Nota
de NCSJB: Agradecemos a nuestro amigo Andrés García-Carro el habernos hecho
llegar su libro el cual leímos con mucho agrado y recomendamos el mismo agregando
los datos pertinentes para su adquisición al final de ésta publicación.
¿A qué
obedece el empeño de los llamados católicos liberales en afirmar que el
liberalismo es compatible con el catolicismo? Yo creo que obedece a que en su
fuero interno saben, o al menos intuyen, que su infausta ideología los lleva al
naufragio espiritual. Se agarran entonces al catolicismo como a un salvavidas,
pero en vez de nadar hacia la orilla para ponerse a salvo, bracean mar adentro
en un tour de force absurdo,
contraproducente, estúpido, caprichoso, típicamente liberal.
…
Una
chica de veintitrés años ha publicado un anuncio en el que se ofrece
sexualmente, es decir, está dispuesta a prostituirse, a cambio de una entrada
para la final de la Copa de Europa entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid
el próximo día 24 en Lisboa. He aquí un caso doméstico que nos sirve para
explicar la incompatibilidad entre liberalismo y catolicismo. Desde un punto de
vista liberal, nada se puede objetar a la oferta de la chica, la cual no hace
sino ejercer, como gustan de repetir machaconamente los liberales, su libertad
individual. Desde un punto de vista católico, bien al contrario, su oferta es
inadmisible por inmoral, escandalosa, autodenigratoria y, en definitiva, por
pecaminosa. Un católico liberal, en su esquizofrenia, dirá como liberal “que la
chica haga lo que quiera”, en tanto que como católico dirá que a él no le
parece bien y que “yo no lo haría”. Pero es que un católico de verdad no sólo no lo haría sino que no permite que lo haga su prójimo, a
quien intenta impedírselo incluso coactivamente (censurando el texto de ese
anuncio indecente, en el caso que nos ocupa). Ah, ¿que esto no es liberal?
¡Pues claro que no es liberal! Pero es católico. Católico, ergo antiliberal.
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No
hacer caso a quien tiene razón no es propio de una persona libre sino de una persona
muy majadera.
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Nada
de lo que ha dicho Bergoglio desde que fue elegido Papa, ni por supuesto antes
de serlo, me ha sonado católico, incluso cuando en su literalidad se ha ceñido
a la ortodoxia. Pero aunque no fuera así, ya sería grave y motivo de alarma que
una sola vez, siendo Papa, sus palabras hayan sido heterodoxas. Por eso no me
parece buen proceder, aunque pueda ser bienintencionado, el de quienes lo
elogian cuando no desbarra a la par que lo critican por sus errores, como si
éstos fuesen una parte separable del todo. Un Papa que da una de cal católica y
otra de arena herética como hace Bergoglio no merece elogio ninguno, pues sus
cales y sus arenas no hacen otra cosa que sembrar la confusión. Ya nos advirtió
San Pío X, en su encíclica Pascendi,
sobre la peligrosidad de los herejes que, para colarnos sus herejías, las
mezclan con palabras acordes a la doctrina.
…
Sea o
no Bergoglio un verdadero Papa, el hecho objetivo es que está sentado en la
silla petrina. La sede, pues, podrá estar usurpada, pero no está vacante. Y sea
o no Bergoglio un verdadero Papa, lo cierto es que la inmensa mayoría de los
católicos lo tiene por tal y, dentro de esa inmensa mayoría, son muchísimos los
que le aplauden y le siguen. Esto es lo terrible de la situación: la cantidad
de “ovejas” que este mal pastor está llevando al matadero, sea o no un
verdadero Papa.
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Dios
no deja a nadie en la estacada. Cualquiera puede, en cualquier momento, ponerse
en orden con Él: quien no es católico, convirtiéndose al catolicismo; quien ha
dejado de ir a misa, volviendo a ir; quien vive en concubinato, poniendo fin a
esa relación; quien engaña a su cónyuge, siéndole fiel; quien fornica, dándose
a la castidad… Todos, por supuesto, debidamente arrepentidos y confesados. Mientras
estamos en este mundo, nuestra es la elección: salvarnos o condenarnos.
