En
tantas partes del mundo nuestros hermanos en la Fe Católica se encuentran
frente al dilema de apostatar o ser fieles a su bautismo, y, por tanto ser
objeto de todo tipo de persecuciones, humillaciones, vejámenes y hasta el
martirio, es que el Cristianismo nunca ha sido una religión para conformistas,
sino para valientes. «La Iglesia va
peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»,[1]
anunciando la cruz del Señor hasta que Él vuelva. [2]
«Los cristianos de
los primeros siglos se opusieron a
una civilización pagana y materialista que se enseñoreaba sin oposición. Se atrevieron a atacarla, y al final, se impusieron, gracias a su tenacidad constante y mediante
gravísimos sacrificios».[3]
Es
difícil describir los sufrimientos de aquellos que se veían en la alternativa
de guardarse fieles a Cristo o de ceder a los reclamos de la propia familia,
llenos de amor y de angustia. La tentación de los familiares ha
sido siempre una de las pruebas más duras que habían de sufrir los mártires,
fueran hombres o mujeres, nobles o plebeyos, ricos o pobres. [4]
Sabe
también la Iglesia que aun hoy día es mucha la distancia, que se da entre las
exigencias del Evangelio y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes
está confiado su anuncio. «Los mártires
de la primera Iglesia, como fieles discípulos de Cristo dan en el mundo “el
testimonio de la verdad” con una firmeza que resulta hoy desconcertante para
muchos cristianos que tratan de conciliar como sea el seguimiento de Cristo y
su adicción al mundo presente».[5]
Nuestros
tiempos no son para un cristianismo conformista ciertamente, es hora de la
lucha valiente contra las fuerzas anti-católicas, los extremismos musulmanes,
las ideologías imperantes, las leyes laicistas, y frecuentemente, también de
una lucha valiente dentro de las estructuras eclesiales, en muchas de las
cuales, imperan la soberbia sacerdotal, el engreimiento pastoral, las
inmoralidades y la corrupción, que generan adeptos con las mismas actitudes,
entornos en medio de los cuales deben ejercer su fe y compromiso apostólico no
pocos perseguidos por éstos, algunos de los cuales, sucumben al miedo.
Es
que el principal peligro de desaliento no está en la oposición –por fuerte que
sea- de las fuerzas contra las cuales lucha la Iglesia, el peligro está en la
angustia que se apoderará del apóstol, al ver que fracasan aquellos mismos
auxilios y circunstancias en que creía poder confiar; le fallan los amigos, le
fallan las personas buenas, le fallan los mismos instrumentos de trabajo. [6]
El temor a la crítica hostil, produce un efecto paralizador, aun sobre los
mejor intencionados.
No
somos los primeros católicos de los últimos dos mil años en hacer frente a un
futuro cargado de miedo. El rumor, ha sido
y es utilizado eficazmente, como forma de persecución, para sembrar desánimo y
miedo. Se promueve este medio denigratorio, en no pocas parroquias y desde
no pocos púlpitos, para quitar de escena a quienes por su sinceridad y
testimonio, son un aguijón ante la mediocridad, arriesgando su prestigio y aún
su propia vida.
Los
paganos de los primeros siglos del Cristianismo, quedaban profundamente
sorprendidos y hasta edificados ante la valentía de aquellos que saben «que el martirio es un bautismo de sangre,
que produce la total purificación del pecado y la perfecta santidad».[7]
Desde
sus inicios hasta los días presentes, las persecuciones a la Iglesia son una
constante. Baste recordar, de los últimos siglos, los sangrientos eventos
durante la Ilustración, o los padecimientos de la Iglesia tras el Telón de
Acero, o en China y otros países comunistas. Una de las más virulentas
persecuciones fue la que sufrieron los católicos mexicanos durante la Guerra
Cristera (1926-1929), y la Iglesia en España durante la Segunda República.[8]
El
miedo es la ansiedad mental ante un mal
presente o futuro que nos amenaza. A veces se produce también cuando ese
mal amenaza a nuestros familiares o amigos muy íntimos, a quienes consideramos
como otro yo. [9]
Un
poco de temor es bueno para la salud del alma pero, cuando llega a cierto
punto, en vez de ayudar se convierte en un impedimento. Hay más almas
debilitadas por el miedo de lo que uno se imagina. El miedo generalmente
comienza en la niñez. Cualquier experiencia traumática puede dañar a una
persona de por vida, a menos de que sea manejada apropiadamente, o a menos de
que esa persona sea bendecida y reciba a tiempo los poderes curativos del
Espíritu Santo. Cuanto más consciente sea la persona de sus miedos, y mayor
atención les preste, mayor daño ocasionará a su alma. Los padres, y todo aquel
que tenga niños a su cuidado, deben tratarlos en forma dulce y gentil, así como
lo hizo Jesús. Si los padres o tutores están cargados de temores excesivos, lo
transmiten a los niños.
