LA AUTORIDAD
Dando una vuelta más a las reflexiones que veníamos
haciendo, podemos tratar aquí el tema que llamaremos, de la “consistencia” del
obrar humano; que hace a la historia y que hace a lo político.
En un primera aproximación, es de experiencia común que
hay ciertas personas que en su derrotero vital, causan en las otras una
impresión y una influencia, mucho mayor que otras. Esto puede ser producto de
una cualidad especial de la misma, o de su posición de poder con respecto a las
otras. Y esta influencia puede ser mala o buena. El hombre, naturalmente, trata
de que sus acciones, su obrar, tenga una consistencia que haga perdurable sus
obras, sus empresas. Pero me animo a decir que hoy por hoy, el hombre siente
como una enorme contrariedad esta imposibilidad de cuajar obras de
consistencia. Esta sensación de que lo que hace, al momento se deshace. Las
empresas que fundamos, los órdenes que establecemos, no duran nada ni bien le
quitamos la presión de una gran voluntad.
Y esto, adelantamos, es porque falla en su autoridad, o mejor dicho,
porque falla LA autoridad.
A la influencia que proviene de la posición de poder que
se tiene sobre otros, la vamos a llamar simplemente “poder”; y a la influencia
que se ejerce por virtud de las cualidades, “autoridad”. Pero dejemos en claro
que ambas pueden coincidir. Se pueden tener las dos juntas o separadas. Un
padre tiene poder jurídico sobre sus hijos, pero además puede tener autoridad,
o no.
Pero eso sí, vamos a dejar en el poder, así sólo, esta
posibilidad de que sea para mal o para bien. Y en la autoridad, sólo la
consideramos si es para bien. Es decir, que el poder, da una influencia sobre
las personas que quedan sometidas al mismo, que puede ser para bien o para mal.
Y la autoridad es sólo una influencia que es para bien, no hay autoridad para
el mal. No existe el planteo de que “esa autoridad es mala” o de que “hay que
resistir la autoridad”. Si es mala o hay que resistirla, pues no es autoridad,
es otra cosa, es poder. Para entendernos.
Un primer problema sería el plantearnos si cuando se
ejerce poder, para bien, esto se asemeja a la autoridad. Pues para nosotros no.
Más allá que toda conducta que se logre imponer a los demás por la fuerza del
poder y para bien, es de alguna manera modélica, ejemplar y modulante, no es propiamente autoridad y una vez
retirada la fuerza, se esfuma en dos minutos; es inconsistente. (Algo de esto
dijimos del gobierno de Franco, que nos pueden criticar si decimos que era puro
poder, como dice la izquierda. Pero lo que denuncia el defecto es el síntoma de
la perdurabilidad, de la consistencia. ¡Si se terminó tan rápido! era sólo
poder, no tenía la consistencia espiritual para permanecer en los hombres. Ya
veremos si era su culpa o no).
Dejamos para denominar como propiamente autoridad a esa
virtud de influir o provocar en los otros conductas buenas, que son ejecutadas
y producidas por una aceptación voluntaria y por un convencimiento íntimo de la
bondad de las mismas en el sujeto influido, construyendo virtudes, es decir,
hábitos perdurables. Educar, convertir.
De esta manera podemos decir que el poder tiene una sola
punta, está en un solo lado de la relación, en la que uno es sujeto activo y el
otro pasivo. Pero la autoridad tiene dos puntas, ambos son sujetos activos de
la misma aunque con distinta importancia. Se hace patente la autoridad en
alguien, si otro es capaz de reconocerla y aceptarla como buena. De esta manera
la autoridad se construye como una relación de reciprocidad. Pero puede la
autoridad encontrar en la otra punta a la “rebeldía”, y se rompe la relación,
se hace infecunda. Ante la rebeldía se puede ejercer el poder, si se quiere,
pero Dios no quiso ejercer el poder que tenía, prefirió que lo aceptáramos como
Autoridad desde dentro, y ante cada rebelión, simplemente nos embromamos. Lo
más gracioso es que después de rebelarnos y embromarnos, le echamos en cara que
no nos haya obligado a la fuerza. En fin… (El que tenga hijos conoce la
historia).
Por ello, aunque no es impropio decir que se puede tener
el poder y la autoridad; si se tiene efectivamente la autoridad, el poder se
hace casi innecesario, no es necesario ejercerlo. Es el sueño del padre de
familia. “Para el justo no hay ley”.