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Sondea
primero el territorio espiritual de la persona a la que quieres evangelizar. Si
ves que no hay de dónde sacar, mejor
ni lo intentes. Deja, eso sí, una semilla como quien no quiere la cosa. Nunca
se sabe cuándo puede brotar.
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El
ateo tranquilo no existe. En realidad es un frívolo o un inconsciente que no se
ha parado a reflexionar en profundidad sobre la gran cuestión: ¿qué nos espera
después de esta vida? Si la respuesta a esta pregunta es “la nada”, a nadie que
realmente piense en ello con detenimiento y lucidez esa respuesta le puede
dejar tranquilo. Al contrario, le llenará de una insondable congoja y de
desasosiego existencial. La verdadera tranquilidad sólo puede encontrarse en la
Fe y, aun así, no exenta de temor ante la horrorosa posibilidad de ir al
Infierno.
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Lo que
no está fundamentado en Dios está fundamentado en el vacío.
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«Yo
estoy en contra del matrimonio homosexual. Pero imagínate que te sale un hijo
homosexual y se casa con su novio. ¿Qué vas a hacer? Tendrás que ir a la boda.
¡Es tu hijo!». A varias personas les he escuchado este argumento, cuya lógica
continuación buenista (que esas personas omiten) es la siguiente: «Y ya que voy
a la boda, me vestiré muy elegante para la ocasión, brindaré por los novios y
procuraré que ese día sea el más feliz de sus vidas». Es decir, lo que empieza
como oposición (“estoy en contra del matrimonio homosexual”) se convierte en
claudicación (“tendrás que ir a la boda”) y acaba en participación y
celebración. Así es como el Demonio va ganando terreno, siempre con una
coartada sentimental.
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Aprobar
que una persona viva en pecado porque “es feliz así” es como dejarle tomar
veneno porque le sabe muy rico.
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Una
liberal se me ha puesto bravita presumiendo de apertura de mente ante las
nuevas ideas, en contraposición a la, según ella, cerrazón y el inmovilismo de
quienes no somos liberales. Para irla templando le he colocado un par de
banderillas chestertonianas. Una: «Cuidado con abrir demasiado la mente, no se
te vaya a caer la sesera». Dos: «Lo que nuestra época nos vende como nuevas
ideas no son más que viejas herejías». Y la he estoqueado con mi propio
estoque: «En cuanto a mente abierta, la mía lo está… a la verdad. Por eso he
pasado de ser liberal a ser antiliberal. La cerrada e inmovilista eres tú, que
no sales de la cárcel mental del liberalismo».
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Dios
es el interlocutor perfecto. Te escucha sin límite de tiempo, comprende
exactamente todo lo que le dices y te da siempre la respuesta adecuada. Eso sí,
para escucharle tú a Él tienes que abrir bien abiertos los “oídos” de tu
corazón.
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Decir
la verdad, sin eufemismos ni concesiones a lo políticamente correcto, es la
única baza que nos puede hacer fuertes a los católicos. Hoy más que nunca
tenemos que llamar al pecado mortal pecado mortal y recordarle a quien lo
comete o promueve que por ese camino va derechito al Infierno. Muchos,
particularmente entre nuestros más allegados, nos rechazarán por ello, pero ya
nos lo advirtió Nuestro Señor Jesucristo: «Si el mundo os odia, sabed que me
odió a mí antes que a vosotros»
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La
soledad y la rutina tienen, por así decir, muy mala prensa. Sin embargo, bien
llevadas, son el mejor camino de perfección. Sus contrarios son el mundo,
enemigo del alma, y el desorden, padre de todos los pecados.
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No
hace falta hacer un estudio sociológico para darse cuenta de la inmoralidad reinante en nuestra
sociedad. La decadencia moral salta a
la vista en nuestro propio entorno familiar. ¿Quién no tiene en su
familia un miembro (o miembra)
homosexual? ¿Quién no tiene en su familia
un miembro (o miembra) que viva en concubinato? ¿Quién no tiene en su familia un miembro (o miembra)
que haya procreado fuera del matrimonio?... Y lo peor no es la propagación de
estos pecados, que después de todo siempre han existido, sino su aceptación y
su “normalización”, la pérdida misma de la noción de pecado. Rechazar tales
conductas hoy, llamarlas por su nombre, supone el ostracismo y la marginación.
