El 19 de octubre del pasado año fue
beatificada la persona, e indirectamente sus hechos, del papa Pablo VI, tras reconocérsele
un milagro producido a su invocación. Escogidos sectores curiales reclaman su
pronta canonización, deseosos de hacerle justicia, o más cierto, premiar su
protagonismo precursor de la Iglesia irenista que el actual poder extiende a
marchas forzadas.
Todavía
muchos católicos se preguntan cómo fue que aquel papa denunciara la
autodemolición de la Iglesia y, peor, nos advirtiera de su invasión por entes
preternaturales, o humo de Satanás… tal que si todo ello fuera ajeno a su
gestión de Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. Pienso que la respuesta no
es tan difícil. Sólo hay que hacer memoria de algunos hitos de su pontificado,
de los que en este artículo selecciono los que a mí me parecen más
significativos.
De la biografía del papa Montini quedarán
aquí sueltos muchos cabos que desconozco o no considero, pues que mi propósito
es referirme a su pontificado. Pero hay algunos de antes de ser elegido papa
que creo honrado resaltar. Por lo menos, dos realidades significativas que ya
anticipan su complicada personalidad y condicionan su ejecutoria.
1ª)
Que su padre y su madre descendían de judíos confesos.
2ª)
La traición a Pio XII y a la Iglesia
toda cuando desde la Secretaría de Estado, por su asistente personal Alighero Tondi, elegido por él de la
Gregoriana jesuita, se pasaban a la URSS
estanilista los nombres y destinos de los sacerdotes enviados a “la Iglesia del
Silencio”. Informes que determinaban su tortura y encarcelamiento. Si bien de
tal agencia no hubo pruebas bastantes, éstas llegaron años más tarde
indirectamente cuando Juan Pablo II
acogió de nuevo al privado de Montini reconociéndole la atenuante de
“obediencia debida”.
La
llegada a la Sede de San Pedro del ex-Pro-Secretario de Estado, Juan Bautista
Montini, significó una auténtica revolución. Ya saben ustedes lo que eso
es: que lo que antes era, ahora no sea; que lo que estaba arriba pase a estar
debajo; que lo negro se llame blanco, y al revés.
Pablo
VI impulsó un cúmulo de audaces cambios no superados en la historia. Cambios
sin los cuales hoy no podrían ni pensarse las audacias que se pretenden con el
imperio de los votos que, de facto, sustituyen a la cathedra de San Pedro. Piénsese que lo que todos los heresiarcas
juntos no pudieron conseguir, en el pontificado montiniano lo han obtenido
gratis; bien directamente o por las medidas que en fases sucesivas lo han facilitado.
Sus lamentos jeremíacos suenan a hueco precisamente porque fue por su gobierno
que se adoptaron, de modo que no sabemos si atribuir esos lamentos más a la
hipocresía farisaica heredada que por alienada inconsciencia.
Examinemos
algunos de los hechos y dichos más destacados.
1.- Increíble fue su
discurso a la asamblea de la ONU. Discurso rayano en la coba jabonosa: «Estamos
persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la
sabiduría del hombre. Al menos, queremos
decir, de su carácter sagrado.»
(?) Con el florón de que la ONU representaba, para él, Vicario de Cristo
-Creador, Padre y Redentor nuestro – y, por tanto, para la Iglesia, «lo que la
Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. Nos atreveríamos a llamarlo
la mayor esperanza del mundo […] algo que del Cielo ha bajado a la Tierra.»
(Nueva York, 1965)
2.- El 7 de agosto de
1965 Pablo VI levantaba al Patriarca Atenágoras
la excomunión que León IX, en 1054,
lanzara a los cismáticos orientales. Esta generosidad con la pólvora del rey,
es decir con la fe católica, en nada se respondía por el Patriarca de entre sus
viejos motivos cismáticos. El caso es que, al levantarle la excomunión, la
Iglesia Católica pasaba a aceptar la falsa doctrina de ‘las iglesias distintas
y hermanas’. Insulso engaño puesto que Jesucristo fundó una única Iglesia.
