Dios
en la facultad
Cuando alguien se aleja de Dios, se hace a sí
mismo un gran mal. Filosóficamente hablando, no habría que decir se
hace un gran mal sino hace el Gran Mal. Y el castigo que Dios le da es
éste: Dios se queda donde está. Esto es lo que dice esa parábola del Hijo
Pródigo que muchos imaginan es solamente una imagen de la sensiblería de Dios,
una imagen de la lenidad de un padrazo pachorriento o a lo más una imagen de la
misericordia divina, siendo así que es ante todo una imagen de la trascendencia
divina. El Hijo se va y el Padre no lo ataja; el Hijo pide “lo que es suyo” y
el Padre se lo da sabiendo muy bien que no es suyo. Castiga a la criatura
insensata con el terrible castigo de que habló el otro poeta correntino:
“A un
hombre que se quiere engañar
¿qué
castigo le hemos de dar?
Dejarlo
que se engañe, ch’amigo.
¡No hay
pior castigo!..
La Universidad de Buenos Aires en un momento
de su historia y por culpa de no sé quien, echó a Dios de su seno; y lo que le
pasa ahora es muy sencillo: no tiene a Dios. Y sin Dios el hombre puede hacer
muy pocas cosas divinas. El tratado teológico De Gratia afirma que sin Dios el hombre no puede guardar la ley natural
entera. Y así, según la teología —y en cuanto puédese otear en lo recóndito— la
universidad está en estado de pecado mortal...
Pero la solución ¿no será esa que dije
arriba, a saber: que ella vuelva a Dios, como el Hijo Pródigo? ¡No! Ésa no es
una solución sino que es una verdad. No es una verdad universitaria, ni es una
verdad científica: es una verdad mística, una verdad para hacer, no para decir...
Pero ¿no se podría traducir del idioma mística
al idioma ciencia? Quizá sí. Por ejemplo: traducir Dios por Verdad. Decir
que la forma cómo se manifiesta la ausencia
de Dios en las facultades es principalmente una gran sequía de Verdad, una torsión de toda la
gran maquinaria más bien hacia la Utilidad, un desalojo de la Especulación por
la Especialización...
...la
Universidad no contempla ya al Sabio, sino al Profesional, que ella es un
grande y costoso aparato burocrático de fabricar profesionales en serie,
profesionales que aun saliendo buenos —y gracias a Dios lo son muchos— no
escapan al cabo de la cruel definición de Gavióla: “patentados por el Estado para explotar
las necesidades humanas [salud, justicia, técnica, verdad, belleza y
mando] a cambio de dinero y munidos de un diploma”. Que la cabeza de
la Universidad fuese, pues, el Sabio; y que los profesionales que produce
tuviesen al menos un algo de sabios, es decir, una unción sacral de la Verdad,
besados una vez por la luz. El que ha sido sumergido una vez en la luz, para
toda la vida no lo olvida. Si tu ojo ha mirado al sol, todo tu cuerpo será
luminoso. Pero eso ¿quién no lo sabe? La cuestión no es decirlo, sino hacerlo:
“con
hechos, que son varones
no
palabras, que son hembras”,
como
dijo mi cofrade Baltasar Gracián.
Y volver a Dios ¿cómo se hace? Prohibiendo
la blasfemia, como diría el bárbaro —casi pongo un nombre propio de un
gran universitario mi amigo—. . . San Martín, el cual dio esta ley en el
Ejército de los Andes:
“Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su
Adorable Madre, o insultare la Religión: por primera vez sufrirá cuatro horas
de mordaza, atado a un palo en público por el término de ocho días; y por
segunda vez será atravesada su lengua por un hierro ardiente, y arrojado del
cuerpo... Sea honrado él que no quiera sufrir: la patria no es abrigo de
crímenes”
Ahí ven ustedes por qué no acabé mi
conferencia: si voy a decir esto me corren. Y con razón me corren, pues hubiese
sido mal dicho. Somos profesores, no somos héroes; somos sacerdotes y no
militares; somos en este momento traductores. Volver a Dios, la vuelta del Pródigo,
¿cómo se traduciría en universitario? Facultad de Teología. La Universidad es
la serena morada de las ciencias —no es un ejército en campaña de vida o
muerte— y existe una ciencia de Dios, que es la Teología. Nadie diría que la
Teología es ciencia, visitando solamente las facultades de Teología que yo
conozco en la Argentina, que parecen a primera vista colegios secundarios de
catecismo y también parecen acaparadas por la formación de profesionales. Las
apariencias engañan es cierto, y yo me puedo engañar y hasta lo deseo, como el
tío de la poesía; pero vive Dios que eso es lo que parecen, y si no que venga
Dios y lo vea. Y sin embargo, Santo Tomás ha probado —ron raciocinios y con el
ejemplo— que la teología es, rigurosamente, ciencia: ciencia altísima y muy
difícil. De manera que aquí en la Argentina el problema sería: 1.
Volver a introducir la Teología en la Universidad; 2. Volver a introducir la
Universidad en la Teología. Las dos cosas deben ir juntas; si no, no hacemos
nada. Cada día se fundan “seminarios mayores” entre nosotros, que no son
mayores sino iguales. ¿Cuándo se fundará el verdadero Mayor? Los “sabios” en
teología son cosa escasísima, quizá la cosa más escasa que existe. Si yo
encontrase cinco en Buenos Aires, sería capaz de adorarlos como un milagro.
Como ven, la solución del problema
universitario es que por ahora no tiene solución. Y sin embargo, la facultad de
teología no es imposible: la tiene la universidad en Inglaterra, la tiene la
universidad en Alemania, la tuvo la universidad en la Argentina. Solamente,
dice el mismo tratado De Gratia, que
cuando alguien vuelve a Dios, es Dios que le ha salido al encuentro, como el Padre
del Pródigo, justamente. Y aquí, entre nosotros, ojalá me equivoque; yo no lo
diviso a Dios moviéndose, ni a la teología viniendo. Otra vez deseo
equivocarme; pero si viene... Si viene vendrá de una de dos maneras:
1. O bien debe entrar en la
Universidad como cenicienta y por sus propios medios de seducción debe llegar a
conquistar el trono por matrimonio de amor y no por prepotencia de poder; como
la Universidad de Lovaina.
2. O bien, creada fuera de la
Universidad debe cobrar tanta fuerza intelectual que para saber a Dios
necesitase de todas las otras ciencias y entonces las otras ciencias se
percaten que necesitan de ella y se haga una ronda de manos y cuellos
abrazados, como en la Danza de la Aurora
de Guido Reni, quiero decir, como en la Universidad de Milán.
Pero para todo esto se necesita un San Martín
junto con un Mamerto Esquiú. Si predomina San Martín, primera solución; si
predomina Fray Mamerto, la segunda.
¡Gran
Soldado y Gran Fraile de la Patria! ¡Levantaos de vuestras tumbas!
Cabildo,
Buenos Aires, N9 338, 9 de setiembre de 1943.
Leonardo Castelli – “Las
Canciones de Militis” - Biblioteca Dictio – Bs. As. 1973
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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