Un Mensaje en Estado Líquido
Pietro De Marco
Prof.
de Sociología de la Religión en la Universidad de Florencia y en la Facultad de
Teología de Italia Central.
En
conciencia tengo que romper con el coro cortesano, que componen los nombres de
todos los laicos y el clero por demás conocidos, que cada mes acompaña las
intervenciones públicas del Papa Jorge Mario Bergoglio, para informar sólo
acerca de algunos de los lugares comunes en que cae su discurso.
Nadie
está exento, en la conversación diaria del ámbito privado y entre casa, de
incurrir en aproximaciones y exageraciones, pero no hay nadie que tenga la
responsabilidad de hablar frente a muchos -por ejemplo el que enseña- que deje
de adoptar en público otro estilo y trate de evitar la improvisación.
Ahora,
sin embargo, leemos de un Papa que exclama: "¿Quién soy yo para
juzgar?", como se puede decir enfáticamente en la mesa o incluso
predicando unos ejercicios espirituales. Pero frente a la prensa y al mundo un
"¿Quién soy yo para juzgar?" dicho por un Papa entra en discordancia
con la historia entera y la naturaleza profunda de la función de Pedro,
provocando además la desagradable sensación de una salida irreflexiva. Dado que
el Papa Francisco tiene ciertamente conciencia de sus poderes como Papa, es
-fuese lo que fuese lo que quería decir- un gran error comunicacional.
Hemos
leído después en la entrevista de "La Civiltá Cattolica" la frase:
"La ingerencia espiritual en la vida personal no es posible", que
parece igualar bajo la figura liberal-libertaria de la "ingerencia",
tanto el juicio teológico y moral, cuanto la evaluación pública de la Iglesia,
en los casos que se hace necesaria, e incluso la solicitud de un confesor o
director espiritual para señalar, prevenir, sancionar las conductas
intrínsecamente malas.
Bergoglio
adopta aquí inconscientemente un típico cliché de la posmodernidad, según la
cual la decisión individual es, como tal, siempre buena o al menos siempre
dotada de valor, en cuanto personal y libre como ingenuamente se piensa que es
siempre.
Esta
tergiversación se encubre, no sólo en Bergoglio, a partir de consideraciones
relativas acerca de la sinceridad y el arrepentimiento de la persona, como si
la sinceridad y arrepentimiento cambiaran la naturaleza del pecado y
prohibieran a la Iglesia llamarlo por su nombre. Además, es muy dudoso que sea
misericordia el guardar silencio y no objetar lo que todos hacen por el hecho
de que lo hacen libre y sinceramente: siempre hemos sabido que esclarecer, no
ocultar, la naturaleza de una conducta de pecado es un acto eminente de
misericordia, porque permite al pecador el discernimiento sobre sí y su propio
estado según la ley y el amor de Dios. Que hasta un Papa parezca confundir de
hecho la primacía de la conciencia con una especie, de hecho, de inmunidad
frente al juicio de la Iglesia es un peligro en el ejercicio del magisterio que
no puede ser subestimado.
Luego,
ayer, en "la República" del 1 de octubre, hemos leído afirmaciones
demasiado riesgosas. Nos enteramos de que "el proselitismo es un disparate
solemne, no tiene sentido", como respuesta a la cuestión de intentar
convertir a alguien propuesta con cierta ironía por Eugenio Scalfari. Procurar
la conversión del otro no es un "disparate"; si bien puede hacerse de
manera tonta, o de manera sublime como lo han hecho muchos santos. Recuerdo que
los cónyuges Jacques y Raïssa Maritain, también ellos convertidos, deseaban y
procuraban ardorosamente el regreso a la fe de sus grandes amigos.
Luego
leemos que, en respuesta a la objeción relativista de Scalfari acerca de:
"Si hay una única visión de lo que es el Bien, ¿quién la establece?",
el Papa concede que "cada uno de nosotros tiene su propia visión de lo que
es bueno" y "que nosotros debemos incitarlo a avanzar hacia lo que él
piensa que es bueno".
Ahora
bien, razonando, si todo el mundo tiene "una propia visión de lo
bueno" que debe realizar, tales visiones no pueden sino ser muy diferentes
y entrar en contraste y en conflicto con frecuencia mortal, como lo registra la
crónica y lo demuestra la historia. Incitar a proceder de acuerdo con la visión
personal de lo bueno es en realidad incitar a la guerra de todos contra todos,
a una lucha feroz, porque no está dirigida a lograr "el Bien", sino a
lo útil o a algún otro bien contingente. Es por esto que las visiones
particulares -incluso las dirigidas por las intenciones más sinceras- deben ser
regidas por un soberano, o modernamente por las leyes soberanas, o finalmente
por la ley de Cristo, que no admite matices concesivos en términos
individualistas.
