Al Cardenal
Marc Ouellet
Prefecto
de la Congregación para los Obispos
Palazzo
della Congregazioni,
Piazza
Pio XII, 10, 00193
Roma, Italia. 25
de septiembre de 2014
Eminencia
Reverendísima:
Le
agradezco la cordialidad con que me recibió el lunes 22 y el martes 23 de este
mes en el Dicasterio que preside. Igualmente, la comunicación por teléfono que
me ha hecho hace unos momentos de la decisión del Papa de declarar a la
Diócesis de Ciudad del Este sede vacante y de nombrar a Mons. Ricardo
Valenzuela como Administrador Apostólico.
Tengo
entendido que el Nuncio, prácticamente en simultáneo con el anuncio que Su
Eminencia me acaba de dar, ha realizado una conferencia de prensa en el
Paraguay y ya se dirige hacia la Diócesis para tomar control inmediato de la
misma. El anuncio público por parte del Nuncio antes de que yo sea notificado
por escrito del decreto es una irregularidad más en este anómalo proceso. La
intervención fulminante de la Diócesis puede quizás deberse al temor de que la
mayoría del pueblo fiel reaccione negativamente ante la decisión tomada, ya que
han manifestado abiertamente su apoyo a mi persona y gestión durante la Visita
Apostólica. En este sentido recuerdo las palabras de despedida del Cardenal
Santos y Abril: «espero que reciban las decisiones de Roma con la misma
apertura y docilidad con que me han recibido a mí». ¿Estaba indicando que el
curso de acción estaba ya decidido antes de los informes finales y el examen
del Santo Padre? En cualquier caso, no hay que temer rebeldía alguna.Los fieles
han sido formados en la disciplina de la Iglesia y saben obedecer a las
autoridades legítimas.
Las
conversaciones que hemos mantenido y, aparentemente ya que no los he visto, los
documentos oficiales, dan por justificación para tan grave decisión la tensión
en la comunión eclesial entre los Obispos del Paraguay y mi persona y Diócesis:
«no estamos en comunión», habría declarado el Nuncio en su conferencia.
Por
mi parte, creo haber demostrado que los ataques y maniobras destituyentes de la
que he sido objeto se iniciaron ya desde mi nombramiento como Obispo, antes
incluso de que pudiera poner un pie en la Diócesis –hay correspondencia de la
época entre los Obispos del Paraguay con el Dicasterio que Su Eminencia preside
como prueba fehaciente de ello. Mi caso no ha sido el único en el que una
Conferencia Episcopal se ha opuesto sistemáticamente a un nombramiento hecho
por el Papa contra su parecer. Yo tuve la gracia de que, en mi caso, los Papas
san Juan Pablo II y Benedicto XVI me apoyaran para seguir adelante. Entiendo
ahora que el Papa Francisco haya decidido retirarme ese apoyo.
Sólo
quiero destacar que no recibí en ningún momento un informe escrito sobre la
Visita Apostólica y, por consiguiente, tampoco he podido responder debidamente
a él. A pesar de tanto discurso sobre diálogo, misericordia, apertura, descentralización
y respeto por la autoridad de las Iglesias locales, tampoco he tenido
oportunidad de hablar con el Papa Francisco, ni siquiera para aclararle alguna
duda o preocupación. Consecuentemente, no pude recibir ninguna corrección
paternal –o fraternal, como se prefiera– de su parte. Sin ánimo de quejas
inútiles, tal proceder sin formalidades, de manera indefinida y súbita, no
parece muy justa, ni da lugar a una legítima defensa, ni a la corrección
adecuada de posibles errores. Sólo he recibido presiones orales para renunciar.
Que
mis opositores y la prensa local hayan recientemente estado informando en los
medios, no de lo que había pasado, sino de lo que iba a suceder, incluso en los
más mínimos detalles, es sin duda otro indicador de que algunas altas
autoridades en el Vaticano, el Nuncio Apostólico y algunos Obispos del país
estaban maniobrando de forma orquestada y dando filtraciones irresponsables
para «orientar» el curso de acción y la opinión pública.
