Significado de la traición
Reunidos en el Cenáculo, Jesús y los
apóstoles cenan por última vez, celebrando la postrimera Pascua con el Señor de
los Cielos en la tierra.
Escena conocida si las hay, y plasmada en
palabras o en lienzos, en frisos y en poemas por los grandes artistas de signo
cristiano.
Paradojas del existir en el Evangelio: aunque
el centro de aquella reunión era el gozo eucarístico, San Juan nos cuenta que “Jesús
se entristeció en el espíritu y protestó exclamando: ‘en verdad, en verdad os
digo, que uno de vosotros me traicionará’” (Juan.XIII,21-30).
¿Cómo se explicaba aquella tristeza inefable
de Dios? Varias respuestas caben. Desde la de San Agustín que, frente el gesto
humano y legítimo de la pena divina, vio rodar por el piso los argumentos
estoicos sobre la inmutabilidad del sabio, hasta la de Chesterton que sostuvo
que -excepto la risa y por ser tan grande, reservada entonces a los tiempos
parusíacos- el
Redentor
no ocultó ninguno de los sentimientos que brotaban de su naturaleza humana.
La mejor respuesta, sin embargo, nos sigue
pareciendo la de San Juan Crisóstomo.
“Cuando una causa urgente –escribe- obliga a
separar, antes de recogerse la mies, a algunos de los falsos hermanos, no puede
hacerse esto sin que la Iglesia se entristezca”.
Hay una pena inmensa en la Iglesia cada vez
que los hermanos que la integran caen en falsía, perjurio o deslealtad
manifiesta. ¿Cómo no ha de tener esa pena la insondabilidad de un pozo sin
fondo visible, cuando entre los hermanos felones se cuentan muchos de los
herederos de los apóstoles y el mismísimo sucesor de Pedro?
Pero sigue distinguiendo el Crisóstomo. El
quebranto de Jesús no lo sufrió en la carne cuanto en el alma y antes en el
alma que en la osamenta.
Porque
en tamaña ocasión de escándalo, como lo es la evidencia de la traición, el
Señor se turba por la caridad no por el remordimiento. Por la caridad hacia el
buen trigo entreverado con la cizaña, y corriendo el riesgo de verse arrancado
con aquella. El Señor se turba por su propia voluntad misericordiosa, no por
debilidad. Nadie lo obliga a afligirse –que nadie tiene imperio sobre Él-; su
aflicción es voluntaria y consoladora, para cargar sobre sí las debilidades de
quienes no pueden sobrellevar tamaña artería y vileza manifiesta.
Es la Revelación
de la Tristeza, que nos cantara José María Fernández Unsain:
“Mira cómo lo adorna
la divina
tristeza con que luce
su belleza…
Mira, Señor, ya baja
la neblina,
ya muere, ya nos
hiere la tristeza”
No queremos ocultar nuestra tribulación ante
esta Iglesia traicionada por quien debiendo comportarse como el Vicario del
Esposo, emula al oscuro desertor de Keriot. Y no trepida en contemporizar desde
Roma con los cultores de las costumbres nefandas o del vicio contra natura. Los
mismos que provocaron el derrumbe justiciero de aquellas ciudades edificadas
sobre el Valle de Sidim, cuando el Dios de los Ejércitos estalló en justificada
cólera.
Sólo queremos pedir que nuestra compunción
halle sostén en la de Cristo,
que para eso nos la ofreció. Que nuestras lágrimas sean un coágulo de cielo en
las pupilas, al buen decir de Anzoátegui; asociadas a Aquél que tuvo que llorar
ante los muros del lugar sagrado.
Sólo queremos recordar, en suma, que hasta la
traición ocupa su lugar en la Pedagogía Divina, y por eso está prevista en las
Escrituras, como cuando David se angustia por la deslealtad de Aquitófel, y el
salmo canta: “el que come el pan conmigo, levantará contra mi su calcañar”(Sal.
40, 10).
David es el tipo de Jesús, Aquitófel el de
Judas. Los dos traidores, los dos dándose muerte por su propia mano. Pero ante
sendos casos –acíbar duro de ingerir y hasta de oler- es la invocada Pedagogía
Divina la que resuelve el drama. Así lo juzga el Cardenal Gomá: “Desde ahora os lo digo, antes de que acontezca;
a fin de que viéndole víctima de la traición villana, no le tengan por
imprevisor a Dios y disminuya su fe; antes, por el contrario, el cumplimiento
de la profecía sea un motivo más de credibilidad para ellos. Para que cuando aconteciere, creáis que Yo
Soy”.