Quizás
el Papa Francisco quería decir que el hombre, según la doctrina católica de la
ley natural, tiene la capacidad originaria, un impulso primario y fundamental
dado (no "suyo" particular, sino universalmente dado) por Dios, para
distinguir entre lo que es en sí mismo Bueno de lo que es en sí mismo Malo.
Pero aquí se inserta el misterio del pecado y de la gracia. ¿Acaso se puede
exaltar a san Agustín, como lo hace el Papa, e ignorar que en todo "lo que
el hombre puede pensar de bueno" siempre interfiere el pecado? ¿Se puede
ignorar que existe una dialéctica entre la Ciudad de Dios y la Ciudad del
Hombre y del Diablo, que es la "Civitas" (Ciudad) del amor propio? Si
el Bien fuese aquello que la persona piensa que es bueno, y si la convergencia
de estos pensamientos fuese lo que salva al hombre, ¿qué necesidad habría de la
ley positiva en general, de la ley de Dios en particular y de la encarnación
del Hijo?
Sigue
diciendo el Papa que "el Vaticano II, inspirado por el Papa Juan y por
Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura
moderna. Los Padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna
significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Desde entonces
se ha hecho muy poco (!) en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición
de querer hacerlo".
Todo
esto suena como un a priori poco crítico: ¡Cuánto "ecumenismo"
destructivo y cuánto "diálogo" subordinado a las ideologías de la
modernidad hemos visto en acción durante las últimas décadas, y que sólo Roma,
desde Pablo VI a Benedicto XVI, le ha puesto una barrera! El Bergoglio que
criticó las teologías de la liberación y de la revolución no puede ignorar que
"el diálogo con la cultura moderna" implementado después del Concilio
fue muy otra cosa que un "ecumenismo" correcto.
Paso
por alto las concesiones del Papa a una mediocre polémica anti-papal ("los
papas a menudo narcisos", "influidos negativamente por
cortesanos"), las bromas sobre "clericalismo" (¿qué tiene que
ver san Pablo? ¿Santiago era un clerical?), la concesión apresurada de que la
"única" forma de amar a Dios sea el amor a los demás, proposición que
altera Mc. 12, 28-34, y que legitima un cristianismo social y sentimental que
desde hace siglos menoscaba el misterio de Dios.
El
Papa Francisco se muestra como un típico religioso de la Compañía de Jesús, en
su fase reciente, convertido por el Concilio en los años de formación,
particularmente de lo que yo llamo el "Concilio externo", el Vaticano
II de las expectativas y de las lecturas militantes, creado por algunos
episcopados, sus teólogos y los medios de información católicos más
influyentes. Uno de esos hombres de Iglesia que, en su tono flexible y dúctil
ante los valores no cuestionables, son también los "conciliaristas"
más rígidos, convencidos después de medio siglo de que el Concilio esté todavía
por ser realizado y de que las cosas se hacen como si estuviésemos todavía en
los años Sesenta, en lucha contra la Iglesia pacelliana, la teología
neoescolástica y el modernismo laico o marxista.
Por
el contrario: lo que el "espíritu del Concilio" quería y podía
activar ha sido dicho y experimentado en los decenios pasados y hoy se trata
antes que nada de hacer un examen crítico de sus resultados, a veces
desastrosos. Creo que el camino para la verdadera aplicación del Concilio fue
abierta por la obra magisterial de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, a veces
contra sensibilidades católicas y episcopales a lo Bergoglio.
Algunos
sostienen que Francisco podría ser, en cuanto Papa postmoderno, el hombre del
futuro de la Iglesia, más allá de tradicionalismos y modernismos. Pero lo
postmoderno que puede echar raíces en él -como la liquidación de las formas, la
espontaneidad de su conducirse en público, la atención a la aldea global- es sólo
algo superficial. Con su ductilidad y sus esteticismos lo postmoderno es poco
elogiable en un obispo de América Latina, donde ha prevalecido durante mucho
tiempo, y hasta ayer, en la inteligencia lo Moderno marxista. El núcleo sólido
de Bergoglio es y permanece siendo "conciliar". En el camino emprendido por este Papa, si se
confirma, veo sobre todo la cristalización del "conciliarismo"
pastoral dominante en el clero y el laicado activos.
Ciertamente,
si Bergoglio no es postmoderno, la recepción que le ha brindado el mundo sí lo
es: el Papa agrada a derecha e izquierda, a practicantes y a no creyentes, a
todos por igual. Su mensaje principal es "líquido". Sobre este
"éxito", sin embargo, no se puede construir nada, sino sólo algo vuelto
a pegar que ya existe, y no es lo mejor.
