Dice el Salmo 102 que el Señor tiene
misericordia de nosotros porque sabe que qué barro hemos sido hechos. Pero lo
que no acepta de ninguna manera el buen Dios es la mala voluntad. Se llama obstinación
o pertinacia el querer seguir tercamente pecando, sin importarle malas
consecuencias que esto trae.
El
caso Sansón
Tanto va el cántaro al agua, que al fin se
rompe. Así le sucedió a Sansón. Fue avisado varias veces de que no le convenía
tener amistad con una mujer de otra religión y siguió tercamente tratando a
Dalila. Y como las primeras veces pudo librarse de las trampas de los enemigos,
se imaginó que podía seguir por ese mal camino, y ya sabemos cómo terminó: le
sacaron los ojos y fue reducido a la esclavitud, porque Dios se cansó de ser
tan seguidamente desobedecido por Sansón, y le retiró su espíritu y quedó hecho
un pobre hombre desamparados y sin fuerzas.
Es que se sigue cumpliendo aquello tan
impresionante que dice el Libro del Eclesiástico: “Al seguir pecando no te
hagas ilusión diciendo: “¿he pecado y que me ha pasado?”. Porque Dios es paciente,
pero también castiga. Y estalla de pronto su ira y no te quedarás sin ser
castigado” (Ecl.5). Es lo mismo que dice el Salmo Segundo: “Sirvan al Señor con
temor, no sea que se disguste y vayan a la ruina. Porque se inflama de pronto
su ira”.
San Gregorio dice que le consta el caso de
muchos que se obstinaron en seguir pecando, con la esperanza de que un día se
convertirían y que murieron sin convertirse. Y puede ser que Dios le les diga
aquellas palabras del Libro de los Proverbios: “Yo los llamé y dijeron que no.
Les tendí mi mano y no me quisieron prestar atención. Despreciaron mis buenos
consejos y no hicieron caso de mis reprensiones. Ahora cuando les llegue la
tribulación y la angustia, me llamarán y ya no les responderé” (Prov. 1,24s).
Dice el Libro de los Proverbios: “Como el
perro que vuelve a su vómito, así de antipático es el que vuelve repetidamente
a cometer sus pecados” (Prov. 26,11). Y San Pedro dice que a estos pecadores
les sucede como a una puerca o cerda que después de que la levaron con agua
limpia se va a revolcar en el barrizal inmundo (2 Per. 2,22). Y es que en
verdad es asqueroso para Dios el pecador que sigue obstinado, terco, en su
costumbre de pecar, y que no hace nada serio por apartarse de esa perversa
costumbre…
Cuanto más ha ofendido una persona a Dios,
tanto más debe tener temor a seguir ofendiéndole, porque puede ser que ya esté
para colmarse la medida de los pecados que el Señor, ha resuelto tolerarle, y
le llegue el castigo de la Justicia Divina.
San Alfonso María de
Ligorio
“Preparación para la muerte y la
eternidad” – Ed. Mundial n°313. 3° Ed. Colombiana. Págs. 194-197.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Necesitan una gracia especial para dejar de pecar.
ResponderBorrarLa gracia siempre la tenemos de parte del Espíritu Santo, pero no la queremos aceptar. En vano el rico de la parábola pide a su padre Abraham que envíe a Lázaro a sus hermanos para que no caigan en el lugar del castigo, y el mismo Abraham le responde que tienen a la Ley y los profetas, y sin los escuchan tampoco lo harán si les visitase un difunto. ¿Qué espera el hombre de hoy?, ¿aún mas misericordia, sin que nada ni nadie nos corrija sobre nuestras culpas?, ¿Realmente queremos cambiar?. Siendo así ¿Qué gracia mayor queremos?.
ResponderBorrar¡Viva Cristo Rey!
Tal vez faltan esas gracias que mencionó la Virgen de Fátima cuando dijo que algunos se van al infierno porque nadie se sacrifica por ellos.
BorrarPues no, no siempre se tiene la gracia que se necesita.
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