3.- El 20 de marzo de
1965 Pablo VI recibía en audiencia privada a un grupo de dirigentes del Rotary Club, oportunidad para elogiar
sus objetivos y métodos asociativos y de captación -proselitismo “sano y bueno”
y no como el católico “agresivo y soberbio”-. Pudo atender la visita sin
elogios, pero no, sin importarle la resonancia mediática el Papa prefirió la
alabanza y esquivar que en todo el mundo al Rotary Club se le tiene por filial
de la anticristiana Masonería.
4.- Con el Motu proprio
“Apostólica sollicitudo”, de 1965, Pablo VI instituyó las conferencias
episcopales. Un grave peligro aparecía claro para las cabezas más avisadas: que
el Primado del Papa se redujera a condición honorífica en una confederación de
iglesias autónomas.
5.- El 23 de marzo de
1966, acompañado por el cismático arzobispo (laico) Dr. Ramsey, el Papa Montini
visitó la Basílica romana de San Pablo
Extramuros y en aquel acto público cedió al anglicano la bendición a los
peregrinos. Lo malo no fue ese obsequio sino que al abrazar al hereje
contradijo la Bula “Apostolicae curae”, de septiembre de 1896, en la que León XIII anuló para siempre el orden
anglicano.
6.- Por el Motu proprio “Sacrum diaconatus ordinem”, de 18 de
junio de 1967, Pablo VI admitía al diaconado
a hombres de edad madura, tanto si eran solteros como si estaban casados. Un
gesto paternal en apariencia que, al suponer una pronta clasificación de
sacerdotes casados, determinó que tres años después el mismo Pablo VI no
supiera cómo frenar la sangría de secularizaciones y abandono del celibato.
7.- Con la Constitución
Missale Romanum en el “Novus Ordo Missae” (si
confundimos sus siglas con las de Nuevo
Orden Mundial puede que no sea un disparate), Pablo VI sustituyó el
antiguo rito romano de la Misa, que seguía en su Canon aquél mismo del cenáculo
continuado por San Pedro. Con el supuesto buen propósito de “aggiornamento” el
Papa buscó más complacer a los luteranos, aun sin obtener la contrapartida de
que “los hermanos separados” aceptaran nuestra fe en la transubstanciación.
8.- En parecida intención
e igual respuesta el Papa Pablo regaló a los turcos las banderas que en Lepanto se ganaron para la Cristiandad,
en batalla y victoria de la Santa Liga mandada por el príncipe de España, Don
Juan de Austria.
9.- En calcada
escenificación de humildad renunció a la tiara, la corona pontificia que
proclama a Cristo, en su Vicario, esencia y fundamento de los tres poderes:
pastor universal, juez de la Iglesia y rey de reyes. No importa mucho, sea
verdad o no lo sea, si como se dice la vendió a un judío libanés; aunque, si
fue así, no carecería de intención.
10.- Con el motu proprio “Matrimonia
mixta”, de 31 de marzo de 1970, pretendía hacer más fáciles los
matrimonios entre un fiel católico y cónyuge de otra religión. La fórmula no
pudo ser más onerosa para la parte católica ni más rumbosa con la hereje pues
que eximió a ésta de comprometerse a que los hijos se bautizaran y educaran en
la fe católica, condición milenaria de las uniones mixtas. Para compensar el
desequilibrio impuso a los párrocos el deber, casi burla, de informar a la
parte no creyente de los citados compromisos a que en su favor se comprometía…
la parte católica. (Código de Derecho Canónico, de 1983. c. 1125).
11.- Con el Motu proprio “Ingravescente aetatem” (1970), Pablo VI
reglamentaba que los cardenales que hubieran cumplido ochenta años no
participaran en el Cónclave. Una medida, como tantas, en que tras la apariencia
de practicismo, o si se quiere de piedad, se despreciaba la sabiduría de la
edad, consuetudinario tesoro de la Iglesia y de todas las grandes
civilizaciones. El objetivo inocultable era sin duda el de apartar de la Curia,
del Cónclave y de las diócesis a los prelados tradicionales que pudieran
obstaculizar el desarrollo modernista.
