lunes, 9 de diciembre de 2013

Concepto erroneo de ecumenismo en el Concilio Vaticano II – Por Romano Amerio

  Sin duda esta variación es la más significativa de las producidas en el sistema católico después del Vaticano II, y se encuentran reunidas en ella todos los motivos de la pretendida variación de fondo que solemos concretar en la formula de pérdida de las esencias.

La doctrina tradicional del ecumenismo está establecida en la Instructio de motione oecumenica promulgada por el Santo Oficio el 20 de diciembre de 1949 (en Acta Apostolicae Sedis, 31 de enero de 1950), que retoma la enseñanza de Pío XI en la encíclica Mortalium animos. Se establece por tanto:

Primero: la Iglesia Católica posee la plenitud de Cristo y no tiene que perfeccionarla por obra de otras confesiones.

Segundo: no se debe perseguir la unión por medio de una progresiva asimilación de las diversas confesiones de fe ni mediante una acomodación del dogma católico a otro dogma.

Tercero: la ´única verdadera unidad de las Iglesias puede hacerse solamente con el retorno (per reditum) de los hermanos separados a la verdadera Iglesia de Dios.

Cuarto: los separados que retornan a la Iglesia católica no pierden nada de sustancial de cuanto pertenece a su particular profesión, sino que más bien lo reencuentran idéntico en una dimensión completa y perfecta (completum atque absolutum).

  Por consiguiente, la doctrina remarcada por la Instructio supone: que la
Iglesia de Roma es el fundamento y el centro de la unidad cristiana; que la vida histórica de la Iglesia, que es la persona colectiva de Cristo, no se lleva a cabo en torno a varios centros, las diversas confesiones cristianas, que tendrían un centro más profundo situado fuera de cada una de ellas; y finalmente, que los separados deben moverse hacia el centro inmóvil que es la Iglesia del servicio de Pedro. La unión ecuménica encuentra su razón y su fin en algo que ya está en la historia, que no es algo futuro, y que los separados deben recuperar…

La variación conciliar

  La variación introducida por el Concilio es patente tanto a través de los signos extrínsecos como del discurso teórico. En el Decreto Unitatis Redintegratio la Instructio de 1949 no se cita nunca, ni tampoco el vocablo retorno (reditus). La palabra reversione ha sido sustituida por conversione.

  Las confesiones cristianas (incluida la católica) no deben volverse una a otra, sino todas juntas gravitar hacia el Cristo total situado fuera de ellas y hacia el cual deben converger.

  En el discurso inaugural del segundo período Pablo VI volvió a proponer la doctrina tradicional refiriéndose a los separados como a quienes no tenemos la dicha de contar unidos con nosotros en perfecta unidad con Cristo. Unidad que sólo la Iglesia católica les puede ofrecer (n. 31)…

  Pero a pesar de las declaraciones papales, el decreto Unitatis redintegratio rechaza el reditus de los separados y profesa la tesis de la conversión de todos los cristianos.

  La unidad no debe hacerse por el retorno de los separados a la Iglesia
Católica, sino por conversión de todas las Iglesias en el Cristo total, que no subsiste en ninguna de ellas, sino que es reintegrado mediante la convergencia de todas en uno.

  Donde los esquemas preparatorios definían que la Iglesia de Cristo es la
Iglesia Católica, el Concilio concede solamente que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica, adoptando la teoría de que también en las otras Iglesias cristianas subsiste la Iglesia de Cristo y todas deben tomar conciencia de dicha subsistencia común en Cristo.

  Como escribe en L'Osservatore Romano de 14 de octubre un catedrático de la Gregoriana, el Concilio reconoce a las Iglesias separadas como instrumentos de los cuales el Espíritu Santo se sirve para operar la salvación de sus miembros. En esta visión paritaria de todas las Iglesias el catolicismo ya no tiene ningún carácter de preeminencia ni de exclusividad. Ya en el período de los trabajos preparatorios del Concilio (§§3.1 y ss.) el padre Maurice Villain (Introducción al Ecumenismo, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1962) proponía hacer caer la antinomia entre la Iglesia católica y las confesiones protestantes, distinguiendo entre dogmas centrales y dogmas periféricos, y más aún entre las verdades de fe y las fórmulas con las que el pensamiento contingentemente las objetiva y las expresa, y que no son inmutables.

