No consideres a qué estás
forzado, sino a qué estás obligado;
si es al bien o si es
al mal.
San Agustín, Epístola
93
El liberalismo, hace de la libertad de acción,
como exención de toda coacción, un absoluto y un fin en sí. Dejaré al Card.
Billot el cuidado de analizar y refutar esta pretensión fundamental de los
liberales.
El principio fundamental del liberalismo,
escribe, es la libertad de toda coacción, sea cual sea, no sólo de aquella que
se ejerce por la violencia y que únicamente alcanza los actos externos, sino también
de la coacción que proviene del temor de las leyes y de las penas, de las
dependencias y de las necesidades sociales, en una palabra, de los lazos de
cualquier tipo que impiden al hombre actuar según su inclinación natural. Para
los liberales, esta libertad individual es el bien por excelencia, el bien
fundamental e inviolable, al cual todo debe ceder, excepto, quizás, lo que es
requerido para el orden puramente material de la ciudad; la libertad es el bien
al cual todo lo demás está subordinado; ella es el fundamento necesario de toda
construcción social.
Ahora
bien, continúa el Card. Billot, ese
principio del liberalismo es absurdo, antinatural y quimérico.
He aquí el análisis crítico que él
desarrolla; lo resumiré comentándolo libremente.
El principio liberal
es absurdo
Ese principio es absurdo: incipit ab absurdo. Comienza en la
absurdidad al pretender que el bien principal del hombre es la ausencia de toda
atadura que pueda molestar o restringir la libertad. El bien del hombre, en
efecto, debe ser considerado como un fin; lo que es deseado en sí. Ahora bien,
la libertad, la libertad de acción, no es más que un medio, no es más que una
facultad que puede permitir al hombre adquirir un bien. Todo en ella depende de
su uso: será buena si se usa para el bien, mala si se usa para el mal. No es,
por lo tanto, un fin en sí y ciertamente no es el bien principal del hombre. Según
los liberales, la coacción constituye siempre un mal (salvo para garantizar un
cierto orden público). Pero es claro, al contrario, que la prisión es un bien
para el malhechor, no sólo por garantizar el orden público, sino para el castigo
y la enmienda del culpable. De igual manera la censura de la prensa, que es
practicada incluso por los liberales contra sus enemigos, según el adagio (¿liberal?)
no hay libertad para los enemigos de la
libertad, es en sí misma un bien, no sólo para asegurar la paz pública,
sino para defender la sociedad contra la expansión del veneno del error que
corrompe los espíritus.
Por lo tanto se debe afirmar que la coacción
no es en sí misma un mal, e incluso que es, desde el punto de vista moral, quid indifferens in se, algo en sí mismo
indiferente; todo dependerá del fin para el cual se la emplee. Es, por otra
parte, la enseñanza de San Agustín, Doctor de la Iglesia, quien escribe a
Vicente:
Ya ves, si no me engaño, que no hay que
considerar el que se obligue a alguien. Lo que hay que saber es si es bueno o
malo aquello a que se le obliga. No digo que se pueda ser bueno a la fuerza,
sino que el que teme padecer lo que no quiere, abandona el obstáculo de su
animosidad o se ve impelido a conocer la verdad ignorada. Por su temor, rechaza
la falsedad que antes defendía, o busca la verdad que ignoraba, y así llega a
querer mantener lo que antes no quería. (2)
He intervenido personalmente varias veces en
el Concilio Vaticano II para protestar contra la concepción liberal de la
libertad que se aplicaba a la libertad religiosa, concepción según la cual, la
libertad se definiría como la ausencia de toda coacción. He aquí lo que
declaraba entonces:
La libertad humana no puede ser definida como
una liberación de toda coacción pues destruiría toda autoridad. La coacción
puede ser física o moral. La coacción moral en el campo religioso es utilísima
y se encuentra a lo largo de todas las Sagradas Escrituras: ((el temor de Dios
es el comienzo de la sabiduría)).(3) La declaración contra la coacción, en el n. 28, es
ambigua y, bajo ciertos aspectos, falsa. ¿Qué queda de la autoridad paternal de
los padres de familias cristianas sobre sus hijos? ¿De la autoridad de los
maestros en las escuelas cristianas? ¿De la autoridad de la Iglesia sobre los apóstatas,
los herejes, los cismáticos? ¿De la autoridad de los jefes de Estados católicos
sobre las falsas religiones que traen con ellas la inmoralidad, el
racionalismo, etc.?(4 )
Me parece que no se puede reafirmar mejor el
primer calificativo de absurdo que el Card. Billot atribuye al principio del
liberalismo, sino citando al Papa León XIII:
No podría decirse ni pensar mayor ni más
perverso contrasentido que el pretender exceptuar de la ley al hombre, porque
es de naturaleza libre. (5)
Equivale a decir: Soy libre, luego, ¡deben
dejarme libre! El sofisma subyacente queda patente al explicar un poco: soy
libre por naturaleza, dotado de libre albedrío, luego, ¡soy libre también
respecto de toda ley, de toda coacción ejercida por la amenaza de penas! A menos
que se pretenda que las leyes deban estar desprovistas de toda sanción. Pero
eso sería la muerte de las leyes: el hombre no es un ángel, ¡no todos los
hombres son santos!
Espíritu moderno y
liberalismo
Quisiera hacer aquí una observación. El
liberalismo es un error gravísimo cuyo origen histórico ya hemos visto. Pero
hay un espíritu moderno que, sin ser francamente liberal, representa una
tendencia al liberalismo. Lo encontramos desde el siglo XVI en autores católicos
no sospechosos de simpatía con el naturalismo o el protestantismo. Ahora bien,
no hay duda que es una nota de ese espíritu moderno el considerar que: Soy libre mientras no haya ley que venga a
limitarme.(6) Sin duda, toda ley
limita la libertad de acción, pero el espíritu de la Edad Media, es decir el espíritu
del orden natural y cristiano del cual hablábamos antes, siempre ha considerado
la ley y sus coacciones primeramente como una ayuda y una garantía de la
verdadera libertad, no como una limitación. Cuestión de acentuación, pensaran.
Yo diré: ¡no! Cuestión esencial que marca el principio de un cambio fundamental
de mentalidad; un mundo dirigido hacia Dios, considerado como fin último, a
alcanzar cueste lo que cueste, un mundo orientado enteramente hacia el Soberano
Bien, deja lugar a un mundo nuevo centrado sobre el hombre, preocupado por las prerrogativas
del hombre, sus derechos, su libertad.
2
Carta 93 Ad Vincentium, n. 16, en Obras Completas de San Agustín, B.A.C.,
Madrid, 1986, T. VIII, pág. 620.
3
Observación enviada al Secretariado del Concilio, 30 de diciembre de 1963.
4 Intervención
oral en el Aula Conciliar, octubre de 1964.
5 Encíclica
Libertas, en E. P., pág. 360, n. 6.
6 Francisco
Suárez, S.J. (1548-1617) manifiesta ese espíritu cuando escribe: Homo continet libertatem
suam, el hombre tiene su libertad: en el sentido de que la libertad es anterior
a la ley. (De Bon. et Mal. Hum. Act., disp. XII, sect. V). Un espíritu tomista como
León XIII no admitiría esta disociación de dos realidades estrictamente
correlativas.
MONS.
MARCEL LEFEBVRE – “Le Destronaron” Del liberalismo a la apostasía. La tragedia
conciliar. Cap.5 - Págs. 31-34
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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