12.- El 14 de junio de
1966, abolió el Índice de libros
prohibidos con la nota “Post Littera
apostolicas”. Esta decisión se justificaba “en la libre responsabilidad de
los cristianos adultos”. Aparte de ser una penosa dejación del deber de la
Iglesia para con sus hijos, a los que dejaba como ovejas sin pastor ante una
jauría de lobos, la permisión indiscriminada de lecturas facilitó la difusión,
en las editoriales y librerías tenidas por católicas, de toda clase de
herejías, muchas de ellas firmadas por reconocidos doctores anticatólicos.
13.- En 1969, con la
Instrucción “Fidei custos” permitió
que los laicos distribuyeran la Sagrada
Comunión bajo el pretexto de “especial circunstancia o nuevas necesidades”.
14.- Al comienzo de la
Instrucción “Memoriale Domini”,
redactada en aquel entonces por el masón
Mons. Bugnini, Pablo VI prefiere que la Iglesia no distribuya la Eucaristía en la mano, «por el peligro
de profanarla» [y] «por el reverente respeto que los fieles le deben». Pero unos
pocos párrafos adelante la misma Instrucción nos sorprende autorizando su
práctica.
15.- Disminuyó las
expresiones de sacralidad esencial visibles en el Dogma de la Eucaristía rebajando la liturgia de la
Santa Misa al entendimiento protestante de puro banquete, o memorial de una
cena. Con ello, también, el ministerio sacerdotal se redujo a simple
presidencia de la asamblea parroquial.
16.- Por la encíclica “Populorum progressio” teníamos que
entender que la Iglesia ya no debe centrar sus energías en ganar almas para
Cristo y llevarlas a la vida eterna, sino que todos nuestros esfuerzos han de
aplicarse a la acción social para promover el humanismo integral que Pablo VI
adoptó de su maestro (sic) Jacques
Maritain. El Papa se despachó a gusto contra el sistema capitalista no
obstando haberse rodeado de auxiliares financieros como Sindona y Marcinkus,
entre otros, mezclando a la Iglesia en inversiones incomprensibles; por
ejemplo, en el capital de una gran empresa italiana fabricante de
preservativos.
17.- Al aprobar el nuevo “Rito de las exequias” Pablo VI
aceptaba la cremación de los cadáveres bajo el supuesto de que no se hiciese
«por motivaciones anticristianas». Como si fuera fácil saberlo. Esas
intenciones anticristianas fueron siempre negar la resurrección de los muertos
como postulan los doctrinarios masónicos. Este nuevo rito, contrario a la
tradición apostólica, fue ni más ni menos que favor de Pablo VI a las Logias,
cuyos socios por ocultar su condición solían pedir tierra sagrada para sus
deudos. Según el Papa, este gesto fue «a modo de camino de reconciliación».
18.- Puede suponerse que
incluso el más débil creyente desea morir asistido con la última unción por un
sacerdote, expirar con un crucifijo en las manos, ser enterrado con su
escapulario o su hábito de cofrade… En cambio, qué extraña cosa que el féretro
del Papa careciera del mínimo símbolo cristiano. Y no solo esto, que al cadáver
se le colocó en el suelo según las exequias judías. (Cf. ‘Regole hebraiche di
lutto’, Carucci ed. Roma 1980, p. 17.) Novedad copiada en otros casos notables,
como fue con el prelado del Opus Dei,
Mons. Álvaro del Portillo.
Terminaré incluyendo un comentario que
pudiera ser oportuno.
