San Juan Eudes explica que los castigos más terribles que Dios puede
enviar a su pueblo son para los malos sacerdotes (lo que obviamente incluye a
los malos obispos, Cardenales e hasta incluso a un Papa). He aquí lo que dice
San Juan Eudes:
“La marca más evidente de la ira de
Dios y de los castigos más terribles que el puede infligir al mundo se
manifiestan cuando El permite a Su pueblo caer en manos de un clero en el que
hay sacerdotes más en el nombre que en los hechos, sacerdotes que practican la
crueldad de los lobos feroces más que la caridad y afecto de los pastores devotos...
“Cuando Dios permite tales cosas, es
una prueba positiva que Él está profundamente enfadado con Su pueblo, y está
(descargando) Su más espantosa cólera sobre ellos. Por eso El pregona
incesantemente a los cristianos, Volved, oh vosotros, hijos rebeldes... Yo os
daré pastores según Mi corazón.
(Jer. 3:14,15). Por eso, las irregularidades en la vida de los sacerdotes
constituyen un flagelo sobre el pueblo a consecuencia del pecado”.
Como está documentado en La
última batalla del diablo y en algunos otros lugares, nosotros tenemos
la infiltración de toda clase de gente corrupta dentro del sacerdocio. Es obvio
que Dios está muy enfadado con Su pueblo a causa de todos los malos sacerdotes
que nosotros vemos en la Iglesia, más visiblemente por los escándalos
clericales.
Debemos recordar que Dios nos envía castigos y expiaciones y
advertencias en esta vida, como apunta San Alfonso, para que prestemos atención
a sus advertencias mientras aún haya tiempo, antes que sea demasiado tarde para
nosotros. Los escándalos en el clero son signos claros que Dios alcanzó
sobradamente el límite de sus advertencias. Ese tiempo ha llegado a su fin;
nosotros al menos debemos tenerlo en cuenta haciendo penitencia por nuestros
pecados y rezando muy fervientemente pidiendo a Dios gracia y misericordia en
este tiempo, para nosotros al igual que para todos aquellos encomendados a
nuestro cuidado. Pero esos escándalos no están limitados a los sacerdotes y
obispos corruptos. Peor aún es la corrupción de nuestra Fe Católica por los
supuestos “defensores de la Fe”. Aquellos que pretenden que el “Magisterio
viviente” tiene prioridad sobre las definiciones dogmáticas infalibles,
inmutables, y están descarriando incontables almas hacia el infierno.
La perversión de sacerdotes, obispos y Cardenales que nos dicen que no
hay necesidad de convertir a los no creyentes a Fe Católica8 es una perversión mayor que la pedofilia – tan
horrible como es la pedofilia. La herejía – incluso si es promovida por
Cardenales del Vaticano, incluso si ésta fuera implícita o explícitamente
respaldada por el Papa – no cambia un ápice la perversidad de tales enseñanzas.
Aquellos quienes defienden esas enseñanzas del “Magisterio viviente”, o bien ha
perdido su Fe, o han sido completamente ignorantes de todos esto durante todas
sus vidas. Pero su ignorancia no necesariamente los excusa del pecado grave en
esta materia.
La Fe Católica – el depósito de la Fe transmitido a nosotros por
Jesucristo en el que todos los católicos deben creer para salvar su alma – nos
enseña entre otras cosas que:
1) Dios es el autor de nuestra Fe.
2) Se debe creer en Dios porque Él nos
enseña la Verdad.
– Como Dios es omnisapiente, Él no puede equivocarse o o tener solo una
parte de la
Verdad;
– Como Dios es todo santo, Él no nos puede mentir. Él puede permitir que
seamos engañados porque nosotros no amamos la verdad, pero Él no puede
mentirnos.7
3) Desde que Dios nos dice la verdad y
como todos y cada uno de los artículos de la Fe son ciertos porque Dios los ha
revelado, se sigue que:
a) Lo que fue cierto en el 33 aD. es también es cierto en el 2003 a.D.
b) Lo que fue definido como verdadero por la Iglesia
• en 325 a.D. en Nicea
• en 1438-45 a.D. en Florencia
• en 1545-1565 a.D. en Trento
• en 1870 en el Vaticano I
todavía es cierto hoy.
Eso es, que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre. Así, cuando
el Concilio de Florencia define que ni los judíos, ni los herejes, ni los
cismáticos entrarán en el Reino de Dios a menos que se arrepientan de su error
antes de morir, luego eso es verdad para todos los tiempos.