Como
hijo obediente de la Iglesia, acepto, sin embargo, esta decisión por más que la
considero infundada y arbitraria y de la que el Papa tendrá que dar cuentas a
Dios, ya que no a mí. Más allá de los muchos errores humanos que haya cometido,
y por los cuales desde ya pido perdón a Dios y a quienes hayan sufrido por
ello, afirmo una vez más ante quien quiera escucharlo que la substancia del
caso ha sido una oposición y persecución ideológica.
La
verdadera unidad eclesial es la que se edifica a partir de la Eucaristía y el
respeto, observancia y obediencia a la fe de la Iglesia enseñada normativamente
por el Magisterio, articulada en la disciplina eclesial y vivida en la
liturgia. Ahora, empero, se busca imponer una unidad basada, no sobre la ley
divina, sino sobre acuerdos humanos y el mantenimiento del statu quo. En el
Paraguay, concretamente, sobre la deficiente formación de un único Seminario
Nacional –deficiencias señaladas no por mí, sino autoritativamente por la
Congregación para la Educación Católica en carta a los Obispos de 2008. En
contraposición, y sin criticar lo que hacían otros Obispos, aunque hay materia
de sobra, yo me aboqué a establecer un Seminario diocesano según las normas de
la Iglesia. Lo hice, además, no sólo porque tengo el deber y el derecho,
reconocido por las leyes generales de la Iglesia, sino con la aprobación
específica de la Santa Sede, inequívocamente ratificada durante la última
visita ad limina de 2008.
Nuestro
Seminario diocesano ha dado excelentes frutos reconocidos por recientes cartas
laudatorias de la Santa Sede en al menos tres oportunidades durante el
pontificado anterior, por los Obispos que nos han visitado y, últimamente, por
los Visitadores Apostólicos. Toda sugerencia hecha por la Santa Sede en
relación a mejoras sobre el modo de llevar adelante el Seminario, se han
cumplido fielmente.
El
otro criterio de unidad eclesiástica es la convivencia acrítica entre nosotros
basada en la uniformidad de acción y pensamiento, lo que excluye el
disentimiento por defensa de la verdad y la legítima variedad de dones y
carismas. A esta uniformidad ideológica se la impone con el eufemismo de
«colegialidad».
El
que sufre las últimas consecuencias de lo que describo es el pueblo fiel, ya
que las Iglesias particulares se mantienen en estado de letargo, con gran éxodo
a otras denominaciones, casi sin vocaciones sacerdotales o religiosas, y con
pocas esperanzas de un dinamismo auténtico y un crecimiento perdurable.
El
verdadero problema de la Iglesia en el Paraguay es la crisis de fe y de vida
moral que una mala formación del clero ha ido perpetuando, junto con la
negligencia de los Pastores. Lugo no es sino un signo de los tiempos de esta
problemática reducción de la vida de la fe a las ideologías de moda y al
relajamiento cómplice de la vida y disciplina del clero. Como ya he dicho, no
me ha sido dado conocer el informe del Cardenal Santos y Abril sobre la Visita
Apostólica. Pero si fuera su opinión que el problema de la Iglesia en el
Paraguay es un problema de sacristía que se resuelve cambiando al sacristán,
estaría profunda y trágimente equivocado.
La
oposicion a toda renovación y cambio en la Iglesia en el Paraguay no sólo ha
contado con Obispos, sino también con el apoyo de grupos políticos y
asociaciones anti-católicas, además del apoyo de algunos religiosos de la
Conferencia de Religiosos del Paraguay –los que conocen la crisis de la vida
religiosa a nivel mundial no se sorprenderán de esto último. El vocero pagado y
reiteradamente mentiroso para tales maniobras ha sido siempre un tal Javier
Miranda. Todo esto se hizo con la pretensión de mostrar «divisón» dentro de la
misma Iglesia diocesana. Aunque la verdad demostrada y probada es la amplia
aceptación entre el laicado de la labor que veníamos haciendo.
Del
mismo modo que, antes de aceptar mi nombramiento como Obispo, me creí en la
obligación de expresar vivamente mi sentimiento de incapacidad ante tamaña
responsabilidad, después de haber aceptado dicha carga, con todo el peso de la
autoridad divina y de los derechos y deberes que me asisten, he mantenido la
gravísima responsabilidad moral de obedecer a Dios antes que a los hombres. Por
eso me he negado a renunciar por propia iniciativa, queriendo así dar testimonio
hasta el final de la verdad y la libertad espiritual que un Pastor debe tener.
