Recientemente, el comentarista de un
conocido canal televisivo internacional expresó con aplomo que la Iglesia
Católica es intransigente porque defiende a capa y espada sus dogmas
invariables.
No se oye criticar a los matemáticos
que son intransigentes al defender que 2 + 2 son 4, fórmula invariable.
Quisiera dicho señor que la Iglesia admitiera al divorcio, condenado
públicamente por Jesús, que permitiera el matrimonio de personas del mismo sexo,
que bendijera las relaciones sexuales prematrimoniales, que accediera a la
ordenación sacerdotal de las mujeres. Ignora nuestro comentarista que se tiene
por católico, que hay normas y verdades, enseñanzas y tradiciones que la
Iglesia no puede cambiar porque no tiene potestad para ello.
Se nota que la enfermedad es antigua,
tanto como la Iglesia misma, la manía de muchos de querer cambiar lo que Jesús
hizo inmutable. Es muy oportuno en este sentido, la recomendación de san Pablo
a su discípulo Timoteo: «Conserva el depósito de la fe, evita las
palabrerías inútiles y mundanas, tanto como las discusiones procedentes de una
falsa ciencia. Algunos se han alejado de la fe por dar crédito a este tipo de
ciencia» (Tim 6, 20).
Comenta San Vicente de Lerins:
«¿Qué
es el depósito? Es lo que tú has creído, no lo que tú has encontrado; lo que
recibiste, no lo que tú pensaste; algo que procede, no del ingenio personal,
sino de la doctrina; no fruto de rapiña privada, sino de tradición pública. Es
una cosa que ha llegado hasta ti, que por ti no ha sido inventada; algo de lo
que tú no eres autor, sino guardián; no creador, sino conservador; no
conductor, sino conducido. Guarda el depósito: conserva limpio e inviolado el
talento de la fe católica. Lo que has creído, eso mismo permanezca en ti, eso
mismo entrega a los demás. Oro has recibido, oro devuelve; no sustituyas una
cosa por otra, no pongas plomo en lugar de oro, no mezcles nada
fraudulentamente. No quiero apariencia de oro, sino oro puro» (Commonitorio,
22).
La Iglesia posee verdades que
ningún romano pontífice puede cambiarlas aunque quisiera. El
magisterio, esta vez el Papa y los obispos, no está por encima de la verdad,
por lo que no pueden cambiarla cualquiera que sea la exigencia de la sociedad.
Jesús predicó disposiciones, leyes, recomendaciones y exigencias contrarias a
cuanto observada la gente, que en diversas ocasiones mostró su descontento, ya
apartándose de él, ya echándole en cara sus atrevimientos, pero Jesús no cambió
de conducta, afirmaría siempre que su doctrina no era invención humana sino el
mandato estricto y claro del Padre celestial.
El Depósito de la Fe es
el fundamento de la salvación, como es asimismo fundamento del Papado y de los
sacramentos. Nuestro Señor Jesucristo prometió a la Iglesia la asistencia
continua del Espíritu Santo a su Iglesia:
«En
efecto, el Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que
diesen a conocer por su revelación una doctrina nueva, sino para que, con su
asistencia, pudieran conservar santamente y enseñar fielmente la Revelación
transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. Su doctrina
apostólica fue abrazada por todos los Santos Padres y fue venerada y seguida
por los Santos Doctores de recta doctrina, sabiendo perfectamente que esta Sede
de Pedro, se mantiene siempre pura de cualquier error, según la promesa divina
de nuestro Señor y Salvador al Príncipe de sus Apóstoles: “He rogado por ti,
para que tu fe no desfallezca y, cuando te recuperes, confirma a tus hermanos”
(Lc 22,32)» (Concilio Vaticano I en la Constitución Dogmática Pastor
Aeternus. DzSch 3070).
Uno podría preguntarse entonces si un
Papa puede enseñar algo distinto al magisterio precedente. El mismo Sacrosanto
Concilio Vaticano I, responde:
«Los
Romanos Pontífices, por su parte, según lo persuadía la condición de los
tiempos y las circunstancias, ora por la convocación de Concilios universales o
explorando el sentir de la Iglesia dispersa por el orbe, ora por sínodos
particulares, ora empleando otros medios que la divina Providencia deparaba,
definieron que habían de mantenerse aquellas cosas que, con la ayuda de Dios,
habían reconocido ser conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones
Apostólicas; pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo
para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que,
con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación
transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe» (Dz. 1836; D.S.
3069-3070).
Luego, si un Papa enseña algo contrario
al depósito de la fe, éste estaría equivocado, y podría ser legítimamente
resistido por el sensus fidelium, es decir los fieles que no están
exentos de ese deber. EnseñaSan Roberto Belarmino: «Tal como es
lícito resistir al Pontífice que agrede el cuerpo, también es lícito resistir a
quien agrede las almas o quien altera el orden civil, o, sobre todo, a quien
intenta destruir la Iglesia. Digo que es lícito resistirlo, no haciendo lo que
él ordena y evitando que se ejecute».
Visto en: Agere Contra
Nacionalismo Católico
San Juan Bautista
“He rogado por ti, para que tu fe no desfallezca y, cuando te recuperes, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32)»
ResponderBorrar¿cuando te recuperes? que rara suena esa traducción.