El cumplimiento de las Profecías: el Pastor
Insensato, la Fiera de la Tierra,
el Preludiador de la Bestia, el Propagandista del Anticristo, la Iglesia de
Laodicea. Nada de esto nos quita la Fe ni la Esperanza. Nos la confirman; y anticipan
la Felicidad tras la última batalla, que ya es difícil y cruenta, y lo será
todavía más.
El vértigo del traidor
Volvamos a la escena del Cenáculo. Todavía
falta un desenlace más conmovedor y más tenso del que ya mentamos.
Señalado el traidor por su nombre, Jesús le
dice: “Lo que tengas que hacer, hazlo pronto”.
También estas perícopas han dado lugar a reflexiones
concurrentes.
Orígenes
se pregunta si no eran palabras dirigidas antes al demonio, que ya había
entrado en el Iscariote, que al Iscariote mismo. Puede ser. Pero San Agustín en
esto, parece sacarnos más provecho con sus comentarios.
El
Señor, por lo pronto, está provocando al adversario a la lucha: No te quedes quieto. Sigue cuanto antes con
tu maldito propósito. Yo sé bien cuál es mío y lo cumpliré acabadamente.
El fruto de ese “hacer pronto” lo inicuo que
planeaba era la misma redención, “lo que no quería se retardase ni evitarse,
sino que se apresurase cuanto fuera posible”, prosigue Agustín. La prontitud
pedida al felón no es para cooperar con su malicia, ni siquiera para precipitar
la caída del pérfido, al que tantas veces había invitado a recapacitar. Sino
teniendo en cuenta ante todo la salud de los fieles, la salvación de los
leales.
Hazlo
presto equivale a decir que no se teme a lo que sobrevendrá tras la
traición aborrecible. El Redentor vigila, aguarda; oblativamente espera el desenlace.
Hazlo presto, comenta
Straubinger,es la misma urgencia salvífica ya puesta de manifiesto cuando le
dice a los suyos: “un bautismo tengo para bautizarme,¡y
cómo estoy en angustias hasta que sea cumplido!”(Ls. 12,50).
Entonces –y aquí llegamos- aterra en
principio que quien ocupa hoy la silla petrina parezca ir tan presuroso por el
derrotero de la deslealtad a Jesucristo.
Y que para andar por tan espinoso sendero, no sólo no reciba plata judaica,
sino que sea él quien les pague a los deicidas. Con concesiones doctrinales
inauditas, por un lado, que ya habían hecho sus predecesores inmediatos; y con
dinero abultado, por otro. Como sucedió en los primeros días de octubre del
2014 con la entrega de cien mil euros a la Fundación
Auschwitz-Birkenau, que no es precisamente una de las periferias existenciales,
sino de las más abigarradas usinas de la “industria del holocausto” que
oportunamente desenmascarara Norman Finkelstein. El Iscariotismo moderno tiene
aún este agravante sobre el antiguo: que paga para traicionar, y ningún Campo
de Aceldama parece aguardar al contrito.
Este hazlo
presto que vemos desplegarse ante nuestros ojos, entre indignados y
dolientes, debe ser sobrenaturalmente vivido. Mi vida, nadie la toma, quiere decirnos el Señor. Soy Yo quien la ofrece y la inmola gratuitamente.
No te detengas. Pero sábelo Iscariote; y que lo sepan contigo tus aquiescentes
mitrados y purpurados, que cuanto antes obres la iniquidad, antes completaré la
batalla redentora.
Dios nos permita la gracia de no quedarnos
dormidos mientras sigan arreciando los aires desventurados de la conjura.
Era y es de noche
El texto joánico que estamos glosando
-capítulo trece, versículos veintiuno a treinta- termina retratándonos a Judas
que, una vez identificado como vil por el mismo Salvador, huye del Cenáculo a
cumplir su cruento cometido. Y acota el fragmento, no sin hondo simbolismo: “y
era de noche”.
“La noche sensible –escribió al respecto San
Gregorio- es la imagen de la confusa noche que había invadido el alma de Judas.
