El 11 de febrero de 2013 es una fecha que ya
ha entrado en la historia. Aquel día, Benedicto XVI comunicó su decisión de
renunciar al pontificado a una asamblea de cardenales atónitos. El anuncio fue
recibido “como un rayo en un cielo sereno”, según las palabras dirigidas al
Papa por el cardenal decano Angelo Sodano, y la imagen de un rayo que, ese
mismo día, golpeó a la Basílica de San Pedro, se extendió por todo el mundo.
La abdicación se produjo el 28 de febrero,
pero antes Benedicto XVI anunció que quería permanecer en el Vaticano como Papa
emérito, algo que nunca había sucedido antes y que era más sorprendente que la
renuncia al pontificado. En el mes transcurrido entre el anuncio de la
abdicación y el cónclave, abierto el 12 de marzo, fue preparada la elección del
nuevo Pontífice para que apareciera ante el mundo como algo inesperado. Más que
la identidad del elegido, el argentino Jorge Mario Bergolio, sorprendió el
inédito nombre elegido por él, Francisco, como para querer representar algo
único (unicum), e impresionó su
primer discurso en cual, después de un coloquial “buonasera”, se presentó como
“obispo de Roma”, un título que corresponde al Papa, pero sólo después del de
Vicario de Cristo y sucesor de Pedro, que constituyen su presupuesto.
La fotografía de los dos Papas que rezaban
juntos el 23 de marzo en Castelgandolfo, ofreciendo la imagen de una inédita
“diarquía” pontificia, aumentó la confusión de aquellos días. Pero era sólo el
comienzo. Después, viene la entrevista en el vuelo de regreso de Río de
Janeiro, el 28 de julio de 2013, con las palabras “¿quién soy yo para juzgar?”
destinadas a ser utilizadas para justificar toda transgresión. Siguieron las
entrevistas del Papa Francisco al director de la “Civiltà Cattolica” en
septiembre y otra al fundador del diario “La Repubblica”, en octubre, que
tuvieron un impacto en los medios de masas mayor que su primera encíclica Lumen fidei. Se dice que no eran actos
de magisterio, pero todo lo que ha sucedido en la Iglesia a partir de ese
momento se deriva, sobre todo, de esas entrevistas que tuvieron un carácter
magisterial, de hecho, si no en cuestión de principios.
El encuentro entre el cardenal Ludwig Müller,
prefecto de la Congregación para la Fe, y el cardenal arzobispo de Tegucigalpa,
Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador de los consejeros de las reformas del
Papa Francisco, ha llevado la confusión hasta el extremo. La doctrina
tradicional, según Maradiaga, no es suficiente para ofrecer “respuestas para el
mundo de hoy”. Va a ser mantenida, pero existen “desafíos pastorales” concretos
de estos tiempos a los que no se puede responder “con el autoritarismo y el
moralismo”, porque esto “no es la nueva evangelización”.
A las declaraciones del cardenal Maradiaga
siguieron los resultados de la encuesta sobre los desafíos de la pastoral
familiar promovida por el Papa para el Sínodo de los Obispos de 5-19 de
octubre. El SIR [*] (Servizio di
Informazione Religiosa) ha publicado un resumen de las primeras respuestas
que han llegado de Europa Central. Para los obispos belgas, suizos,
luxemburgueses y alemanes, la fe católica es demasiado rígida y no corresponde
a las exigencias de los fieles. La Iglesia debería aceptar la convivencia
pre-matrimonial, reconocer el matrimonio homosexual y las uniones de hecho, admitir
el control de la natalidad y la contraconcepción, bendecir las segundos nupcias
de los divorciados y permitirles recibir los sacramentos. Si este es el camino
que se quiere tomar, es el momento de decir que se trata de un camino que
conduce al cisma y la herejía, porque se negaría la fe divina y natural, que en
sus mandamientos no sólo afirma la indisolubilidad del matrimonio, sino que
también prohíbe los actos sexuales fuera del matrimonio, y más aún si están en
contra de la naturaleza. La Iglesia acoge a todos los que se arrepienten de sus
propios errores y pecados y que se proponen salir de la situación de desorden
moral en que se encuentran, pero de ninguna manera puede justificar la
condición de pecador. De nada serviría afirmar que el cambio sólo afectaría la
praxis pastoral y no a la doctrina. Si entre la doctrina y la práctica falta la
correspondencia, esto quiere decir que es la praxis la que se hace doctrina,
como, por otra parte, ya ha venido sucediendo, desgraciadamente, desde el
Concilio Vaticano II en adelante.
¿Debe la Iglesia dar respuestas nuevas y “al
ritmo de los tiempos “? Muy diferente se comportaron los grandes reformadores
de la historia de la Iglesia, como San Pedro Damián y San Gregorio Magno que,
en el siglo XI, hubieran debido legitimar la simonía y nicolaísmo de los
sacerdotes, a fin de no hacer extraña a la Iglesia a la realidad de su tiempo,
y, en cambio, denunciaron estas heridas con palabras de fuego, promoviendo la
reforma de las costumbres y la restauración de la recta doctrina.
