...después de la
resurrección el Señor se apareció a sus discípulos y los saludó con estas
palabras: Paz a vosotros. Esta es la
paz y éste el saludo de la salud, pues el saludo trae su nombre de la salud.
¿Qué hay mejor que el hecho de que ella misma salude al hombre? Cristo es
nuestra salud. En efecto, es nuestra salud aquel que por nosotros fue herido y
fijado con clavos a un madero y, luego de ser bajado de él, colocado en un
sepulcro. Pero resucitó del mismo con las heridas curadas, aunque conservando
las cicatrices. Juzgó que era conveniente para sus discípulos el mantenerlas,
para que con ellas se sanasen las heridas de sus corazones. ¿Qué heridas? Las
de la incredulidad. Se les apareció ante los ojos mostrándoles su verdadera
carne, y ellos creyeron estar viendo un espíritu. No carece de importancia esta
herida del corazón. A consecuencia de ella, quienes permanecieron en la misma
dieron origen a una herejía maligna. ¿Acaso juzgamos que los discípulos no
estuvieron heridos por el hecho de haber sido sanados inmediatamente?
Reflexione vuestra caridad; si hubiesen permanecido con la herida, es decir, pensando
que el cuerpo muerto no había resucitado, sino que un espíritu con apariencia
corporal había engañado a los ojos humanos; si hubiesen permanecido en esta
creencia, más aún, en esta falsa creencia, se debería llorar no sus heridas, sino
su muerte.
Pero, ¿qué les dijo el Señor Jesús? ¿Por qué estáis turbados y suben esos
pensamientos a vuestro corazón? Si los pensamientos suben, proceden de la
tierra. Es un bien para el hombre no el que el pensamiento suba al corazón,
sino el que su corazón se eleve hacia arriba, hacia allí donde quería el
Apóstol que lo colocasen los creyentes a quienes decía: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de
la tierra. Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios:
cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con
él en la gloria. ¿En qué gloria? En la de la resurrección. ¿En qué gloria?
Escucha lo que dice el Apóstol refiriéndose a este cuerpo: Se siembra en la deshonra, resucitará en gloria. Gloria ésta que
los apóstoles no querían otorgar a su Maestro, a su Cristo, a su Señor. No
creían que él hubiera podido resucitar su cuerpo del sepulcro. Pensaban que era
un espíritu; veían la carne, pero ni a sus ojos daban crédito. Nosotros, en
cambio, les creemos cuando nos lo anuncian sin manifestárnosla. Ellos no creían
ni a Cristo que se les manifestaba a sí mismo. Grave herida; apliqúense los
medicamentos a las cicatrices. ¿Por qué
estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y
mis pies, taladrados por los clavos. Palpad y ved. Pero veis y no veis.
Palpad y ved. ¿Qué cosa? Que un espíritu
no tiene ni huesos ni carne, como veis que yo tengo. Mientras decía esto, según
está narrado, les mostró las manos y los pies.
Había ya motivo de gozo, pero todavía
permanecía el sobresalto. Lo ocurrido era increíble, pero efectivamente había ocurrido.
¿Acaso resulta increíble ahora el que resucitó del sepulcro la carne del Señor?
Todo el mundo lo creyó y quien no lo creyó permaneció inmundo. Entonces era
ciertamente increíble; por eso el hecho se hacía patente no sólo a los ojos,
sino también a las manos, para que a través del sentido corporal descendiese al
corazón la fe y, habiendo descendido allí, pudiera ser predicada por el mundo a
quienes ni veían ni palpaban y, no obstante, creían sin dudar. ¿Tenéis aquí, les dijo, algo que comer? ¡Cuántas cosas añade al
edificio de la fe el buen constructor! No sentía hambre y buscaba comer. Y
comió porque podía hacerlo, no porque tuviese necesidad. Reconozcan, pues, los
discípulos como verdadero el cuerpo que reconoció el mundo entero por su
predicación.
