“En el día del Juicio la tierra de Sodoma y Gomorra será
tratada con menos rigor que esa ciudad”
Estas palabras son del mismo Jesucristo, y
están contenidas en el Evangelio de San Mateo, 10:15.
Y lo primero que se deduce de ellas es que
Jesucristo reconoce como verdadero
castigo el que sufrieron las dos ciudades. E igualmente, por lo tanto, como
verdaderos pecados los que ambas
cometieron y por los que sufrieron la ira de Dios, en forma de fuego caído del
cielo que las redujo a cenizas. Los cuales quedan suficientemente especificados
en la completa narración que hacen del suceso los capítulos 18 y 19 del Libro
del Génesis.
Pero las palabras de Cristo fueron
pronunciadas para los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. De
donde podemos deducir, con toda seguridad, que el mismo castigo será aplicado a
cualquier ciudad que se encuentre en las mismas circunstancias. Por lo que
sería llegado el momento de preguntarnos cual pudiera ser esa ciudad, a la que se refiere Jesucristo, y que será tratada con
mayor rigor aún que Sodoma y Gomorra. Para lo que quizá podrían ayudarnos las
conocidas palabras de San Agustín: Dos
amores hicieron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios,
hizo la ciudad del mundo; el amor de Dios, hasta el desprecio de sí mismo, hizo
la Ciudad de Dios (San Agustín, La Ciudad de Dios, Libro 14, capítulo 28).
Aunque es verdad que la ciudad del mundo
siempre ha estado en lucha y contraste con la Ciudad de Dios, es evidente que
esta contienda ha alcanzado su punto culminante en los tiempos actuales. Los
hombres se han decidido por fin a prescindir por completo de Dios ---ahora ya
abierta y descaradamente--- y erigir su propia Religión, en la que el culto a
Dios ha sido reemplazado definitivamente por el culto a ellos mismos. La
Iglesia ha entrado en una nueva fase de su Historia que la hace aparecer como
nueva y distinta de lo que había sido hasta ahora. La Jerarquía de la Iglesia
no siente ya recato alguno en reconocer que la Iglesia Católica no es la única
Iglesia y que, por supuesto, en modo alguno posee el monopolio como camino de
salvación. Estamos ante la Iglesia
Universal, preconizada por la Nueva
Edad, que comprende y abarca a todas las religiones, sean cualesquiera sus
creencias y hasta sus no creencias. Ya no cabe duda de que la Ciudad de Dios ha cedido el lugar a la ciudad del mundo.
Si alguien alberga todavía alguna duda de que
la Iglesia de siempre ha cedido su lugar a la Nueva Iglesia, no tiene sino
contemplar la nueva y revolucionaria
Moral que ahora se practica. La predicación pastoral y difusión pública de la
cual, que todavía no se hace abiertamente, se lleva a cabo sin embargo, y de
modo muy eficiente, de dos maneras:
En primer lugar, por medio de frases
entrecortadas, a menudo bien claras, pronunciadas en forma privada (aunque
dando paso a su publicidad), con frecuencia con palabras ambiguas, aprovechando
seguramente momentos y ocasiones clave (que parecen venir a propósito para
darles acogida), o sancionando favorablemente conductas claramente contrarias a
la Moral de la Iglesia. Todo lo cual es pronta y sabiamente recogido por la
gran prensa, siempre contraria a la Iglesia y muy dispuesta a dar pleno sentido
y pregonar desde los tejados a lo que
quizá fue dicho al oído.
En segundo lugar, por medio de la tolerancia
y el más completo silencio por parte de prácticamente toda la Jerarquía de la
Iglesia.
