A propósito de su
artículo “Imágenes de un derecho”,
donde justifica el aborto en el marco de una
muestra en el Palais de Glace
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-226476-2013-08-11.html
“Poder abortar en mi
casa, con pastillas,
me hizo sentir
totalmente dueña de mí misma.
Una sensación de
libertad muy similar
a la que viví cuando
decidí ser madre”.
Por
Juan Carlos Monedero (h)
Da la casualidad de que las ideas no se
sostienen por sí mismas en el aire, ni por sí mismas se difunden: son como
flechas y balas que a nadie lastimarían si no hubiese quien las disparase. Es
por eso que tanto esta justificación ideológica del aborto –en manos de Mariana Carbajal, periodista de
Página/12– como su correspondiente réplica, cobran un carácter personal.
Necesariamente personal: se está metiendo con el más indefenso.
Se está metiendo con el niño por nacer. Esa
criatura frágil –pequeña pero maravillosa– que pretenden borrar. Símbolo de
toda pureza, página en blanco de la existencia, pura posibilidad, sólo promesa:
hoy estás en peligro de extinción.
Este peligro no tiene relación con enfermedad
alguna. No se trata de una peste o un virus. Es algo mucho peor: el egoísmo de
tu propia madre. Un egoísmo que luego se disfraza de razones; que se cubre de
eufemismos, que se presenta como arte cuando no es sino una triste parodia del
mismo, tal como está ocurriendo en estos momentos en la muestra del Palais de
Glace. Un egoísmo que encuentra en el ropaje ideológico feminista su
justificación teórica.
Contra eso, ¿qué antídoto podríamos ofrecer
sino el antídoto del amor? Una madre que ama no mata a su hijo. Una madre que
ama no se elige a sí misma primero. Una madre que ama no racionaliza la vida
que lleva en su vientre. Ama y punto. Y ese amor la lleva, si se deja llevar
por la mano del Buen Dios, a consecuencias hermosas y difíciles. ¿Y qué es lo
heroico, si no es la unión de lo hermoso y lo difícil?
Ser madre puede convertirse, hoy en día, en
un acto de heroísmo.
Para afirmar este heroísmo –tanto para ellas
como para nosotros mismos– escribimos estas líneas. Queremos apoyar pública,
clara y firmemente a todas las mujeres que en cualquier circunstancia llevan
adelante, con valentía y audacia, su embarazo. Un apoyo que no debe agotarse en
lo retórico sino traducirse en actos concretos.
Contrario a lo que suele pensarse, los
grandes amores exigen grandes repudios. Todo el que ama, repele lo que
contraría su amor. Por eso, a la par de manifestar nuestra admiración, apoyo y
respeto por las madres que llevan adelante su embarazo, repudiamos
enérgicamente todo egoísmo que –bajo cualquier pretexto– pretenda la
aniquilación del niño por nacer. Con el mismo énfasis con que afirmamos y
queremos lo heroico para las mujeres, deploramos a quienes ofrecen la cobarde
salida del aborto.
La Madre Teresa ha dicho: Si el aborto no
está mal, nada está mal. ¡Tenía razón esta santa mujer! ¿Qué código puede
quedar en pie si levantamos nuestro puño contra el niño por nacer? ¿Qué ley
merece ser respetada si violamos de manera infame ese «santuario» de la vida:
el vientre materno?
El
artículo de Mariana Carbajal
Como hemos dicho, hace unas dos semanas el
suelto de Mariana Carbajal difundió la noticia de esta muestra en el Palais de
Glace, eufemísticamente vinculada al arte. Digamos por lo pronto que se trata
de un falso arte: aquí no hay técnica, no hay belleza, no hay nada que
maraville la inteligencia ni nada que deleite la sensibilidad en la belleza.
Estamos, lisa y llanamente, ante la promoción de un homicidio; la puesta en escena
de una impostura. Han orquestado un sistema, una maquinaria de reblandecimiento
mental. Lo prueba las transcripciones de Carbajal, muestrario de conciencias
anestesiadas:
“Nunca sentí que mataba a un bebé, más bien, fue un gesto
de independencia”.
“Yo cuando me hacía el aborto era porque yo me quería
sacar eso…”.
“Nunca me arrepentí”.
Se está justificando un homicidio agravado
por el vínculo. Ese vínculo es la maternidad y ese homicidio es el aborto.
Justificación disfrazada con palabras elegantes, vistosos argumentos pero que
–por la Gracia de Dios– no ha llegado a confundirnos.
Mariana Carbajal habla de interrupción del
embarazo. “El aborto interrumpe”, dice. ¡Falso! El aborto no interrumpe, el
aborto destruye. Lo que se interrumpe puede volver a recomenzar. Cuando se
interrumpe algo, queda suspendido pero con la posibilidad de continuar más
adelante. Nada de esto pasa en el aborto: la vida que destruimos no es
recuperable. No hay vuelta de hoja. Sin embargo, verán cómo se repite esta
palabrita en su artículo.
Mariana Carbajal habla de derechos: “el
derecho al aborto”. ¿Cómo puede ser un derecho acabar con la vida de tu propio
hijo, única e irrepetible? Por eso es que no se trata de limitarlo o
extenderlo: se trata de que el aborto no es un derecho. En ningún sentido.
