la fuerza de la
anarquía y la fuerza del Bolchevismo. La anarquía sostiene que todo poder es
injusto, y por ende quiere arrojar todos los gobiernos al polvo. El bolchevismo
sostiene que toda riqueza es injusta, y de aquí que quiera confiscar todas las
fortunas privadas para henchir los cofres del estado.
En el caso de estos dos extremos, el uno
glorificando el poder y la riqueza, y el otro condenándolos, la persona sincera
busca una solución cuerda. Se hace a sí misma preguntas como éstas: ¿Son el
poder y la riqueza absolutamente injustos? ¿Tiene razón el anarquista al
condenar todo poder, y el comunista en destruir toda riqueza?
Hay sólo un cartabón con el cual pueden
medirse estos ideales, y es por la vida y doctrina de aquel que se pasea por el
moderno escenario cuando el tiempo cambia su decorado de Nazaret a New York y
de Genesareth al Támesis.
La escondida vida de Nazaret es la respuesta
eterna al problema, y esa respuesta es que el poder y la riqueza son ambiciones
e ideales legítimos pero —y aquí Nuestro Señor rompe con el mundo moderno— pero
ningún hombre tiene derecho al poder hasta que haya aprendido primero a
obedecer, y ningún hombre tiene derecho a la riqueza hasta que primero haya
aprendido a ser despojado. Esta es la lección doble de Nazaret contenida en los
únicos dos hechos que conocemos acerca de sus años ocultos: primero, que El
estuvo sujeto a la obediencia de sus padres: y segundo, que Él fue un pobre
carpintero de aldea.
Primero, una palabra acerca del poder.
Nazaret no es una historia trillada acerca de la belleza de la esclavitud y de
la sujeción, como algunos enemigos del cristianismo podrían hacernos creer. Si
Nuestro Señor fuera meramente un niño humano sin ninguna prerrogativa divina,
entonces el taller del carpintero podía dar la lección de que el poder es injusto.
Pero la obediencia es apenas la mitad de la lección, de Nazaret. Nuestro Señor
fue obediente; fue un servidor; estuvo sujeto. ¡Pero fue más que eso! Fue un
poder que se hizo obediente, un amo que se hizo siervo, y un señor que no vino
para ser administrado sino para administrar.
Su poder en el orden humano alcanzó hacia
atrás cuarenta y dos generaciones hasta Abraham, y en el orden divino, hasta la
generación eterna en el seno del Padre Eterno; a su nacimiento su poder fue
saludado por las sinfonías arpégicas de los glorias angélicos; su poder a los
doce años confundió a los sabios doctores del templo cuando El aclaró para
ellos la sabiduría de un hijo en los negocios de su Padre Celestial; su poder a
los treinta hizo que las aguas inconscientes se sonrojaran convirtiéndose en
vino y al mar agitado entrara en calma; y su poder a los treinta y tres hizo
recordar a un Poncio Pilato que estaba a punto de ejercer su autoridad como
gobernador y soberano que el asiento real de su poder no estaba en Roma, sino
arriba en los cielos. No obstante, aquel que tuvo todo este poder y quien dijo
que a Él "es dado todo poder en los cielos y la tierra", pasó
prácticamente toda su vida en una aldea menospreciada y un valle sin
importancia, sin ningún refulgir de pompas y circunstancias exteriores, sujeto
a una Virgen y a un hombre justo, a quienes conocía antes que fueran, y quienes
después de haber sido hechos eran en realidad sus propios hijos. Esto no fue
más que una lección para el mundo que interpreta mal el poder, ya sea
glorificándolo, ya sea derribándolo; a saber, que ningún hombre tiene derecho a
mandar hasta que haya aprendido a servir, y ningún hombre tiene derecho a ser
amo, hasta que no haya aprendido a ser un siervo, y ningún hombre tiene derecho
al poder hasta que haya aprendido a obedecer.
Fulton J. Sheen - "El Eterno Galileo". Ed. Galle La Luna
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
excelente!!!
ResponderBorrarsaludos
Rudy