Antaño, los santos eran ejemplos impecables
de vida cristiana que tan solo los herejes osarían criticar. Sus vidas y
milagros predicaban el Evangelio con toda la fuerza del Espíritu Santo, del que
estaban totalmente imbuidos. Al encomendarse a la intercesión de los santos el
pueblo fiel tenía la absoluta certeza de que Dios oiría sus plegarias y que
además las oiría con benevolencia, puesto que nada le agrada más a Nuestro
Señor que compartir su gloria con sus hijos queridos que le han demostrado en
su vida terrenal un amor inquebrantable e incondicional.
Lamentablemente hoy en día, en la época
ruinosa post-conciliar, no es así. Ya no nos podemos fiar ni de los hombres y
mujeres que han sido elevado a los altares, dado que son los mismos malos
pastores que confunden a los fieles con medias verdades los que proclaman a los
nuevos santos. Los hombres mediocres prefieren mirarse en el espejo de otros
mediocres, porque no soportan el ejemplo de los verdaderos santos de nuestro
tiempo, los que resistieron los cambios que adulteraron la liturgia y la
doctrina y mantuvieron viva la llama de la Tradición. La vida de estos santos,
que serán canonizados cuando el Concilio Vaticano II se consigne al baúl del
olvido, denuncia la “nueva orientación” de la Iglesia, cuyos frutos podridos
son la deserción masiva de los bautizados, la protestantización de los pocos
fieles que aún frecuentan los sacramentos, y la secularización de los países
anteriormente católicos.
Creo que es interesante saber lo que comentan
los medios de comunicación respecto a la canonización de los dos Papas, Juan
XXIII y Juan Pablo II que tuvo lugar el domingo 27 abril de 2014, una de las
fechas más tristes en la historia reciente de la Iglesia Católica.
Empiezo por los medios más afines a Tradición
Digital. Entre tradicionalistas existen diversas opiniones sobre la
infalibilidad de las canonizaciones de la neo-Iglesia, y es un debate que sin
duda seguirá durante mucho tiempo. Entre los teólogos tradicionalistas que
rechazan la infalibilidad de las canonizaciones, en una línea dura, está Atila Sinke Gumarães, editor de Tradition in Action, quien explica en este artículo
que los santos ahora no son más que el reflejo del gusto personal del Papa, con
una total ausencia de objetividad y seriedad en todo el proceso. En tiempos
remotos es cierto que la Iglesia elevaba a los altares a las personas que
morían con fama de santidad y eran aclamadas como santos por el pueblo fiel.
Sin embargo, ahora que la mayoría de católicos han perdido la verdadera fe, se
han contagiado del pensamiento mundano, y viven ajenos a las exigencias morales
de la Religión, la aclamación de Wojtyla como “santo súbito” por el pueblo no
se puede alegar a favor de su santidad. Así dice Gumarães:
“La gran multitud de católicos que aman el mundo
moderno, sienten agradecimiento hacía la Iglesia conciliar por “canonizar” a
estos dos Papas que pusieron fin a la “vieja” militancia católica y la
reemplazaron con un rostro “más humano”. Esta nueva Iglesia tolera su falta de
moralidad y sus creencias relativistas. Así que se van a Roma para expresar su
aprobación hacía estos dos Papas por la transformación de la Iglesia en una
institución “alegre”, en sintonía con la Jornadas Mundiales de la Juventud.
Cuando el mismo Juan Pablo II abolió en 1983
los cánones que desde el siglo XVII gobernaban las canonizaciones, abrió la
puerta a todo tipo de errores, por lo que, en la opinión de Gumarães, las
canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II son inválidas.
Recuerdo que Robert Sungenis, un teólogo brillante, escribió hace tiempo en su
página Catholic
Apologetics International: “cuando canonicen a Juan Pablo II sabré que
las canonizaciones no son infalibles”. Por coherencia ahora debería afirmar
algo similar al Sr. Gumarães.