Por la cualidad del tiempo se expresa el fin de la acción. Judas, que no había
de implorar el perdón, aprovecha la noche para la perfidia”.
El Iscariotismo es hijo de la sombra y
alimento amarescente que se cuece en las tinieblas. La sinonimia noche traición es un tópico cargado de razones.
Excepto “la Noche Amable más que la alborada”, que no se hace patente, por
desdicha, en la presente negritud o lobreguez que nos llega de Roma.
No debe subestimarse ni omitirse esta
explosión de Iscariotismo en la
Barca,
que aunque ya se había manifestado otrora, estalla de manera rotunda con la
llegada del Cardenal Bergoglio.
“Judas es el prototipo del traidor” –escribió
Alberto Caturelli en La Iglesia Católica y
las catacumbas de hoy-
; es decir, de aquel que quebranta, viola y en cierto modo invierte lo que debe
cuidar y trasmitir”. La raíz etimológica de traición es la misma que la de
palabra tradición; y paradójicamente
y por contraste “significa también lo opuesto: no cuidar, no trasmitir
fielmente, quebrar la lealtad o fidelidad al depósito recibido […]. A esta
infidelidad radical –aunque guarde astutamente todas las apariencias de la
fidelidad- llamo Iscariotismo, porque tiene su modelo en Judas Iscariote”.
El Iscariote de todos los tiempos y de este
tiempo, predica un Anti Verbo,
de ese que no custodian los ángeles pero resulta gratísimo a los oídos del
mundo, y en plena conformidad con sus crepusculares anhelos. No quiere palabras
limpias ni verdades recias ni mucho menos confrontaciones con el siglo o
contradicciones con las mayorías. No se nutre de los maestros de la Fe Sapiente
sino del discurso estulto de los hábiles; y llama teología de rodillas a la que
se labra en estado de genuflexión frente al Maligno.
El Iscariote somete a discusión lo
indiscutible, cuestiona hasta las verdades inconcusas, ultraja el sentido
común, mediatiza el idioma unívoco de lo obvio. La contranatura puede
encontrarlo aquiescente, el adulterio presto a una convalidación gradual, la
sodomía se torna pasible de bienvenidas eclesiales, el corrupto goza de una
hospitalidad especial y repetida, las mujerucas rencorosas e hipócritas se
sientan a su mesa, no para recibir severas y afables reconvenciones sino para
intercambiar ofrendas.
La familia, para el Iscariote, ha dejado de
ser sólo la unión ante Dios, de uno con una y para siempre; varón y mujer
abiertos a la vida y vasallos del Ordo
Amoris. Puede seguir siendo eso, claro; pero también otra cosa y antagónica,
invocando una misericordia sin justicia, una flexibilidad sin el límite del
Decálogo, y un concepto de Iglesia que recibe a todos, como si fuera una playa
nudista, sin el mínimo requisito de la pudicia o del respeto a sus códigos
bimilenarios. Si abro las puertas del hospital de campaña es para sanar a los
heridos, y por caridad hacia sus cicatrices. No para convalidar sus purulencias
o para hacer pasar por cuerpo sano la gangrena que lo carcome.
San Clemente de Alejandría lo supo explicar
mejor en El Pedagogo, cuando remitiéndose al Libro del Éxodo (34,16), sostiene: “Vendaré la perniquebrada y
curaré la enferma, traeré la extraviada y la apacentaré en mi santa montaña”.
No dice que la pierna enferma y rota permite caminar del mismo modo que camina
aquel con sus piernas sanas.
Reconocerán los discursos de Judas porque no
contienen voces de vida eterna. Como no las contuvieron cuando el Evangelio
registra su primera confrontación con el Señor, en suelo de Betania. El
Iscariote reprende a la mujer que derrama “ungüento puro de gran precio” sobre
los pies divinos, para enjugarlos después con sus cabellos (Juan 12,3). Invoca
a los pobres, pero piensa en la bolsa. Tal vez era el perfume de príncipes lo
que más lo alteraba. Su olfato plebeyo estaba hecho para el corral, la
cochiquera o la boyeriza.
