Miles
Christi – 30/11/2014
El 25 de
noviembre Francisco realizó un viaje relámpago a la ciudad francesa de
Estrasburgo, durante el cual pronunció dos discursos, uno en el Parlamento Europeo y otro en el Consejo de Europa, dos de las
principales instituciones laicas y masónicas que fabrican las leyes contrarias
a la ley de Dios y que difunden la ideología derecho-humanista que anima todas
las leyes, directivas, instituciones y tratados europeos. El tenor de los
mismos consistió en una peroración típicamente bergogliana exponiendo una serie
de lemas y de ideas fuerza intrínsecamente subversivos y revolucionarios, en
total consonancia con los sofismas fundadores de la « civilización » moderna,
masónica y anticristiana : naturalismo, deísmo, laicismo, humanismo, pluralismo
y utopismo. No haré un análisis exhaustivo de todos los temas evocados en sus discursos, dado que
se prestarían a un amplio desarrollo que excedería el marco de estas breves
líneas : he seleccionado solamente algunas de sus declaraciones en relación al
papel que le atribuye a las instituciones europeas, y que se sitúan en las
antípodas de la visión cristiana del ser humano y de la sociedad. Comienzo por
el discurso en el Parlamento Europeo:
El centro del « ambicioso proyecto político » de la
comunidad europea se basa en « la
confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico » sino « en el hombre como persona dotada de una
dignidad trascendente (...) La dignidad es una palabra clave que ha
caracterizado el proceso de recuperación » europea luego de la segunda
guerra mundial. « La percepción de la
importancia de los derechos humanos (…) ha contribuido a formar la conciencia del
valor de cada persona humana, única e irrepetible (…) La promoción de los
derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión
Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona (…) Se trata de un
compromiso importante y admirable. »
El régimen
revolucionario masónico, liberal, laico y democrático, ha sido construido por
la arrogancia del hombre que desprecia a Jesucristo y a la Iglesia, que se
pretende autónomo y dispensado de observar la ley divina y que no reconoce otra
ley que no sea la que el « pueblo soberano » se prescribe a sí mismo. Esa «
civilización » anticrística, en el sentido escatológico del término, es
aprobada, elogiada y promocionada por Francisco, quien recuerda a los eurodiputados « la exigencia de hacerse cargo de mantener
viva la democracia, la democracia de los pueblos de Europa », para
explicarles a continuación que « mantener viva la realidad de las
democracias es un reto de este momento histórico. », asegurándoles luego
que la esperanza para Europa reside en «
reconocer la centralidad de la persona humana », en el « compromiso en favor de la ecología », en « favorecer las políticas de empleo » y en realizar la construcción
europea en torno a « la sacralidad de la
persona humana. »
En el segundo
discurso, pronunciado en el Consejo de Europa, agradece a sus miembros por su «
promoción de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho »,
con lo que legitima el régimen democrático, revolucionario y liberal, basado en
la « soberanía popular » y en la
exclusión de Dios y de la Iglesia de la vida pública. Quedan así excluidos del « estado de derecho », por principio,
las monarquías cristianas o los régimenes políticos católicos refractarios a
los sofismas liberales y a los utopismos «
progresistas », asimilados por el sistema derecho-humanista a « tiranías » y a « dictaduras » intrínsecamente reprobables. Les dice que para
obtener la paz tan ansiada « es necesario
ante todo educar para ella, abandonando
una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de
quien piensa y vive de manera diferente », fórmula totalmente naturalista
que prescinde del orden sobrenatural, de la misión civilizadora de la Iglesia y
de la redención operada por Nuestro Señor Jesucristo.
Esto es muy distinto
de lo que nos enseña la Iglesia al respecto : « El día en que Estados y gobiernos estimen ser un deber sagrado el
atenerse a las enseñanzas y a las prescripciones de Jesucristo en sus
relaciones interiores y exteriores, sólo así llegarán a gozar de una paz
provechosa, mantendrán relaciones de confianza recíproca y resolverán
pacíficamente los conflictos que pudiesen surgir (…) Síguese entonces que no
podrá existir ninguna paz verdadera, a saber, la tan deseada paz de Cristo,
hasta tanto los hombres no sigan en la vida pública y privada con fidelidad las
enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo. Una vez así constituida
ordenadamente la sociedad, pueda por fin la Iglesia, desempeñando su divina
misión, hacer valer todos y cada uno de los derechos de Dios lo mismo sobre los
individuos como sobre las sociedades. En esto consiste la breve fórmula : el
reino de Cristo (…) De todo lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sin
el reino de Cristo. » (Encíclica Ubi Arcano, Pío XI, 1922)
Pero huelga decir
que en la visión naturalista de Francisco estas palabras de Pío XI carecen de
todo significado. Luego hace a su auditorio la siguiente pregunta retórica: « ¿Cómo lograr el objetivo ambicioso de la
paz? », a la cual responde del siguiente modo: « El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la
promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la
democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con
significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta
comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el
desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. »
Concluyendo esta
breve reseña : Todo el mensaje de Francisco se funda en el reconocimiento y en
la legitimación de la ideología iluminista y revolucionaria de los « derechos humanos », sustituto del
Evangelio y de los Mandamientos, y en la promoción de la falaz « dignidad de la persona humana » que
oculta la naturaleza caída del hombre y la consiguiente necesidad en la que
éste se encuentra de ser rescatado del pecado y salvado de la condenación
eterna por la gracia divina comunicada por Jesucristo, Nuestro Señor y
Salvador, a través de la Iglesia, su Cuerpo Místico y única Arca de Salvación.
Esta verdad
teológica básica ha sido evacuada de la constitución política moderna del
Estado liberal y revolucionario, que reposa en el libre « contrato social »
contraído entre individuos « autónomos » y « soberanos », quienes obedeciendo a
la « voluntad general » se imaginan emancipados de toda ley superior distinta
de aquella que ellos mismos decidan atribuirse : ley natural, ley eclesiástica,
ley divina. Es la actitud del hombre rebelde que, renunciando a su condición de
creatura, dependiente moral y ontológicamente de su Creador, se constituye en
el orígen del bien y del mal, adorando su « dignidad trascendente e inalienable
» como su fin último y declarándose la razón de ser de la sociedad y del
Estado.
La democracia
moderna no es más que la concreción social de esta actitud de rebeldía. Ella
encarna eminentemente el « seréis como
dioses » del Edén, traducido en espuria teoría política por los « filo-sofistas » de la « Ilustración » y del «
Siglo de las Luces »… El régimen democrático es el eco temporal del « non
serviam » pronunciado por Satanás en los orígenes de la Creación. La democracia
moderna no es pues sino la « Demoncracia », la « Bestia » del Apocalipsis, que
aguarda impaciente la llegada de su caudillo postrero, aquel cuya misión será
la de consumar la rebelión de la humanidad contra Dios. Pero sabemos que la
bestia política será secundada por una segunda bestia, que corresponde a la
religión adulterada, prostituida y prevaricadora, la que también contará con un
jefe emblemático, el cual hará que los moradores de la tierra se sometan
incondicionalmente a la primera, adorándola. Y es necesario reconocer que
Francisco, a través de sus discursos de Estrasburgo, se sitúa inequívocamente
en la línea del falso profeta descripto por San Juan en su visión escatológica,
presentándose a los ojos del mundo como un cordero pero hablando como un
dragón…
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