SEMBLANZA
Juana
no puede ser comparada a otras mujeres que se hicieron famosas haciéndose pasar
por varones. En absoluto puede ser considerada Juana como travestida. Si se le
aplicó la ley contra el travestismo que se encuentra en el Deuteronomio, esta
aplicación fue inicua. Ella nunca pretendió desentenderse de su condición femenina,
que por otra parte era bastante patente. Aprendió a firmar “JOHANNA”, y se
autodenominaba “LA POUCELLE”, la Doncella, alusión a su virginidad, y sobre
todo a su espíritu de servicio, pues “poucelle” en francés o “doncella” en
español, son también equivalentes a “sirvienta”, “ancilla” en latín. Era
probablemente un testimonio de su voluntad de imitar a la Madre de Dios, que se
llamó a sí misma “ancilla Domini”, esclava del Señor.
La
indumentaria y corte de pelo de Juana, —que por cierto hoy se considerarían
perfectamente femeninos—, correspondían a su condición militar, que ella había
adoptado por indicación de “sus voces”, según podremos leer en sucesivos
capítulos. Debía cumplir los Reglamentos y Ordenanzas Militares, escritos o no,
en lo posible, y en esto podía, y los cumplía.
Juana era vista, incluso en la Corte de
Carlos VII, como una muchacha bella, simpática, sensible y buena; pero era
absolutamente respetada, como mujer y como jefe. Tenía una voz poderosa; pero
de timbre inequívocamente femenino, similar al de una buena soprano de ópera,
con la que arengaba o proporcionaba soberanas broncas a sus tropas, que éstas
aceptaban sumisamente.
Con su estatura de escasamente 1,60 m. y
cabellos negros, era fuerte y ágil; pero no hombruna. Su cuerpo compaginaba la
gracia femenina y la potencia, como el de una buena gimnasta olímpica.
Por otra parte, Juana era una muchacha
iletrada. En su casa había aprendido a lavar, coser y cocinar. Luego, a
combatir. Sólo había aprendido a firmar para dar valor a las comunicaciones
escritas por personas de su confianza.
Sin embargo, durante su juicio de
condenación, se enfrenta a los teólogos de la Universidad de París, que a pesar
de todos sus esfuerzos no consiguen confundirla. Por el contrario, Juana
resuelve las cuestiones más sutiles con precisión y ortodoxia admirables…
En cuanto a su actividad bélica, en algunas
ocasiones al frente de unos efectivos equivalentes a una división actual, que
la obedecían ciegamente, aún hoy no nos resulta fácilmente imaginable.
Y sin embargo, Juana no sólo tuvo buena
acogida entre sus subordinados, que ya es tener, es que además, el tribunal que
la condenó tanto la comprendía, que tuvo que acudir a innumerables argucias y trampas
para poder llegar a una sentencia políticamente prestablecida.
Cuando Juana fue hecha prisionera, era el
héroe francés, el gran héroe que había dado la vuelta a la guerra, y que había
devuelto la moral de victoria a los franceses o ejército Armagnac. Había que
desacreditarlo como fuera, tenía que desdecirse y retirarse a “sus labores”, o
declararla bruja, hereje o lo que fuera, y condenarla a una muerte ignominiosa,
a la hoguera a ser posible. Y no se reparó en medios, empezando
por aplicarle un juicio religioso por motivos políticos, en vez de un juicio
militar como en todo caso le hubiera correspondido.
MUERTE Y VICTORIA DE JUANA DE ARCO
Cuando un proceso inquisitorial concluía un
delito que podía ser castigado con pena de muerte, se citaba al tribunal
inquisitorial, al reo, y a un tribunal civil, en el presunto lugar de la
ejecución.
Todos reunidos, en primer lugar el tribunal
eclesiástico dictaba sentencia y entregaba el reo al tribunal civil.
A continuación, el tribunal civil emitía su
propia sentencia, que podía ser de muerte, y en este caso se llevaba a cabo el
ajusticiamiento en forma sumarísima, es más, inmediata...
Pero no fue exactamente así como se procedió
con Juana. Realmente, no llegó a existir sentencia civil. La Doncella es la
única persona que consta en la historia, enviada a la muerte, directamente, por
sus jueces eclesiásticos, tal como se narrará más adelante.
Estamos en la mañana del 30 de mayo de 1431,
miércoles.