Incluso a ojos de familiares que pasan por biempensantes, ser consecuente con
la doctrina católica te convierte en un sujeto molesto, en un apestado. Son los
efectos del liberalismo, que todo lo que toca lo corrompe.
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La
relación de un liberal con la verdad es como la de un niño lerdo con una
pelota: la persigue con ahínco, pero al agacharse a cogerla le da un puntapié
que le obliga a seguir corriendo tras ella, y así una y otra vez hasta el
infinito.
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Santa
Teresa de Jesús: «La verdad padece, pero no perece». Padece a quienes niegan su
existencia, padece a quienes la ponen en entredicho, padece a quienes la
tergiversan, a quienes la adulteran, a quienes la relativizan, a quienes se
mofan de ella… Pero no perece, y al final siempre resplandece.
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No hay
más amor, verdadero amor, que el que nace del amor a Dios. No en vano “Amarás a
Dios sobre todas las cosas” es el primero de los Diez Mandamientos. Amar a Dios
implica obedecerle, obrar conforme a su voluntad, con todos los sacrificios y
renuncias que esto pueda conllevar. Quien ama “a su manera”, al margen de la
voluntad divina, no ama en verdad sino a su propio ego, lo cual no es amor sino
egoísmo. Como tampoco es verdadero amor, pese a su apariencia altruista, el
sometimiento a los deseos de otra persona cuando no están éstos, a su vez,
ordenados como Dios manda.
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Quizá
la palabra más tramposa del lenguaje politiqués sea consenso, de ahí que nuestros politicastros recurran a ella
constantemente. En lo relativo al aborto, no se les cae de la boca. “Lo
importante es que haya consenso”, repiten ad
nauseam, como si hubiesen dado con la piedra filosofal. ¿Un aborto
consensuado? ¿Cómo se consensua eso? ¿Acaso a la salomónica manera, abortando
la mitad del feto para satisfacer a los abortistas y dejando que “nazca” la
otra mitad para contentar a los defensores de la vida?
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¿A
quiénes está haciendo daño Bergoglio con sus ya innumerables desparrames
papales? ¿A los católicos fieles a la Tradición? No, pues sabemos que
desparrama y por lo tanto no le hacemos caso. ¿A esa gran masa de la Iglesia
actual compuesta por católicos a la carta y católicos meramente nominales?
Tampoco, pues ésos van “por libre” y apenas prestan atención a sus palabras.
Bergoglio está haciendo daño, está desquiciando, a los católicos devotos, pero
mal formados, que creen erróneamente que el Papa es Cristo en la tierra y no sólo
su vicario. Es decir, a los papólatras. El problema es que éstos están
ofuscados y reaccionan con impertinente agresividad, en muchos casos incluso
con histeria, cuando se les intenta caritativamente sacar de su error. Yo hace
tiempo que decidí desentenderme de ellos, en parte, lo reconozco, porque
agotaron mi paciencia, pero sobre todo porque creo que las trifulcas entre
nosotros son estériles y en definitiva dañinas para la Iglesia. Bergoglio
pasará. Procuremos que lo haga del modo menos ruidoso y calamitoso posible.
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¡Ay
ateo, ateo!... Esos afamados filosofillos que citas para defender tu
descabellada increencia no acudirán en tu auxilio cuando te estés muriendo.
Pero no te preocupes, tú sigue por ese camino, que te los vas a encontrar a
todos en el Infierno, donde podréis compartir vuestras blasfemias para toda la
eternidad.