Es notable que Santo Tomás, comentando el
Evangelio de San Mateo, que registra el ominoso arreglo entre Judas y la
Sinagoga para entregarles al Señor, observa que el precio inicial convenido era
el de aquel ungüento de nardos que no había podido impedir que se “malgastase”
como tributo al Unigénito. Pero al final, cierra el tráfico más inicuo de los
siglos con un “Dadme
lo que queráis” (Mt. 26,15).
¿Hay
una Iglesia de Judas?, se preguntó hacia 1970, Bernard Faÿ, cuando el estado de
descomposición se hacía evidente.
Se respondió en un libro homónimo, L’Eglise de Judas, diciendo que sí, aunque
sin faltar a la caridad ni a la esperanza. Lo peor, sostenía entonces, es que
los Iscariotes ponen cuidado “en mantenerse en la Barca de la Iglesia, en aferrarse
a ella aún cuando la profanen, en no descuidar ningún esfuerzo, ningún ardid,
ninguna mentira para que los hombres y el clamor falaz de los periódicos les
declaren todavía miembros y parte inherente de esta Iglesia, que ellos tienden
a arrastrar con ellos en su reniego, de manera que sea consumada la obra de
Judas, y que pueda abandonarse, completamente, a las fuerzas del mal, el cuerpo
terreno del Cristo profanado”.
Sí; era de noche cuando el indigno abandonó
el Cenáculo sin comulgar.
Sigue
pesándonos esa tiniebla y esa fuga. Aterradora vigencia del misterio de iniquidad.
Y sin embargo o por lo mismo, en tales circunstancias, la consigna del Señor es
que no tengamos miedo. Mucho más marcial todavía: “erguíos y levantad la cabeza
porque se acerca vuestra redención” (Lucas 21, 28).
Nos es imposible imaginarnos la escena sin
pensar sensiblemente en la procesión del Cristo de la Buena Muerte, que llevan
a pulso, reciamente, los herederos de Millan Astray, en los hondones de la
España Eterna.
Lo que es católico hacer
Arribados a este punto -con la congoja propia
del hijo ante el padre amado a quien se ve perder la vertical y el quicio-
sobrevienen las preguntas, que son múltiples, como múltiples también sus
procedencias.
Se
cuentan por racimos, y cada vez mayores y de pesares más inconsolables, las
familias lastimadas, divididas y perplejas por el actual magisterio, que no
cesa de traicionar la Verdad, el Bien y la Belleza. Padres que no saben qué
decirles a sus hijos, cuando constatan la inverecuncia y la heterodoxia en
Roma. Hijos ya grandes y bien formados, que no saben cómo sosegar a los
ancianos, atónitos ante cada dislate diario que se propala desde Santa Marta.
Es extraño que tamaña desolación coincida con
la convocatoria de un largo Sínodo dedicado a la Familia; y que durante el
mismo –por expresa permisión de Francisco y de sus kasperianos socios- se esté
disponible para resguardar el derecho de los fornicarios, o los “dones” de los
invertidos, o los propiciadores de de la perspectiva del género, pero no se
atienda al deber de llevar al seno de los hogares católicos el perpetuo sí, sí; no, no que los sustraería de
tantas reyertas y les restituiría la paz de saber que la Iglesia ha sido, es y
seguirá siendo semper idem.
Somos simples laicos bautizados, sin
respuestas para todos los interrogantes. Mucho menos para quienes interrogan
con arrogancia, soberbia y anónima cuanto cobarde malicia.
Somos meros sarmientos de la Vid,que si algún
mérito tenemos es el de haber advertido, casi en soledad y varios años antes de
que el gran mal sucediera, quién era el hombre particularmente dañino y dable a
las herejías al que finalmente eligieron para ocupar la Silla de Pedro. Pero no
somos el Cónclave, ni el Paráclito, ni los redactores, aplicadores o
intérpretes autorizados de la Bula Cum ex apostolatus
officio del Papa Paulo IV. No tenemos potestad jurídica ni sacramental para
decir más de lo que decimos, y así fuera constatable la tesis de Antonio
Socchi, en su inquietante Non é Francesco,
a nosotros nos toca rogar para que el Espíritu Santo convierta a los desencaminados
o ubique a los desubicados.
