El sentido de la crítica planteada contra el
sacerdocio histórico de la Iglesia (que es el sacerdocio como tal) consiste en
desconocer las esencias y reconducirlo todo a funciones de naturaleza puramente
humana. El dogma católico atribuye al sacerdote una diferencia con el laico no
solo funcional, sino esencial y ontológica, debida al carácter impreso en el
alma por el sacramento del orden. La nueva teología, sin embargo, reavivando
antiguas pretensiones heréticas que confluyeron después en la abolición
luterana del sacerdocio, oculta la distancia existente entre el sacerdocio
universal de los fieles bautizados, y el sacerdocio sacramental que solamente
pertenece a los sacerdotes.
Por el bautismo el hombre es agregado al
Cuerpo Místico de Cristo y consagrado al culto divino mediante una participación
en el sacerdocio de
Cristo,
único que prestó a Dios el debido culto en modo perfectísimo. Pero además del carácter
bautismal, el sacerdote recibe en la ordenación un ulterior carácter que es
como la reimpresión del primero. Gracias a la ordenación se hace capaz de actos
in
persona Christi de los cuales los laicos son incapaces; los principales
son la presencia eucarística y la absolución de los pecados. La tendencia de la
nueva teología consiste en disolver el segundo sacerdocio en el primero y
reducir al sacerdote al estatuto común del cristiano. Según los innovadores, el
sacerdote tiene una función especial, como la tiene todo cristiano en la
diversificada comunidad de la Iglesia.
Esta función especial es conferida al
sacerdote por la comunidad y no implica ninguna diferencia ontológica respecto
al laico, ni el ministerio debe ser considerado como algo superior (Centro Informazione Documentazione Sociale,
1969, p. 488). La dignidad del sacerdote consiste en haber sido bautizado como
cualquier otro cristiano (Centro
Informazione Documentazione Sociale, 1969, p. 227). Se niega así la distinción
entre las esencias, rechazando el sacerdocio sacramental y haciendo del cuerpo
de la Iglesia (orgánico y diferenciado) un cuerpo homogéneo y uniforme…
Crítica del adagio “el sacerdote es un hombre como los demás”
La confusión teológica se ha convertido en un
lugar común de la opinión popular, en parte causa y en parte efecto de la
doctrina de algunos autores muy difundidos. Según esta opinión, el sacerdote es
un hombre como los demás. La afirmación es superficial y falsa, tanto en
sentido teológico como en sentido histórico. En sentido teológico, porque va
contra el dogma del sacramento del orden, que unos cristianos reciben y otros
no, quedando así diferenciados ontológica y, por tanto, funcionalmente.
En sentido histórico, porque en la comunidad
civil los hombres no son iguales, salvo en la esencia: y eso cuando es
contemplada en abstracto y no en concreto, donde se encuentra diferenciada.
Decir que el sacerdote es un hombre como todos los demás (no sacerdotes) es aún
más falso que decir que el médico es un hombre como todos los demás (no médicos):
no es un hombre como todos los demás, es un hombre-sacerdote. No todo el mundo
es sacerdote, como no todo el mundo es médico. Basta pensar en el
comportamiento de la gente para darse cuenta de que todo el mundo diferencia
entre un médico y quien no lo es, o entre un sacerdote y quien no lo es. En
unos apuros llaman al médico, en otros al sacerdote. Los innovadores, fijándose
en la identidad abstracta de la naturaleza humana, rechazan el carácter
sobrenaturalmente especial introducido por el sacerdocio en la especie humana,
merced al cual el sacerdote está separado: Segregate mihi Saulum et Barnabam
(Separadme a Bernabé y Saulo) (Hech. 13, 2).
De este error descienden los corolarios prácticos
más comunes: el sacerdote debe hoy día aplicarse al trabajo manual, porque sólo
en el trabajo puede cumplir su propio destino individual y además tomar
conciencia de la realidad humana en la que leer los designios de Dios sobre el
mundo. Se considera así al trabajo como fin del hombre o condición sine
qua non de dicho fin, situando la contemplación y el padecimiento por
debajo de la productividad utilitaria. Por otra parte, siendo el sacerdote un
hombre como los demás, reivindicara el derecho al matrimonio, a la libertad en
la forma de vestirse, y a la participación activa en las luchas sociales y políticas;
y así se adherirá a la lucha revolucionaria, que convierte en un enemigo contra
el cual luchar a quien, aunque sea una persona injusta, es un hermano.
Resulta infundado lamentarse porque el
sacerdote esté segregado del mundo.
En primer lugar, porque está separado, como
Cristo separó a sus apóstoles, precisamente para ser enviado al mundo. Y el
plus introducido por la ordenación sacramental en el hombre separado era hasta
tiempos recientes tan notorio para todos que hasta las expresiones populares en
lengua vernácula lo atestiguan: distinguen al hombre-sacerdote de su
sacerdocio, y evitan ofender al sacerdote incluso cuando quieren ofender al
hombre, sabiendo diferenciar al hombre de su hábito (tomado como signo del
sacerdocio) y de lo que él administra: lo
sagrado.
En segundo lugar, la separación del clero
respecto al mundo en el sentido lamentado por los innovadores no encuentra ningún
apoyo en la historia.
Tanto el clero llamado secular como el regular están
separados del mundo, pero en el mundo. Y para probar victoriosamente que aquélla
separación del mundo no convierte al clero en algo extraño a éste, basta el
hecho de que el mismo clero regular (el más separado del siglo: el hombre del
claustro) es quien más potentemente difundió no sólo la influencia religiosa,
sino también la influencia civil en el mundo.
Informó la civilización durante siglos; o más
bien la hizo nacer, habiendo originado en su seno las formas de la cultura y de
la vida civil, desde la agricultura a la poesía, desde la arquitectura a la filosofía,
desde la música a la teología.
Retomando una imagen de la que suele abusarse
y colocándola en su significado legítimo, diremos que el clero es el fermento que
hace germinar la pasta, pero sin convertirse en ella. También, según
los químicos, los enzimas contienen un principio antagonista de la sustancia
que hacen fermentar.
Romano Amerio
"IOTA UNUM" 1985.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
La infalibilidad se mantiene. Afirmo que las conclusiones que sacan los administradores de "Sanguis et Aqua" (quienes publican estos videos en Youtube) sobre que la Santa Iglesia llegó hasta S.S. Benedicto XVI no tienen fundamento magisterial... estamos sufriendo errores groseros, pero tampoco para hecer un tipo "Fraternidad Sacerdotal de Benedicto XVI"
ResponderBorrarEscuché lo que plantea esta gente de "Sanguis et Aqua" y no creo que cuestionen la infalibilidad. No pasa por ahí su cuestionamiento. Puede ser opinable pero no se refiere a eso.
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