Está bien decir
que la autoridad la da el “conocimiento”. Alguien es una autoridad en algo,
porque conoce ese algo. Esa ciencia u ese oficio, o lo que sea. Fulano de tal
es una autoridad en medicina. Punto. Nadie se la quita. Pero si la vemos como
fenómeno para producir conductas en los otros, los otros tienen que tener la
aptitud para poder apreciar el conocimiento más egregio de aquel, pero ¿cuál es
esa aptitud? Por ejemplo, la maestra es reconocida por el alumno – que no sabe
nada de nada - como autoridad, y si la reconoce y le presta su confianza, cree
que dos más dos es cuatro y aprende de ella.
Si no, la autoridad queda en el sujeto mismo y nunca puede servir de
motor para las conductas. Es decir que lo que nosotros queremos ver ahora es
esa aptitud de la autoridad para provocar conductas buenas, y por tanto,
tenemos que incluir en la relación el término del “otro”, del que es capaz de
reconocer y aceptar la autoridad y que por ello mismo, no es un sujeto
totalmente pasivo, sino también activo del fenómeno. Vivimos criticando a
nuestras autoridades, y no nos damos cuenta que somos nosotros – la más de las
veces – los que la minamos y saboteamos. Y a veces se suple una autoridad
débil, con una obediencia fuerte. (No una mala, que no es propiamente
autoridad… dije débil).
Quizá alguno vaya descubriendo cuál es esa aptitud que
devela la autoridad. Es fácil, amor o Caridad. “Bienaventurado eres Simón, hijo
de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los
cielos” (Mat 16,17).
El poder tiene la
facultad de provocar conductas externas, y en esto, satisface las exigencias
del derecho, EL DERECHO ES PODER (cuando hablan de “estado de derecho” me muero
de risa ¡se agota en la policía!). Veamos, el derecho busca que los hombres
realicen conductas apropiadas a la norma justa, y se contenta con que esas
conductas, efectivamente se ejecuten. Que Pedro le pague lo que le debe a
Pablo. Y es suficiente, aunque Pedro y Pablo sean dos malos tipos. Y está bien
que esto sea así.
Pero la moral no es así, no se contenta con que uno haga
conductas externas conforme a la norma justa, sino que pide que estas conductas
sean queridas como buenas por el sujeto que las ejecuta, Es decir, que Pedro
quiera de buen grado pagarle a Pablo, porque está convencido de que es justo
que así sea. Que reconoce lo justo, más allá de la norma, con una fuerza de
autoridad. Y que Pablo sea agradecido.
Es decir que la
autoridad no mueve al hombre a conductas externas con prescindencia de que esté
convencido de hacerlas, sino que lo mueve de dentro, lo convence de la bondad,
y el sujeto se mueve por esto, pero se mueve él. Uno puede hacer un acto justo
en derecho al pagar lo que debe, pero puede ser un acto inmoral si lo hace por
temor a la sanción o lleno de odio y resentimiento y porque no le queda otra.
Lo movieron de fuera.
La política está en el medio de esto, entre la moral y el
derecho. Tiene que producir un orden, que si es por poder coactivo, no está mal
(como en la familia), porque se hace cumplir el derecho. Pero que si es por
haber logrado en los ciudadanos (o hijos) un convencimiento de la bondad de ese
orden, está mucho mejor, porque logra la amistad política y es más fácil, más
barato y más perdurable. (La política es hierro y arcilla, al político le gusta
aplicar el hierro, y la Iglesia lo obliga a poner un poco de arcilla. El
político tiene razón, porque si no aplica hierro nada funciona; pero la Iglesia
tiene razón mayor, porque con arcilla se logran conductas más “consistentes”,
más internas, y no hace falta tanto hierro. Ambos luchan por el equilibrio y en
esta vida siempre se desequilibran). Pero aclaremos. Ese orden logrado a puro
poder, se sabe efímero, inestable, costoso. En cambio el otro, es perdurable,
estable y “barato”. Esto lo saben todos, y saben que cuando es sólo poder, si
te distraes, todos hacen macanas. Las empresas establecen carísimos sistemas de
control porque no pueden lograr que sus empleados crean que no es bueno robar.