Frente a la dura encrucijada apenas si
podemos recordar, para nuestra seguridad, consuelo y esperanza, lo que es católico hacer:
- Es católico saber que la infalibilidad ex
cathedra no supone impecabilidad de conductas ni de enseñanzas pontificias
personales; ni siquiera de enseñanzas religiosas o morales. Ergo, si desde el
sitial de Pedro se enseñara el error; si se heretizan proposiciones intangibles
o se debilita la inconmovilidad de la Fe y de las costumbres, hay obligación de
protestarlo, de confrontarlo y de suspender la ligazón de la obediencia. Porque
nunca es legítimo seguir al que me lleva
al error. El súbdito, en estos hirientes casos, está facultado a resistir con
fundamento, respeto, responsabilidad y seriedad.
- Es católico ilustrarse con la historia de
la Iglesia y con las consideraciones de teólogos santos que han alcanzado los
altares. No sólo para que la crónica de las tempestades nos ratifique en la
certeza de la ininundabilidad de la Barca, sino para constatar que, a muchos de
esos teólogos, no causaba escándalo alguno afirmar lo que afirmamos. El
admirado Medioevo conoció un florilegio de esos doctos varones de
sapiencialiedad teológica, a quienes nunca se les hubiera ocurrido la
desviación papolátrica moderna, construyendo el dogma peligroso y absurdo de la
omni-inerrancia de todo pontífice y de toda palabra suya.
- Es católico saber que “el humo de Satán ha
entrado en el templo de Dios”, constituye sentencia proferida por un Papa. Por
quien le siguió esta otra, igualmente grave, según la cual, la Iglesia está
“cercada por propias e internas herejías”. De su siguiente sucesor es el
lamento rotundo: “Señor, en tu Iglesia, parece que la cizaña prevalece sobre el
trigo”. Y hasta es apotegma de Francisco, salido de su boca el 10 de marzo del
2014, que “con Satanás no se puede dialogar”; lección redonda que debería
aplicarse a sí mismo y a sus actos. Y que si vemos incumplida ostensiblemente,
nos autoriza a la admonición y al grito desde los tejados.
- Es católico lo que hizo el Dante, al
suponer que un par de Papas podían estar merecidamene en el Infierno, a causa
de sus pecados y deberes incumplidos. Siendo Paulo VI, en 1965, cuando termina
el Concilio Vaticano II, el que regaló a cada uno de los padres conciliares una
espléndida edición de La Divina Comedia,
amén de ensalzar al preclaro poeta con su diáfano documento Altissimi Cantus.
- Es católico saber que la Iglesia admite
varias semejanzas, y que no cierra sus puertas. Pero entre las semejanzas que
eligió Su Divino Fundador, está precisamente la de la puerta estrecha, a la que
es preciso esforzarse mucho por ingresar, porque “una vez que el dueño de la
casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis afuera y empezaréis a
golpear la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Y os responderá: No sé de dónde
sois” (Lucas 13, 24).
En uno de los textos patrológicos más
cargados de símbolos, el Pastor de Hermas
compara a la Iglesia con un gran sauce mimbrero, cuyas ramas son muy
resistentes, porque aún cuando arrancadas del árbol madre, parecen secas,
vuelven a brotar si se las planta en el suelo y se las mantiene húmedas. Sólo
brotan y reverdecen bajo estas condiciones y requisitos. No porque sí.
Dios no es un cantor de tangos, enseñaba el
Padre Castellani. De esos que, en un arranque de melancolía sensiblera, le dicen
a la antigua barragana o al amigote desleal: “está bien; ya que volviste, pasá
nomás”. No. Dios es un padre exigente, justísimo y sopesador infalible de
premios y de castigos, con la mano de
azúcar de su misericordia y la de hiel de su rigor. Por eso, puede arrogarse
la decisión de decir “No; no entrarás esta noche. La puerta se ha cerrado para
ti”. Eso sí, agrega Castellani. Cuando eso ocurre, Dios no se alegra y puede
oírsele cantar esta coplilla gitana:
Algún día has de
llamar
y no te abriré la
puerta
y me sentirás llorar…
- Es católico lo que dice el Catecismo de la
Iglesia, en su párrafo 675: “Antes
del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución
que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,12;
Jn 15, 19-20) desvelará el ‘misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los
hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía
de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la
de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en
el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5,
2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”.
