domingo, 8 de noviembre de 2015

Niñez extraviada – Augusto TorchSon


  Si bien las experiencias de la niñez nos condicionan en gran medida contribuyendo a lo que hoy somos; no lo hacen fatalmente de manera que quedemos sumergidos en un predeterminismo que nos haga esclavos eternos de nuestras circunstancias. Así, esas circunstancias nos marcan sin quitarnos la libertad para decidir por el mal, o por el bien; y en éste último caso por el mejor de los bienes, que es en definitiva el que como cristianos debemos siempre buscar.

  Pero sin lugar a dudas que mucho nos afectan las vivencias de nuestra infancia y el haber crecido en un ambiente familiar que dista demasiado de lo que debería haber sido, sin una figura paterna o materna adecuada, y hasta carecido absolutamente de una o ambas; puede, entre otras cosas, limitarnos hasta en lo relativo a nuestra fe al afectarnos en esa confianza de niños que necesitamos tener para responder adecuamente a los designios divinos de nuestro Creador.

  Resultaría nocivo lamentarnos por no haber tenido un pasado distinto con un ámbito familiar menos disfuncional que hubiera generado un presente menos complicado y hasta un yo mejor del que efectivamente somos. Sin embargo puede resultar gratificante y hasta edificante el desear haber tenido esa familia que nos hubiera dado el ejemplo de amor de José y María hacia nuestro Señor, para así proyectar ese deseo hacia nuestros hijos y así poder reparar el daño que las circunstancias difíciles nos pueden haber provocado. Todo esto sin caer en la nociva nostalgia de las cosas que nunca fueron.

  Podemos de esta manera, comprendernos y hasta perdonarnos por nuestros errores; errores que tal vez fueron condicionados por nuestras experiencias; y en ese comprendernos, hasta sacarnos culpas que no nos corresponden y pueden haber sido asumidas erróneamente como propias. De esa manera, debemos también, comprender y perdonar a los demás, incluyendo a quienes consciente o inconscientemente nos dañaron. Y ya que no se puede dar lo que no se tiene, para alcanzar ese grado de comprensión a los demás, debemos primero comprendernos, esto sin pretender de ninguna manera ser autocondescendientes o justificar conductas dañinas. Así, entendiendo que muchas de nuestras acciones fueron producto de la repetición o la reacción contraria a algunas de nuestras vivencias, o que estuvieron condicionadas por lo que conocimos y vivimos, o por lo que ignoramos o dejamos de vivir; es que podemos entender las mismas reacciones en quienes nos rodean. 

  Podemos así entender el origen de algunas malas acciones más no justificarlas, y es imprescindible tener en cuenta que siempre hay lugar para la libertad y la Gracia. Pero es importante saber que más importante que pretender ser entendidos, es entender, y para eso debemos empezar por hacerlo con nosotros mismos y esto principalmente como camino de sanación. 

  Muchas veces cargamos con pesadas cargas las cuales nos cuesta mucho sobrellevar y olvidamos que Cristo llamó a los cansados y afligidos invitándonos a cargar con su yugo que es suave y ligero. Pero para eso nos exhorta a ser pacientes  y humildes de corazón.  

  En estos tiempos en los cuales de la Cristiandad ya no quedan sino lejanos y escondidos recuerdos, no podemos vivir pretendiendo una felicidad mundana que hasta implicaría un desprecio a los padecimientos de la Santa Madre Iglesia hoy invadida y atacada desde su interior; pero tampoco podemos sumarnos más pesos de los que nos corresponde cargar. Sin embargo, a causa de una falsa y herética prédica sobre la misericordia, tampoco podemos dejar de lado la importancia de vivir una verdadera misericordia que nos lleve a amar a los demás por amor a Dios, amor en la Verdad, amor que pretende el bien mayor del prójimo que es su salvación eterna. Ese es el amor por el que finalmente se nos juzgará y no el que pretende aceptar y justificar al vicio sin ayudar al vicioso a salir de los mismos. Pero para bien amar, primero tenemos que sanar interiormente con la ayuda de la Gracia, y recuperando el niño que tal vez no fuimos anteriormente pero todavía podemos albergar en nuestro interior; podamos así enfrentar enteros y con las armas adecuadas, los tiempos finales de este camino hacia el Calvario y completar adecuadamente en nuestra carne lo que le falta a la Pasión de Cristo.


Augusto


Nacionalismo Católico San Juan Bautista


2 comentarios:

  1. Así, esas circunstancias nos marcan sin quitarnos la libertad para decidir por el mal, o por el bien

    .

    si te marca ir a escuela católica y que no te den la formación necesaria desde la Fe para razonar bien, para enfocar los temas por ejemplo la historia desde lo católico y varios etcéteras más...
    no te forman la consciencia y uno termina razonando como el mundo, bueno eso más que nada en los setenta ochenta que era todo super aguado.

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  2. Tener una infancia feliz con unos padres que aporten cariño y seguridad no garantiza siempre el equilibrio y la rectitud del hijo. Precisamente el tener una infancia dolorosa y con deficiencias puede hacer, con la Gracia de Dios, personas mas maduras y puede aprovecharlas El Señor para misiones especiales.
    Es cierto que se tienen heridas, pero El Señor es muy delicado con las almas heridas....El sacara un bien de ese mal.
    El lo hace todo nuevo y puede, sacar cosas muy buenas de esas personas y circunstancias adversas. Solo hay que ponerse en sus manos y dejar que nos sane.

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