El 1° de septiembre de 1939, las fuerzas
alemanas irrumpieron en Polonia. Ese día, a las 21.30, Inglaterra en virtud de
la garantía que – junto con Francia – brindó a Polonia, emitió el primer ultimátum;
el día 3, a las 9:00, lanzó el segundo y a las 11:15 del mismo día se declaró
en estado de guerra con Alemania.
No pondremos énfasis aquí en la justicia o no
del reclamo alemán ante Polonia, consistente en la ciudad de Danzig y un
corredor (o autopista) que la vinculara con Prusia oriental.
Sabemos que se dividen aquí los argumentos a
favor de uno y otro en el marco de esta disputa. Es innegable que Polonia se
consideraba con derecho a resistir toda pretensión sobre territorios que
entendía propios o bajo su jurisdicción, pues le fueron asignados como tales.
Por otra parte, también es razonable que Alemania reivindicara tierras que le
habían pertenecido y le fueron cercenadas en un grosero tratado de paz
cuestionado por todo el mundo.
Peter Kleist (“Tú también, Mr. Churchil…”)
nos recuerda las expresiones del entonces Primer ministro Británico, Lloyd
George, frente a la entrega de Danzig al control polaco: “La injusticia y la arrogancia que se ejercen en el momento de la
victoria, jamás serán olvidadas ni perdonadas. La proposición de la comisión
polaca de someter 2.100.000 alemanes a la vigilancia de un pueblo que profesa
otra religión, el cual hace cerca de 300 años que no ha tenido una soberanía
independiente, conducirá, en mi opinión, más pronto o más tarde a una nueva
guerra en el este de Europa”.
Hitler había intentado un acuerdo con
Inglaterra que le dejara las manos libres en sus pretensiones sobre Polonia. Al
no logralo, suscribió el Pacto de No agresión con Rusia. Era menester
desactivar alguno d elos dos fretnes y, muy a su pesar, debió optar por el
ruso.
Afirma Ennio Innocenti: “Que Inglaterra quisiese entonces la guerra por un cálculo estratégico
que resguardaba sus intereses, parece evidente examinando el comportamiento que
tuvieron los diversos países frente al problema de Danzig y del famoso “corredor”.
Cuando Hitler pidió a Polonia que le fuese concedida la posibilidad de
construir una autopista y una vía férrea que uniesen la ciudad a Alemania (de
esto se trataba prácticamente), se topó con la inflexibilidad de este país, que
había recibido garantías (¡se ha visto luego cuanto valían!) de Francia y de
Inglaterra para que no cediese. Estos dos países trataron de entenderse con la
U.R.S.S., pero en este sucio juego tuvo éxito Alemania, que alcanzó a
establecer un acuerdo secreto con la U.R.S.S: para el reparto de Polonia en
caso de guerra” (“La conversión religiosa de Benito Mussolini”).
Sabido es que el resultado de una guerra
suele modificar las pretensiones diplomáticas, como bien señala Irving, Hitler “pedía como mínimo la devolución de Danzig y
la solución al problema del Corredor, como máximo pedía lo que la guerra
pudiera traerle” (“El camino de la guerra”).
El Pacto de No Agresión suscrito con la
U.R.S.S., establecía, sustancialmente, que tanto Alemania como la Unión
Soviética se obligaban a desistir de cualquier ataque entre ellos, en forma
individual o conjuntamente con otra potencias. Otras cláusulas de información y
arbitrajes por el estilo.
Conjuntamente se firmó el Protocolo Adicional
y Secreto, que contiene el reparto de Polonia entre Rusia y Alemania y la asignación
de las zonas de influencia de ambos en Europa del este. En lo que a Polonia
respecta, el artículo segundo del protocolo establecía que: “En caso de llegarse a un arreglo
territorial y político en el área perteneciente al Estado polaco, las zonas de
influencia de Alemania y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas,
serán señaladas aproximadamente según la línea de los ríos Narew, Vístula y San”.
La suerte de Polonia quedó sellada.
El 17 de septiembre de 1939, Rusia invadió
Polonia. Así lo recuerda quien fuera en aquel tiempo ministro polaco y luego
primer ministro, Stanislaw Mikolajczyk: “Pero fue una traición calculada. El Ejército
Rojo ocupó toda la Polonia oriental y no se detuvo hasta que se unió con los
nazis en el centro de nuestro país. La línea de separación Norte-Sur, que
estaba concertada desde hacía algunas semanas por Ribbentrop y Molotov se
ensañó en nuestra derrota. Hablando de la U.R.S.S., el 31 de octubre de 1939,
este vehemente personaje rindió pleitesía a la colaboración de su país con Alemania,
que con sus operaciones combinadas había conquistado Polonia, y exclamó: “Ya no queda nada del ese monstruo bastardo
nacido del Tratado de Versalles”.
No obstante de tratarse de una agresión de
naturaleza similar a la alemana, acordada y nacida en el mismo acto, Inglaterra
no declaró la guerra a la Unión Soviética en flagrante violación a la alianza
defensiva que la unía con Polonia. Londres “Hace
suyos los argumentos soviéticos de que el Estado polaco prácticamente ha dejado
de existir e incluso Churchill declara que los soviets ha ocupado unas regiones
que no les corresponde no por la fuerza, sino en derecho”.
Años después, en sus memorias, afirmaba
Curchill: “Así todo acabó en un mes, y
una nación de treinta y cinco millones de almas cayó entre las implacables
garras de los que no sólo ansiaban la conquista, sino la esclavización y hasta
la extinción de grandes masas de gentes”, pero que por conveniencia “…no expresé libremente la indignación que
sentía… ante la brutal e insensible política rusa”. ¡Cuánta hipocresía en
quien había perdonado a Rusia todos su crímenes al convertirse en su aliado!
A los polacos no los engañó la diatriba de
Churchill. Su primer ministro Mikolajczyk recordó: “Fuimos vencidos incluso
antes de que terminara la guerra porque fuimos sacrificador por nuestros
aliados, Estados Unidos y Gran Bretaña”. Más adelante relata, no sin marcada
amargura e impotencia: “En la situación
en que nos hallábamos, en escala inferior a Churchill y Roosevelt, nuestra
posición empeoró. Se nos comunicó que no hiciéramos ningún gesto ni declaración
que pudiera molestar a Stalin… Se nos impuso un silencio cada vez más
intolerable ante las acusaciones de que empezaron a hacernos objeto los
Soviets, por ejemplo insinuando, al principio vagamente, más tarde con
afirmaciones rotundas, que Polonia abrigaba proyectos imperialistas contra la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”.
La presión inglesa sobre los polacos para que
no realizaran acción alguna que pudiera molestar a sus socios rusos, llevó a
Stanislaw Grabski – socialista miembro del Consejo Nacional Polaco – a formular
su dramático pedido: “Yo les pido a
nuestros amigos ingleses que no aconsejan con las mejores intenciones que
entreguemos a la Rusia soviética nuestros territorios orientales que se hagan a
sí mismos la pregunta si es correcto y justo condenar a millones de personas
que tenían en Polonia su propiedad privada, protegida por el estado, libertad
de hablar, de asociación y de expresar sus opiniones políticas, y la seguridad
de una educación religiosa para sus niños en la escuela, si es correcto y justo
condenarlos a la pérdida de todos esos derechos, entregándolos a un estado
totalitario, que no reconoce el derecho a tener propiedades particulares, en
donde un hombre puede ser enviado, sin que se le procese (como me pasó a mi),
por simple orden administrativa, a un campo de trabajos forzados por ocho años,
y en donde en las escuelas se les enseña ateísmo”.
Grabski escribía esto antes de terminada la
guerra, no sabía todavía que la concesión de los Aliados a Rusia iba a ser
infinitamente mayor que el territorio oriental de Polonia.
El mariscal de campo Montgomery recuerda: “La tinta todavía estaba fresca en el pacto,
cuando Stalin comenzó a mostrar su juego. Decoró tres estados bálticos
(Estonia, Letonia y Lituania), la parte oriental de Polonia, una porción de
Finlandia, Besarabia, Bucovina ciertas islas del Danubio. Todas estas
conquistas territoriales tuvieron lugar en momentos en que Rusia estaba
asociada a Alemania. Posiblemente alarmaron a Hitler…” (“Hacia la cordura”)
Mikolajczyk concluye en la mayor perversidad
rusa, sobre la evidencia denunciada por los alemanes: “Hitler intentó mandar él y servirse de alemanes para administrar;
Stalin, en cambio, manda por medio de cabecillas rusos colocados en los puestos
de control y administra con traidores, corrompidos o débiles súbditos del país
que quiere gobernar. Actualmente en Rusia, hombres y mujeres de todas las
naciones son educados y se les enseña para el día que vuelvan a sus países de
origen, para gobernar bajo el mando directo de Moscú… Porque Stalin, verdadero
genio del mal, posee un poder con más eficacia que el de cualquier otro tirano
en la historia. E intenta conquistar el mundo”.
Superado por los hechos, Winston Churchill
debió reconocer en sus “Memorias”: “No
veo ninguna interrupción en la continuidad de mi pensamiento sobre este gran
dominio. Pero en el reino de los hechos han recaído sobre nosotros vastos y desastrosos
cambios. Las fronteras polacas sólo existen de nombre, y Polonia yace
palpitando en la garra ruso-comunista. Alemania, en realidad, ha sido partida
pero sólo mediante una horrible división en zonas de ocupación militar. Sobre esta
tragedia cabe decir: “NO PUEDE DURAR””. ¿No pudo durar?
Cuánta
razón tuvo Montgomery cuando analizó la conducta británica en el conflicto y
concluyó: “Lo bueno de ganar la guerra es
que uno no termina ahorcado”.
Revista Cabildo – 3°
Época – Año XII – N° 107 – Julio 2012
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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