En la línea blanda de los tradicionalistas
está el conocido blog Rorate Caeli,
que el día antes de las desafortunadas canonizaciones publicó el
siguiente artículo en que sugiere que un par de adiciones de Benedicto XVI
al rito de canonización comprometen la infalibilidad del Papa. No soy teólogo,
pero el sentido común me dice que por mucho que Francisco invoque al Espíritu
Santo en una Misa de canonización, no convertirá a un hombre como Karol Wojtyla
en un santo. Si creyera que eso fuera posible tendría que dejar de creer en
todo lo que la Iglesia ha enseñado durante casi dos mil años.
Luego está The Remnant, que publicó este
artículo diciendo más o menos que las neo-canonizaciones sí son infalibles,
pero realmente no significan gran cosa. Sólo requieren creer que las personas
en cuestión se encuentran en el Cielo; no que supongan un ejemplo a seguir, ni
que hayan vivido las virtudes de manera heroica. Es una postura a mi juicio
algo deshonesta, porque falsea la noción católica de santidad y la equipara a
la noción protestante, según la cual todas las personas que confiesan que Jesús
es el Hijo de Dios y creen la Buena Nueva son tan santos como el Seráfico San
Francisco de Asís. Pero esta “democratización” de la santidad supone la
negación absoluta de las virtudes cristianas; es la Resurrección sin la Cruz,
la gloria sin pena, la salvación exprés.
No comentaré las estupideces que dicen los
medios oficialistas católicos, primero, porque ya tengo la tensión arterial lo
bastante alta y segundo, porque no dicen nada remotamente interesante.
Los medios seculares de masa se pueden
dividir en dos bloques: los conservadores y los anticlericales. Los primeros
(en España tipificado por los panfletos al servicio del Partido Popular, el ABC
y La Razón) van a la par con los medios católicos oficialistas, que celebran a
sus dos nuevos santos. Los que se deben a sus lectores rojillos optan por
ignorar las canonizaciones o las aprovechan para arremeter contra la Iglesia. A
menudo, en estos tiempos de locura colectiva, son estos medios anticlericales los
que aportan una pizca de sensatez al debate. ¡De vez en cuando hasta el Demonio
dice la verdad si le conviene!
Me ha parecido especialmente pertinente una
editorial de Maureen Dowd titulada
“A Saint He Ain´t” (literalmente “No Es Santo”) en el periódico virulentamente
anticlerical, The New York Times, en
que se preguntaba por qué la Iglesia ha tenido tanta prisa por canonizar a Juan
Pablo II. Esta prisa la interpreta como un desprecio hacía las víctimas de
abusos sexuales a manos de curas pederastas, víctimas que “san” Juan Pablo II
no sólo no socorrió, sino que obstaculizó cualquier investigación de sus
denuncias. La editorial califica a Juan Pablo II de showman y de “avestruz viajero”, un Papa que prefirió ir por el
mundo de fiesta en fiesta, antes que poner su casa en orden.
Muy astuto también ha sido el comentario del
conocido periodista liberal, Federico
Jimenez Losantos, un declarado ateo, que sin embargo tiene mayor
perspicacia en temas de fe que la mayoría de neo-católicos. Dijo el día después
del espectáculo:
“Menuda
fiesta montaron, pero por poco estos dos acabaron con la Iglesia con el
Concilio Vaticano II ¿Qué es el Concilio? Yo todavía no sé lo que significa.
Lo que es evidente es que el proceso de
canonizaciones se ha convertido en lo que podríamos denominar coloquialmente un
cachondeo. La Iglesia, que antaño siempre prefería excederse en cautela a precipitarse
donde hubiera la más mínima polémica, tardó más de 400 años en canonizar a Juana de Arco, la Doncella de Francia,
condenada y quemada por herejía, pero cuya santidad ahora nadie puede poner en
duda. Ya no existe la figura del Abogado del Diablo, que servía para sacar a la
luz cualquier trapo sucio, cualquier desliz doctrinal, cualquier defecto del
candidato. Con este simpático personaje es difícil de imaginar como hubieran
podido llegar a los altares los dos Papas en cuestión, porque no hace falta
escarbar mucho para encontrar en sus vidas “gestos ambiguos”, como dijo
eufemísticamente el P. Iraburu, el
gurú de los católicos neo-conservadores en España. Podría mencionar tan sólo
unos cuantos “gestos ambiguos”, que descalifican irremediablemente a Wojtyla
como santo oficial: el beso al Corán, la oración en Tierra Santa, pidiendo la
bendición de San Juan Bautista para la falsa religión del Islam, la
participación en rituales de brujería en la selva de Papua Nueva Guinea, etc.
Es bastante conocido el dato que Juan Pablo
II canonizó a tantas personas durante sus 26 años de pontificado que todos sus
predecesores juntos. Evidentemente, esto hubiera sido imposible sin la
aligeración del proceso, sin dejar la primera fase crucial, en que se declaran
las “virtudes heroicas” del candidato, a los obispos locales. Ni siquiera las
nuevas normas relajadas son lo suficientemente laxas para los jerarcas
actuales, quienes alegremente se las saltan sin justificación alguna. A Juan
XXIII aún le están buscando el segundo milagro, pero han decidido que eso da
igual, y para Juan Pablo II no quisieron esperar ni cinco años después de su
beatificación. Tristemente la Iglesia se ha convertido en lo que muchos han
venido llamando una “fábrica de santos”, con el consiguiente desprestigio del
concepto de santidad. Esto lo ha explicado muy bien el P. Alfonso Gálvez, quien habla del efecto inflacionario de los
santos; cuántos más haya, menos significa cada uno. Dice sarcásticamente el P.
Gálvez que si hasta el vecino del cuarto es proclamado santo, poca importancia
daremos a los santos, porque lo que es común y ordinario no inspira devoción.
Los santos tienen que ser hombres y mujeres excepcionales,
totalmente fuera de lo común, que sean capaces de inspirar a generaciones
enteras de fieles.
No comparte esta visión de los santos el
Portavoz del Vaticano, el P. Lombardi, quien la semana antes de las
canonizaciones intentó justificar el disparate de elevar a los altares a un
hombre de ortodoxia tan dudosa como Juan Pablo II, cuyo pontificado estuvo
repleto de escándalos, diciendo:
“Decir
que una persona es santa no quiere decir que ha hecho todo bien en su vida.
Juan Pablo II fue santo, no perfecto. ¿Si hubo aspectos negativos en Juan Pablo
II? ¡Claro, en 26 años hubo de todo!
Digo yo que en los pontificados de San Gregorio Magno o San Pío X, por escoger tan sólo dos
ejemplos de Papas que realmente pueden considerarse modelos de virtud a imitar
por todos los católicos, no hubo “de todo”, si “todo” se refiere a oraciones
sacrílegas con herejes y paganos, mujeres en topless leyendo la epístola
delante del Papa, o niñas repartiendo la Eucaristía en vasos de plástico
durante sus Misas. En aquellos pontificados, desde luego, no hubo “de todo”.
Pero también se ha encargado la máquina de
propaganda vaticanista de contrarrestar estas críticas, argumentando que no se
ha canonizado a Juan Pablo II por su pontificado, sino por su devoción
personal. ¡Curioso! Con esta regla de tres se podría canonizar a cualquier
político liberal corrupto, de los que gobiernan hoy en día en España, si
tratara bien a su mujer y sus hijos, comulgara a diario y rezara el Rosario.
Militar en un partido liberal y abortista que contribuye a la apostasía de su
nación y promover el genocidio de los no nacidos no sería relevante para su
santidad “personal”. Esta esquizofrenia espiritual, según la cual la vida
pública es completamente ajena a la vida personal, no se percibe en ninguno de
los santos de verdad; en su vida hay una hermosa armonía entre lo privado y lo
público, entre su fe y sus vidas, entre sus palabras y sus actos. Es el colmo
del absurdo pretender que un Papa como Juan Pablo II que contempló y lamentó la
“apostasía silenciosa” (sus propias palabras) en Occidente y no hizo
prácticamente nada para frenarla, se pueda considerar un modelo a seguir. Me da
lo mismo que rezara 50 Rosarios diarios; obras son amores, no buenas razones.
Visto
en: http://tradiciondigital.es
Agradecemos a Maite C
por enviarnos el artículo.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista