La expresión "democracia política"
constituye, en rigor, una redundancia. Así como el término
"monarquía"-del griego, monos:
uno, y arkhein: mandar-significa el
gobierno ejercido por uno solo, y "aristocracia"-del griego, aristos:
mejor, y kratos: poder-, el gobierno de los mejores, bastaría decir
democracia-del griego, demos: pueblo,
y kratos: poder-para referirse al
régimen político en que el gobierno es ejercido por todo el pueblo.
Sin embargo, por ser un hecho evidente que la
significación de la palabra democracia ha sido desvirtuada y aplicada a gran
número de conceptos diversos, nos resignamos a incurrir en la citada
redundancia y a emplear la expresión "democracia política", para
distinguirla terminantemente de las llamadas "democracia social",
"democracia popular", "democracia orgánica".,. y de las
otras arbitrarias acepciones que se dan a este anfibológico vocablo.
¿Qué es la democracia política? En síntesis,
lo que dice su significado etimológico: el gobierno de la "ciudad",
del Estado, ejercido por el pueblo. Así la concibe el vulgo, y así es definida
por la casi totalidad de los diccionarios y de los escritores políticos. Por
ejemplo, el reputado jurista Hans
Kelsen, inspirador de la Constitución federal austriaca de 1920, escribe:
"Democracia significa identidad del sujeto y del objeto del poder, de los
gobernantes y los gobernados, gobierno del pueblo por el pueblo"(1). Universal difusión
obtuvo, a este respecto, la frase del presidente norteamericano Abraham
Lincoln, al definir la democracia como "el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo". Siempre he estimado desproporcionado a su
contenido el éxito de esta fórmula trimembre, puesto que, en rigor, debería
reducirse a afirmar que la democracia es el gobierno ejercido por el pueblo, y
esto ya 10 dijeron centenares de escritores antes que Lincoln.
Por otra parte, en lenguaje político, resulta
ocioso calificar a la democracia de "gobierno del pueblo". Inevitablemente,
el pueblo es la materia, el objeto del Estado; el gobierno, su forma o sujeto.
Sin pueblo, ni siquiera puede concebirse la existencia de un gobierno. También
resulta ocioso decir que la democracia es "el gobierno para el
pueblo". Salvo en hipótesis patológicas y monstruosas, la razón de ser y
existir de cualquier gobierno es el servicio del pueblo, el bien común. Incluso
en la organización jerárquica de la Iglesia católica, prototipo de monarquía
absoluta, es calificada su cabeza-el soberano pontífice-de servus
servorum Dei.
Ya en el siglo VII, San Isidoro de Sevilla
afirmaba en una de sus Sentencias: "En provecho del gobierno de los
pueblos ha dado Dios la dignidad de jefes"(2); doctrina recogida por Santo Tomás de
Aquino, seiscientos años más tarde, en su tan conocido apotegma: Regnum non est propter regem, sed rex
propter regnum(3), que repite asimismo
el jesuita Juan de Mariana, al sostener que "el pueblo no es para el rey,
sino el rey para el pueblo"(4). Por su parte, el franciscano Juan de Santa María
escribe casi con las mismas palabras: "El rey se hizo para el bien del reino,
y no el reino para el bien del rey"(5).
Sin gran esfuerzo, podríamos transcribir una
serie de textos de filósofos y juristas católicos de distintos países que
recuerdan, reiteradamente, esa verdad de sentido común a los reyes y
gobernantes; pero se trata de algo tan evidente, que hace innecesaria mayor
demostración.
Es indudable la existencia de gobernantes en
todos los regímenes-monarquías, aristocracias y democracias-que han postergado
en su actuación el interés público por su interés privado; pero los tales
pierden la calidad de gobernantes, para convertirse en tiranos, en enemigos de
la sociedad(6). Conviene, además,
no olvidar a este respecto que en manera alguna puede ser considerada la
tiranía monopolio patológico de las monarquías. Igualmente se convierten en
tiranos los oligarcas, e incluso quienes se titulan representantes del pueblo
soberano, como lo ha demostrado la Historia, sobre todo la de Hispanoamérica y
la de las llamadas "democracias populares"(7).
Quede, pues, bien sentado que el gobernar en
servicio del pueblo, o, para usar el término de Lincoln, el gobierno "para
el pueblo", no es un atributo exclusivo de la democracia, sino, más bien,
exigencia racional de todo gobierno, cualquiera que fuere su forma. Quizá no
falte algún demócrata empedernido, conforme en teoría con la afirmación precedente,
que arguya que en el terreno de la práctica, de la realidad vivida, es la
democracia el régimen que mejor garantiza la prosecución del bien común, del
interés general por los gobernantes. Para refutarle, bastaría una ojeada a la
Historia contemporánea. Así, por ejemplo, los famosos affaires Wilson, Panamá y Stawisky manifiestan la corrupción de la
Tercera República francesa; los frecuentes escándalos del gobierno italiano de
centro-izquierda demuestran la podredumbre de un sistema político, y las
fabulosas fortunas de muchos gobernantes hispanoamericanos en el exilio
contrastan de manera elocuente con la modestia que rodea en su destierro a los
representantes de las grandes dinastías reales de Europa.
De lo expuesto cabe afirmar que los términos
"gobierno del pueblo" y "gobierno para el pueblo" son
comunes a todos los regímenes políticos, mientras no se corrompen, y que tan
sólo es característica exclusiva y teórica de la democracia la de ser un
"gobierno por el pueblo".
* * *
En la raíz de la idea democrática se
encuentran dos instintos del ser humano que, lejos de encauzarse racionalmente,
fueron elevados a la categoría de dogmas-falsos dogmas-por los seudofilósofos
del siglo XVIII y por sus discípulos de las dos centurias siguientes. Tales
instintos desordenados, o "falsos dogmas", son los
de libertad
e igualdad.
(1) Kelsen: La démocratie. Sa
nature. Sa valeur, París,
Recueil
Sirey, 1932,
pág. 14.
(2) San Isidoro de Sevilla: Sentencias en
tres libros, Madrid,
Ediciones Aspas, 1947, vol. Il, pág. 133, Sentencia núm. 1.051.
(3) Santo Tomás de Aquino: De regimine
principum, 111,
2.
(4) Cit. por Francisco de P.
Garzón, S. J., El
padre luan de Mariana y las escuelas liberales, Madrid,
Biblioteca de la Ciencia
Cristiana, 1889, pág. 154.
(5) Fray Juan de Santa María: Tratado de
república y
policía
cristiana, citado
por Ba1mes en Obras
completas, ed,
cit., vol. VII, pág. 315.
(6) "Faciendo derecho el rey, debe haver
nomne de rey, et faciendo torto, pierde nomne de rey." (Fuero Juzgo, Tit, 1, Ley 2.)
(7) Cf. Marcial Solana: ¿Quiénes pueden
ser tiranos en losmodernos regimenes democrdticos y constitucionales'l
, en
Acción
Española, núm.
47, págs. l.10S, sgs, y
también
del mismo autor, La
resistencia a la tiranla, según la doctrina de los tratadistasdel Siglo de Oro
español, en
la misma revista, nüms. 34 a 37.
DON EUGENIO VEGAS LATAPIE
– “Consideraciones sobre la democracia” – Discurso leído el 14 de Septiembre de
1965. Selecciones Gráficas – Madrid 1965. Págs. 61-64
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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