LOS
VERDADEROS OBJETIVOS DE KARL MARX
Todo es judaico en el comunismo, desde su
dirección hasta su organización y trasfondo. Judíos fueron prácticamente todos
los teorizantes y fundadores de esa utópica aberración contra natura: Karl Marx
Haim Mordekai Kissel, Friedrich Engels, Ferdinand Lassalle, Boerne, Cohen, Karl
Kautsky, Heinrich Heine, Edouard Bernstein, Lastrow, Loening, Max Hirsch,
Wirschauer, Longuet, Lafargue... Judíos fueron los estadistas que más o menos
discretamente les protegieron y solaparon sus actividades, desde Disraelí hasta
Kerensky y desde Rathenau hasta Roosevelt. Judíos, como ya hemos visto, los
banqueros internacionales que financiaron las actividades revolucionarias
primero en Rusia y después en el mundo entero. Judíos o de origen judío son la
mayor parte de las instituciones y símbolos bolcheviques: la estrella roja
comunista es un símbolo hebreo; la organización y el funcionamiento de los
soviets es idéntico al de los kahales; los "kolhozes" de la Rusia
bolchevizada funcionan de manera bien similar a los famosos "kibutz"
de Palestina; el Estado soviético es el primero del mundo en considerar el
antisemitismo un crimen, la primera pregunta del cuestionario a que se somete
un aspirante a miembro del Partido comunista americano es: "¿habla usted yiddish?"
El movimiento comunista mundial parece
sometido a una constante según la cual, tanto mayores y más rápidos son sus
éxitos en un determinado país, cuanto más importante es, cuantitativa o
cualitativamente hablando, la comunidad judía que alberga. Una excepción parece
ser Norteamérica. En realidad, es la mayor confirmación de esa regla. En
efecto, objetivamente hablando –sólo lo objetivo cuenta en política– camuflando
sus decisiones bajo la capa de los errores o del oportunismo histórico del
momento, desde 1917 hasta hoy, los sucesivos Gobiernos de Washington han sido
la palanca que ha posibilitado la instalación, en medio mundo, de regímenes
marionetas del Kremlin. Los políticos de la Casa Blanca, que tan inteligentes
fueron en el transcurso de su Guerra de Secesión, de sus guerras de expansión
imperialista contra México y contra España, de sus guerras de genocidio contra
los aborígenes de su propio país, en la Primera Guerra Mundial y en la gran
cruzada de las democracias contra Alemania, no se han vuelto, súbitamente, unos
deficientes mentales, cada vez que han enfocado un problema relacionado con el
comunismo. No es posible el error continuo... Lo que ocurre es que todos los
formidables recursos del Occidente "capitalista" son necesarios para
hacer triunfar al Oriente "comunista". ¿Paradoja? No. Sencilla lógica
para los que son capaces de seguir el hilo rojo de una conspiración
multisecular contra Europa y el Mundo Blanco.
¿Contradicciones inherentes al malvado
sistema capitalista... como diría el heredero de un prestamista, Marx? En absoluto, no. Capitalismo y comunismo son tan exactos
en sus consecuencias y en sus métodos, que nada de extraño tiene que las
personas que los crearon y que, actualmente, los controlan, sean de la misma
extracción racial.
Los verdaderos objetivos del comunismo son
revelados por su "padre espiritual", Marx, en una carta que escribió
a su correligionario Baruch Levi:
"En esta nueva organización de la
Humanidad, los hijos de Israel, esparcidos por todos los rincones de la
Tierra... se convertirán, en todas partes, sin oposición alguna, en la clase
dirigente, sobre todo si consiguen colocar a las masas obreras bajo su control
exclusivo. Los Gobiernos de las naciones integrantes de la futura República
universal caerán, sin esfuerzo, en las manos de los israelitas, gracias a la
victoria del proletariado. La propiedad privada podrá, entonces, ser suprimida
por los gobernantes de raza judía que administrarán, en todas partes, los
fondos públicos.
Así se realizará la promesa del Talmud según
la cual, cuando llegue el tiempo del Mesías, los judíos poseerán los bienes de
todos los pueblos de la Tierra".
Esa confesión de Marx es de enorme
importancia. Los obreros, para él, no son más que los instrumentos que deben
utilizar los judíos para convertirse en los amos del mundo y, como dice
cínicamente el autor de “El Capital”, administrar sus riquezas. Marx, hijo de
un prestamista usurero, nieto y heredero de un rico rabino, y casado con una
burguesa alemana, no era un "paría de la Tierra, esclavo sin pan".
Pero si era, en cambio, un patriota judío.
En otro espacio de la carta a Baruch Levi,
antes citada, Marx escribía:
"El pueblo judío, considerado
colectivamente, será su propio Mesías. Su reino sobre el Universo se obtendrá
por la unificación de las otras razas humanas, la supresión de las fronteras y
de las monarquías, que son el baluarte del particularismo, y el establecimiento
de una República universal que reconozca los derechos de los ciudadanos
judíos".
El burgués adinerado Haim Kissel Mordekai
Marx, no era un anticapitalista en el recto sentido de esa expresión. De haber
sido un verdadero anticapitalista hubiera fustigado, en sus obras demagógicas,
a los auténticos capitalistas, es decir, aquellos que viven del capital, del
llamado dinero escriptural, del "Book–Money", creado por los
banqueros por una simple anotación en sus libros... del dinero–crédito, llamado
por el propio Trotsky, yerno de un poderoso banquero, "moneda falsa de
curso legal". Mas, ¡oh, paradoja!, cuando habla del dinero-crédito, de la
finanza usurera, Marx se expresa de manera tan cauta como temerosa. Hablando de
la finanza, internacional y apátrida, Marx es un auténtico reaccionario
retrógrado, para utilizar una expresión cara a los camaradas del Partido
Comunista.
De haber sido un anticapitalista auténtico,
Marx hubiera mencionado, en sus obras comunistas, a los numerosos capitalistas
judíos que, ya en su época, infestaban Europa. Ejemplos no le faltaban: los
Pereyre, los Camondo, los Peixotto, los Mayer, los Reinech, los Mendelssohn,
los Schneider, y, sobre todo, aquella "estrella de cinco puntas"
constituida por el Imperio Rothschild en Frankfurt, Londres, París, Viena y
Nápoles. Una acumulación de riqueza, conseguida sin trabajo ni beneficio alguno
para la comunidad –antes bien, en detrimento suyo–, como jamás los siglos
vieron. He aquí un bello ejemplo de capitalismo a destruir. Pero Marx guarda
discreto silencio. Para él, los únicos "capitalistas" son los
dirigentes de empresa, los industriales, los terratenientes, y hasta los
obreros expertos y peritos que rehúsan ser rebajados al nivel de los jornaleros
sin oficio ni beneficio.
Para Marx, evidentemente, el capitalismo de
Estado soviético, bautizado "comunismo" para las masas ignorantes, no
es más que un medio, una herramienta para llegar al verdadero fin: el
imperialismo mundial de Sión.
JOAQUÍN BOCHACA – “Historia de los
vencidos” Ed. Bausp – Tercera Edición 1979
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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