Entre los diversos slogans que la Revolución
hiciera circular, ninguno más convocante que el de la libertad: libertad de
pensamiento, libertad de prensa, libertad de religión. Para el Card. Pie el
común denominador de todas esas libertades, tal cual las entendía su tiempo, es
lo que llama “la libertad de blasfemia”. Transcribamos el texto: “Se la ha
llamado diversamente. Como Satán que es su padre, el mundo es natural y
forzosamente mentiroso. Si se viese obligado a hablar claramente y llamar a las
cosas por su verdadero nombre, caería en la impotencia y la muerte; la verdad
lo mata, y la luz le resulta mortal. Vive de mentiras, mentiras y equívocos en
las palabras. Esta libertad impía se llamó pues libertad de conciencia,
libertad religiosa, libertad de pensamiento, libertad de prensa, pero, de
hecho, y, en verdad, de derecho, era la libertad de blasfemia”. Encontramos así
en la calle al blasfemo erudito y al blasfemo ignorante, al blasfemo burlón y
al blasfemo cínico, al blasfemo sereno y al blasfemo entusiasta.
Esta reflexión trae al Cardenal el recuerdo
de aquella visión que San Juan describe en el Apocalipsis de una mujer vestida
de rojo, sentada sobres una bestia roja, “llena de nombres de blasfemia: “plenam
nominibus blasphemiae” (Ap. XVII, 3).
Dicha mujer simboliza la ciudad de los malvados, que la Escritura llama “Babilonia”,
y en otro lugar, “la Iglesia de los que traman el mal” (Ps. XXV, 5) o también “la Sinagoga de Satanás” (Ap. II, 9). Tal sociedad –la ciudad del
demonio-, nacida del pecado, durará hasta el juicio postrero, y es por tanto contemporánea
de todos los siglos. Sin embargo, anota Pie, entre tantas vicisitudes por las
que el curso de la historia y la actitud de los hombres le hacen pasar, tiene,
por así decirlo, sus edades de oro, en que todo le viene en su ayuda, en que su
reino es más libre y extendido, en que parece triunfar de la ciudad de Dios.
Cristo mismo aludió a un momento semejante, la hora más terrible de la
historia, paradigma de todas la horas oscuras: “Esta es vuestra hora y el poder
de las tinieblas” (Lc. XXII, 53).
Pues bien, nuestra época da libre cauce a las tinieblas, y en cierto modo las
institucionaliza al gobernar el tejido social no sobre la base de la verdad
sino sobre la base de la libertad.
El liberalismo o, mejor dicho, el sedicente
liberalismo, no es sino la concreción de dicha conciencia libertaria. “El
liberalismo, diremos con San Agustín en su epístola 101, es la palabra favorita
de los que son esclavos de toda suerte de pasiones. ¿Qué decir pues a esos
hombres, alimentados de iniquidad y de impiedad, y que se glorían de haber sido
educados liberalmente, sino lo que está escrito en un libro eminentemente
liberal: Si el Hijo os libra, entonces
seréis verdaderamente libres? (Ju.
VIII, 36). En efecto, es Jesucristo y su Iglesia quienes nos hacen
reconocer lo que hay de verdad en los principios calificados de liberales por
hombres que no han sido llamados a la libertad; porque tales principios en nada
están conformes con la libertad sino en lo que tienen de conformes con la
verdad; por ello el mismo Hijo de Dios ha dicho: Y la verdad os hará libres (Ju. VIII, 38)”
…El liberalismo, en el mejor de los casos, “tolera”
que Jesucristo sea reconocido en la sociedad, con tal que renuncie a ser la
única verdad, que renuncie a su realeza, que abdique. Incluso los liberales
católicos aceptan vivir en un sistema de reticencias que difícilmente podrán
explicar el día del Juicio ante Aquel que dijo: “Quién me haya proclamado y
confesado ante los hombres, yo también los lo proclamaré y confesaré ante mi
Padre celestial” (Mt. X, 32). La
gente de nuestro tiempo se sigue reconociendo cristiana, aunque sea por
inercia, dice Mons. Pie, y por tanto el cristiano, que se codea todos los días
con otros cristianos, tiene espontáneamente mil ocasiones de declararse tal.
Sin embargo el católico liberal, que encierra su fe en el reducto de su
corazón, cuando termine su vida advertirá que ha hablado de todo, pero no se
atrevió a hablar de la realeza de Cristo, mantuvo la verdad cautiva, la oprimió
con su injusto silencio, no la proclamó “para no herir la libertad de los demás”.
A estos cristianos camuflados Cristo les dirá en su momento: “No os conozco: nescio cos” (Mt. XXV, 12). “Casi sin quererlo vienen a mi recuerdo aquellos
gerasenos de que se habla en el capítulo 8 de San Mateo. Más de una vez, los
judíos habían experimentado la tentación de usar la violencia contra Jesús y
habían tratado de lapidarlo. Aquéllos, más prudentes y moderados, habiendo
visto los prodigios obrados por Cristo, le rogaron suavemente que pasase más
allá de sus fronteras: Et rogabant eum ut
transiret a finibus eorum (Mt. VIII,
34)". No de otra manera se comportan los liberales, principalmente los que
pretenden seguirse llamando católicos. En modo alguno atacan a Cristo, más aún,
lo aceptan en su fuero íntimo, peor nada hacen para que sea reconocido como
rey, señalan límites a un imperio que no conoce fronteras.
ALFREDO SAENZ – “El Cardenal Pie”
Lucidez y coraje al servicio de la verdad – Gladius Bs.As. 2007. Pags. 308 a 311.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
EXCELENTE, COMO SIEMPRE EL PADRE SAENZ.UN GRAN PENSADOR ESCRITOR CATÓLICO,EL CARDENAL PIE.
ResponderBorrarEXCELENTE!NO AL LIBERALISMO ATEO, DISFRAZADO DE CATÓLICO!
ResponderBorrar¿un gran pensador el cardenal? un santo varón diría mas bien...ya quisieramos tener esa clase de cardenales hoy en día.
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