Todos lo saben,
hasta los malos. Y quieren un sistema que se parezca a esto, a la autoridad. Y
aquí hay un “atajo”. Un remedo de esta autoridad en lo político. Que es la
seducción y el engaño (pero que en realidad otorga poder, no autoridad. Es una
especie de poder). Estas cosas pueden parecer que son autoridad y de hecho, por
un rato, funcionan muy parecido a esta. Cuando uno miente la primera vez, y el
otro se lo cree, lo que logra no es tan efímero ni tan inestable como la fuerza
pura, pero la historia ha demostrado que son enormemente costosas cuando se
evidencia el engaño, y cada vez más costosas cuando es un recurso repetido, una
y otra vez. Se gana una elección con un
buen eslogan, la primera. La segunda hay que pagar publicistas con más
imaginación. A la tercera es un montón de plata, y desde la cuarta, el único
esfuerzo del político está en mantener la mentira que lo sostiene. Que no otro es el principio de la democracia
liberal, que no admite que vayamos contra la libertad con el principio de
autoridad, aunque sí con el engaño (¿?); y cuya mentira más grande es dejar en
claro que nadie tiene autoridad y que nadie debe entrar en el interior de los
otros para moverlos desde dentro – es una violación de “domicilio”, va contra
la libertad - y para no quedar en sólo poder, quiere otorgar al poder una
característica de la autoridad, que es la de estar en las dos puntas. La democracia
te hace creer que el poder está en la multitud y que este se lo presta a los
representantes. Pero no es así, el poder es siempre de un solo término, el
resto son mentiras. (Saludos a Suarez).
Ahora bien, aclarados estos puntos, invirtamos el análisis.
Podemos hacer una valoración de la calidad de esas autoridades o de esos
poderes, por el tiempo de duración que han logrado en las conductas que
proponían. Un buen padre, hace un apellido por varias generaciones. (El caso que dijimos de Franco, y que no es
culpa de Franco, es que muy posiblemente tenía la autoridad, pero no encontraba
la respuesta en la otra punta, cosa que les pasa a muchas autoridades cada vez
más). Ver si producían efectos
perdurables o efímeros. Si eran estables o inestables, y si eran onerosos o
“baratos”. Y estamos en un análisis histórico.
Es cierto que ha habido poderes enormes que han
permanecido muchos años y hasta siglos, pero dependían de un gran aparato de
poder (ejércitos, burocracias, etc.) pero una vez que este menguaba, se caían
como piedras y pocos frutos quedaban de él (piensen en los persas o los
egipcios y sus millones de esclavos).
Recapitulemos. Si
recuerdan lo dicho cuando hablamos de historia, conforman la historia aquellos
hechos que de alguna manera siguen presentes, y siguen influyendo en el hombre
actual. Lo demás, pasa al olvido, no es historia. Por tanto el valor histórico
del obrar humano, su “consistencia”, pasa principalmente por ser producidos
desde esta perspectiva moral –espiritual- que dan las autoridades al obrar, y
por esa facultad de producir conductas estables y perdurables. Lo demás, lo que
es producto del poder y la mentira, se pierde en la nada al poco tiempo. Los
que saben de negocios, han experimentado que los patrimonios modernos, por
efecto de una legislación que los hace inestables, son inconsistentes y se
esfuman muy rápido (se sabe que es para evitar la gestación de aristocracias).
La ideología liberal produce el mismo efecto al obrar humano. Lo hace
inconsistente con la excusa de no permitirle entrar en el interior del hombre y
respetar su libertad.
Ahora bien, estos
ordenes producidos por la actuación de una autoridad, no quiere decir que sean
puramente espirituales y no necesiten de algún andamiaje material para encarnar
su sabiduría y mantenerla presente entre las gentes. Sino, seríamos ángeles.
Existen autoridades en medicina, pero se respaldan y se mantienen vigentes,
normalmente en “escuelas” o universidades de medicina, que siguen cultivando
las enseñanzas de las autoridades en medicina y avanzando sobre sus enseñanzas.