Si por casualidad hay aquí presentes algunos
herejes que todavía mantienen en su corazón que Cristo se apareció a los ojos,
pero que no era verdadera su carne, depongan tal pensamiento y convénzales el
Evangelio. Nosotros les reprochamos el que piensen así; él les condenará si
perseveran en este pensamiento. ¿Quién eres tú que no crees que un cuerpo colocado
en un sepulcro pudo resucitar? ¿Eres acaso maniqueo que ni crees que fue
crucificado, porque tampoco crees en su nacimiento, y pregonas que él exhibió
sólo falsedades? ¿Mostró él cosas falsas y tú dices la verdad? ¿No mientes tú
con la boca y mintió él con el cuerpo? Piensas que se apareció a los ojos
simulando lo que no era, que fue un espíritu y no carne. Escúchale a él. Te ama
para no condenarte. Mira que se dirige a ti, desdichado; habla para ti. ¿Por
qué estás turbado y suben esos pensamientos a tu corazón? Escúchale a él que
dice: Ved mis manos y mis pies. Palpad y
ved que un espíritu no tiene huesos y carne como veis que yo tengo.
Diciendo esto la Verdad, ¿podía engañarse? Era un cuerpo, era carne; lo que
había sido sepultado, eso aparecía. Desaparezca la duda, surja una digna
alabanza.
Así, pues, Cristo se manifestó a sus
discípulos. ¿Qué significa el se? La
Cabeza a su Iglesia. El preveía a la Iglesia futura extendida por el mundo; los
discípulos aún no la veían. Mostraba la Cabeza, prometía el Cuerpo. ¿Qué añadió
a continuación? Estas son las palabras
que os he hablado cuando aún estaba con vosotros. ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? ¿Acaso
no estaba entonces con ellos y con ellos hablaba? ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? Cuando
era mortal como vosotros, lo que ya no soy ahora. Lo que era con vosotros
cuando aún tenía que morir. ¿Qué significa con
vosotros? Que había de morir junto con quienes tienen que morir. Ahora ya
no estoy con vosotros, puesto que ya no he de morir nunca más, como los otros
han de hacerlo. Esto os decía: ¿Qué? Os dije que convenía que se cumpliesen
todas las cosas. Entonces les abrió la
inteligencia. Ven, pues, Señor, fabrica las llaves; abre para que
comprendamos. Dices todo y no se te da crédito. Se te toma por un espíritu. Te
tocan, te palpan y aún se sobresaltan quienes lo hacen. Los instruyes con las
Escrituras y aún no comprenden. Están cerrados los corazones; abre y entra. Así
lo hizo. Entonces les abrió la inteligencia. Ábrela, Señor; abre también el
corazón a quien duda de Cristo. Abre la inteligencia a quien cree que Cristo
fue un fantasma. Entonces les abrió la inteligencia
para que comprendiesen las Escrituras.
Y les dijo. ¿Qué? Que así convenía. Que así estaba escrito y que así convenía. ¿Qué? Que Cristo
padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. Vieron esto. Le
vieron sufriendo, le vieron colgando; después de la resurrección le veían
presente, vivo. ¿Qué era lo que no veían? El cuerpo, es decir, la Iglesia. Le
veían a él, no a ella. Veían al esposo; la esposa aún permanecía oculta.
Anuncíela. Así está escrito y así convenía
que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Esto
se refiere al esposo. ¿Qué hay sobre la esposa? Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados
en todos los pueblos, comenzando por ]erusalén. Esto aún no lo veían los
discípulos; aún no veían a la Iglesia anunciada en todos los pueblos comenzando
por Jerusalén. Veían la Cabeza y respecto al cuerpo creían lo que ella decía.
Por lo que veían creían en lo que no veían. Semejantes a ellos somos también nosotros.
Vemos algo que ellos no veían y no vemos algo que ellos veían. ¿Qué vemos
nosotros que no veían ellos? La Iglesia presente en todos los pueblos. ¿Qué no
vemos nosotros que veían ellos? A Cristo en carne. Del mismo modo que ellos le
veían a él y creían lo referente al cuerpo, así nosotros que vemos el cuerpo
creamos lo referente a la Cabeza. Sírvanos de ayuda recíproca lo que cada uno
hemos visto. Les ayuda a ellos a creer en la Iglesia futura el haber visto a
Cristo. La Iglesia que vemos nos ayuda a nosotros a creer que Cristo ha
resucitado. Lo que ellos creían se ha hecho realidad; realidad es también lo
que nosotros creemos. Se cumplió lo que ellos creyeron de la cabeza; se cumple
lo que nosotros creemos del cuerpo. Cristo entero se manifestó a ellos y a
nosotros, pero ni ellos ni nosotros le vimos en su totalidad. Ellos vieron la
Cabeza y creyeron en el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo y creemos en la
Cabeza. A ninguno, sin embargo, le falta Cristo: en todos está íntegro, y
todavía le falta el cuerpo. Creyeron ellos y por su mediación muchos habitantes
de Jerusalén; creyó Judea, creyó Samaría. Acerqúense los miembros, acerqúese el
edificio al cimiento. Nadie puede,
dice el Apóstol, poner otro cimiento
distinto del que está puesto, a saber, Cristo Jesús. Enfurézcanse los
judíos; llénense de celos; apedreen a Esteban; guarde Saulo los vestidos de
quienes arrojaban las piedras; Saulo, el futuro apóstol Pablo. Désele muerte a
Esteban; alborótese a la Iglesia de Jerusalén; aléjense de allí los maderos
ardiendo, acerqúense a otros lugares y prendan fuego. En cierto modo ardían
maderos en Jerusalén; ardían por obra del Espíritu Santo cuando tenían todos un
alma sola y un solo corazón dirigido hacia Dios. A la lapidación de Esteban
sucedió una multitud de persecuciones: los maderos se esparcieron y el mundo se
incendió.
Luego aquel Saulo, persiguiendo lleno de
furor a estos maderos, recibió cartas de los príncipes de los sacerdotes y
rebosando crueldad, ansioso de muerte, sediento de sangre, emprendió viajes en
todas direcciones, trayendo atados a cuantos podía, arrastrándolos al suplicio
y saciándose con la sangre derramada. Pero ¿dónde está Dios, dónde Cristo, el
coronador de Esteban? ¿Dónde sino en el cielo? Contemple también a Saulo, ríase
de este despiadado y clame desde el cielo: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Yo estoy en el cielo, tú en la tierra y, con todo,
me persigues. No tocas mi cabeza, mas pisoteas mis miembros. Pero ¿qué
haces? ¿Qué provecho sacas de eso? Es
duro para ti dar patadas contra el aguijón. Patada que das, daño que te
haces. Depon, pues, tu furor; acepta la curación. Depon tu mala determinación y
desea una buena ayuda. Aquella voz le postró en tierra. ¿Quién fue postrado en
tierra? El perseguidor.
Mirad, fue vencido con
sólo una voz. ¿Qué te movía? ¿Por qué te mostrabas cruel? Ahora sigues a los
que antes buscabas; de los que antes perseguías sufres persecución ahora. Se
levanta predicador quien fue derribado siendo perseguidor. Pongo mi oído a la
voz del Señor. Fue cegado, pero en el cuerpo, para ser iluminado en el corazón.
Llevado a Ananías, catequizado por muchos, bautizado, acabó siendo apóstol.
Habla, predica, anuncia a Cristo; siembra, ¡oh buen carnero!, lobo en otros
tiempos. Míralo, contempla a aquel que se mostraba tan cruel: Lejos de mí el gloriarme sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo
para el mundo. Esparce el Evangelio; lo que concebiste en el corazón,
dispérsalo con la boca. Crean los pueblos al oírte; pululen las naciones y
nazca de la sangre de los mártires la esposa vestida de púrpura para el Señor3.
¡Cuántos, a partir de ella, se acercaron! ¡Cuán numerosos son los miembros que
se adhirieron a la cabeza y siguen haciéndolo ahora con la fe. Fueron
bautizados éstos, serán bautizados otros y después de nosotros vendrán aún
otros. Entonces, digo, al final del mundo, se aproximarán las piedras al
cimiento, las piedras vivas, las piedras santas, para que se complete el
edificio que tuvo sus inicios en aquella Iglesia; mejor, en esta misma Iglesia
que ahora, mientras se edifica la casa, canta el cántico nuevo. Así se expresa
el mismo salmo: Cuando se edificaba la
casa después del cautiverio. ¿Y qué? Cantad
al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. ¡Cuán grande es esta
casa! Pero ¿cuándo canta el cántico nuevo? Mientras se edifica. ¿Cuándo será la
inauguración? Al final del mundo. El fundamento de la misma ha sido ya
inaugurado, porque subió al cielo y no muere. También nosotros, cuando resucitemos
para nunca más morir, seremos entonces inaugurados.
Obras Completas de San Agustín. X. Sermones (2.°) Sobre los
Evangelios Sinópticos. Biblioteca de autores cristianos. Madrid. 1983. Págs.
874-882
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
Su majestad y poderío reinan eternos, Ya solo falta un suspiro para su retorno de Juicio, según los signos, profecías y acontecimientos sufridos y Ruina Eclesial.
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