A
riesgo de repetir algunas discusiones que ya hemos tenido en este blog, me
interesa reflexionar ahora sobre un problema enorme que arrastramos los
católicos romanos desde la Contrareforma y que, paradójicamente, en estas
décadas anti-contrareformistas se ha acrecentado a niveles ya monstruosos. Y me
refiero al problema que podría ser sintetizado con la expresión: “la religión
del papa”. Es decir, la identificación de la religión con la figura de una
persona, que es siempre circunstancial, y que adquiere las dimensiones de
caudillo, cuanto menos.
Se
trata claro, de una peligrosa perversión del hecho religioso y, en el caso del
cristianismo, una involución dañina que, me animaría a afirmar, nos sustrae de
los dominios de una religión evangélica y nos coloca muy cercanos a una
religión tribal. Quiero decir: nos ajena de una religión en la que sus miembros
siguen y se comprometen existencialmente con un mensaje que, de un modo
radical, orienta a sus fieles hacia la vida trascendente que se abre luego de
la muerte corporal. La adhesión al mensaje evangélico es reemplaza por la
adhesión incondicional a la persona que, de un modo vicario, establece la
referencialidad necesaria e imprescindible que toda religión debe tener. En
efecto, en modo alguno estoy discutiendo la necesidad de una iglesia visible que,
como tal, necesita de un culto (ya se ve en este blog la importancia central
que le otorgamos a la liturgia) y de una estructura humana de gobierno y
“acompañamiento pastoral” de los fieles. Y esta estructura, jerárquica por
principio, se debe apoyar lógicamente sobre la figura de quien se constituye
como vicario del fundador, es decir, el papa.
El
problema consiste en trasladar la adhesión existencial, y en el fondo la fe, al
Papa, desplazando o enturbiando el Evangelio. Es decir, que la fe del cristiano
termina siendo la fe del papa o, peor aún, la fe en el papa. Esto es, sin más,
la fe en una persona que aún poseyendo la legitimidad jurídica requerida y la
promesa de la indefectibilidad en materia de fe otorgada por el Señor, no deja
de ser un humano con todas las limitaciones del caso.
¿Qué
problemas acarrea esto? Innumerables, pero aquí planteo dos. El primero, que es
muy factible que tales cristianos terminen viviendo su fe no al ritmo del
evangelio sino al ritmo del Papa, y esto es una perversión. Y veamos un
ejemplo. No es de extrañar que los medios de prensa laicos, cuando hablan de
religión, hablen del papa o de los obispos. Ellos no entienden y no les
interesa entender la verdadera naturaleza del cristianismo. Pero otra cosa es cuando
los medios de prensa católicos han reemplazado el mensaje evangélico por la
figura y las palabras del papa. Con alarma y mucha bronca descubro que, desde
el fatídico mes de marzo de 2013 hasta la actualidad -aunque previamente
ocurría los mismo aunque con menor intensidad-, la expresión mediática más
popular y oficialista (y digamos también neocon) del catolicismo argentino, el
semanario “Cristo Hoy”, dedica la casi totalidad de sus páginas a describirnos
los gestos y palabras del papa Francisco y de los obispos argentinos. Nadie
pretende, claro, que no hayan noticias clericales y eclesiales, pero cualquier
persona ajena a la fe católica que hojeara la revista durante uno o dos meses,
se llevaría la impresión de que los católicos somos personas que seguimos al
papa y a los obispos y nos nutrimos de sus enseñanzas. Y eso no es así. Los
católicos seguimos a Cristo y nos nutrimos del evangelio, dentro de la
estructura visible de la Iglesia, que nos interpreta la Buena Nueva de acuerdo
a la Tradición recibida de los apóstoles y los santos. El papa y los obispos
son personas menores -algunos muy menores- y circunstanciales, que duran
algunos años, muchos de ellos medrando en sus oficios, pero no más que eso. En
el fondo, son personajes con una importancia muy relativa y sólo atendibles en
la medida en que se ubiquen en la misma línea y espíritu de la Tradición
recibida. En pocas palabras, la fidelidad del católico es a Cristo y su
Iglesia, y no al papa y a los obispos.
Una
segunda consecuencia es que, al confundir religión con papado o episcopado, la
misma dinámica de la confusión exigirá afiliaciones y fidelidades más o menos
estrictas a estructuras en general muy personalizadas como modo indispensable
de pertenencia a la Iglesia y al evangelio. Es decir, un buen católico, necesariamente deberá participar de la “vida
parroquial” en algunos de los bobos grupos parroquiales que justifican las
existencias desvaídas de los curas contemporáneos, o en algún movimiento
supraparroquial y supradiocesano, como Fasta, Opus Dei, Neocatecumenales o el
que fuera, que le garantiza su dependencia y seguimiento del mensaje de Cristo
a través de la dependencia y seguimiento de un fundador, que suele ser
demasiado humano: algunos compran marquesados, otros trafican misiles con
Kadafi, otros abusan los cuerpos de los jóvenes seminaristas y otros los abusan
en sus mentes y en sus almas.
Para
ser buen cristiano nadie necesita ir a grupo parroquial alguno o, mucho menos
aún, ser miembro de algún movimiento. Casi me animaría decir, para ser un buen
cristiano hay que evitar cuidadosamente ese tipo de ambientes y los ambientes
clericales en general. Y esto es así porque somos cristianos, y la nuestra es
la religión de Cristo, y no la religión del papa.
Pero
este no es solamente un problema de los neocons. Paradójicamente, es también el
problema de los lefes. Ellos han adherido de un modo fundamentalista a los
documentos del Vaticano I y de los papas posteriores hasta el Vaticano II, como
modo de anclarse en lo que llaman “la Tradición”, pero el problema es que son
tradicionalistas de la misma especie de la que lo son los neocons, y solamente
se distinguen en la intensidad de la tradición. Porque ambos sostienen, quizás
sin saberlo, la expresión antológica de Pío IX: "La tradizione sono
io". Si la tradición es el papa, seguir la tradición es seguir al papa.
Los neocones lo han seguido contra viento y marea, justificando lo
injustificable en el caso de los últimos papas, como único recurso de salvar su
religión. Los lefes la tuvieron más difícil porque, como buenos católicos, se
dieron cuenta de que, por más papa y concilio ecuménico que fuera, habían cosas
que no se podían cambiar, como la liturgia y ciertos aspectos de la doctrina.
Lo que hicieron entonces fue afirmarse en la “tradición” de los papas preconciliares,
es decir, la tradición de los '50, y poner a sus teólogos a trabajar. Ellos,
últimamente están discutiendo la cesación del ejercicio de la autoridad papal
por parte de Francisco. Es decir, basados en el absolutismo papal del Vaticano
I, afirman algo así como que Francisco no es suficientemente papa. Un sandwich
de pan, o un remedio peor que la enfermedad.
El
problema sigue siendo el mismo: reemplazar la religión de Cristo, por la
religión del Papa; reemplazar la Tradición de la Iglesia por la tradición del
Papa.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Excelente artículo, la Cabeza es Cristo y es bien visible en Su Palabra y en la Eucaristía, el Camino , La Verdad y la Vida, Su Iglesia sirve para los sacramentos, necesarios para la Vida Eterna, pero las oipiniones subjetivas de Papas y Obispos no son tan importantes para ésta salvación que es lo que buscamos todos, ellos también.
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