Jean Toutmouillé narrará que Cauchon envió un
confesor, el hermano Martin Ladvenu, a Juana, para comunicarle que iba a ser quemada,
y confesarla si era oportuno. Siempre según él, La Doncella efectúa un doloroso
monólogo lamentando su forma de morir y tirándose de los cabellos hasta
arrancárselos. Aparte de que Juana ya tenía asumido el suplicio del fuego, el
detalle de los cabellos traiciona al testigo: Recordemos que a la prisionera se
le había afeitado la cabeza menos de una semana antes.
En fin, lo cierto es que el hermano Martin
Ladvenu acude a la celda de Juana y ésta, tras confesarse, solicita una vez más
la comunión. El hermano Martin acude a consultar a Cauchon y, asombrosamente,
tras una breve reunión con los asesores, éste accede. ¡Precisamente cuando va a
excomulgarla oficialmente!
Así pues, vuelve el hermano Martin a la
celda, con el Señor Sacramentado, y acompañado por el hermano Toutmouillé. Llevan
al Señor sin luces, de forma poco reverente según denunciará Jean Massieu.
Ladvenu protesta, y le llevan luces y una
estola.
Juana comulga entre lágrimas, y con una
devoción que admira a los dos religiosos.
Juana no cesa de llorar. Es la manifestación
de su natural horror a una muerte inmediata y atroz, que sin embargo ha
aceptado con toda su consciencia.
Todavía llega a la celda el maestre Pierre
Maurice, y La Doncella, que sufre un feroz dolor moral ante su excomunión, que
se va a producir “de facto” instantes antes de morir, por mucho que sea
pretendiendo cumplir la Voluntad de Dios, le pregunta:
—
“Maestre
Pedro, ¿dónde estaré yo esta tarde?”
Pierre
Maurice se compadece. Sabe que la sentencia es injusta, que la excomunión de
Cauchon sólo puede ser eficaz contra el propio Tribunal que la emite; pero no
puede ser más explícito, y así responde:
—
“¿No
tienes buena esperanza en Dios?”
Y
Juana:
—Sí.
Con la ayuda de Dios, estaré en el Paraíso.
Enseguida, Juana se viste con una larga
túnica y cubre su cabeza con una mitra que lleva escritas las causas de la
condena, y que le son entregadas para el suplicio, sale de la celda, y sube a
una carreta que la va a transportar al Mercado Viejo. A un lado va el confesor,
Martin Ladvenu, y al otro el ujier responsable de los traslados, Jean Massieu.
...hay un gran número de ciudadanos de Rouen
y sus alrededores, y cuando llega Juana, es colocada sobre una plataforma elevada,
a la vista de todos, también del Tribunal Civil, presidido por el alcalde de
Rouen, acompañado por su teniente alcalde.
“Y para amonestarla saludablemente y edificar
al pueblo, fue efectuada una solemne predicación a cargo del insigne doctor en
teología, maestre Nicolás Midi. Él tomó por tema la palabra del Apóstol,
capítulo 12 de la primera epístola a los Corintios: “Si un miembro sufre, todos lo demás
sufren con él”
Juana escucha el sermón entre sollozos; pero
con gran paciencia y dando signos de contrición.
Nicolás Midi, al terminar el sermón, se
siente excesivamente cansado…
Cauchon ya tiene en sus manos la deseada
condena de La Doncella; pero le falta lo que para él es lo más importante. Que
ésta afirme que se ha equivocado.
A este fin destinará un último forcejeo antes
de leer la sentencia; pero es en vano. Juana se arrepiente de todo lo que ha
hecho mal; pero no renegará de lo que ella conoce Voluntad de Dios.
¿Se siente engañada por sus voces? No, en
absoluto. Ya durante el
Proceso
había confesado su sospecha de que “la liberación por gran victoria” se
refiriera a su martirio, y que así se lo había preguntado a sus voces sin que
éstas se lo aclararan más.
Y el Obispo Pierre Cauchon lee la sentencia
eclesiástica definitiva:
“En el nombre del Señor, ...nosotros juzgamos que eres
REINCIDENTE y HEREJE; y por esta sentencia que, sentándonos en este tribunal,
llevamos en este escrito y pronunciamos, nosotros estimamos que, un miembro
hasta tal punto podrido, para que tú no infectes a los otros miembros de
Cristo, tú debes ser expulsada de la unidad de la dicha Iglesia, seccionada de
su cuerpo, y debes ser enviada a la potencia secular; y nosotros te expulsamos,
te separamos, te abandonamos, rogando que esta misma potencia secular sea
moderada en su sentencia contra ti, antes de llegar a la muerte y mutilación de
miembros; y, si aparecen en ti verdaderos signos de arrepentimiento, que te sea
administrado el sacramento de la penitencia”.
Tras el texto de esta sentencia definitiva,
en las Actas se incluye también el texto de la sentencia empezada a leer e
interrumpida, en el cementerio de Saint Ouen.
Mientras, en el Mercado Viejo, ante la
intranquilidad de Cauchon, algo empieza a ocurrir.
Cada vez se oyen menos risas y, por el
contrario, el llanto de La
Doncella
parece propagarse.
Uno de los más afectados parece ser Louis de
Louxembourg, ahora obispo de Thérouanne. No parece un hombre de malos
sentimientos.
Cuando su hermano apresó a Juana, debió estar
conforme con el trato digno que se la dispensó, y no sabemos si estaría muy de
acuerdo con Juan, cuando éste la vendió a los ingleses con destino al ya
inminente fin.
Juana pide a todos que la perdonen de los
males que hayan podido sufrir por su causa, y que recen por ella. A los
sacerdotes presentes, les pide concretamente que cada uno de ellos celebre una
Misa por su alma.
En su humildad, pide a Dios que el suplicio
no sea largo, no se diera el caso que el dolor la hiciera renegar.
La hoguera ya está preparada. Es una hoguera
enorme, y además montada sobre una alta base de escayola, que la hace más alta.
De la cúspide sobresale un grueso poste esperando al reo, para que sea sujetado
a él.
Juana pide una cruz, y un soldado inglés le
confecciona una, con dos palos atados procedentes de la propia hoguera. Juana
se la agradece, y se la coloca bajo la túnica, sobre su pecho, deslizándola por
la abertura superior del vestido. Y pide que le presenten un crucifijo, para
verlo durante la agonía.
El hermano Martin Ladvenu recoge una cruz
procesional que estaba en la próxima parroquia de San Salvador. Se la muestra a
La Doncella, y ésta se abraza a ella larga y devotamente.
Un capitán inglés se impacienta, y le dice al
ujier Jean Massieu, que
está
en todo momento junto a Juana: “Cómo, padre, ¿nos haréis almorzar
aquí?” Y sin más, la cogen y la presentan al
verdugo, diciéndole: “Haz tu
oficio”.
No ha habido sentencia por parte del Tribunal
Secular, que asiste sorprendido.
El verdugo recibe a Juana excusándose. Es
costumbre que, tras encender el fuego y subir las primeras llamas, siempre
acompañadas de humo, el verdugo se acerque por detrás al reo, y lo mate
estrangulándolo rápidamente, de modo que el fuego consuma un cadáver. Pero en
su caso no va a ser posible, la hoguera es demasiado alta. Ella morirá
realmente quemada viva.
Juana sube a la hoguera por una escalera sin
dejar de dar muestras de contrición, y es encadenada al poste, con las manos
por detrás. Mientras,
Martín
Ladvenu mantiene la Cruz en alto, para cumplir el deseo de La
Doncella.
Cuando el fuego es encendido, y tras invocar
a San Miguel, Juana llama a gritos a su Amado, por quien da ahora su vida:
“¡Jesús!, ¡Jesús!”.
Según contará Ysambart de La Pierre, un
soldado inglés que había jurado poner un haz de leña en la pira con su propia
mano, en el momento de hacerlo oye a Juana invocando a Jesús, y queda
estupefacto y como en éxtasis. Tiene que ser llevado a una taberna próxima,
donde le dan de beber para reanimarlo. Tras desayunar, declara a través de un
fraile inglés de la Orden de Predicadores que había pecado gravemente, que se arrepentía
de todo el odio que había sentido contra Juana, y que la tenía por una santa.
Que el mismo inglés decía haber visto como, al expirar Juana, una paloma blanca
había salido de la hoguera en dirección a Francia...
La muerte ha sido relativamente rápida. Se ha
oído a Juana repetir el nombre de Jesús hasta cinco veces, antes de perder el
uso de su voz entre toses.
Me viene a la mente el fragmento de la carta
de San Pablo a los
Filipenses,
(2, 5 – 11), que dice así: “Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no
consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a si
mismo tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres y,
mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a sí mismo haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y 1e
otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua
confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria de Dios Padre”.
Y JUANA OBEDECIÓ.
El clérigo Jean Fleury dice que el verdugo no
pudo quemar el corazón de Juana, que éste se mantuvo entero y lleno de sangre,
y que se le ordenó lanzarlo al río Sena, junto con las cenizas que le habían
hecho recoger.