Con
todo mi respeto y devoción a la jerarquía pero con todo el derecho y deber
de bautizado, afirmo que en la Iglesia actual se evidencian pérdidas del
sentido sobrenatural, de despiste sobre su fundación objetivada en nuestro
rescate del pecado y en la perdurabilidad de nuestras vidas. Nos hemos girado
hacia la sola añadidura del ciento por uno en este mundo, como bien social o
falso humanitarismo. Y es por esta pérdida de lo fundamental, y por
inconsciente compensación, que los católicos actuales necesitan hacer del papa
un ídolo mediático de un nuevo star-system
o culto a la persona en detrimento de su vicaría. Hasta el extremos de no ver
en él al administrador que gerencia para su señor -ata y desata- la hacienda
que le fue confiada; ni, tampoco, al mayordomo que usa para su amo las llaves
con que guarda de ladrones la casa. A tal absurdo llega esta papolatría que sus
enfermos se violentan a sólo ver bienes donde la historia los niega, y nada de
los males que se cuentan en sus escombros.
Con
esta falsificación de la fe se traspasan al Espíritu Santo compromisos
impropios de su asistencia, otorgando al papa una infalibilidad imposible…
aunque instrumentable. La asistencia prometida en la definición dogmática
señala limitaciones como, por ejemplo, que «[…] no fue prometido a los
sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran
una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y
fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, o depósito de
la fe.» (cfr. Dz 1836.)
Porque para el fiel más párvulo es claro como
el agua que cuando Pedro negó a Jesús, fue Pedro quien le negaba y no el
Espíritu Santo. Que cuando Judas le vendió al Sanedrín, no fue inspirado por el
Espíritu Santo sino por su personal frustración política. Que en el incidente
de Antioquía, no fue el Espíritu Santo el que exigió la circuncisión sino los
judíos, y que tampoco Simón Pedro se inspiró en Él para complacerles, sino en
su personal debilidad. Así fue, sin secuestro de teologías, las cuales muchas
veces sólo son encajes intelectuales que respaldan el corporativismo de un
clero sin Gracia.
Lo
seguro es que del Espíritu Santo procedieron las lágrimas de contrición en
San Pedro; o que por él le llegaría a Judas el remordimiento que luego malogró
suicidándose. Y, sin discusión, sí que fue el Espíritu Santo el que inspiró a
la Iglesia, en la persona de San Pablo, la reprensión a San Pedro afeándole que
sometiera el conocimiento de Cristo a las exigencias judías de la previa
circuncisión. (Hch 15, 1; Ga 2, 11-14) Un acto aquél muy trascendente pues que
fijó en los cristianos su total independencia de supuestos hermanos mayores y
desmontó la primacía del Antiguo Testamento. Por tanto, salvo mejor opinión,
este episodio de la Historia de la Iglesia patenta prioridades doctrinales y
coloca en sus justos límites la infalibilidad pontificia, como arriba subraya
la referencia magisterial.
Parece
que la canonización de Pablo VI ha de lograrse contra viento y marea. Poco
más queda para laurear al Concilio Vaticano II. Al santificar a los papas
conciliares se canonizará también esas cabezas de Hidra que son las mentiras
nominadas liberalismo (masónico), democratismo (modernista), antropocentrismo
(revolucionario), más el materialismo histórico, el progresismo y el comunismo
impulsados ya desde su convocatoria. Faltos de razones más consistentes y
categóricas, aunque a toda costa dispuestos a su canonización, se acude al
sentimentalista argumento de que “realmente Pablo VI sufrió mucho”, en chocante
tesis que reivindicaría méritos de santidad para el mismo Belcebú, criatura en
eterno tormento.
En
realidad, y dado que en el cielo rige la misericordia de Dios, lo que aquí
abajo nos queda del pontificado de Pablo VI es que, aun si dijéramos que quiso
hacer el bien pese a que “por humana debilidad involuntariamente hizo algún
mal”, lo paradójico de su reinado, quizás lo subrecticio, es que el bien lo
hizo muy mal y el mal lo hizo bastante bien.
Sofronio
Fuente:
Plano Picado
Visto
en: Mater Inmaculata
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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