Mariana Carbajal habla de libertad: “La
primera foto que llama la atención es la de una espalda desnuda con la palabra
‘libertad’”, nos dice. La desdichada Camila Sánchez, coordinadora de este
“taller”, cree poder engañarnos –y engañarse– diciendo: “Elegí esa palabra
porque quería reafirmar que una tiene que ser libre para poder ser dueña de
decidir sobre su cuerpo”.
Enmudezcamos a esta mujer: ¿Tu cuerpo? ¿No te
das cuenta que no es tuyo? ¿Y no te das cuenta, Camila, de que –aunque fuese
tuyo, que no lo es– tampoco tendrías derecho a hacer lo que quieras? Si fuese
así, tendrías derecho a suicidarte. Pero si no tenés derecho a eliminar tu
propia vida, ¿cómo vas a tener derecho a eliminar la de tu hijo? ¿No te das
cuenta, Camila, que tenés una concepción capitalista del cuerpo? ¿Cómo no
advertís que tu planteo no es otra cosa que la cobertura del egoísmo? ¿Y cómo
puede hacernos libres el egoísmo, que nos vuelve ciegos para con los demás?
¿Cómo seremos libres si no amamos ni siquiera a ese pequeño ser –hueso de mis
huesos, carne de mi carne–, independientemente de cómo haya venido a la
existencia? ¿Se puede ser libre, estando ciego por el odio?
Mariana Carbajal habla de 12 semanas. “Hasta
las doce semanas, el aborto es una alternativa”, nos quieren hacer creer. ¿Cómo
una cosa puede ser una alternativa y, al minuto siguiente, un asesinato? 12
semanas son 3 meses. 3 meses son 90 días. ¿Lleva durante 90 días la mujer algo
distinto, acaso, a lo que lleva 60 segundos después?
Mariana Carbajal habla de aborto quirúrgico,
de medicamentos, de médicos, de pastillas, de servicios de salud, de clínicas,
de hospitales, de guardias de hospital, etc. Todas palabras vinculadas a la
ciencia médica. Pero cuidado: su utilización pretende hacernos creer que cuando
hablamos de aborto, hablamos de una práctica relacionada con la salud o con la
enfermedad. Totalmente falso: ni el embarazo ni el niño por nacer son una
enfermedad. ¿Cómo pueden correr las palabras terapia o cirugía, cuando hay una
persona en juego? Estamos hablando de vida, ¡no de un virus!
Digámoslo con todas las letras: el aborto NO
ES una práctica médica. El aborto es una práctica que realizan algunos médicos.
Y no todos. Lo cual es muy distinto. ¿Y qué médicos la realizan? Aquellos que
violan su juramento. Como los desdichados Germán Cardoso y Gabriela Lucchetti
–cirujano y médica respectivamente–, quienes se prestaron para el circo del
aborto en el artículo de Página/12. El médico está para proteger la vida, no
para destruirla.
El colmo del engaño de Mariana Carbajal está
hacia el final de su artículo. Es ahí donde presenta su afirmación más tramposa
y, por lo mismo, más repugnante. Una de estas desdichadas mujeres presta su voz
para que Babel hable en ella. Y entonces Babel vomita lo que sigue:
“Supe que nuevamente estaba embarazada, el día siguiente
a que mi hija cumpliera 10 años. Yo tenía en aquel momento 33 años y dos hijos.
Poder abortar en mi casa, con pastillas, me hizo sentir totalmente dueña de mí
misma. Una sensación de libertad muy similar a la que viví cuando decidí ser
madre”.
Este es, exactamente, el núcleo del error.
Pretenden hacernos creer que abortar es una decisión equivalente a continuar el
embarazo. Pretenden hacernos creer que ser madre de un hijo vivo es lo mismo
que ser madre de un hijo muerto. ¡Pretenden igualar lo desigual, el amor con el
odio, el sacrificio con el egoísmo! Apenas puede concebirse semejante violencia
mental sin que nuestras entrañas mismas se vean conmovidas.
A todas estas mentiras y falsos argumentos –y
a las que pudiesen venir– opongámosle la palabra. La palabra veraz, una palabra
que –si la embebemos en el cántaro de la Verdad– se convertirá en luz. Tal
palabra, capaz de irradiar, es vida: vida de la inteligencia y vida del
espíritu. La palabra del engaño –por el contrario– sólo nos lleva a la
putrefacción y a la muerte.
Si callamos, pecaremos por cobardía: el
silencio es contra el Verbo, decía el Padre Julio Meinvielle. No subestimemos
el poder de la palabra ni la capacidad de afirmar: aunque sea una afirmación en
soledad, un grito sin eco, cada verdad que afirmemos hace retroceder al reino
de la mentira. La palabra veraz es como un hechizo. Es un conjuro. Y cuando el
hombre la afirma, los demonios huyen. Es la hora de la palabra y es la hora de
la Verdad.
No es hombre quien no ama la verdad. Y amar
la verdad es amarla sobre todas las cosas, porque sabemos que la verdad es Dios
mismo.
Volvamos entonces a nuestras ocupaciones con
esa divisa: afirmar la Verdad. La verdad sobre la vida, el amor, el niño por
nacer, el aborto. Afirmar estas verdades para que las mentiras retrocedan. Y
así, respirar el aire puro y limpio que nos da esa libertad en la verdad,
propia de los hijos de Dios. Que Nuestra Santa Madre, que cobijó en su seno al
Niño Dios, nos acompañe en esta empresa.
Lunes
26 de agosto de 2013
Nacionalismo Católico
San Juan Bautista
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