Y se dice que el verdugo, tras la ejecución,
estaba desolado, convencido de que había matado a una santa.
Este sentimiento es compartido por muchos
más, entre ellos el maestre Jean Tressard, secretario del rey de Inglaterra,
que sale del suplicio de Juana afligido y gimiendo, llorando entre lamentos, y
diciendo: “Estamos todos perdidos, porque es una persona santa y buena la que
ha sido quemada”.
El maestre Jean Alépée, canónigo de Rouen,
llora abundantemente y dice: “Yo quisiera que mi alma estuviera donde yo
creo que está el alma de esta mujer”.
Y se hacen numerosas declaraciones de este
tipo.
Y ruego a mis queridos lectores y lectoras,
que me permitan desvariar un poco, dejando que mi imaginación elucubre sobre lo
que “ningún ojo vio, ni oído oyó, ni ha pasado por el corazón del hombre”.
Imagino a Juana recibida inmediatamente por
sus consejeras Santa
Catalina
y Santa Margarita, que la invitan a formar parte con ellas del Coro de las
Vírgenes y Mártires. Recibida por San Luis rey de Francia, por nuestro San
Fernando III rey de Castilla y León, por San Esteban rey de Hungría, por el
Santo rey David, santos reyes guerreros; por los otros santos héroes guerreros,
Sansón, Eleazar, Judith... y San Miguel concediéndole honores militares al
frente de las inimaginables Milicias Celestiales ...San Pablo, Santo Tomás de
Aquino, San Alberto Magno, San Agustín...los grandes santos teólogos,
científicos, Padres de la Iglesia, aplaudiendo la corrección de su doctrina
ante el tribunal que la condenó ...
Todo con la simultaneidad propia de la
Eternidad..., ¡y esto sólo como Gloria Accidental!
¡Es realmente la Gran
Victoria de Juana!
SANTIAGO VILAS
TORRUELLA "JUANA DE ARCO: Un reto de la historia" 2012. Pags. 5 a 7 y 322 a
329
Santa Teresita de Lisieux preparándose para una de sus dos
interpretaciones
de Santa Juana de Arco, según una obra escrita por ella misma.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Una santa muy poco reverenciada y valorada.
ResponderBorrarPara mi el claro ejemplo de la actividad soberana de Dios Creador, El cual se vale de lo débil para confundir a lo fuerte.
Además, Santa Juana fue imprescindible para el plan de Dios. Que hubiera sido de Francia bajo el contro total de Inglaterra, la cual en pocos años sería protestante?
Dios debía, en Su plan de Salvacion salvar a Francia.
Y se valió de lo más debil y despreciado (una niña campesina y analfabeta) Porque lo débil para el mundo puede ser convertido en fuerte por el Creador.
La labor de esta Santa de Dios debe ser descubierta ahora mas que nunca, en tiempos finales serán los mas pequeños, los que no tienen orden clerical, ni poder de mandato eclesial los que tomaran las armas espirituales para combatir en la batalla final por las almas.
Juana me emociona. No tuvo compañeras mujeres, no tuvo la cierta comodidad de un claustro. Solo su Fe y Su Amor por el "Rey del Cielo" como lo llamaba, fueron los baluartes en las que sostuvo su misión.
Una santa con una misión extraordinaria, como tal vez no hubo desde Judith. Y a todas luces creo que la sobrepasa.
Pidamos por su intercesion por la Francia de hoy y por todas las "Juanas" que saldrán a la luz en los últimos tiempos. QUIEN COMO DIOS? NADIE COMO DIOS!
Juana Perseo
Le rezo todos los dias.
BorrarSANTA JUANA DE ARCO UNA HERMOSA Y LUCIDA REFLEXION DE UN LIBRO SOBRE ELLA RECIENTEMENTE PUBLICADO , ESCRITO POR UNA MONJA ARGENTINA RESIDENTE EN FRANCIA DICE ALGO ESPECTACULAR SOBRE ELLA: QUE ES VIRGEN, REINA Y MARTIR. (LA IGLESIA SOLO LA DEClARO VIRGEN Y NO MARTIR) Y ADEMAS DICE QUE EL OBISPO QUE LA CONDENO MEDIANTE UN JUICIO SINIESTRO Y MENTIROSO NO ERA LA IGLESIA NI TODO EL GRUPO DE PRELADOS QUE ASISTIRON A ESE JUICIO. JUANA ERA LA IGLESIA!!!!
ResponderBorrarver el video. Teresa Lucia.
https://www.youtube.com/watch?v=NqcEuULGHDU