  Puesto que dichas fórmulas no son efecto de una facultad expositiva de la verdad, sino de una facultad que da categoría a un dato siempre incognoscible, la unión debe hacerse en algo más profundo que la verdad, que Villain llama el Cristo orante. Pero aparte de lo dicho en §34.8, es de observar que si bien la oración de todos aquéllos que se remiten a Cristo es ciertamente un medio necesario de la unión, rezar juntos por la unión no constituye la unidad (que es de fe, de sacramentos, y de gobierno).

  El Card. Bea retoma una concepción análoga del ecumenismo en Civiltá cattolica (enero de 1961), así como en conferencias y entrevistas (Corriere del Ticino, 10 de marzo de 1971).

  Declaró que el movimiento no es de retorno de los separados a la Iglesia romana, y siguiendo la sentencia común aseguró que los protestantes no están separados del todo, ya que han recibido el carácter del Bautismo.

  Sin embargo, citando la Mystici corporis de Pío XII, según la cual están ordenados al cuerpo místico, llegaba a asegurar que pertenecen a él, y por tanto se encuentran en una situación de salvación que no es distinta a la de los católicos (L'Osservatore Romano, 27 de abril de 1962). La causa de la unión es reconducida por él a explicitación de una unidad ya virtualmente presente, de la cual simplemente se trata de tomar conciencia.

  Esta unidad es solamente virtual incluso en la Iglesia católica, la cual no debe tomar conciencia de sí misma, sino de esa más profunda realidad del Cristo total que es la síntesis de los dispersos miembros de la cristiandad. Por tanto no se trata de una reversión de unos hacia otros, sino de una conversión de todos hacia el centro, que es el Cristo profundo.

El ecumenismo postconciliar. Pablo VI.

  …en una intervención en el L'Osservatore Romano del 4 de diciembre de 1963, el Card. Bea, aunque reconociendo la diferencia entre las Iglesias, afirma que los puntos que nos dividen no se refieren verdaderamente a la doctrina, sino al modo de expresarla, puesto que todas las confesiones suponen una idéntica verdad subyacente a todas: como si la Iglesia se hubiese engañado durante siglos y el error fuese simplemente un equívoco. La acción del pastor de las parábolas evangélicas no consistiría en reconducir (es decir, en hacer volver: (“conducir”), sino puramente en dejar abiertas las puertas del redil, que por tanto no sería ni siquiera el redil del pastor, sino otra cosa…

  Es significativo el documento en lengua francesa del Secretariado para la unión en aplicación del decreto Unitatis Redintegratio (L'Osservatore Romano, 22-23 septiembre 1970). Se toma de Lumen Gentium 8 la fórmula tradicional: unidad de la Iglesia una y única, unidad de la cual Cristo ha dotado a su Iglesia desde el origen, y que subsiste de forma inamisible, como creemos, en la Iglesia Católica y que, como esperamos, debe acrecentarse sin cesar hasta la consumación de los siglos. De este modo la Iglesia Católica posee la unidad y la acrecienta no formalmente (es decir, haciéndose más una) sino materialmente (añadiendo a sí las confesiones actualmente separadas): es una extensión, no una intensificación en la unidad.

  Sin embargo todo el documento se desarrolla después en una prospectiva de unidad que se busca, más que se comunica, en una reciprocidad de reconocimientos gracias a los cuales se persigue la resolución de las divergencias más allá de las diferencias históricas actuales.

  Se contemplan las diferencias dogmáticas como diferencias históricas que el retorno a la fe de los primeros siete concilios debe hacer caer en la irrelevancia. Se niega así implícitamente el desarrollo homogéneo del dogma después de aquellos siete concilios; se imprime a la fe un movimiento retrógrado; y se da al problema ecuménico una solución más histórica que teológica...

Consecuencias del ecumenismo postconciliar. Paralización de las conversiones

  ...Se abandona el principio del retorno de los separados, sustituido por el de la conversión de todos al Cristo total inmanente a todas las confesiones.

  Como profesa abiertamente el patriarca Atenágoras, no se trata en este movimiento de una aproximación de una Iglesia hacia la otra, sino de una aproximación de todas las Iglesias hacia el Cristo común (ICI, n. 3II, p. 18, 1 de mayo de 1968). Si ésta es la esencia del ecumenismo, la Iglesia católica no puede ya atraer hacia sí, sino sólo concurrir con las otras confesiones en la convergencia hacia un centro que está fuera de ella y de todas las demás.