Vamos al grano. La autoridad por excelencia es Cristo que
tiene el “conocimiento”; la sabiduría y el conocimiento mismo del hombre y de
la creación. Pero debió encarnarse en un Hombre para que de esa materialidad lo
percibiéramos, porque somos como Tomás. No sólo eso. Fundó una organización
para mantener vigente ese conocimiento que trajo a los hombres. Pequeña,
liviana, con poco poder y mucha autoridad; con una autoridad “infalible”, que
provenía de Él mismo y nunca menguaba. Claro que podía fallar el otro término
de la relación; comenzando con el mismo Papa, que no es en sí mismo el término
primero de la autoridad – este es Cristo – sino que es receptor activo desde la
otra punta, es puente – Pontífice - y en
la medida que se dispone a hacerlo bien, pues tiene esa misma infalibilidad
para la transmisión del saber (no para la generación del saber). La función del
Papa es ser el primero en obediencia, en ser el mejor término de la relación de
autoridad que emana de Dios. “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me
envió” (Juan 7,16).
Veamos un mal
ejemplo; hace poco en un artículo de
Infocaótica – hablando del Papa - se decía: “Por tanto, antes de obedecer
-de manera inteligente- se debe analizar la moralidad de la conducta imperada
por la autoridad. Y si la conducta no es mala, hay que ajustarse a la norma”. Agregamos…
¿Y si es mala? ¿Entonces no nos ajustamos? ¿Quién dice si es mala o
buena? ¡YO! Y entonces ¿Para qué está la autoridad?
Es decir, que estos caballeros ponen la libertad antes de
la autoridad y terminan convirtiendo el asunto en norma, en derecho.
Si la autoridad es
Cristo, pues yo no puedo ponerla en duda ni sujetarla a análisis, la acepto o me rebelo; y cuando la acepto
porque es Cristo, ahí me viene la inteligencia de lo mandado, no antes. Si la
conducta está imperada “por la autoridad”, nunca es mala, no puede ponerse en
tela de juicio la autoridad o no existe autoridad.
Lo que puede pasar
es que no sea la autoridad, sea poder, o simplemente sugerencia, porque esa
potestad o dignidad se rebeló primero. No es el contenido de lo mandado lo que
ponemos en duda y sujetamos a juicio cuando estamos frente a una autoridad.
Principalmente no es así porque ella “sabe” y nosotros no – por eso es
autoridad- sino que, lo que la
inteligencia juzga es si esa persona es o no es autoridad. ¿Y cómo lo hago si
no es por los contenidos? Y resulta que yo no sé nada de los contenidos al lado
de ella. Ahhh… Veremos. ¿Cómo sabe el niño que la maestra no lo engaña? ¿Revisa
las matemáticas que le dan?
La afirmación
citada más arriba, es liberal, y sobre ella no se puede sostener ningún
principio de autoridad. Si yo puedo juzgarla, soy tan autoridad como ella, y si
todos somos, nadie es. Así que para que vayan rumeando, si el Papa dice algo en
función de “autoridad” – magisterio- no
puede ser sometido a juicio, ni con mi inteligencia en la conciencia ni con
anteriores declaraciones magisteriales que yo interpreto. Yo no miro a la
autoridad del Papa bajo la luz del magisterio anterior o bajo el foquito de mi
inteligencia; es verdad y se acabó, tengo que ponerme a entenderla. Pero…
Salvo que expresa
o tácitamente, el Papa (y todos los que deberían ser autoridad en un punto)
diga que “él no es quién para decir las cosas”, es decir que niegue su
autoridad, o que no ejerza en términos de autoridad, sino como simple
opinólogo. Que diga que es “pastoral”. Es más, que se haya hecho liberal y que
entienda que él no puede o no debe transformar al hombre en su interior con esa
enorme virtud que es la autoridad, sino dejar que el hombre busque en libertad
su propio camino. Que entienda que el primer valor es la libertad. Y se acabó
la autoridad. Finalmente, que haya dejado de amar, como a veces nos pasa a los
padres, que estamos hartos de rebeldes y un día decimos: “Ma si…. hacé lo que
se te cante… no me caliento más”. La autoridad se acaba cuando el Papa – o
cualquiera que debe ejercer una autoridad – habla por su propia cuenta : “El
que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la
gloria del que lo envió, este es verdadero…”(Juan 7, 18).
