La apostasía de la fe es un pecado que aparta
totalmente de Dios y, por tanto, es distinto a otro pecado.
A la fe no pertenece sólo la credibilidad del
corazón, sino también la confesión pública de la fe. Es necesario decir
palabras y obrar en lo exterior esa fe que está en el corazón.
Quien vive de fe obra la fe exteriormente, de
manera que todos puedan verla. Pero quien no vive de fe sólo obra al exterior
su vida humana, o carnal, o material, o natural.
Cuando un hombre dice herejías en forma
continua y no las quita, no se arrepiente de ellas, entonces eso es señal de
que ha apostatado de la fe.
Cuando un hombre obra el pecado y no se
arrepiente de él, sino que permanece y vive de ese pecado, entonces es la señal
de que ha apostatado de la fe.
El que apostata de la fe perdió la fe
totalmente. No tiene el don de la fe. Vive otra cosa muy diferente a la fe.
El que abandona la fe puede seguir estando en
la Iglesia, pero de una forma exterior, hipócrita, farisea. En su interior, no
tiene el espíritu de la Iglesia, pero sí posee el espíritu contrario, que le
hace obrar en contra de la Iglesia.
El hombre que apostata de la fe con su boca
habla de Dios, confiesa a Dios, predica muchas cosas, pero nunca da la Verdad
de lo que habla, siempre da su interpretación de todas las cosas divinas. Y,
por tanto, es un hombre que se dedica a hacer su religión, su evangelio, sus
mandamientos, sus reglas, sus tradiciones, que no tienen nada que con la Verdad
de la Iglesia.
De esta manera, se dan en muchas almas la
apostasía de la fe. No es un pecado raro, sino común, porque es un pecado que
imita en todo al hombre mundano, pero en la Iglesia. Es meter el mundo en la
Iglesia, es vivir el mundo dentro de la Iglesia, es sacrificar todo lo divino
en aras de los humano, de lo natural.
Vivimos dentro de la misma Iglesia Católica
la apostasía de la fe en muchas almas que son sacerdotes, Obispos, fieles, que
han perdido totalmente la fe. No es que cometan pecados mortales o que vivan,
de alguna manera, su ministerio en la Iglesia o hagan sus apostolados en la
Iglesia. Es que han abandonado totalmente la fe.
No sólo pecan mortalmente, sino que exaltan
sus pecados, justifican sus pecados, aplauden sus pecados, llaman a sus pecado
una verdad, un bien que se debe hacer.
En el gobierno de la Iglesia Católica hay
hombres que ya no tienen fe, porque mantienen sus pecados a la vista de todo el
mundo, de la Iglesia. No sólo esos hombres dicen herejías, sino que obran esas
herejías a la vista de todos.
El que perdió la fe nunca puede obrar en lo
exterior movido por la fe, sino que obrará según su inteligencia o sentimiento
humano.
La fe, cuando se pierde, hace que el hombre
sólo se quede en su ambiente humano, en su vida humana, en sus obras humanas,
en sus culturas, en su ciencia, en sus conquistas humanas.
Pero lo peor no es esto: lo peor es que
enseñan sus herejías, sus obras, en la Iglesia como algo verdadero que hay que
seguir, como una obra que hay que hacer. Esto es el daño más grave de todos.
Esto produce que en la Iglesia se forme, al
mismo tiempo, otra iglesia, distinta a la verdadera y tomada por muchos como
verdadera, siendo una falsificación.
Y, cuando esta falsa Iglesia comienza a
crecer, a desarrollarse, a tomar cimientos, control sobre la Iglesia verdadera,
entonces viene lo peor: se oscurece la Verdad, se oscurece la Iglesia verdadera
y sólo queda la falsa; sólo se ve la falsa, sólo se atiende a los postulados
que se predican desde la falsa iglesia.
El problema de Roma, desde que Benedicto XVI
renunció, no está en lo que hemos visto en diez meses, sino en lo que no se ve,
en lo que se oculta, en lo que hay detrás de cada hombre que está en el
gobierno de la Iglesia.
Nadie sabe ahora, a ciencia cierta, qué pasa
en la verdadera Iglesia, porque sólo se da a conocer la falsa iglesia.
Francisco sólo predica la mentira, sólo gobierna con la mentira, sólo realiza
obras mentirosas. Y eso es en lo que todo el mundo se fija. Pero nadie atiende
a la verdadera Iglesia. Quien no está con Francisco, ¿cómo vive su fe? ¿Cómo
obra en la Iglesia?
Esto es lo que nadie atiende, lo que nadie
sabe, porque la Verdad ha sido oscurecida en Roma. Y se quiere, desde Roma, que
todo el mundo siga la falsa iglesia, que todos estén de acuerdo con Francisco,
que nadie rechiste, que nadie diga que es un hereje.
Y esta imposición de Roma, esta prepotencia
de Roma, hace que se oculte la verdadera Iglesia y que nadie viva esa verdadera
Iglesia, que todos se acomoden a lo que tienen, aunque no les guste, aunque se
vean herejías y se obren esas herejías.
El daño más grave en la apostasía de la fe,
dentro de la Iglesia, es éste: nadie atiende a la Verdad de la Iglesia, sino
que todos quieren construir la Iglesia a su manera. Todos están preocupados por
agradar a Francisco, pero nadie se opone a Francisco.
Durante diez meses nadie ha aprendido a
luchar contra los herejes en la Iglesia. Todos se han acomodado a las
circunstancias que se ha dado y prefieren decir: con estos bueyes hay que arar.
