DISQUISICIONES
AGRESIVAS
(LA ORACIÓN MÍSTICA)
NOTA PRELIMINAR: Hablar de oración en estos
tiempos de la Nueva Iglesia o, de lo
que es todavía más grave, de oración mística, es una incitación al escándalo.
Para la mayoría de los modernos cristianos, es una gran estupidez y una
tremenda locura. Pues, ¿quién va a pensar ahora en cosas tan obsoletas...? Ni
son momentos éstos para aferrarse a tradiciones pasadas, de museo, o a
formulaciones fijas capaces de coartar la libertad del individuo. Muy al
contrario, porque ha llegado el tiempo en que el cristiano salga de sí mismo y se disponga a esperar nuevas sorpresas de parte de Dios. La tristeza
y rigidez de épocas pasadas han de dar paso a la alegría, a la improvisación y
a una apertura de corazón que esté dispuesta a acoger a todos, sin
consideración de buenos o malos. Los sentimientos de prohibición, de castigos o
de arrepentimiento han muerto por fin, para dar lugar a los de misericordia, a
los de comprensión y a los de aceptación de todas las situaciones que sean
consideradas buenas por cualquier ser humano.
De ahí que las naves que cruzan los océanos
hayan decidido, con justa razón, dar al traste con los mapas, con las cartas de
navegación, con las brújulas y radares, con las comunicaciones con satélite y
hasta con los partes metereológicos. Instrumentos antes considerados
indispensables, pero que por fin han sido descubiertos como inútiles y que no
sirven sino para coartar la libertad y el
espíritu de improvisación de los navegantes. ¿Peligros de colisiones, de
tormentas, de arrecifes, de bancos de arena o de la posibilidad de no llegar
nunca al destino...? ¡Pero si es mucho mejor y más emocionante someterse al
azar de posibles sorpresas...! Y por supuesto, porque en el caso de ser
abordada las nave por piratas, se les debe recibir con sentimientos de comprensión
y de amor, así como proporcionarles cariñosa acogida e integrarles en la
tripulación.
Sin embargo, y aun a sabiendas de escribir
para muy pocos, para casi nadie o tal vez para nadie, aquí vamos a tratar de lo
sublime. Pese a que en la Nueva Iglesia
ya nadie considera necesario hablar con Dios. Los modernos católicos, tocados
de modernismo, piensan que no existe otro diálogo que no sea con el hombre
mismo; mientras que los pocos que aún se mantienen firmes en la Fe, consideran
la conversación y amistad con Dios como algo raro y sólo para elegidos.
Contra todo lo cual, vamos a comentar temas
hoy por desgracia desconocidos, pero que conciernen a la más pura esencia de la
existencia cristiana; aunque hayan sido enteramente olvidados por los modernos cristianos y relegados por los
demás al desván de los recuerdos. Con los tristes y desastrosos resultados que
están a la vista.
Me ha llevado a la sala del festín
y la bandera que ha alzado contra mí
es bandera de amor.
La
declaración que hace la esposa en este texto de El Cantar de los Cantares (2:4) es de una extraordinaria
importancia. En ella están contenidos dos temas, dependientes el uno del otro
pero con matices enteramente distintos. La
sala del festín, o lugar donde van a celebrarse las bodas del Esposo y la
esposa (Dios y la criatura humana), es uno de ellos; y el certamen de amor que
tendrá lugar allí mismo y que enfrentará a ambos en la más singular de las
contiendas imaginables, es el otro. Aquí los vamos a considerar separadamente.
Según la esposa, ella ha sido conducida a la
sala del festín con la indudable intención, por parte del Esposo, de celebrar
los desposorios de ambos al mismo tiempo que contienden en una justa o torneo
de amor.
En cuanto al lugar de la celebración ---la sala del festín---, si paramos la
atención en el hecho de que el certamen amoroso se ha de llevar a cabo en un
lugar propio de banquetes y saraos, y hasta parece que coincidiendo con el
momento de las celebraciones nupciales, podremos concebir alguna idea de lo que
el Esposo desea proporcionar a la esposa.
La circunstancia de que se afirme de que se
trata de un festín a celebrar, nos
proporciona un indicio con el que imaginar lo que tal idea suscita en las
mentes humanas: delicadas viandas y exquisitos manjares, selectos y abundantes
vinos, músicas y ambiente festivo por doquier y cosas semejantes propias del
caso. Claro está que esto no es sino la idea de lo que un festín humano, por suntuoso que pueda ser imaginado, sería capaz de
crear en la mentalidad de los hombres; pero que, a decir verdad, poco o nada
tendría que ver con la realidad de los festines divinos, dado que estos últimos
se celebran dentro de un orden enteramente distinto y esencialmente superior.
Cuando se lleva a cabo el salto desde el orden natural al sobrenatural,
cualquier intento de descripción empleando palabras y conceptos humanos se sabe
de antemano condenado al fracaso, por más que la moderna teología modernista se
sienta inclinada, no ya a pasar con facilidad de un orden a otro, sino a prescindir
enteramente del sobrenatural.
Por lo que no nos resta sino hacernos cargo
del problema mediante la elaboración de algunas disquisiciones capaces de
aportar una cierta aproximación
---idea de cercanía, poco apropiada para ser utilizada aquí--- a la realidad de
las relaciones amorosas divino--humanas, que aquí han alcanzado un punto
culminante. La necesidad ineludible de utilizar el lenguaje humano obliga a
reconocer la limitación que suponen los simples esbozos de borrosas y débiles
analogías. Los cuales muy poco van a decirnos con respecto a la realidad,
aunque serán, sin embargo, suficientes para conducirnos hacia un suave
sentimiento de nostalgia y de gozo.