  Mons. Le Bourgeois, Obispo de Autun, lo profesa abiertamente: Mientras que la unidad no se realice, ninguna Iglesia puede pretender ser ella sola la única auténtica Iglesia de Jesucristo (ICI, n. 585, p. 20, 15 de abril de 1983). El padre Charles Boyer, en L'Osservatore Romano del 9 de enero de 1975, con un artículo que choca con la tendencia del diario en cuanto a la cuestión ecuménica y quedó sin resonancia alguna, revela las causas de tal recesión de conversiones, y las reconoce en el abandono generalizado por el mundo de la visión teotrópica, y también en la sugestión potente de la civitas hominis sobre la presente generación; pero acusa de ello explícitamente a la acción ecuménica. Se pretende que todas las Iglesias son iguales, o casi. Se condena el proselitismo (Este es además el término con el que se designa la obra de captación de la Iglesia Católica desarrollada en el pasado en las misiones), y para huir de él se evita la crítica de los errores y una clara exposición de la verdadera doctrina. Se aconseja a las diferentes confesiones conservar su identidad alegando una convergencia que se hará espontáneamente.

  Aunque el autor atenúe su censura atribuyendo (con poca veracidad) dicha conducta especialmente a las confesiones separadas, realmente la argumentación invalida la sustancia del nuevo ecumenismo católico. Las conversiones a la Fe católica no pueden no caer desmesuradamente si la conversión ya no es el paso del hombre de una cosa a otra totalmente diferente, ni un salto de vida o muerte. Si con la conversión al catolicismo nada varía esencialmente, la conversión se hace irrelevante, y quien se ha convertido puede sentirse arrepentido de haberlo hecho.

  Al vivir en un país de mixta religión, he tenido oportunidad de recoger varias veces los sentimientos de protestantes convertidos, que se arrepienten hoy de su decisión como de cosa superficial y errada. El gran escritor francés Julien Green declara con amarga franqueza que hoy ya no se convertiría: ¿para qué dejar una religión por otra, cuando no se distinguen más que por el nombre?

  Conozco casos de judíos convertidos que después de las claudicaciones y rectificaciones del Vaticano II volvieron a la Sinagoga originaria. Por otra parte tampoco es posible hoy desconvertirse, porque el acto de la reconversión al protestantismo sería nulo por equivalencia, como fue nulo el de la conversión al catolicismo.

ROMANO AMERIO –“Iota Unum” – 1985. Pags. 499 a 506


 Nacionalismo Católico San Juan Bautista

6 comentarios:

  1. Trascribo un comentario de Carlos Antonio Grünwaldt que tiene problemas con el sistema que se usa para los comentarios.

    Faltaría aclarar que en un documento del Vaticano II firmado por la mayoria de los Obispos del conclave e inlcuso aprobado por PABLO VI dice claramente que cualquier religión es medio de salvación, contrariando el dogma del Vaticano I QUE DICE: “La Iglesia católica es la única arca de salvación", motivo por el cual con eso solo el PAPA VI quedó excomulgado y todos los cardenales nombrados por el fue nula dicha elección y por lo tanto no fueron válidas las elecciones posteriores de PAPAS
    Carlos Antonio Grünwaldt

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    1. No comparto el sedevacantismo, sin embargo coincido en señalar que lo correcto es que la Iglesia Católica es la única arca de salvacíon, y toda otra propuesta es errónea.

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    2. "Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse participe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles [Mt. 25, 41], a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica."

      Concilio de Florencia

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  2. Pero si aceptamos el magisterio de 20 siglos en la iglesia, debemos aceptar también el Vaticano II, con qué autoridad descartamos unas enseñanzas y dogmas y aceptamos otros? los obispos se reunieron en un concilio bajo la inspiración infalible del Espíritu Santo, y sancionaron estos decretos con plena autoridad apostólica.

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    1. Si aceptamos el Magisterio de 20 siglos entonces como considerar que el Espíritu Santo se actualizó cambiando lo que había inspirado dogmáticamente anteriormente. El Espíritu Santo no puede ser contradictorio. El concilio Vaticano II no es dogmático sino pastoral. La Nostra aetate, por ejemplo, supone una ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia.

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  3. Solicito al ecumenismo cristiano eclesiástico católico de la iglesia bizantina ortodoxa griega con la iglesia católica romana del vaticano y con la iglesia católica anglicana y con la iglesia católica ortodoxa rusa porque soy el profeta Elías del ecumenismo cristiano eclesiástico por mi prelatura de Moyobamba del vaticano.

    Atentamente:
    Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
    Documento de identificacion personal:
    1999-01058-0101 Guatemala,
    Cédula de Vecindad:
    ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
    Ciudadano de Guatemala de la América Central.

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