Este es el mayor error que un alma puede
cometer en la vida espiritual: acomodarse al espíritu que se le ofrece desde
Roma. Y, entonces, como no se discierne el Espíritu, sino que se acomoda el
hombre a ese espíritu, sin preguntarse si es bueno o malo, viene la ruina más
total.
Quien acepta al que ha apostatado de la fe,
quien lo obedece, quien se somete a él, entonces acaba abandonando la fe y se
hace apóstata como él.
Este es el gran peligro, ahora, en la
Iglesia. Gobiernan apóstatas de la fe, entonces, las almas dentro de la Iglesia
pierden la fe y se condenan.
Para no perder la fe hay que atacar al
hereje, al apóstata de la fe. Atacarlo. No darle tregua. No preguntarse si es
hereje formal o es hereje accidental. Muchos esperan una declaración de la Iglesia
que llame hereje a Francisco. Esperan en vano. No va a ocurrir, porque en Roma
no están en eso. Roma ya no ve el pecado de nadie, sino que exalta el pecado de
todo el mundo. Roma aplaude al pecado y a su pecado, pero ya no guarda la fe,
la verdad, ya no es custodia de la almas, sino perversión de ellas.
Estamos en un momento muy crítico, muy grave,
que los hombres no han meditado en ninguna manera.
Ven lo que hace Francisco, pero le siguen el
juego, se acomodan a lo que hay en la Iglesia. Ya no luchan por la Verdad de la
Iglesia. Muy poquitos ven lo que hay y dicen lo que hay con todas las
consecuencias. ¡Cuesta decir la Verdad! ¡Hay que morir para decir la Verdad!
¡Hay que desprenderse del falso respeto humano, de la falsa compasión, de la
falsa fraternidad hacia el hombre, y plantar cara al hereje!
La Iglesia no es viril en la vida espiritual,
sino que está afeminada. Vive de blanduras, de sentimentalismos, de vanidades,
de placeres exquisitos. Pero no capta la verdad viril, la verdad que transforma
la vida, la verdad que hace ser un hombre sólo para Dios, no para el mundo.
Francisco predica una espiritualidad
afeminada y a todos les gusta. Así está la Iglesia, así vive la Iglesia la vida
espiritual: una gran tibieza. Francisco da lo que busca el hombre. Eso se llama
tibieza; al hombre le gusta sentirse débil, sentirse que alguien se fija en él,
que alguien lo ama. Pero no quiere dar el amor, no quiere entregarse sin más,
sino que sólo busca su propio interés en todas las cosas.
En las predicaciones de los apóstatas sólo se
señala una cosa: que Dios nos ama con ternura. Y no se dice más. Todos somos
pecadores, pero Dios nos ama a todos. Es siempre el mismo argumento. Nunca un
apóstata va a decir que hay que luchar contra el pecado para tener el amor de
Dios. Nunca. Porque ya no cree. No tiene fe. Y vive según su amaneramiento de
la fe: abajó a Dios a su manera de ver la vida; hizo descender lo divino a su
mente humana para fabricar su dios, su evangelio, sus reglas, sus normas, su
iglesia.
Y, en esta fábrica, sólo puede haber un
camino para el que quiera salvarse: oponerse en todo al que ha abandonado la
fe. Quien no camine así, en una Iglesia que no es la verdadera, sino la falsa,
entonces acaba perdiéndose “en nombre de dios” y haciendo la “voluntad de dios”
que esa falsa iglesia impone a los demás.
El que apostata de la fe impone siempre su
orgullo, su pensamiento a los demás. Y lo impone como si fuera divino. El Papa
verdadero nunca obliga a nada en la Iglesia, sino que sólo señala el camino de la
verdad, y a aquel que no le guste, entonces toma las medidas necesarias en el
Espíritu para extirpar de la Iglesia a un hereje, para que no haga daño.
Francisco no puede ser un Papa verdadero
porque deja que en la Iglesia la gente peque, viva en su pecado, y él mismo
exalta su pecado en medio de todos. Por eso, el mundo lo aplaude, los gays lo
aplauden.
Siempre a un Papa verdadero, el mundo lo
crucifica y los homosexuales hablan mal de él. Esa es la señal de que un alma
tiene a Dios: cuando el mundo la combate.
Señal de que Francisco no tiene a Dios: que
el mundo lo aplaude.
Pero lo más grave es que, dentro de la
Iglesia, también acogen lo que el mundo dice de Francisco. Y, cuando sucede
eso, es señal de que ha iniciado la ruina de toda la Iglesia.
Nadie se levanta para destronar a Francisco:
eso es gravísimo. Y, entonces, como las almas que deberían tomar partido en
contra de Francisco, no lo hacen, abren el camino para que el demonio lo haga y
produzca en la Iglesia la mayor división, la mayor ruina de todas.
El tiempo corre a favor del demonio. Dios se
cruza de brazos y ve cómo el demonio destruye 20 siglos de Iglesia en Roma.
Visto en: "LUMEN
MARIAE" http://josephmaryam.wordpress.com/
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Francisco es uno más dentro de los papas que han destruido la iglesia Si Bergoglio puede decir que no hay un Dios católico es porque los anteriores con su ecumenismo prepararon el camino para que eso suceda ,si este hombre puede hablar de nuestros hermanos mayores es porque ya Benedicto había dicho en su libro que los judios no mataron a Jesús y los anteriores solo se arrastraron ante los judios. y ademas los catolicos sin cerebro que ven un hombre vestido de blanco les va cambiando la biblia y sin pensar lo que durante años aprendieron dicen amen .Bergoglio no salio de la nada
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