Tarea que espero continuar ahora desde mi nueva situación de servicio en la
Iglesia.
La
Diócesis de Ciudad del Este es un caso a considerar que ha crecido y
multiplicado sus frutos en todos los aspectos de la vida eclesial, para
felicidad del pueblo fiel y devoto que busca las fuentes de la fe y de la vida
espiritual, y no ideologías politizadas y diluídas creencias que se acomodan a
las opiniones reinantes. Ese pueblo expresó abierta y públicamente su apoyo a
la labor apostólica que hemos venido haciendo. El pueblo y yo hemos sido
desoídos.
Suyo
afectísimo en Cristo,
+
Rogelio Livieres
Ex
obispo de Ciudad del Este (Paraguay)
Fonte:
Diocese de Ciudad del Este
Visto en: http://fratresinunum.com
Agradecemos a Beatriz Reyes Oribe por acercarnos la información.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Carta abierta a Monseñor Livieres.
ResponderBorrarMuy estimado Monseñor : Sepa Usted disculparme por el atrevimiento de escribirle respecto a su aceptación de la remoción de su sede episcopal, pero me veo obligado en conciencia a hacerlo. Tenga a bien igualmente perdonarme por el estilo espontáneo de esta misiva, pero la urgencia de la situación es tal que me impide perder el tiempo en cuestiones estilísticas. El motivo de este correo es simple, claro y preciso : instarlo a que reconsidere su decisión. En su carta al Cardenal Ouellet Usted descarta toda eventual « rebeldía », alegando la debida obediencia a las « autoridades legítimas ». Permítame decirle que está cometiendo un tremendo error, cuyas consecuencias serán catastróficas. A su Diócesis le está sucediendo exactamente lo mismo que le ocurrió a los Franciscanos de la Inmaculada : la destrucción pura y simple por intentar conservar la fe católica. Debe comprender que está Usted en todo su derecho de resistirse a acatar esta decisión arbitraria, odiosa, ideológica y totalitaria. Le diré aún más : Usted tiene no sólo el derecho, sino también el deber de resistir, dado que la fe y la salvación de su rebaño están en juego. Prima lex, salus animarum : el derecho canónico está subordinado al deber supremo de custodiar, de profesar y de enseñar la fe católica : ninguna autoridad eclesial puede invocar la obediencia debida a la jerarquía para destruir una iglesia particular. Ni siquiera la persona que pasa ante los ojos del mundo por ser el Soberano Pontífice. El cual no es, a mi entender, más que un usurpador, un impostor y un destructor público de la fe, un enemigo acérrimo y encarnizado de Dios, de la Iglesia y de la salvación de las almas.Y al cual se le debe resistir públicamente, cara a cara, sin contemplaciones ni miramiento alguno (cf. http://nacionalismo-catolico-juan-bautista.blogspot.fr/2014/09/yo-no-critico-francisco-por-alejandro.html), sin dejarse intimidar por la supuesta autoridad en la que este falso profeta se escuda para terminar de derribar las últimas ciudadelas católicas que todavía permanecen en pie en medio del campo de ruinas en el que se ha convertido la Iglesia. No tema al qué dirán, Dios le dará las gracias necesarias para soportar los ataques que su actitud seguramente desencadenará. El lo reconfortará y lo sostendrá aquí abajo en el transcurso de la prueba, y lo recompensará de manera sobreabundante en la vida eterna, como a todos aquellos que Lo han confesado públicamente y que han preferido dar testimonio Suyo sin dejarse intimidar por las bajezas y los oprobios que les inflingen insensatamente los adversarios de Dios y de la Iglesia, los esbirros de Satán empurpurados, lobos rapaces disimulados bajo piel de cordero… Suyo en Cristo Jesús y en María Santísima. ASL.
« ¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! Porque por haber callado, el mundo está podrido. » (Santa Catalina de Siena)
Visto en: http://radiocristiandad.wordpress.com/2014/09/25/alejandro-sosa-laprida-carta-abierta-a-mons-livieres/