Volvamos a la
Iglesia y al tema de la consistencia de los actos. Una organización que se
mantiene con nada (o casi). Y produjo la mayor influencia que se haya podido
registrar en la historia sobre los hombres. “Hizo historia”, se puede
decir. (Aquí hago una pequeña reflexión
de algo que había insinuado; el Imperio Romano no habría sido nada, como los
otros, si sobre él, sobre su materialidad, no se hubiera injertado la autoridad
cristiana). Pero no dejemos de tener en cuenta que debe mantenerse esa
materialidad que es la Iglesia, que debe recordar a los hombres el dictado
sabio de la autoridad a través de sus sacerdotes que hacen “escuela”. Y que si
no hay más sacerdotes, o hay pocos, esta autoridad decae en la facultad de
producir conductas (pero no decae la autoridad en sí misma). Y en esto consiste
para nosotros los imperfectos, el cumplir el deber de gratitud aportando a su
subsistencia material.
El orden cristiano
fue un orden que tardó en cuajar, porque pedía esta aceptación desde el
interior de los hombres, y lleva tiempo. Y una vez logrado en un espacio,
perduró y fue estable, con pocos policías y pocos ejércitos. (En época de Luis
XVI, en Paris había 15 policías, unos pocos años después pasaban - con Fouché -
de cuatro mil).
La historia se
movía lentamente y los valores permanecían en el alma de los hombres. Pero
claro, era Dios mismo el que lo inspiraba, esta era la Autoridad bajo la cual los
demás hacían escuela. Todos eran términos de esa autoridad (con un Puente),
pero no pasivos – como dijimos – sino activos y agradecidos.
Sin embargo,
dijimos, la autoridad tiene dos puntas, y realmente no se puede concebir que el
hombre que es un bicho inestable y tendiente a hacer el mal, pudiera tener la
disposición para ser el contrapunto de Esa autoridad ¡Ni los santos ni los
Papas! Es decir, tener en sí la sabiduría, el amor y la mansedumbre de los
niños con sus maestros, para reconocer la Autoridad y conformar esa relación
doble, bilateral, que es el fenómeno “autoridad” en la producción de conductas.
Su naturaleza caída no daba para tanto.
Entonces Dios tuvo
que poner algo en la “otra” punta, algo de sí; y esto se llama “gracia”, que es
Él mismo en la otra punta. En la que Él en nosotros, se reconoce a Él en Sí
Mismo. Pero de una manera misteriosa que no comprendemos. Este algo de Él – su
vida misma - debía ser, una vez puesto
en nosotros, mantenida por nosotros, cultivada, de manera que no seamos simples
sujetos pasivos de una relación de poder, sino sujetos activos de la relación
de autoridad. (Contra Suarez, podemos decir que Dios no da el poder-autoridad
al pueblo y este la reenvía para arriba;
Dios lo arma en la relación desde las dos puntas. Dios está en las dos
puntas. Da la autoridad a uno y da la capacidad de que se construya esa
autoridad en la multitud de los fieles, por su presencia en las almas de todos.
Los súbditos reconocen en el Rey la voluntad de Dios, y el Rey reconoce a Dios
en la fidelidad de los súbditos).
Decíamos que la ideología hace primar la libertad para no
dejar que la autoridad se inmiscuya en nuestro interior y de esa manera
dejarnos libres, y cierto catolicismo infectado de modernidad, quiere que
aceptemos esa autoridad en un acto de libertad de nuestra parte y que por ello
sea meritorio. Es decir que sea “la carne y la sangre la que nos revele, y no
el Padre que está en los cielos”.
Podemos afirmar –
con cuidado – que la autoridad, al ser reconocida, produce la libertad. Que al
revés de lo que dice la ideología, la autoridad es primera y la libertad es su
fruto. Yo soy libre si no soy un bruto (el burro tira del arado sin libertad),
soy libre si aprendí algo. Y si aprendí algo fue de alguien: de una autoridad, de
un maestro. De la autoridad surge la libertad. Cuando recibimos la gracia en un
acto gratuito de Dios – y con su luz reconocemos la autoridad - pasamos a
formar parte de esa relación y desde allí tenemos libertad.
Esta actividad, la
de hacer cosas por mandato de la dulce autoridad, producía historia, porque era
estable.
Producía Historia cristiana. Y en la medida en que los
hombres se recostaban sobre esta autoridad, producían historia. “Toda planta
que no plantó mi Padre, será arrancada de raíz” (Mat 15, 13). Finalmente vamos a concluir, adelanto, que
la única historia que se puede producir es la cristiana, el resto atenta contra
la historia como tal, porque es inestable y algo peor. Pero no adelantemos
tanto. Y dejemos para la segunda parte.
Visto en: LOS COCODRILOS
DEL FOSO
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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