…
En la
Iglesia bergoglita sólo hay un pecado concebible: decir que los pecados,
especialmente los carnales, son pecados. Puedes ser sodomita –perdón, persona homosexual–, que la
Iglesia te reconocerá “dones y cualidades para ofrecer a la comunidad
cristiana”. Puedes ser un adúltero
–perdón, estar divorciado y vuelto a casar–, que la Iglesia te
“acompañará y acogerá con respeto y delicadeza”, lo mismo que si vives en
concubinato –perdón, si simplemente
convives en pareja o estás casado por lo civil–. Pero pobre de ti como digas, fiel
al magisterio católico de siempre, que la sodomía es un vicio nefando, un
pecado contra natura que clama venganza del Cielo. Pobre de ti como digas,
recordando las palabras del mismísimo Cristo, que el adulterio es un pecado
mortal. Pobre de ti como llames por su nombre, fornicación, a las pecaminosas
relaciones sexuales tenidas fuera del matrimonio sacramentado. Si osas decir
tales cosas, te estarás cerrando, según Bergoglio, “dentro de lo escrito (la
letra) y no dejándote sorprender por el Dios de las sorpresas (el espíritu)” y
serás por ello “un escrupuloso, un apresurado y un intelectualista” que ha
caído en “la tentación del endurecimiento hostil”. ¡Ay Bergoglio, Bergoglio, tú
sigue así, que ya verás la sorpresa que te da “el Dios de las sorpresas”!
…
La
gran lección de misericordia nos la dio, quién si no, Nuestro Señor Jesucristo
con la adúltera. Primero, dirigiéndose a los que la estaban lapidando: «Quien
esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Seguidamente, dirigiéndose a
ella: «Vete y no peques más». Esto es, ni rigorismo excesivo con el pecador, ni
permisividad con el pecado. Nada que ver con la pseudomisericordia o misericordina bergogliana del “¿quién
soy yo para juzgar?”, que desentendiéndose del pecado se desentiende también
del pecador.
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Todo
lo que no es dogmático es opinable, pero todo lo que es opinable es
intranscendente.
…
Cuántos
circunloquios absurdos, cuánta fraseología pseudotrans-cendente, cuántas
gilipolleces se ahorrarían algunos si tuviesen la sensatez y la humildad de
renunciar a ser “originales” para ser católicos.
…
Escribe
un liberal: «La democracia no consiste en tener razón, sino en convencer a los demás de que la
tienes». Efectivamente, en la democracia tener razón, decir la verdad, no
importa o, como mucho, importa en grado secundario. Los valores principales son
otros: la simpatía, la “imagen”, la “cercanía”, la capacidad de embaucamiento…
Da igual que digas mentiras, estupideces o locuras, mientras convenzas a los
demás (a la mayoría) de que tienes razón. Con estos mimbres sería un milagro
que saliese un cesto en buenas condiciones.
…
Para
creer en la democracia hay que creer en el demos
y para creer en éste hay que creer en el ser humano. Demasiada exigencia de
credulidad. Más sencillo y más fiable es creer en Dios y en un régimen político
que de su ley emane.
…
Para
creer en Dios hace falta tener fe. Para creer en el ser humano hace falta ser
tonto.
…
Católico:
algo estás haciendo mal si este mundo te aplaude, y lo sabes.
…
El
liberalismo, desde sus orígenes y para siempre, ha sido explícitamente
condenado por varios papas en encíclicas de carácter dogmático, esto es, cuyo
contenido sienta doctrina y por lo tanto es inmutable (léase, por ejemplo, la
encíclica Libertas Praestantissimum
de León XIII, dedicada monográficamente a este tema). No obstante lo cual
muchos sedicentes católicos, los “católicos” liberales, siguen emperrados en
que el liberalismo es compatible con el catolicismo, ya sea porque ignoran las
condenas papales o porque dan mayor autoridad a cualquier majadero con ínfulas
intelectuales o periodistilla zascandil que sostenga contra toda lógica lo
contrario de lo que dice el magisterio de la Iglesia.
El libro Un
aguafiestas en la fiesta de Satanás está a la venta al precio de 10 € por
ejemplar. Quien quiera comprarlo, póngase en contacto con Andrés García-Carro a
través de su cuenta de Facebook o bien por correo electrónico. Su dirección es
agcarro@hotmail.com
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
Muy bueno!
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