Sin embargo se alza la objeción: Pero si un Papa posterior dice algo
diferente, dice lo opuesto, ¿no es él también Papa? ¿No tiene la misma potestad
que un Papa anterior? ¿Cómo entonces puede ir usted por mal camino siguiendo a
un Papa posterior que contradice a un Papa anterior?
Por supuesto, lo primero que debemos hacer es determinar si el Papa
posterior o incluso el Papa actual, dicen algo que contradice explícitamente la
enseñanza solemne infalible de un Papa anterior. Pero si en realidad es así, el
Papa posterior está equivocado. La razón es que la función del Papa no es
inventar nuevas doctrinas, no enseñar nuevas doctrinas, sino transmitir el Depósito
de la Fe revelado por Dios, y defender y explicar el Depósito de la Fe. El
Concilio Vaticano Primero enseña:
“Los Romanos Pontífices, por su parte,
según lo persuadía la condición de los tiempos y las circunstancias, ora por la
convocación de Concilios universales o explorando
el sentir de la Iglesia dispersa por el orbe, ora por sínodos particulares, ora
empleando otros medios que la divina Providencia deparaba, definieron que
habían de mantenerse aquellas cosas que, con la ayuda de Dios, habían
reconocido ser conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones
Apostólicas; pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu
Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para
que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la
revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe.” (Dz. 1836; D.S.
3069-3070)
Así, una vez que un Papa ha enseñado que algo es parte del depósito de
la Fe, nosotros sabemos que es verdaderamente la Verdad que Dios mismo ha
revelado.
Y como la primera cualidad de la verdad es que no puede contradecirse,
entonces nosotros sabemos que un Papa posterior no puede venir y enseñar una
nueva doctrina. Si él lo hace, la nueva doctrina no puede ser verdadera, porque
es contraria a lo que Dios enseñó y confirmó por una definición anterior.
Por eso, no puede haber un “Magisterio viviente” que pueda venir y
enseñar una nueva doctrina en nombre de Dios. Porque Dios es el autor de la
Verdad y no de la falsedad. Y Dios no puede y no podría enseñar una mentira en
lugar de la verdad, no podría Dios mandar a alguien creer una mentira. Ni Dios
podría autorizar, o incluso imaginar autorizar a alguien a enseñar una mentira
como si esta fuera la verdad.
Por lo tanto, tal “Magisterio viviente” está intentando apoderarse de la
autoridad de Dios para enseñar, usurpando el verdadero, real y auténtico
Magisterio.
Ahora, el verdadero escándalo es que hoy hay hombres de Iglesia,
altamente ubicados incluso en el Vaticano, que enseñan herejía y que pretenden
falsamente que esa es la verdad y claman que eso es lo que la Iglesia Católica
oficialmente, magistralmente enseña. Pero ellos, sin embargo, están enseñando
herejía. Nosotros conocemos eso porque sabemos por la Fe Católica y divina que
incluso un Papa no puede cambiar el Dogma Católico. Nosotros sabemos eso porque
tenemos la definición solemne, infalible del Concilio Vaticano Primero que
dice:
“Así, pues, Nos, siguiendo la tradición
recogida fielmente desde el principio de la fe cristiana, para gloria de Dios
Salvador nuestro, para exaltación de la fe católica y salvación de los pueblos
cristianos, con aprobación del sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser
dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra – esto es, cuando
cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su
suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser
sostenida por la Iglesia universal – por la asistencia divina que le fue prometida
en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el
Redentor Divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina
sobre la fe y las costumbres; y, por lo tanto, que las definiciones del Romano Pontífice
son irreformables por si mismas y no por el consentimiento de la Iglesia. Y si alguno
tuviere la osadía, lo que Dios no permita, de contradecir a esta nuestra definición,
sea anatema.” (Dz. 1839-1840; D.S. 3073-3075)
Desde que las definiciones dogmáticas son infalibles – esto es, desde
que estas no pueden fallar al enumerar lo que la verdad precisa que Dios mismo
está aprobando, garantizando – luego tales definiciones no pueden ser
cambiadas, no pueden ser reformadas. Estas son irreformables. Estas no pueden
ser reformadas por un sacerdote, un obispo, un Cardenal, todo un Concilio o incluso
por el mismo Papa, el presente o cualquier Papa futuro. Esto es lo que la
Iglesia enseña. Si una persona no cree esto, ya no es más católica – ya ha sido
separada, excomulgada, puesta fuera de la Iglesia por su herejía.
