Y el Sexto Ángel vació su fiala sobre el gran
río Eufrates; y sus aguas fueron secadas para preparar vado a los reyes del
Este.
Y yo vi tres espíritus inmundos a modo de
ranas salir de la boca del Dragón y de la Boca de la Bestia y de la boca del
Pseudo Profeta.
Son espíritus del diablo, obradores de
prodigios, que van a los reyes de la tierra y del mundo entero para rejuntarlas
a la batalla del día de Dios Altísimo.
Apokalypsis XVI,
12-14
El comunismo no es un partido; el comunismo
es una herejía. Es una de las tres Ranas expelidas por la boca del diablo en
los últimos tiempos –que no son otros que los nuestros.
Las otras dos Ranas -herejías palabreras que repiten siempre la misma canturria y
se han convertido en guías de los reyes, es decir, en poderes políticos- son el
catolicismo liberal y el modernismo.
Estas
tres herejías se van a unir por las colas -cosa admirable, dado que las ranas
no tienen cola- contra lo que va quedando de la Iglesia de Cristo, un día que
quizá no está lejano. Ellas “prepararán el camino a los reyes del Este”:
a la última de las grandes invasiones asiáticas sobre el Occidente. Ellas
congregarán a los reyes para la gran “guerra de los continentes”, que está
profetizada en la Sexta Tuba, en la cual van a pelear doscientos millones de
hombres de todo el mundo y caerán una tercera parte de ellos. La barrera acuosa
que separaba el mundo oriental cismático del Occidente está seca, y los Reyes del Este -reyezuelos, poco importa
se llamen URSS- han hecho su aparición triunfal en el escenario político del
mundo.
Todo esto a condición de que Dios no quiera
darse el gusto monárquico de encadenarlas, cosa que puede hacer si quiere, con
cualquier instrumento que El quiera, incluso con la Nueva España -como llaman en Uruguay a la Argentina-, incluso con
los Estados Pontificios de la Masonería
-como llamamos nosotros al Uruguay-, incluso sin ningún instrumento, como
encadenó al albigenismo por medio del hidalgüelo de Montfort.
La ingenuidad liberal cree que inmuniza al
comunismo con el sencillo expediente de reconocerlo como partido. “Reconociendo
al comunismo como partido, lo sometemos a control y le impedimos que obre
ilegalmente”, dijo ahora un año el entonces candidato Dutra. Candidato viene del latín candidus. Reconociendo al comunismo como
partido no se le cambia su natura: se le proporciona un nuevo instrumento de
acción.
La natura del comunismo es religiosa y no
solamente política. Es una herejía cristiano-judaica. Del cristianismo
descompuesto en protestantismo tomó Marx la idea obsesiva de justicia social, que no es sino la
Primera Bienaventuranza vuelta loca, vaciada de su contenido sobrenatural: los pobres deben reinar aquí, reinar
políticamente por el mero hecho de ser pobres, como los santos de Oliver Cromwell. Pero el elemento formal de la herejía es
judaico: es el mesianismo exasperado y temporal que constituye el fondo amargo
de la inmensa alma del Israel Deicida a través de los siglos: Construiremos con la fuerza, con la astucia
y con la religiosidad unidas un Reino Temporal del Proletariado, que será el
Paraíso en la Tierra. Para eso destruiremos primero todo el orden existente,
incurablemente inficionado par el Mal.
Esta tierra conquistaremos,
esta tierra y todos sus dones;
el cielo se lo dejaremos
a los ángeles y los gorriones
dice
el poema del hebreo Heine, adoptado como himno por los comunistas alemanes en
1918.
La herejía comunista tiene singular parecido
con la albigense, que nacida en el corazón de Europa (sur de Francia, norte de
España e Italia, Suiza,
Flandes
y Bohemia), la amenazó en el siglo XII con destruirla, atacando las coyunturas
mismas de la Cristiandad. Fue sojuzgada con inmensos esfuerzos y sangrientas
batallas; su cuerpo, pero no su semilla.
Igual que el comunismo, era una herejía
maniquea, encarnada en una revolución social y una descompaginación política.
Atacaba la familia, la propiedad privada, la jerarquía eclesiástica y el contenido
sobrenatural del cristianismo. Apelaba a todos los medios, el asesinato, el
pillaje, la subversión demagógica y el llamado a reyes extranjeros. Se apoyaron
en la miseria e ignorancia del pueblo bajo, en los celos de los barones del Sur
de Francia ante el creciente prestigio de la Isla de Francia, núcleo de la
monarquía francesa; y en la ambición territorial del rey Pedro II de Aragón.
Sus jefes hacían gala de austeridad y desinterés y se autodenominaban perfectos o puros; los otros, los creyentes, hacían vida desordenada,
la fornicación y el adulterio les eran permitidos, desechaban los sacramentos,
difamaban el matrimonio, condenaban el derecho de propiedad y se salvaban por
la imposición de manos de los perfectos.
El antiguo error oriental de que hay dos
dioses, uno del Bien y otro del Mal,
había encontrado una de sus reencarnaciones en un medio semicristiano afectado
por el resentimiento social, levantando llamaradas inmensas de fanatismo, fomentando
atentados, desórdenes y tropelías. San Bernardo intentó curarlo en 1147, en el
Languedoc, sin más armas que la palabra de Dios y sus virtudes; pero el antiguo
error religioso progresaba día a día a revolución espartaquista. También
fracasó la palabra de Domingo de Guzmán, impotente frente a la soberbia del
conde de Tolosa. Treinta años más tarde, el Concilio de Letrán ordenó en su
canon 27: “En cuanto a los albigenses, o brabanzones, o aragoneses, o navarros,
o vascos, o cotarelos o triaverdinos, que no respetan las iglesias ni los
monasterios y no perdonan a los huérfanos ni a ninguna edad ni sexo, sino que
todo lo saquean y devastan como paganos [...] ordenamos a todos los fieles para
la remisión de sus pecados que resistan valerosamente a tales estragos y
defiendan a los cristianos contra aquellos desdichados.”
San Luis rey de Francia dominó por la fuerza
en Taillebourg a su rebelde vasallo el Tolosano; y fue menester después una
verdadera guerra civil como la de Franco, que terminó con la sangrienta y
milagrosa batalla de Muret, para poder poner orden en aquella región
convulsionada a fondo por una idea teológica que se vuelve subversión social y
luego pura y simple delincuencia.
P.LEONARDO CASTELLANI
– “Cristo
¿Vuelve o no vuelve?” Ed.
Gladius 2014 (1ra ed. 1951) – Pags. 185-187
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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