Luego que Nuestro Redentor Jesús entró en el Cielo
llevando a su Madre Santísima, ésta fue colocada a la diestra de Él, su Hijo y
Dios Verdadero, en el mismísimo Trono Real de la Beatísima Trinidad, a donde ni
los hombres, ni los ángeles, ni serafines han llegado o llegarán jamás por toda
la Eternidad. Esta es la más alta y excelente preeminencia de Nuestra Reina y
Señora, estar en el mismo Trono de las Tres Divinas Personas, cuando todos los
demás bienaventurados, no son más que siervos y ministros. Colocada María
Santísima en su Trono Eminentísimo, declaró el Señor a los cortesanos del
Cielo, los privilegios que graciosamente eran comunicados a la Madre de Dios.
Entonces la Persona del Eterno Padre, como Primer Ministro de todo, dijo
hablando con los ángeles y santos: “Nuestra
Hija María fue escogida y poseída de Nuestra Voluntad Eterna entre todas las
criaturas y la primera para nuestras delicias; nunca degeneró el título de Hija
que le dimos en nuestra Mente Divina y tiene derecho a Nuestro Reino en donde
ha de ser reconocida y coronada como Legítima Señora y Singular Reina”.
Después el Verbo Humanado añadió: “A mi
Madre verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por mí fueron
creadas y redimidas y de todo lo que Yo soy Rey, ha de ser Ella Legítima y
Suprema Reina”. Por último el Espíritu Santo dijo: “Por el Título de esposa mía, amiga y escogida, a que con fidelidad ha
correspondido se debe también a María la Corona de Reina por toda la Eternidad”.
Dichas éstas palabras, las tres Divinas Personas pusieron en las sienes de
María Santísima una Corona de Gloria de tan nuevo resplandor y mérito, cual ni
se vio antes, ni se verá en pura criatura. Al mismo tiempo salió una voz del
Trono que decía: “Amiga y escogida entre
todas las criaturas, nuestro Reino es tuyo, tu eres Reina, Señora y Superiora
de los Serafines y de todos nuestros Ministros los ángeles y de todo el resto
de nuestras criaturas. Atiende, manda y reina prósperamente sobre ellos, que en
nuestro supremo consistorio, te damos Imperio, majestad y señorío. Estando
llena de Gracia sobre todos, te humillaste en tu estimación al inferior lugar; recibe
pues ahora la supremacía de que se te debe y el dominio , participando de
Nuestra Divinidad sobre todo lo que fabricaron nuestra manos con nuestra Omnipotencia.
Desde tu Real Trono mandarás hasta el centro de la Tierra y con el Poder que te
damos sujetarás al infierno y a todos sus moradores, todos te temerán como a su
propia Emperatriz y Señora de aquellas tenebrosas cavernas de nuestros
enemigos. Reinarás sobre la Tierra y todos los elementos y sus criaturas. En
tus manos y en tu Voluntad ponemos las virtudes y efectos de todas causas, sus
operaciones y su conservación, para que dispenses de la influencia de los
Cielos, de la lluvia, de las nubes y de los frutos de la tierra; y de todo,
distribuye según tu beneplácito, pues nuestra Voluntad estará siempre atenta
para ejecutar la tuya. Serás Reina y Señora de todos los mortales para detener
la muerte y conservar la vida. Seas Emperatriz y Señora de la Iglesia
militante, su Protectora, su Abogada, su Madre y su Maestra, Serás Especial
Patrona de los Reinos Católicos y si ellos, los cristianos y todos los hijos de
Adán te llamasen de corazón y te sirvieren, los remediarás y ampararás en sus
trabajos y necesidades. Serás Amiga, Guía, Defensora y Capitana de todos los
Justos y Amigos nuestros; y a todos los consolarás, confortarás y llenarás de
bienes conforme te obligaren con su Devoción. Para todo esto, te hacemos
Depositaria de nuestras riquezas y Tesorera de nuestros bienes; en tus manos
ponemos los auxilios y favores de Nuestra Gracia para que los dispenses a la
Humanidad, no queriendo conceder cosa alguna a los hombres que no sea por tu
mano. En tus manos estará derramada la Gracia para todo lo que quisieras y
ordenares en el Cielo y en la Tierra; los hombres y los ángeles te obedecerán
en todas partes, porque todas nuestras cosas son tuyas, como tú siempre fuiste
nuestra y reinarás a nuestro lado para siempre”. Tal fue el discurso que
pronunció la Beatísima Trinidad, y conforme a este decreto y privilegios
concedidos a la Madre de Dios, mandó el Omnipotente a todos los cortesanos del
Cielo, ángeles y hombres, que prestasen obediencia a María Santísima y la
reconociesen por su Reina y Señora.
Así lo hicieron en aquel felicísimo Reino en
donde todas las cosas se reducen a su orden y proporción debidos. Los espíritus
angélicos y las almas de los santos hicieron este reconocimiento y adoración,
al modo que adoraron al Señor con temor, culto y obediencia, dando
respectivamente la misma a su Divina Madre. Todos los santos que estaban en
cuerpo y alma en el cielo, se postraron y adoraron con acciones corpóreas a su
Reina. Esta Coronación de la Madre de Dios como Emperatriz de Cielos y Tierra,
fue admirable para Gloria de Ella, de grande gozo y júbilo para los ángeles y
santos y de suma complacencia para la Beatísima Trinidad. En ese día hubo
grande fiesta en el Cielo empírico y se aumentó la Gloria Universal de todos
sus ciudadanos. Dejemos pues a Nuestra Gran Reina y Señora colocada a la
Diestra de su Santísimo Hijo, reinando por todos los siglos de los siglos.
AMÉN.
Sor
María de Jesús de Agreda - “Experiencias Celestiales”
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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