…La
argumentación de los que se empeñan en
probarnos que la humanidad durará todavía millones de siglos, es más o menos
así:
Tres etapas ha habido en la creación: evolución
inorgánica (formación del universo y de la tierra); evolución
orgánica (desarrollo de todas las formas de la vida vegetal y animal); evolución
racional (desarrollo y cultura de la humanidad).
La evolución inorgánica, desde la
nebulosa hasta el estado actual del universo, ha insumido millones de siglos.
La evolución
orgánica,
desde la aparición de la vida, aunque más acelerada, ha durado también muchísimo
tiempo, tal vez miles de siglos.
La evolución
superogánica o racional, desde el hombre de las cavernas hasta el hombre de los
rascacielos, ha durado menos todavía. La mayoría de los expositores clásicos piensan
que desde Adán hasta Cristo, corrieron 4.000 años, es decir, cuarenta siglos
antes de la redención. Y sobre esto algunos hacen el siguiente argumento: si el
hombre irredento vivió 40 siglos ¿el hombre redimido no vivirá más de 20, con
los cuales se cumplirían los 6.000 años en que llegará el fin?
Dios, que se mueve en la eternidad y que ha
concedido millones de años a la evolución de las otras formas de la energía o de
la vida, ¿solo sería mezquino para los hombres redimidos por la sangre de su
hijo?
¿Quién puede creer, ni desear, que el mundo
concluya antes de que Cristo haya puesto a toda la humanidad a los pies de su
Padre, conforme lo anuncia San Pablo? Una de las señales del fin será según
N.S. Jesucristo, la predicación del Evangelio en todo el mundo (Mat, XXIV, 14),
de manera que mientras eso no ocurra, aquel acontecimiento distará mucho.
Esta argumentación es más aparatosa que firme.
Por de pronto, con los actuales medios de
comunicación no se necesitan millones de años para que el Evangelio sea “predicado”
en todas las regiones.
El Señor no ha dicho “aceptado” o “creído”,
sino “predicado”.
Unos lo acatarán otros lo rechazarán; pero todos habrán oído la buena palabra,
y solamente a su terquedad, no a su ignorancia, podrá imputarse su
incredulidad.
No olvidemos, sin embargo, que el deseo de
que el Señor en su Segunda venida encuentre convertida a toda la humanidad, no
es probable que se cumpla, aún descontando la conversión de los judíos, que
forman solo una pequeña fracción de los habitantes de la tierra.
Por más que su Evangelio haya sido predicado
en todo el mundo, Cristo encontrará todavía innumerables incrédulos, infinitos
adoradores del Demonio, en sus diversos cultos y legiones de apóstatas.
Tal sería la inteligencia de la melancólica
pregunta de Jesús a sus discípulos: “Cuando viniere el Hijo del Hombre ¿pensáis
que hallará fe en la tierra?” (Luc, XVIII, 8).
La situación religiosa del mundo en los
últimos tiempos, está pintada con una sola palabra por San Pablo, discesio
(2 Tesal, II, 3) Esto es: la gran apostasía.
En otro aspecto de la argumentación, la
mezquindad que supone en Dios el que habiendo concedido millones de años a la
evolución inorgánica y orgánica, conceda tan poco tiempo a la evolución racional,
no tiene fuerza mayor.
Nada prueba que la humanidad progresará en el
sentido de la piedad, y que dentro de un millón de años habrá en el mundo más
religión que ahora: la experiencia parece demostrarnos lo contrario; y los
textos evangélicos lo confirman.
No sería pues, mezquindad sino providencia el
que Dios acortara los plazos; y así lo dice el Evangelio refiriéndose a la
impiedad general de las últimas épocas: “Si no fuesen abreviados aquellos días,
ninguna carne sería salva, mas por los escogidos aquellos días serán
abreviados.” (Mat, XXIV, 2).
Si el universo inorgánico necesitó para su
evolución millones de años; y el orgánico largo tiempos también, no es
mezquindad sino bondad el que Dios haya concedido tal vigor al hombre, que la evolución
superorgánica o racional pueda alcanzar su perfección en cortísimo tiempo.
La misericordia consiste en apresurar los
tiempos para entregarle su herencia divina, la paz que Cristo traerá en su
segunda venida a este mundo envejecido según lo llama San Gregorio Magno.
El fin del mundo marcará el comienzo de su
renovación. “He aquí que yo renovaré todas las cosas”. (Apoc, XXI, 5).
No será pues un fin sino un renacimiento. Los
2.000 años después de Cristo no pueden ser sino el preámbulo del Milenio, o sea
el reinado espiritual de Cristo, después de su venida segunda, en gloria y
majestad sobre la tierra.
“Enseguida será el fin: cuando hubiere
entregado su reino a su Dios y Padre y destruido todo Imperio y toda potencia y
toda dominación. Entretanto debe reinar hasta poner todos los enemigos debajo
de sus pies. Y la muerte será el último enemigo destruido” (1 Cor, XV,
24-26).
HUGO WAST. “El sexto
sello” Bs.As. Editores de Hugo Wast 1941 -Pags, 48 a 55.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
"Entretanto debe reinar hasta poner todos los enemigos debajo de sus pies. Y la muerte será el último enemigo destruido” (1 Cor, XV, 24-26)."
ResponderBorrarNos queda la esperanza, don Augusto. La esperanza en Él. Mientras tanto, la defensa de Su Verdad, ante la vergüenza que estamos padeciendo.
Un saludo, amigo.
El mensaje esjatológico es esperanzador, nos vamos a liberar de la esclavitud del pecado (si perseveramos).
BorrarQuienes lo ven como algo terrorífico es porque tienen demasiado apego a lo mundano, sentimiento lamentablemente promovido hoy por la cúspide de la jerarquía eclesiástica.
Después de un receso por las conferencias que auspiciamos, vamos a subirlas para
traer un poco de luz con estos valientes sacerdotes, soldados de Cristo.
Saludos en Cristo y María
La Parusía no es el fin del mundo. Entre ambos acontecimientos hay un período de tiempo incalculable.
ResponderBorrarEn Apocalipsis 19,20 Jesucristo apresa a ambas bestias: el anticristo y el falso profeta y los arroja en el lago de fuego y azufre. Esto quiere decir que tras el reinado del anticristo vuelve Cristo con todos sus ejércitos de ángeles, comenzando un tiempo de paz, solamente para los que obedezcan a Dios. 1ª Corintios 15,51.
Pasados miles de años será el fin del mundo y juicio final. Apocalipsis 20, 21 y 22.
Eso es milenarismo. No es el fin del mundo la Parusía pero tampoco un reino terreno cuya cabeza es Cristo físicamente.
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