Por eso, usted puede ver que nosotros necesitamos recuperar las
definiciones dogmáticas de la Iglesia Católica. Nosotros debemos recuperarlas
en nuestras mentes y en nuestros corazones, en nuestro pensamiento diario, en
nuestro lenguaje y en nuestras acciones. Nosotros debemos aferrarnos a nuestra
Fe toda e íntegra. Nosotros no debemos permitirnos perder nuestra Fe Católica
dogmática, aún si sacerdotes, obispos y Cardenales pretendan que el Papa
concuerda con ellos. Aunque un Papa contradijera la Fe, nosotros debemos tomar
la actitud que nos enseñara la Iglesia Católica de todas las edades. Nosotros
debemos seguir lo que enseñaron los Doctores de la Iglesia. Esos santos fueron
convertidos en Doctores porque la Iglesia nos dice que sus doctrinas fueron
ciertas; que nosotros podemos estar seguros siguiendo sus enseñanzas.
San Roberto Belamino, Doctor de la Iglesia, enseñó en su obra sobre el
Romano Pontífice, que incluso el Papa puede ser reprendido y resistido
si amenaza hacer daño a la Iglesia:
“Tal como es lícito resistir al
Pontífice que agrede el cuerpo, también es lícito resistir a quien agrede las
almas o quien altera el orden civil, o, sobre todo, a quien intenta destruir la
Iglesia. Digo que es lícito resistirlo,
no haciendo lo que él ordena y evitando que se ejecute; no es lícito, sin embargo, juzgarlo,
castigarlo o deponerlo, ya que esos actos son propios de un superior.”
Igualmente, el eminente teólogo del Siglo XVI, Francisco Suárez (a quien
el Papa Paulo V erigió como Doctor Eximius et Pius, es decir
“excepcional y pío Doctor”) enseñó como sigue:
“Y de esta segunda manera el Papa
podría ser cismático, si él no estuviera dispuesto a estar en unión normal con
todo el cuerpo de la Iglesia, como podría ocurrir si intentara excomulgar a
toda la Iglesia, o como observaron Cayetano y Torquemada, si él quisiera trastornar los ritos de la Iglesia basados
en la Tradición Apostólica. ...si
[el Papa] da una orden contraria a las rectas costumbres (a la moral), él no
debería ser obedecido; si él intenta
hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será legítimo
resistirlo; si él ataca por la
fuerza, por la fuerza él puede ser repelido, con una moderación apropiada a una
justa defensa.”
Incluso el Papa puede ser legítimamente resistido cuando emprende
acciones que pudieran dañar a la Iglesia. Muy simplemente, como declaró el Papa
San Félix III: “no oponerse al error es aprobarlo; y no defender la verdad es
suprimirla”. Los miembros del laicado y el clero de bajo rango no están exentos
de ese mandato. Todos los miembros de la Iglesia están sujetos a él. Nosotros
tenemos, por lo tanto, el deber de hablar claro.
Santo Tomás afirmó que si la Fe está en peligro a causa de lo que dice
un obispo o incluso un Papa, el prelado debe ser reprendido en público para
salvaguardar la Fe. Basándose en la Sagrada Escritura – Galatas 2:11 –
Santo Tomás de Aquino, el gran Doctor de la Iglesia, dice:
“Debe observarse, sin embargo, que si
la Fe fuera puesta en peligro, un sujeto debe reprender a su prelado, incluso
públicamente. Por lo tanto Pablo, quien estaba sujeto a Pedro, lo reprendió en
público, a causa de inmimente peligro de escándalo concerniente a la Fe, y,
como la glosa de Agustín dice en Galatas 2:11, ‘Pedro dió un ejemplo a los superiores,
que si en cualquier momento ellos pudieran estar descarriados del recto camino,
ellos no deberían descartar ser reprobados por sus súbditos.’”
Nosotros debemos preservar el dogma de la Fe. En la Gran
Apostasía, un gran número de personas perderán su camino a causa de no
preservar el dogma sacrosanto de la Fe en sus mentes, en sus corazones y en sus
almas.
Tampoco olvidemos tener en cuenta las palabras de Nuestro Señor
Jesucristo a la Hermana Lucía de Fátima: “Rezad mucho por el Santo Padre”.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista