Las democracias del mundo actual son
definidas como el sistema de gobierno por el cual el pueblo por medio del voto
elige sus representantes y de ésta manera ejerce su soberanía. Pocas veces se
permite cuestionar este sistema o atreverse a considerarlo como nocivo y hasta
proponer alternativas al mismo.
El dogma de la democracia basada en la
soberanía popular hoy se presenta indiscutiblemente como el ideal de gobierno y
hasta el único posible; de hecho vemos como EEUU crea continuas guerras con el
“desinteresado” objetivo de promover las democracias en los países que ataca.
Si para tales incursiones inventa falsos atentados, armas químicas de
destrucción masiva que nunca aparecen o terminar con dictaduras por más que
estas tengan apoyo popular, poco importa, y la gente si bien reprueba estos
métodos, termina considerando que lo que es indiscutible es que esos países
necesitaban ser democratizados. Y es así que para que la democracia sea justa y
buena o para que sea “democrática”, necesita del beneplácito de estos países
que son los que determinan las condiciones para tal supuesto que
coincidentemente tienen que ver con sus intereses en algún recurso natural u
otro interés comercial en la región a democratizar. Sin embargo hoy no hay peor
pecado que el ser antidemocrático.
Observamos
de esta forma que en este mundo completamente democratizado y que es cada vez
más corrupto e inhumano; nunca nadie se atrevería a cuestionar a la diosa
democracia, sino a la “errónea” aplicación de la misma. Y esto acontece porque
ella constituye la herramienta de dominación absoluta y última de la humanidad,
y esto tiene hasta un sentido teológico al llegar a ser el arma principal del
Anticristo. En este punto, con toda lucidez el Dr. Julián Gil de Sagredo señala
que el rasgo característico de las democracias modernas está dado por la
absolutización del concepto de libertad, y así, con la exaltación del “hombre
libre” es como se llega al antropocentrismo en donde ya no se pone la fe en
Dios sino en el hombre. Y hoy se presenta ésta ya no solo como dogma sino como
religión misma, en la cual, siguiendo con el Dr. Gil de Sagredo, la proposición
de Nuestro Señor en el Evangelio al sostener “la verdad os hará libres” por la
cual la verdad engendra a la libertad; se invierte para hacer que la libertad
sea la que engendra a la verdad. Esto es fácilmente comprobable al ver como se
aprueban por “consenso” leyes tan contrarias al orden natural, como las del
aborto, eutanasia, promoción de la sexualidad desordenada en las escuelas y el
mal llamado “matrimonio homosexual”; que no constituyen un bien objetivo pero
están avalados por el voto democrático. Entonces esta dictadura de la mitad más
uno tiene la potestad de decidir lo que es bueno. Esto es “ser dios”. Sin
embargo esta soberanía popular no implica que el pueblo apoye mayoritariamente
estas leyes, pero por el roussoniano concepto de “contrato social”, las
personas deben delegar por convención (sufragio universal) su libertad de
decidir en los gobernantes, a pesar de sujetarse al capricho de éstos porque
“libremente”, deciden el pueblo someterse a la democracia.
Hoy en día hasta en la misma Iglesia se
promueve esta democracia liberal como el ideal de gobierno, y esto tiene que
ver con el abandono que está haciendo la Santa Institución del deber de la
búsqueda de los bienes celestiales cambiándolos por la búsqueda del paraíso
terreno, paraíso socialista, mismo objetivo que fue la piedra de tropiezo de
los judíos hasta llegar a rechazar al mismo Mesías que esperaban. Y es esto lo
que en definitiva propone la democracia, la promesa de un paraíso a través de
un progreso indefinido, y como buena democracia electoralista, está basada
solamente en “promesas”. Pero hoy más que nunca el hombre moderno se aferra más
a éstas que a conocer las verdades incomodas. Pero es la misma Iglesia la que
rechaza la idea de gobierno basado en la soberanía popular, y así S.S. León
XIII en su encíclica Diuturnum Illud enseñaba el error del gobierno con un
poder que viene del pueblo, ya que se contraría la doctrina católica que enseña
que todo poder proviene de Dios, como respondió Jesús a Poncio Pilatos: “No
tendrías sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado de lo alto…”. La
encíclica al referirse a la elección del pueblo enseña que con la misma: “…se
designa al gobernante, pero no se confieren los derechos del poder. Ni se
entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de
ejercer”. Pero al considerarnos como mandantes de ese poder y negándonos a ver
la realidad, nos privamos de las herramientas para cambiar lo que es
intrínsecamente malo, la posibilidad de la lucha por el bien, y lo peor de todo
es que renunciamos a la verdadera libertad para dejarnos esclavizar por quienes
“nos hacen sentir libres”.
Augusto
TorchSon
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Para que la democracia funcione tendríamos que ser ángeles.Como no lo somos,entonces no sirve. Al contrario,funciona para el mal.andrea
ResponderBorrarAndrea, creo que, sin llegar al extremo de ser ángeles, con formar hombres y mujeres virtuosas para que participen y sean elegidos para el ejercicio de la autoridad, la cosa podría funcionar mucho mejor. Yo coincido con que la democracia no debe endiosarse, es un sistema, una forma, una herramienta, y como toda herramienta, si se la utiliza bien, produce efectos buenos. En todo caso, en cualquier sistema que se proponga podrían surgir defectos que desvirtúen el ejercicio de la autoridad. Entiendo que, bien aplicada (nunca "perfectamente" aplicada, porque somos seres humanos), la democracia es el mejor sistema, ya que permite que el ciudadano, utilizando sus potencias espirituales (inteligencia y voluntad) obre de manera genuinamente libre, eligiendo entre los buenos, a los mejores. Otro capítulo, por supuesto, merecerá el control de los funcionarios elegidos, las instituciones, la justicia, etc.
BorrarAnónimo22/7/14 13:47 la democracia pone la voluntad del pueblo por encima de la voluntad de Dios ¡ y la libertad POR ENCIMA DE LA VERDAD!
BorrarEntiendo que no es necesariamente así. Si el hombre (individualmente) o el pueblo (colectivamente) decide no cumplir con la voluntad de Dios, no es culpa de la democracia, sino del hombre mismo. Y para el caso, también en monarquías o aristocracias podría ocurrir que quienes gobiernan y toman decisiones pusieran su propia voluntad por sobre la de Dios. Son sistemas de gobierno, su vicio o virtud dependerá del vicio o la virtud de los hombres. Por eso dije antes que era clave la formación de hombres y mujeres virtuosos para participar y ejercer la autoridad.
Borrar,,,Y la clave de la formación de hombres y mujeres virtuosos es que conozcan y obedescan a Dios y a su Voluntad.
ResponderBorrarEn éste Saber está la clave de un espìritu humano centrado y equilibrado ,que no puede estar nunca en uno mismo,capaz de conocer muchas verdades parciales ,pero nunca la Verdad,sino es por Revelación de Ella misma.