San Juan Bautista

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lunes, 26 de enero de 2015

VIETNAM: La traición de Occidente y el silencio de la Iglesia (1975) – Revista Restauración



  Vietnam ha caído. Este hecho tremendo, que no ha alterado la “conciencia universal” – tan sensible en otras ocasiones – ha sido interpretado de distintas maneras.

  Hay quienes hablan de la marcha inevitable del mundo hacia el socialismo, ese nuevo mesías, protagonista de este tiempo histórico al que resulta vano y absurdo oponérsele.

  Otros, ven la perdida más o menos lamentable de una batalla – la batalla de una tierra lejana e ignota – que no alterará, sin embargo, el ilusorio porvenir de la democracia ni su hegemonía en el mundo.

  Finalmente, otros reciben, con alivio, el término de una guerra trágica y cruel.

  Pero nosotros tenemos que decir la verdad. Triste y brutalmente como quería Peguy: Vietnam ha caído por la traición de Occidente. Porque en Occidente, dentro mismo de su seno, juegan y dominan las Fuerzas Ocultas de la Revolución, los Poderes Sinárquicos cuya meta final es la instauración del Dominio Comunista en el mundo.

  Se han reiterado Yalta y Postdam.  Una vez más, la política exterior norteamericana ha cometido uno de sus habituales “errores”. Y así, el Sudeste Asiático ha pasado a engrosar la larga lista de naciones mártires.
La rendición de Saigón es la culminación de un proceso que se inició en 1963 con el asesinato del presidente católico Ngo Diem. Asesinato instigado – o al menos tolerado – por los Estados Unidos. De esta manera fue eliminada la única fuerza capaz de oponerse con éxito a la guerrilla del Viet Cong.

  Diem conocía a su pueblo. Conocía su suelo difícil y duro. Sabía cómo hacer de cada aldea una fortaleza. Era el Jefe natural de la Nación; el aliado en paridad de honor y dignidad, no el cipayo desprovisto de espíritu y grandeza que necesita la inferioridad yanky para asegurar su supuesta preeminencia.

  Bajo su mando, los católicos y aún los budistas no comprometidos con el marxismo, hubieran llevado adelante la guerra, quizás con otro resultado. Pero el “estilo de vida americano”, la democracia del calendario, prevaleció en el espíritu vietnamita. Una vez más se transitó el camino de la Democracia al Comunismo; sólo que ahora no por la vía del sufragio, sino por la vía trágica de la sangre.

  Un ejemplo más de lo que cabe esperar a una Nación que reniega de ese espíritu, a un Ejército convertido en una debilidad armada.
Todavía Vietnam nos mueve a otra reflexión. El presidente Ford ha dicho que la hegemonía americana no ha sido comprometida; que nuevas vías fácticas asegurarán esa hegemonía en el futuro. Y citó como ejemplo… ¡la lucha contra el cáncer!

  Nada puede ilustrarnos más acerca de la pobreza moral y política de una Nación a la cual las circunstancias históricas han colocado – al menos en lo militar – a la cabeza del llamado mundo libre. ¿Qué garantía de seguridad constituye todo ese inmenso poder militar que abandona inermes e indefensos a quienes se les confían?

  Verdaderamente, como dijo algún periodista, en Vietnam ha estallado la paz… americana. La paz del Premio Nobel-Kissinger, la paz masónica que ha entregado más de la mitad del mundo al comunismo y se dispone a entregar el resto.

  Pero hubo algo que nos abrumó más que las bombas del Viet Cong: el silencio “oficial” de la Iglesia. Pueblos enteros, que habían elegido la libertad y la Fe, han sido arrasados sin que se estremeciera el “aparato eclesial”.

  Nadie parece haberse dado cuenta que esta es una derrota de la Cristiandad. Es que la misma Cristiandad – ese sentido profundo del mundo sacralizado y sobreelevado por la Gracia de Cristo – ha sido olvidada. El sincretismo religioso, el equívoco ecumenismo, el dialogo peligrosamente traspuesto del plano pastoral al dogmático, ha ido ablandando la resistencia, ha ido desdibujando el perfil cristiano.

 Y ese sincretismo avasallador permite que la misma Iglesia sea infiltrada por una ideología difusa que es la mezcla de todos los errores y de todas las abyecciones. Se entiende así, la pérdida lamentable del sentido de la Cruzada, del carácter agónico del espíritu de martirio. No combatir, sino sobrevivir a cualquier precio; ese parece ser el lema de los católicos y de la diplomacia vaticana.

  ¡Qué difícil resulta para nosotros entender aquellas palabras de San Agustín ante el asedio de Hipona: “no tiene grandeza de alma el que se asombra que los muros se derrumben y los mortales mueran”.

  Aún en la desolación nos alienta la Fe. No sólo la Promesa Final, que ilumina todo el trasfondo de la historia humana, sino también porque sabemos que algunas voces resuenan aún, a pesar del silencio y de las apostasías.

  A esas voces quizás, les espere, como al Cardenal Mindszenty ese martirio mil veces más cruentos que el que puede ofrecer el comunismo: el martirio de la soledad, el abandono y el silencio de los suyos.


Revista Restauración - Año 1 N°1. Pág. 18. (1975)



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

1 comentario:

  1. Por estos días y éstas horas ,éstos holocaustos de cristianos se repiten en Siria ,Iraq,Palestina,Äfrica central,sin que a ningún cardenal o papa mueva un dedo.Los TESTIGOS DE CRISTO están sólos en su martirio.

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