En esta situación solamente la poesía podría acercarnos a la idea de lo que sería una
bulliciosa jornada de alegre festividad, en este caso pastoril. Dentro de las
limitaciones que lleva consigo el difícil intento de elevar la mente, desde un
ambiente meramente humano a otro que es enteramente divino:
Los rayos que la aurora derramaba
la vida al verde valle devolvían,
y abajo en la cañada se escuchaba
el melodioso son, que al par hacían,
rabeles y guitarras
y el áspero runrún de las cigarras.
La oración mística ha de ser considerada como
un abundante festín. En el cual es indiferente que el alma encuentre al Señor
en el fervoroso gozo de la intimidad amorosa o cuando es llamada a compartir
con Él la dureza de la Cruz. Pero de lo que no puede dudarse es de que, de un
modo o de otro, ha llegado para ella el tiempo de la Perfecta Alegría.
La esposa se alegra de estar por fin junto al
Esposo, después de haber podido comprobar el modo como Él se fue acercando a
ella:
Vino hasta mí el Amado
cuando el sol se asomaba por el teso,
y habiéndome mirado,
sentí en sus ojos eso
que sólo amor lo sana con un beso.
La idea del descanso definitivo, del amor
llegado a su cumbre y de la felicidad perfecta la expresa tan bellamente como
siempre San Juan de la Cruz. El Santo, en su Cántico Espiritual, habla del ameno
huerto deseado para referirse a la sala
del festín, de la que habla la esposa en El Cantar:
Entrádose la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.
Ahora el alma ha dejado de pertenecerse a sí
misma y ya es toda del Esposo divino. Que no es otra la meta de la existencia
del cristiano y aquello para lo que fue creado. Lo que viene a significar que
el alma ha hecho suya la vida de Cristo para poner la propia en manos de su
Señor y Esposo. Cumpliendo al fin el lema que proclamaba la ley fundamental del
amor (Ca 2:16):
Mi amado es para mí y yo soy para él.
He ahí
el gran secreto de la existencia: el descubrimiento de que hay más alegría en dar que en recibir (Hech 20:35). Que no por otra
cosa el nombre más apropiado asignado al Espíritu Santo, utilizado desde
antiguo por los Padres, es el de Don. Claramente expresivo de lo que constituye
la esencia de la Trinidad: la eterna Donación
o entrega de Amor, mutua y recíproca, entre el Padre y el Hijo.
El alma que ha avanzado por los caminos de la
oración ha alcanzado un estadio en el que no piensa tanto en recibir cuanto en
amar a Dios, después de haberse dado cuenta de que la Perfecta Alegría no
consiste en otra cosa que en entregar
todo al Amado de su corazón. De ahí la relación de la verdadera pobreza con
el amor, cuando el alma comprende claramente que todo lo que es pertenece a
Jesús y ya nada es propio de ella: Pues
ninguno de nosotros vive para sí, ni ninguno de nosotros muere para sí. Pues si
vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Porque, en
fin, sea que vivamos o sea que muramos, del Señor somos (Ro 14: 7--8).
La verdadera oración nada tiene que ver con
cualquier acto rutinario de culto, realizado a diario y sin otro aparente
objetivo que el de contribuir de algún modo a la propia salvación eterna. La
constancia en la conversación y trato con el Señor, acompañada de la
autenticidad conferida por las buenas obras, conduce infaliblemente a la
Alegría. Sólo posible en el lugar donde, ante la vista y la posesión del
Esposo, se escuchan los antiguos y eternos cantos sólo conocidos de los
enamorados:
A las nevadas cimas
de las altas montañas subiremos
salvando abismos y saltando simas.
Y, cuando al fin lleguemos,
los cantos del amor entonaremos.
Toda historia en tanto es verdadera historia
en cuanto que posea un final. No existe la Historia
Interminable de la que se habla en la famosa y bella fantasía de Michael
Ende. Un eterno retorno al principio sería un absurdo que no tendría sentido
alguno en una criatura racional, mientras que un camino sin final no conduciría
a ninguna parte. Por eso llega un momento, pasado el largo y duro itinerario
transcurrido en una vida de fatigas, sufridas por amor, y de búsqueda ansiosa
del Señor también a través de la oración ---en un tiempo de duración
indeterminada y sólo conocida de Dios---, en que el alma contempla el final de
sus trabajos y la consumación de su existencia. La cual significa para ella la
posesión del Esposo en un amor que ahora es ya perfecto y para siempre.
Ahora es cuando el alma, no solamente
reconoce al Esposo como su Creador y como el Principio de todo, sino también
como su último Fin al cual estaba destinada y ahora es ya alcanzado y
conseguido: Yo soy el Alfa y la Omega, el
Primero y el Último, el principio y el Fin (Ap 22:13).
Los sufrimientos, ansiedades, incertidumbres
y trabajos han desaparecido y quedan ya definitivamente atrás:
Si pues andamos juntos el sendero,
deja que me adelante yo el primero,
allí donde se acaba la vereda
y el duro trajinar atrás se queda.
(Del
libro del autor El Misterio de la Oración)
Padre Alfonso Gálvez Morillas
Visto
en: http://www.alfonsogalvez.com/
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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