De
tal apariencia "líquida" son signos preocupantes para aquellos que no
son propensos al discurso políticamente correcto y relativista de la modernidad
tardía:
a) las concesiones a frases hechas tales como
"cada uno es libre de hacer...", "¿Quién dice que las cosas
deban ser así?...", "¿Quién soy yo para?..." que se dejan caer
con la convicción de que sean dialogales y actualizadas;
b) la falta de control de parte de personas
de confianza, pero sabias y cultas, e italianas, de los textos destinados a
circular, quizá en la convicción papal de que no haya necesidad de ello;
c) una cierta inclinación autoritaria
("Yo haré todo para...") en singular contraste con los frecuentes
supuestos pluralistas, pero típica de los "revolucionarios"
democráticos, con el riesgo de colisiones imprudentes con la tradición
milenaria.
Además,
es incongruente en este Papa Francisco este tomar iniciativas de comunicación
pública y este querer expresarse sin filtros (la imagen sintomática del
apartamento papal como un embudo), que revelan indisponibilidad a sentirse a sí
mismo un hombre de gobierno (algo mucho más difícil que ser un reformador) en
una institución tan elevada y 'sui generis', como es la Iglesia Católica. Las
salidas del Papa acerca de la Curia del Vaticano lo evidencian.
El
suyo es, por momentos, el comportamiento de un manager moderno e informal, de
aquellos que se muestran mucho a la prensa. Pero este aferrarse a personas y
cosas que están afuera -colaboradores, amigos, prensa, opinión pública, el
mismo apartamento en Santa Marta está "afuera"- como si el hombre
Bergoglio temiese no saber qué cosa hacer una vez solo, como Papa, en el
apartamento de los Papas, no es positivo. Y no podrá durar. Hasta los medios se
cansarán de hacerle escaparate a un Papa que los necesita demasiado.
Florencia,
02 de octubre 2013
Fuente:
http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2013/10/02/de-marco-su-papa-francesco-in-coscienza-devo-rompere-il-coro%E2%80%A6/
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Otro repaso más, y van... No está mal. Que vaya tomando nota de que lo poco agrada y lo mucho enfada, y que si la prensa, en general, le ha hecho la ola durante unos meses, puede revertir, pasado un tiempo, en aceradas críticas, no porque comience a ser el Papa que la Iglesia necesita, defensor de la Palabra sin tergiversaciones propias (como suele hacer), defensor y maestro de la Verdad , como lo fue, y sigue siendo BXVI, sino porque le exija, cada vez con mayor frecuencia, un avance hacia posiciones más alejadas de esa misma Verdad, de ese Magisterio lo suficientemente definido, pero que no tolera el mundo en cuando tal. Porque, como en aquel artículo le recordó un periodista, la Iglesia perdona, el mundo, no.
ResponderBorrarAunque no creo que esté por la labor de hacerle caso a esa frase; más bien pienso que se tirará al monte y se asilvestrará con más ahínco. Al tiempo. Este hombre ("dolor" más bien) no cambia así como así. Es de cabeza dura y, como se señala en el texto, de tintes autoritarios y absolutos. Se sobra y se basta sólo para hacer de su capa un sayo. Y desmantelarlo todo, dicho sea de paso.
En fin, don Augusto, que nos tocará sufrirlo hasta que Dios quiera. Estamos al margen de esas "periferias" de las que él habla como una cotorra alocada.
Un saludo y que Dios no nos abandone.
Sabiendo que para Dios no hay imposibles podemos asegurar que el cambio aún en una persona como Bergoglio es posible. Ahora, tenemos que saber que para que esto pase, definitivamente se tiene que operar un milagro de la gracia que hasta torcería su voluntad de alguna manera.
BorrarLo que no podemos negar, son los antecedentes y la actualidad de esta persona.
El tratar de hacer el Magisterio "tolerable" para el mundo, no es algo nuevo en Bergoglio. Pero esto no es lo único que hay que considerar para apreciarlo con justicia, sino algo que no se puede dejar pasar por alto, es su aversión hacia lo tradicional en la Iglesia. Y si existe un Papa que odia la Tradición, entonces no se con que parámetros de normalidad se puedan juzgar las situaciones.
Son tiempos poco comunes, y la perdida de la capacidad de asombro, desde mi punto de vista, es algo que muestra la magnitud de la anormalidad de estos.
No creo que falte mucho para que empiecen a reaccionar sacerdotes, obispos y cardenales.
Me pareció interesante publicar este artículo viniendo de alguien trabajando para la Iglesia.
En efecto estimada, o estamos afuera de esas periferias, o tal vez algo mucho mejor para nosotros, estamos adentro y estamos resistiéndonos a abandonar lo que con tanta insistencia llama esta persona llama dejar atrás en nombre de la "misionalidad discipular"; la mismísima Iglesia de Cristo.
Dios no muere.
P.D. El autocorrector trabaja horas extras si de parafrasear a Bergoglio se trata, con su nueva terminología, no solo hay que salir a hacer exegesis de sus frases sino de cada uno de los términos que utiliza.