Los matrimonios
entre personas del mismo sexo se celebran
como cosa normal y ordinaria en numerosas partes de la Iglesia universal. Los conyuges son bendecidos solemnemente por
sacerdotes revestidos con ornamentos sagrados y hasta se les llega a leer en la
ceremonia, celebrada en algún lugar
determinado, el texto evangélico correspondiente a las bodas de Caná. Al
parecer no importan para nada la profanación del Templo como lugar sagrado ni
la profanación del Sacramento del Matrimonio, así como tampoco la burla más
descarada que se hace a la Iglesia, a los verdaderos cristianos y, en
definitiva, al mismo Dios. Y por supuesto, como no podía ser menos, también se bautiza solemnemente a los hijos de matrimonios formados por
homosexuales o lesbianas.
Las nuevas prácticas litúrgicas y la nueva
Moral se han extendido ya por toda la Iglesia, sin que se oiga voz alguna
discordante que ponga un punto de protesta a tan nueva situación. Los
sacerdotes imparten tranquilamente la absolución a homosexuales y lesbianas
(sin arrepentimiento por su parte) y recomiendan abiertamente el uso de
anticonceptivos. El Cardenal Arzobispo de Nueva York autoriza al loby gay (homosexuales, lesbianas y
transexuales) para que formen parte del desfile en el día de San Patricio. Es
frecuente que, ya dentro de la Iglesia, sean amonestados quienes se atreven a
levantar su voz, siquiera sea tímidamente, ante tales cosas. En suma y para
abreviar: la Nueva Moral ha suplantado abiertamente en la Iglesia a la que ya
se considera como Antigua Moral.
Queda, sin embargo, por formular una pregunta
importante con respecto a este tema: ¿Por qué será castigada con más rigor que Sodoma y Gomorra la
ciudad que practique los mismos vicios nefandos que los que se llevaban a cabo
en esas ciudades? Y la respuesta no parece difícil: aquellas ciudades no habían
conocido la Luz del Evangelio, mientras que la actual ciudad del mundo, antes cristiana, ha apostatado claramente de su
Fe. Por lo que es evidente que merece mayor castigo.
Y para que no quede duda alguna acerca de la
relación de la conducta permitida por la Nueva Moral con los pecados de Sodoma
y Gomorra, ahí está el texto de San Pablo en Romanos, 1: 24--30. En el que
habla claramente el Apóstol acerca de la
impureza con que deshonran entre ellos sus propios cuerpos, describiendo
hasta de manera cruda (el texto completo es estremecedor) las conductas
nefandas practicadas y mereciendo en sí
mismos el pago merecido por sus extravíos.
Por supuesto que la Nueva Moral de la Nueva Iglesia, en la que ya se ha dado cabida
claramente a las doctrinas de la herejía modernista, tiene también preparada
una respuesta para este tema: La Sagrada Escritura es cosa pasada. No puede ser
interpretada sino según los criterios y el pensamiento de los hombres en cada
momento histórico. De manera que, según lo cual, lo que era verdad en una época
ya no lo es en ésta. La pretendida verdad
contenida en la Palabra de Dios no puede serlo sino según el modo de ser
interpretada según la filosofía y racionalidad de los hombres que viven en este
momento de la Historia.
Lo que sería quizá admisible si no tropezara
con un escollo absolutamente insalvable. Y me refiero a las palabras de
Jesucristo que contradicen a ese razonamiento de la dependencia de sus Palabras
según el tiempo en el que sean oídas, pero no en otro. Y las palabras son
exactamente éstas: El cielo y la tierra
pasarán; pero mis palabras no pasarán.
Por supuesto que cada uno puede hacer su
opción. Yo, por mi parte, entre las enseñanzas del Modernismo y las Palabras de
Jesucristo, me quedo con las de Jesucristo. Por lo que pueda pasar.
Y
ya no quedaría por añadir, con respecto a las nuevas doctrinas de los
modernistas, sino las palabras de San Agustín contenidas en su Libro Las
Confesiones. En ellas dice el Santo claramente que nova sunt qui dicitis, mira sunt qui dicitis, falsa sunt qui dicitis.
Que significan exactamente: Nuevas son
las cosas que decís, maravillosas son las cosas que decís, falsas son las cosas
que decís.
Visto
en: http://www.alfonsogalvez.com/
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
No hay comentarios.:
Publicar un comentario