Empero,
«el miedo, aunque sea absolutamente
grave, no excusa nunca de una acción intrínsecamente mala. Por donde jamás es
lícito –aunque sea para salvar la propia vida, fama o hacienda- blasfemar,
perjurar, provocar directamente el aborto, permitir pasivamente la propia
violación (hay que resistir todo lo que se pueda) etc.» [10], «un hombre de conciencia es aquel que no
compra progreso, tolerancia, consenso, bienestar, reputación o aprobación
pública renunciando a la verdad» (J. Ratzinger).
No
hemos de arredrarnos ante las dificultades, que siempre las tendremos que
enfrentar, especialmente en el camino de la santidad y de la salvación de las
almas. Luchas, contradicciones, sufrimientos, deben parecernos insignificantes
comparados con la salvación de un alma. «Santa
Teresa lo tenía, pero se quedó admirada de cómo le desapareció en cuanto se
abandonó en el Señor. “Después de comenzar las fundaciones, se me quitaron los
temores”.» [11]
Actualmente
observamos un escándalo terrible en la Iglesia, que consiste en disentir
públicamente con la enseñanza del Magisterio, hay quienes hacen que su santidad
consista en seguir sus propias inclinaciones, y la santidad de vida implica,
como lo fue para Jesús, hacer la voluntad de Dios.[12]
En
la liturgia justo antes de la comunión, la Iglesia eleva esta oración: «…protégenos de toda perturbación, mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo», el cual nos
vuelve a decir: «en el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo». [13] «Estamos en el glorioso tiempo de los
mártires, pero estamos también en el vergonzoso tiempo de los apóstatas».[14]
«A cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser
inactuales». [15] Los que no tienen miedo. Los que no sucumben a la cobardía de los buenos.
Germán Mazuelo-Leytón
[1]
De civ Dei, San Agustín.
[2]
1 Cor, 11, 26.
[3]
Radiomensaje al Katholikentag de Friburgo, (16-05-1954), Pío XII.
[4]
Cf.: Diez lecciones sobre el martirio, Paul Allard.
[5]
El martirio de Cristo y los cristianos, José María Iraburu.
[6]
Cf.: La huella de la Cruz es señal de esperanza, Manual Oficial de la Legión de
María.
[7]
Cf.: El martirio de Cristo y los cristianos, José María Iraburu.
[8]
Cf.: La persecución religiosa en España durante la Segunda República
(1931-1939), Cárcel Orti.
[9]
Teología moral, Royo Marín, nº 52.
[10]
Ibid., nº 54.
[11]
La vida bautismal en el mundo, Tomás Morales, S.J.
[12]
Cf.: Jn 4, 34; Lc 22, 42.
[13]
Jn 16, 33.
[14]
El martirio de Cristo y los cristianos, José María Iraburu.
[15]
G. K. Chesterton.
Visto
en: Adelante la Fe
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Sumamente motivador! Felicidades!
ResponderBorrarViva Cristo Rey!!♡
Excelente articulo. Creo que el miedo es una emoción biológica que nace con el hombre y muere con el y no es malo, pues también al sentirlo en cierta ocasiones nos da la oportunidad de protegernos o evita que comentamos imprudencias o nos hagamos daño. El problema viene cuando el miedo paraliza e impide llevar a cabo nuestro cometido.
ResponderBorrarTener miedo no es sinónimo de cobardía, pero se necesita tener valor para superarlo. Creo que lo único que nos libera del miedo es el amor. Si una madre ve en peligro a su hijo, no se lo pensara dos veces y se enfrentara a lo que sea para salvarlo, Por lo mismo solo un amor grande a Dios nos garantiza hacer frente a todos los obstáculos y salir vencedores.
Para averiguar el grado de amor que sentimos por los demás deberíamos preguntarnos : Cuanto estoy dispuesto a sacrificarme por esta persona. ....?
Es cierto lo que dice respecto al efecto traumático de las heridas en la infancia, pero aquí hay un remedio muy eficaz: las oraciones, el sacrificarse por ellos y tener confianza en la Providencia porque como usted dice un día recibirán el poder curativo del Espíritu Santo.
En estos duros tiempos los Católicos tenemos la oportunidad de corresponder a lo que nuestro Señor ha hecho por nosotros: Amarnos hasta el extremo y darnos su vida. Nosotros no tenemos nada que perder, pues aunque diéramos la vida por El y Su Iglesia, ganaríamos la verdadera Vida que es la Eterna.
!!Que Dios le bendiga Germán y gracias por escribir así.!!