La conciencia cristiana frente al Islam
Los estudios y deducciones sobre el origen
del Islam, las tesis históricas o doctrinales más o menos brillantes que hemos
reseñado brevemente no deben de servir únicamente como un interesante recreo intelectual
o un tema de discusiones y consideraciones entre los eruditos y los
aficionados, sino que cobrarán su verdadero valor si sirven para reavivar el
interés por el fondo religioso e ideológico de la trama de los acontecimientos
del mundo en que vivimos y aclarar nuestras ideas sobre los deberes y los
imperativos que nuestra condición de cristianos nos exigen.
Esto es tanto más importante cuanto que se están desarrollando en el seno de la
Iglesia unas tendencias de autocrítica y culpabilismo que han conducido a una inversión de la posición que unánimemente se
admitía con respecto a los pueblos infieles. Se llega a afirmar que desde ahora en adelante son los misioneros
los que deben instruirse y recibir enseñanzas de parte de los no cristianos,
cuyos “valores espirituales” deben admirar y servir abandonando la idea de
instruir y convertir. No tenemos más remedio que admitir, sí queremos ser
sinceros, que las ideas que inspiran esta actitud se basan muchas veces en
ciertas afirmaciones del Decreto Ad
Gentes del Concilio Vaticano II. La
evangelización parece que se quiere sustituir por el diálogo y el servicio.
Un diálogo en el que se procure
eliminar toda pretensión a tener la verdad y un servicio que en la práctica va
en detrimento de la civilización europea y finalmente contra el prestigio y la
influencia católica en los países de misión. Parece como si la principal
preocupación de los misioneros debía ser el cultivo de los valores profanos:
enseñanza neutra, sanidad, técnica y desarrollo material, en el fondo lo que
hacen, o pretenden hacer, los innumerables “expertos” que se envían a los
países subdesarrollados.
Un ejemplo práctico lo tenemos en el actual
conflicto árabe-israelí, en el que los cristianos juegan únicamente el papel de
espectadores o ayudan más o menos disimuladamente a uno u otro de los dos
bandos inspirándose únicamente en motivos políticos; pero parecen no darse cuenta del escándalo que constituye el que los
Santos Lugares permanezcan en manos de los infieles, limitándose, muy
tímidamente por cierto, a indicar que algunos de los Lugares Sagrados deberían
gozar de un régimen internacional que garantizase la libertad de las tres
religiones monoteístas, o sea que nos contentamos con tener los mismos derechos
que el Islam y el judaísmo.
Los cristianos con estos principios que
circulan ahora de “estar a la escucha
del mundo” adoptan actitudes pasivas dejando la iniciativa a los judíos que
querrían dominar el mundo con sus poderosos medios financieros y su
inteligencia privilegiada y a los musulmanes que, conscientes de la fuerza que
emana de una fe común, querrían reconstruir una poderosa federación islámica
con tendencias proselitistas y conquistadoras.
La doctrina de la pasividad y el abandono de
la idea de misión, sólo pueden traer el desastre para la civilización
cristiana.
Estas doctrinas nuevas postconciliares rompen
con todos los principios hasta ahora admitidos y, como dice el R. P. G. de
Nantes, “en el fondo hacen abstracción y silencian el hecho fundamental de la
historia humana: LA CRUZ DE CRISTO y borran la línea divisoria entre el Antiguo
y el Nuevo Testamento e inaugurarán una era nueva, una era mesiánica definitiva
en la que los cristianos, silenciando el ACONTECIMIENTO esencial de Cristo, se
reintegrarán a un Judaísmo universal. Y el Islam y el Marxismo” (que
son sucedáneos del judaísmo, uno conservando el monoteísmo antitrinitario de Israel
y el otro el mesianismo sociomórfico, carnal y sectario en él que el Partido es
el nuevo Pueblo mesiánico) “se reintegrarán a este judaísmo universal y
que condenará de nuevo a Cristo por creerse igual que Dios, y entonces la
Iglesia se dará cuenta que buscar la unidad de los hombres juera de Cristo es
una apostasía”.
Frente a este espíritu de dimisión que ha
invadido a la cristiandad, ¿cuál ha sido la reacción del Islam?
Ni más ni menos de lo que se podía esperar: desprecio hacia los cristianos, refuerzo
de sus ambiciones y continuación de su política de discriminación y negación de
la libertad religiosa, impidiendo la predicación del cristianismo y continuando
con su costumbre de ejercer represalias contra aquellos que se atreven a
abandonar el Islam y abrazar el cristianismo.
En un congreso musulmán mundial que se
celebró en Mogadiscio, se habló de la coordinación y la consolidación de las
misiones islámicas en el mundo y la utilización de todos los medios políticos y
sociales para frenar el progreso de las otras religiones “importadas” hasta
llegar a su eliminación completa. Los delegados de los 34 países participantes
han decidido la unificación de los medios de propaganda y de enseñanza y la
edición de un Corán tipo que será el único texto oficial. La lengua árabe, se
declara, debe convertirse en el latín de
los musulmanes y constituir para el islamismo el fermento de unidad y el factor
de universalidad que el latín tuvo hasta ahora en la cristiandad. Se creó
una comisión permanente en Khartum dirigida en su estrategia político-religiosa
desde el Cairo, para desde allí propagar en toda África las consignas del
panislamismo.
En
el Islam no se desarrolla el espíritu derrotista y ecumenista ni se suprimen
las tendencias misioneras y proselitistas.
Mientras las circunstancias no permitan
reorganizar la acción misionera en los países islámicos es necesario conservar,
aunque sea en minorías reducidas, el interés por la conversión de los
musulmanes y desarrollar argumentos y medios que se podrían utilizar en el
momento en que Dios lo permita. Las tesis del P. Théry desmontando claramente
la impostura de Mahoma, nos aportan armas muy valiosas para futuros combates.
En la
práctica y en nuestras relaciones con los musulmanes no debemos nunca olvidar
que el proselitismo no excluye ni los sentimientos de amistad ni el respeto de
las personas. Por el contrario, esta
amistad, para ser verdadera y sincera, debe basarse en la lealtad y la verdad,
lo que excluye toda falsificación o disminución del Cristianismo y todo
silencio sobre los puntos de discrepancia, de modo que el diálogo
islamo-cristiano no se convierta en un diálogo islamo-liberal.
No hay que olvidar que para entablar
conversaciones con los musulmanes hay que partir de la base de que se trata de
asuntos puramente religiosos; los católicos tienen que liberarse de ciertos
prejuicios que circulan ahora entre ellos y que tienden a dar una importancia
demasiado grande a los factores económicos y sociológicos. Lo primero que
hay que hacer es persuadir a los musulmanes que no se puede emprender ninguna
conversación seria si no abandonan los aspectos políticos y nacionalistas del
Islam, que son el primer obstáculo a todo estudio serio de las creencias
religiosas. Es solamente en una atmósfera serena de investigación religiosa
independiente del tiempo y del lugar que se puede desarrollar un verdadero diálogo islamo-cristiano
basado sobre el respeto a las personas y sobre la búsqueda objetiva de la
verdad.
El
Islam, ¿Empresa Judía? – Julio Garrido – Revista Verbo 1973 – Págs 620-623
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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