¿Por qué callar entonces ante la impostura
religiosa? ¿Por qué simularla, omitirla, desterrarla de nuestras homilías, de
nuestras conferencias o simples conversaciones? ¿Por qué fingir una
hermenéutica de la continuidad si la ruptura se ha hecho patente, atravesándonos
el costado como un lanzón artero?
- Es católico lo que predicó el ilustre
benedictino Dom Prosper Guéranger: “Cuando el pastor se muda en lobo, toca
desde luego al rebaño el defenderse. Por regla, la doctrina desciende de los obispos
al pueblo fiel y los súbditos no deben juzgar a sus jefes en su fe. Mas hay en
el tesoro de la revelación ciertos puntos esenciales de los que, todo
cristiano, por el hecho mismo de llevar tal título, tiene el conocimiento
necesario y la obligación de guardarlos. El principio no cambia, ya se trate de
ciencia o de conducta, de moral o de dogma. Traiciones semejantes a la de
Nestorio, son raras en la Iglesia; pero puede suceder que los pastores
permanezcan en silencio, por tal o tal causa, en ciertas circunstancias en que
la religión se vería comprometida.
Los verdaderos fieles son aquellos hombres
que, en tales ocasiones, sacan de su solo bautismo, la inspiración de una línea
de conducta; no los pusilánimes que bajo pretexto engañoso de sumisión a los
poderes establecidos, esperan, para correr contra el enemigo u oponerse a sus proyectos,
un programa que no es necesario y que no se les debe dar”.
-Es católico hacer penitencia, ofrecer
sacrificios y pedir perdón por los pecados propios; y pedirlo incluso por
aquellos que los cometen teniendo las mayores responsabilidades en la práctica
de la vida virtuosa.
Sí, Señor; te pedimos perdón por el mal
ejemplo que da la mayoría de nuestros pastores, cuando decide estar, servilmente,
en comunión de errores y de pusilanimidades con el Obispo de Roma. Los enemigos
de la Iglesia encuentran en tamañas inconductas motivos de envalentonamiento
para multiplicar su contumaz actitud blasfema y sacrílega. Lo vemos en la
patria, y lo vemos en el resto de las naciones. Duele, Señor, tanta ofensa.
Perdónanos.
- Es católico, a la par, dar gracias por los
pastores fieles. Especialmente por aquellos, que con motivo del Sínodo sobre la
Familia, han defendido el honor del hogar católico, acechado por la marejada
ruin de hipótesis heréticas y de proposiciones abisales. Y que por tan gallarda
defensa han sido menoscabados, marginados o destratados por la máxima autoridad
eclesial.
-Es católico rezar y eso hacemos. A San
Pedro, de la mano segura de Francisco
Luis Bernárdez:
Ya que en la piedra
inmortal de tu nombre
quiso el Señor
afirmar nuestra vida
y edificar con su
mano escondida
la verdadera morada
del hombre;
Ya que tan sólo las
llaves seguras
que Jesucristo te
puso en las manos
pueden abrir a los
seres humanos
la bendición de las
puertas más puras;
Ya que tu barca es el
único leño
que en el naufragio
de todas las cosas
flota feliz en las
aguas furiosas
para salvar a las
almas sin dueño;
Ya que en las olas
que el mundo levanta
sobre el dolor de la
humana conciencia
sólo es posible
esperar con paciencia
en la virtud de tu
red sacrosanta;
Pídele a Dios que nos
dé con tu llanto
la contrición con que
hollaste a la muerte,
antes que el gallo
final nos despierte
con el reproche sin
fin de su canto;
Que con tu fe que
ante nadie se arredra
nos asegure en la
tierra cambiante
para que nuestra
virtud se levante
con la firmeza de un
muro de piedra;
Que nos dispute al
abismo del mundo
con el afán de tu red
milagrosa
y que en la paz de tu
barca gloriosa
tenga lugar nuestro
amor vagabundo;
Que nos infunda tu
inmensa esperanza
y tu confianza
robusta y sencilla
para buscar en tu
barca la orilla
que solamente a su
bordo se alcanza;
Y que tu barca segura
y certera
siga en la noche el
mejor derrotero
para llegar por el
mar traicionero
a la ribera en que
Dios nos espera.
Antonio Caponnetto
Nacionalismo Católico
San Juan Bautista
Excelente entrada, está todo dicho, no se puede agregar nada mas.
ResponderBorrarBlas de Peralta