sábado, 18 de enero de 2014

Comunismo y capitalismo: herramientas judías de dominación - Por Joaquín Bochaca

LOS VERDADEROS OBJETIVOS DE KARL MARX

  Todo es judaico en el comunismo, desde su dirección hasta su organización y trasfondo. Judíos fueron prácticamente todos los teorizantes y fundadores de esa utópica aberración contra natura: Karl Marx Haim Mordekai Kissel, Friedrich Engels, Ferdinand Lassalle, Boerne, Cohen, Karl Kautsky, Heinrich Heine, Edouard Bernstein, Lastrow, Loening, Max Hirsch, Wirschauer, Longuet, Lafargue... Judíos fueron los estadistas que más o menos discretamente les protegieron y solaparon sus actividades, desde Disraelí hasta Kerensky y desde Rathenau hasta Roosevelt. Judíos, como ya hemos visto, los banqueros internacionales que financiaron las actividades revolucionarias primero en Rusia y después en el mundo entero. Judíos o de origen judío son la mayor parte de las instituciones y símbolos bolcheviques: la estrella roja comunista es un símbolo hebreo; la organización y el funcionamiento de los soviets es idéntico al de los kahales; los "kolhozes" de la Rusia bolchevizada funcionan de manera bien similar a los famosos "kibutz" de Palestina; el Estado soviético es el primero del mundo en considerar el antisemitismo un crimen, la primera pregunta del cuestionario a que se somete un aspirante a miembro del Partido comunista americano es: "¿habla usted yiddish?"


  El movimiento comunista mundial parece sometido a una constante según la cual, tanto mayores y más rápidos son sus éxitos en un determinado país, cuanto más importante es, cuantitativa o cualitativamente hablando, la comunidad judía que alberga. Una excepción parece ser Norteamérica. En realidad, es la mayor confirmación de esa regla. En efecto, objetivamente hablando –sólo lo objetivo cuenta en política– camuflando sus decisiones bajo la capa de los errores o del oportunismo histórico del momento, desde 1917 hasta hoy, los sucesivos Gobiernos de Washington han sido la palanca que ha posibilitado la instalación, en medio mundo, de regímenes marionetas del Kremlin. Los políticos de la Casa Blanca, que tan inteligentes fueron en el transcurso de su Guerra de Secesión, de sus guerras de expansión imperialista contra México y contra España, de sus guerras de genocidio contra los aborígenes de su propio país, en la Primera Guerra Mundial y en la gran cruzada de las democracias contra Alemania, no se han vuelto, súbitamente, unos deficientes mentales, cada vez que han enfocado un problema relacionado con el comunismo. No es posible el error continuo... Lo que ocurre es que todos los formidables recursos del Occidente "capitalista" son necesarios para hacer triunfar al Oriente "comunista". ¿Paradoja? No. Sencilla lógica para los que son capaces de seguir el hilo rojo de una conspiración multisecular contra Europa y el Mundo Blanco.


  ¿Contradicciones inherentes al malvado sistema capitalista... como diría el heredero de un prestamista, Marx? En absoluto, no. Capitalismo y comunismo son tan exactos en sus consecuencias y en sus métodos, que nada de extraño tiene que las personas que los crearon y que, actualmente, los controlan, sean de la misma extracción racial.

  Los verdaderos objetivos del comunismo son revelados por su "padre espiritual", Marx, en una carta que escribió a su correligionario Baruch Levi:

  "En esta nueva organización de la Humanidad, los hijos de Israel, esparcidos por todos los rincones de la Tierra... se convertirán, en todas partes, sin oposición alguna, en la clase dirigente, sobre todo si consiguen colocar a las masas obreras bajo su control exclusivo. Los Gobiernos de las naciones integrantes de la futura República universal caerán, sin esfuerzo, en las manos de los israelitas, gracias a la victoria del proletariado. La propiedad privada podrá, entonces, ser suprimida por los gobernantes de raza judía que administrarán, en todas partes, los fondos públicos.

   Así se realizará la promesa del Talmud según la cual, cuando llegue el tiempo del Mesías, los judíos poseerán los bienes de todos los pueblos de la Tierra".

  Esa confesión de Marx es de enorme importancia. Los obreros, para él, no son más que los instrumentos que deben utilizar los judíos para convertirse en los amos del mundo y, como dice cínicamente el autor de “El Capital”, administrar sus riquezas. Marx, hijo de un prestamista usurero, nieto y heredero de un rico rabino, y casado con una burguesa alemana, no era un "paría de la Tierra, esclavo sin pan". Pero si era, en cambio, un patriota judío.

  En otro espacio de la carta a Baruch Levi, antes citada, Marx escribía:

 "El pueblo judío, considerado colectivamente, será su propio Mesías. Su reino sobre el Universo se obtendrá por la unificación de las otras razas humanas, la supresión de las fronteras y de las monarquías, que son el baluarte del particularismo, y el establecimiento de una República universal que reconozca los derechos de los ciudadanos judíos".

  El burgués adinerado Haim Kissel Mordekai Marx, no era un anticapitalista en el recto sentido de esa expresión. De haber sido un verdadero anticapitalista hubiera fustigado, en sus obras demagógicas, a los auténticos capitalistas, es decir, aquellos que viven del capital, del llamado dinero escriptural, del "Book–Money", creado por los banqueros por una simple anotación en sus libros... del dinero–crédito, llamado por el propio Trotsky, yerno de un poderoso banquero, "moneda falsa de curso legal". Mas, ¡oh, paradoja!, cuando habla del dinero-crédito, de la finanza usurera, Marx se expresa de manera tan cauta como temerosa. Hablando de la finanza, internacional y apátrida, Marx es un auténtico reaccionario retrógrado, para utilizar una expresión cara a los camaradas del Partido Comunista.

  De haber sido un anticapitalista auténtico, Marx hubiera mencionado, en sus obras comunistas, a los numerosos capitalistas judíos que, ya en su época, infestaban Europa. Ejemplos no le faltaban: los Pereyre, los Camondo, los Peixotto, los Mayer, los Reinech, los Mendelssohn, los Schneider, y, sobre todo, aquella "estrella de cinco puntas" constituida por el Imperio Rothschild en Frankfurt, Londres, París, Viena y Nápoles. Una acumulación de riqueza, conseguida sin trabajo ni beneficio alguno para la comunidad –antes bien, en detrimento suyo–, como jamás los siglos vieron. He aquí un bello ejemplo de capitalismo a destruir. Pero Marx guarda discreto silencio. Para él, los únicos "capitalistas" son los dirigentes de empresa, los industriales, los terratenientes, y hasta los obreros expertos y peritos que rehúsan ser rebajados al nivel de los jornaleros sin oficio ni beneficio.

  Para Marx, evidentemente, el capitalismo de Estado soviético, bautizado "comunismo" para las masas ignorantes, no es más que un medio, una herramienta para llegar al verdadero fin: el imperialismo mundial de Sión.

JOAQUÍN BOCHACA – “Historia de los vencidos” Ed. Bausp – Tercera Edición 1979


Nacionalismo Católico San Juan Bautista

No hay comentarios.:

Publicar un comentario