Es el espíritu intransigente y sin
concesiones de los santos el que hoy está dramáticamente ausente. Es urgente
una acies ordinata, un ejército en
orden de combate que, empuñando las armas del Evangelio, anuncie una palabra de
vida al mundo moderno que muere, en lugar de abrazar su cadáver. Los jesuitas
ofrecieron, entre el Concilio de Trento y la Revolución Francesa, este núcleo
de combatientes a la Iglesia. Hoy sufren la decadencia de todas las órdenes
religiosas y si, entre éstas, una se presenta rica en promesas, se suprime
inexplicablemente. El caso de los Franciscanos de la Inmaculada, que estalló a
partir de julio, ha sacado a la luz una contradicción evidente entre las
continuas invitaciones del Papa Francisco a la misericordia, y el bastón
entregado al comisario, Fidenzio Volpi, para aniquilar uno de los pocos
institutos religiosos hoy florecientes.
La paradoja no termina ahí. Nunca como en el
primer año del pontificado de Francisco ha renunciado la Iglesia a uno de sus
atributos divinos, el de la justicia, para presentarse ante el mundo como
misericordiosa y bendecidora, pero nunca como en este año la Iglesia ha sido
objeto de ataques violentos por parte del mundo hacia el que extiende su mano.
El matrimonio homosexual, reivindicado por todas
las grandes organizaciones internacionales y por la casi totalidad de los
gobiernos occidentales, contradice frontalmente, no sólo la fe de la Iglesia,
sino la misma ley natural y divina, que está escrita en el corazón de cada
hombre. Las grandes movilizaciones de masas que tuvieron lugar sobre todo en
Francia con el Manif pour tous ¿Qué
son sino la reacción de la conciencia de un pueblo ante una legislación que es
a la vez injusta y contra la naturaleza? Pero los grupos de presión inmorales
no están satisfechos con esto. Lo que les importa no es la afirmación de los
supuestos derechos de los homosexuales, tanto como la negación de los derechos
humanos de los cristianos. Christianos
esse non licet: el grito blasfemo que fue de Nerón y de Voltaire, resuena
en el mundo de hoy, mientras que Jorge Mario Bergoglio es elegido por las
revistas mundanas como hombre del año.
Los acontecimientos se suceden con mayor
rapidez. La sentencia latina motus in
fine velocior se utiliza comúnmente para indicar el paso más rápido del
tiempo al final de un período histórico. La multiplicación de los eventos
acorta, de hecho, el transcurso del tiempo, que en sí mismo no existe fuera de
las cosas que fluyen. El tiempo, dice Aristóteles, es la medida del movimiento
(Física, IV, 219b). Pero precisamente lo definimos como la duración de las
cosas mutables. Dios es eterno, precisamente porque Él es inmutable: cada
momento tiene su causa en Él, pero nada en Él cambia. Cuanto más se aleja de
Dios, más crece el caos, producido por el cambio.
El 11 de febrero marcó el comienzo de una
aceleración del tiempo que es la consecuencia de un movimiento que se está
haciendo vertiginoso. Estamos viviendo un momento histórico que no es
necesariamente el final de los tiempos, pero es ciertamente el ocaso de una
civilización y el final de una época en la vida de la Iglesia. Si al cerrarse
esta época, el clero y los laicos católicos no toman su responsabilidad muy en
serio, se realizará inevitablemente el destino que la vidente de Fátima vio
ante sus propios ojos:
“Y
vimos en una inmensa luz qué es Dios: ‘algo semejante a como se ven las
personas en un espejo cuando pasan ante él’. A un Obispo vestido de Blanco:
‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros
Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en
cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque
con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran
ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de
dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el
camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran
Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma
de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y
mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había
dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las
cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se
acercaban a Dios”.
La visión dramática de 13 de mayo debería ser
más que suficiente para movernos a meditar, orar y actuar. La ciudad está ya en
ruinas, y los soldados enemigos están a las puertas. El que ama a la Iglesia
que la defienda, para acelerar el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
[*]
Agencia de noticias de la Conferencia Episcopal Italiana
Original en Corrispondenza
Romana traducido por Tradición Digital.
Visto en: http://tradiciondigital.es/
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Nada albergan ya esas ruinas para que hayan de ser defendidas, su rebaño ya partió para ser trasquilado…y el que quede, sea sabio o príncipe se apresure a sacar al rezagado que quede, pues su iglesia ya no son esos muros.
ResponderBorrarSu iglesia está en quienes preservan el sacrificio perpetuo, sin importar entre que muros se realice; las longas son sus capillas, las capillas sus iglesias y las iglesias sus catedrales y los tradicionalistas (los verdaderos católicos) son su rebaño y su iglesia.
Comprendan ya, que quien tuvo el poder para deshacer no deshizo…por algo será!.
Tan participe es de la ramera el que la encumbro, como el que pudo derrotarla y no la derroto.
Dios, Patria y rey