Cuando el 15 de julio de 1905, el Papa San
Pío X mandó publicar el Catecismo Mayor, quiso que fuera de uso obligatorio en
el corazón de la cristiandad.
En su apartado Breve noticia de la Historia Eclesiástica ,
encontramos algunos pasajes que ponen bien de manifiesto cuál es el carácter de
los herejes y cismáticos y cómo ha obrado siempre la Iglesia respecto a ellos,
y por lo tanto cuál debe ser el verdadero camino a seguir en el ecumenismo.
Paso a exponer algunos fragmentos de dicho
Catecismo Mayor: “Ya en los tiempos apostólicos había habido hombres perversos que, por
interés y ambición, turbaban y corrompían en el pueblo la pureza de la fe con
abominables errores. Opusiéronse a ellos los Apóstoles con la predicación, con
los escritos y con las infalibles sentencias del primer Concilio que celebraron
en Jerusalén”.
En el siglo V ya escribía San Vicente de
Lerins: “fue costumbre muy arraigada siempre en la Iglesia , que cuanto más
religioso era uno más pronto se mostraba en salir al encuentro de las nuevas
invenciones” (Commo. VI, 2). Es decir, que frente a los herejes que
corrompían la fe de los sencillos, los Apóstoles se opusieron defendiendo la Santa Fe con palabras,
escritos y condenas. Nada de diálogos con los “hermanos separados”.
“Desde entonces acá, no ha cesado el
espíritu de las tinieblas en sus ponzoñosos ataques contra la iglesia y las
divinas verdaderas de que es depositaria indefectible; y suscitando
constantemente nuevas herejías, ha ido atentando uno tras otro contra todos los
dogmas de la cristiana religión”.
El “espíritu
de las tinieblas”. Ese es el maléfico inductor de todas las herejías.
El Protestantismo o religión reformada, como
orgullosamente la llaman sus fundadores, “es el compendio de todas las herejías
que hubo antes de él, que ha habido después y que pueden aún nacer para la
ruina de las almas”.
¡Para ruina
de las almas, son las herejías!
“Con una lucha que dura sin tregua hace
veinte siglos, no ha cesado la Iglesia Católica de defender el depósito sagrado
de la verdad que Dios le ha encomendado y de amparar a los fieles contra la
ponzoña de las heréticas doctrinas”.
La Iglesia
desde siempre “lucha” no dialoga-, “defiende” –no entrega- el tesoro de la fe
que Dios le ha confiado, y protege a los fieles del veneno de los herejes.
“A imitación de los Apóstoles, siempre que lo
ha exigido la pública necesidad, la
Iglesia , congregada en Concilio ecuménico o general, ha
definido con toda claridad la verdad católica, la ha propuesto como dogma de fe
a sus hijos y ha arrojado de su seno a los herejes, lanzando contra ellos la
excomunión y condenando sus errores”.
Siempre en conformidad con los Santos Padres:
“Anatematizar
a aquellos que anuncian algo fuera de lo que ya ha sido una vez recibido, nunca
dejó de ser necesario; nunca deja de ser necesario; nunca dejará de ser
necesario” (S. Vicente de Lerins, Commo. IX, S)
“El
concilio que condenó el protestantismo fue el Sacrosanto Concilio de Trento,
denominado así por la ciudad donde se celebró. Herido con esta condenación, el
protestantismo (…) encierra un amontonamiento, el más monstruoso, de errores
privados e individuales, recoge todas las herejías y representa todas las
formas de rebelión contra la
Santa Iglesia Católica”.
Conclusión: Siguiendo el ejemplo de los
Apóstoles, la Iglesia
siempre a condenado las herejías y expulsando de su seno a los herejes. Nada de
diálogo, ni de “alabar la unidad en
la legítima diversidad” del falso ecumenismo, o confraternizar públicamente en
actos reprobables con los herejes.
El
verdadero ecumenismo, la verdadera caridad con los que están en el error, es
mostrarles la verdad plena, y rezar por ellos –no “con” ellos- para que se
conviertan a la verdadera fe, tal y como rezaba toda la santa Iglesia en la
sagrada liturgia del Viernes Santo:
“Oremos también por los herejes y cismáticos,
para que Dios nuestro Señor los saque de todos sus errores, y se digne
volverlos a la santa Madre Iglesia Católica y Apostólica”.
“Oremos también por los incrédulos judíos;
para que Dios nuestro Señor aparten el velo de sus corazones, y, ellos también
reconozcan a nuestro Señor Jesucristo”.
“Oremos
también por los paganos, para que Dios Omnipotente quite la perversidad de sus
corazones; y abandonando sus ídolos se conviertan al Dios vivo y verdadero y a
su único Hijo y Señor nuestro Jesucristo”.
CONVERSIÓN de judíos, mahometanos y paganos;
y RETORNO de herejes y cismáticos.
Esta
sí es nuestra fe de siempre; la fe de los apóstoles; la fe que nos gloriamos de
profesar.
¡Gloria y
adoración sólo a Ti,
Santísima
Trinidad único y verdadero Dios!
José Andrés Segura Espada, Revista “Tradición Católica” nº 209. Enero-Febrero 2007.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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